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Las especies de la semana: metalasias a cascoporro

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No una, sino tres, ¡tres! especies traigo esta semana. No llevo ni dos meses con esta coña y ya estoy hasta las narices de la especie de la semana, la verdad, si será por especies nuevas. Todos los domingos por la noche igual, buscando especies de prisa y corriendo. Esta misma, ¿qué más dará? Qué poca constancia, de verdad…

Las de hoy son especies del género Metalasia. Las pongo porque son unas plantas que me recuerdan a mi viaje a Sudáfrica, al Reino Capense. Son unas compuestas muy curiosas que viven a menudo en zonas costeras y que tienen unos diminutos capitulillos blancos con muy poquitas flores. Deben ser endemoniadamente difíciles de identificar, y hay más de cincuenta especies, supongo que todas ellas endemismos capenses. En el artículo de hoy, los autores describen tres nuevas metalasias: Metalasia eburnea, M. formosa y M. tristis y después regalan al mundo una clave dicotómica de 111 pasos ¡Ciento once pasos, como ciento once soles, nada menos! por si en vuestras correrías sudafricanas os sentís aventureros y os da por determinar una Metalasia. Cosas más raras se han visto.

Buena semana a todos.

metalasias

A y D: Metalasia eburnea; B y E: M. formosa; C y F: M. tristis.

Referencia

Y ya que estamos:

Metalasia sp.

Metalasia sp. fotografiada por el menda en 2009


Archivado en: Ciencia y naturaleza

Desmintiendo mitos y leyendas de la taxonomía (versión beta)

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Este es un tema recurrente en esta santa casa, pero noto que incluso entre la gente interesada en biología la percepción que se tiene sobre la labor de clasificar los seres vivos sufre constantemente el mismo tipo de desconfianzas y empanadas mentales que poco a poco van ampliando mi lista de citas taxoescépticas, todas ellas malvadamente sacadas de contexto, claro que sí:

La taxonomía me pareció siempre una ciencia de segunda categoría

Los taxónomos modernos están recurriendo cada vez mas a los caracteres moleculares en vez de libros tremendamente densos

La taxonomía es como los culos: todo el mundo tiene uno

La linea de separación entre dos especies diferentes no deja de ser arbitraria en función del o de los criterios adoptados. Ni aún basandonos en criterios morfológicos mas o menos evidentes deja de ser una postura digamos que aventurada

A la gente le gusta ser el descubridor de una nueva especie, subespecie, o forma, y ponerle el nombre dedicado a su cuñao o a su mujer, por lo que hay descritas muchas más especies de las que debería

Son los propios taxónomos ‘muy analíticos’ los que describen especies y son los propios taxónomos ‘muy sintéticos’ los que las invalidan, y visto desde fuera, lo siento pero da la impresión de que el asunto es demasiado arbitrario, caprichoso y sujeto al cristal taxonómico de quien lo mire

Las clasificaciones no son reflejos de la naturaleza o la esencia de los seres vivos, ni tampoco son “descubrimientos” de grupos que están ahí. Son artificios que contruyen los humanos con una buena dosis de arbitrariedad, idiosincrasia, moda, estrategia, etc.

Toda clasificación es siempre una convención, en la actualidad la genética molecular ha desbancado a la morfología como fuente de criterios de clasificación taxonómica

¡No gano para disgustos con vosotros! ¡Me vais a matar!

Como me da la sensación de que este es un tema un poco árido por el que no mucha gente en la blogosfera hispana parece tener interés por escribir, de vez en cuando se me hincha la vena del cuello lo suficiente como para decidir escribir un nuevo post soporífero que si por mí fuese os obligaría a leer atados a una butaca y con los ojos abiertos en plan “Naranja Mecánica” (pero de buen rollo). Ya sé que os aturulla cada vez que a vuestra mariposa favorita la cambian de familia o cuando se decide que el endemismo de vuestro pueblo no merece ser considerado como tal, pero corazones, ¡es que estamos hablando de una labor muy chunga! Así que aquí os presento hoy mis nuevas reflexiones, que podrían resumirse de la siguiente manera:

Para no meter la gamba al hablar de cómo se clasifican los seres vivos, hay que tener muy claros las relaciones y distinciones entre los siguientes elementos relacionados con la taxonomía: fundamento, datos, métodos y nomenclatura. Vuestro amigo Copépodo os certifica que identificando de qué hablamos en cada momento entenderéis mucho mejor por qué ciertos aspectos de la taxonomía no son estáticos (por suerte).

1. FUNDAMENTO

El FUNDAMENTO de la taxonomía biológica es, formalmente desde 1859, e informalmente desde mucho antes, clasificar en función de relaciones filogenéticas (de parentesco). Este fundamento se ha mantenido estable desde entonces y es tan profundo que sólo será posible alterarlo cuando haya un cambio de paradigma.

En cualquier momento dado de la historia de la biosfera, los seres vivos no forman un continuo, sino que se encuentran repartidos de forma fragmentada en individuos, individuos que cuando son examinados muestran diversos tipos de afinidades entre ellos. Clasificar los tipos de organismos vivos, obviamente es una actividad humana, como lo es mirar al cielo a ver si llueve. La palabra “taxonomía”, entendida como una simple “clasificación”, aceptaría formas muy diversas de clasificar seres vivos, empezando por los propios intereses humanos. Definir “plantas comestibles” y “plantas venenosas” es una clasificación totalmente pertinente y utilitaria de la misma manera que podemos clasificar las nubes en “con forma de perrito” y “todas las demás”. Sin embargo, si lo que queremos es una clasificación que científicamente tenga algún sentido, debemos buscar un FUNDAMENTO objetivo que haga que nuestra clasificación sea contrastable y falsable por un señor en China que nunca ha sabido nada de nosotros.

En el caso de las nubes, podríamos pensar que al clasificarlas en cirros, cúmulos, estratos, etc, estamos indagando en que una serie de procesos físicos de la atmósfera comunes que dan como resultado unas agrupaciones de agua atmosférica con una serie de propiedades determinadas que se comportan de una forma conocida. Independientemente de los nombres empleados, seguro que los agricultores de Zarzalejos del Montesanto y de Villanueva del Avemaría reconocían los mismos rasgos en el cielo.

Ahora bien, ¿existe alguna manera objetiva, potencialemente falsable, de clasificar los seres vivos? Pues resulta que sí que la hay: agrupar a los organismos jerárquicamente en función de su árbol “genealógico”, o mejor dicho, filogenético. Cada grupo de organismos debe su sentido a la existencia en el pasado del mismo ancestro común para todos los elementos que lo integran. El problema, por supuesto, es que no conocemos con detalle ese árbol, y no lo conoceremos jamás con certeza absoluta. Son las sucesivas aproximaciones a la filogenia las que nos llevan a modificar la taxonomía, pero eso no quiere decir que el FUNDAMENTO cambie: el objetivo perseguido es siempre el mismo.

Fenología de insectos ibéricos

Como he dicho, el verdadero árbol filogenético nos es totalmente inaccesible, y cuanto antes lo asumamos, mejor. ¿Cómo podemos, desde el punto de vista teórico, reconstruirlo? El FUNDAMENTO teórico de la reconstrucción filogenética es la homología de caracteres. Si un rasgo está presente en un conjunto de organismos, y sólo en ellos, podemos postular que dichos organismos deben formar parte del mismo grupo asumiendo que ese rasgo es “el mismo” en todos ellos, es decir, que dicho rasgo apareció una única vez en la historia de la vida; estaba presente en el ancestro común de todos esos organismos (es decir, en el ancestro hipotético que nos permite delimitar el grupo) y lo han heredado de él. El rasgo en cuestión es homólogo y por lo tanto comparable. El problema, por supuesto, es que los caracteres que muestran los seres vivos son extraordinariamente plásticos y a menudo las apariencias engañan: lo que a primera vista puede parecer el mismo rasgo, quizá sea únicamente una semejanza externa, y ambos caracteres no tienen su origen en el mismo evento de aparición. En este caso hablaríamos de homoplasia, de una pista falsa, de ruido taxonómico.

"I think..." Cuaderno B. El primer árbol filogenético de la historiaPues bien, el trabajo de discernir lo que es homología de lo que es homoplasia es la verdadera dificultad fundamental de la taxonomía. El análisis de la variabilidad de los organismos a todos los niveles está lleno de incertidumbre. Si no existiese incertidumbre y toda la señal filogenética fuese inequívoca, la reconstrucción filogenética estaría libre de cualquier ambigüedad, y la clasificación global de todos los seres vivos sería una cuestión trivial de resolución inmediata.

Una reflexión interesante es que el estudio de la homología es muy anterior al Origen de las especies. Esta búsqueda de la homología, de desechar las “apariencias” y profundizar en lo “relevante” lo encontramos en Aristóteles al percatarse de que los cetáceos, pese a ser acuáticos, no eran “peces”. Los zoólogos y botánicos predarwinianos ya se dejaban los cuernos distinguiendo homología de homoplasia, pero no sabían por qué unos rasgos les parecían “más relevantes” o “más esenciales” que otros. Desde los primeros sistemas de clasificación llamados “naturales” se percibía que algunas características parecían más propicias como fundamentos taxonómicos de otras. Algunas posibles explicaciones atribuidas eran “planes divinos” o “diseños anatómicos”; la anatomía comparada se afanaba en analizar la integridad de los datos para delimitar taxones que parecían responder a un mismo “plan”. Estas reflexiones esencialistas recibieron una respuesta explícita en el libro de Darwin: la homología compartida no responde a un diseño común, sino a una historia común, a la presencia de un ancestro compartido. El nacimiento de la genética unas décadas después supondría la cristalización definitiva de este fundamento.

2. LOS DATOS

El único requisito necesario para que unos DATOS sean taxonómicamente útiles es que contengan información sobre rasgos homólogos. Los datos pueden ser de fuentes muy diversas, como caracteres anatómicos o secuencias de macromoléculas, pero en última instancia siempre buscamos lo mismo: una matriz de presencias y ausencias de rasgos homólogos que nos permitan inferir los vericuetos de la evolución.

Pongamos algunos ejemplos de datos morfológicos que proceden de la anatomía comparada. Consideremos primero el rasgo “presencia de vértebras”. Como las vértebras son unas estructuras muy definidas y particulares, parece poco plausible que haya orígenes independientes y postulamos que las vértebras aparecieron una sola vez en toda la historia de la Biosfera. A todos los descendientes de ese primer organismo con vértebras, y que en principio poseen vértebras porque las heredaron de dicho ancestro, se les engloba en un mismo grupo.

vertebrados

Ahora pensemos en otro carácter, por ejemplo, tener un cuerpo sin patas. Como vemos que muchos animales se mueven de forma parecida cuando no tienen patas, postulamos que la pérdida de extremidades fue un evento único que fue heredado por serpientes, luciones y anfisbénidos.

apodos

A priori los dos razonamientos son paralelos, pero como veremos en el siguiente punto, hay MÉTODOS que nos facilitan estimar con mayor precisión si nuestra elección de caracteres nos permite recuperar información filogenética (caracteres homólogos) o si nos estamos dejando llevar por el ruido (homoplasia).

Pongamos ahora por ejemplo un pequeño set de datos moleculares. En la figura de abajo se reproduce una breve matriz que compara una porción de la región espaciadora que hay entre dos genes del genoma cloroplástico de varias plantas. Las filas corresponden a la secuencia de nucleótidos (A,T,C y G) de cada espécimen (numerados del 1 al 13). Como se puede ver son todas bastante parecidas. Esto es así porque todas estas secuencias derivan de una secuencia común, por lo tanto son homólogas y útiles como fuente de datos. Sin embargo veremos que pese a usar un tipo de datos totalmente distinto de los morfológicos, los problemas a los que nos enfrentamos (filtrar la homoplasia) son exactamente los mismos que con los datos morfológicos.

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Fijémonos por ejemplo en la posición 1976. Todos los especímenes tienen en ese lugar una citosina (C), excepto los especímenes 12 y 13, que tienen una adenina (A). ¿Podemos considerar esa transversión de C a A un carácter de interés filogenético? Si basándonos en esta posición asumimos que los especímenes 12 y 13 merecen estar en el mismo grupo porque son los únicos que comparten esa “A”, estamos postulando que la transversión C->A tuvo lugar una única vez en el ancestro común de 12 y 13 y que por lo tanto la transversión es homóloga. Sin embargo, al igual que en los ejemplos anteriores, no podemos, a priori, descartar la homoplasia, es decir, que esa transversión ocurriera independientemente en dos eventos no relacionados. En este caso también nos estaríamos dejando llevar por el ruido.

Por supuesto, en ninguno de los dos casos nos limitaremos a examinar un único carácter, sino que emplearemos un set de DATOS tan grande como podamos y estudiaremos la coherencia de la información depositada en los estados de carácter. Esto entronca con la sección siguiente, la de los métodos, pero en este momento lo importante es tener cristalino que lo que determina la bondad de los DATOS no es su naturaleza (morfológica, molecular o mediopensionista), sino su contenido en caracteres homólogos. No hay intrínsecamente nada malo en los datos morfológicos. Son tan válidos hoy como en el siglo XIX siempre y cuando sepamos filtrar correctamente el ruido, la homoplasia. Y es que, ¡amigo!, cada tipo de datos viene con sus propios problemas.

La anatomía de los organismos puede llegar a ser tremendamente compleja, y advertir las verdaderas homologías una cuestión nada trivial. Durante siglos la anatomía comparada fue la única fuente disponible de información filogenética, y su estudio debe ser calificado como de rotundo éxito. Sin necesidad de ninguna ayuda extra, sino de la simple y cuidadosa observación, se pudo en su momento determinar relaciones nada evidentes y establecer que los cirrípedos son crustáceos y que los cnidarios y los ectoproctos no tienen nada que ver entre sí aunque se parezcan superficialmente. Por supuesto que los datos moleculares han revolucionado gran parte de lo que sabemos sobre filogenia, pero también validaron incontables éxitos de la anatomía comparada ¡y esto hay que decirlo más! Sin embargo, es cierto que a menudo la variabilidad morfológica es tan plástica, o tiene tantas lagunas que resulta muy difícil filtrar la homoplasia, y esto nos ha llevado a reconstrucciones (y clasificaciones) que han resultado ser erróneas. ¡Pero ojo! Esto NO es un problema del tipo de datos en sí, sino de los “sucios” que están por el ruido homoplásico.

¿Qué pasa con los datos moleculares? Exactamente lo mismo. Su naturaleza normalmente permite disponer de más cantidad de información, pero no necesariamente más limpia. Si nos limitamos a secuencias de ácidos nucleicos, cada posición sólo permite 4 posibles estados, y la homoplasia aumenta significativamente cuanto más lejanas son dos secuencias entre sí. Con el paso del tiempo, dos secuencias divergentes tienden a saturarse con coincidencias homoplásicas y parecen ser más cercanas de lo que en realidad les correspondería. A esto se le llama “atracción de ramas distantes” y es sólo uno de los casos en los que la homoplasia puede ensuciar un set de datos moleculares. De hecho es curioso que a veces la homoplasia morfológica puede ser detectada siguiendo ciertos criterios (topológicos, embriológicos…) pero la molecular no. Químicamente las adeninas de la posición 1976 son idénticas tanto si se han adquirido de forma homóloga como si se trata de homoplasia. Es materialmente imposible determinar su origen  con una certeza absoluta.

Los problemas particulares de cada set de datos no deben confundirse con una valoración general de lo aptos que son unos u otros: sabemos que tanto la anatomía comparada, la morfometría, la biología del desarrollo, el estudio de isozimas, los alineamientos, los microsatélites, etc, pueden ser fuentes valiosas de información filogenética, pero claro, hay que estimar cuáles son más útiles e informativos en un momento dado. y exprimirlos adecuadamente. Los datos nunca sobran. Cuanta mayor sea la cantidad de información derivada de homología de caracteres, mejor, más fácil será aclarar las ambigüedades derivadas de la homoplasia. Los DATOS de distintas fuentes son compatibles entre sí porque el FUNDAMENTO que se persigue es el mismo. Que hoy en día se usen ciertos DATOS se debe a su disponibilidad, pero no a que lo que se hiciese antes fuese incorrecto o a que algunos se hayan pasado de moda. Si hay homología, hay información filogenética útil. De hecho cada día son más frecuentes estudios de taxonomía integrativa, que intentan sintetizar información procedente de varias fuentes, y eso es interesante, porque a veces una de las procedencias puede sacar del atolladero a la otra y viceversa.

Al contrario de lo que mucha gente piensa, en la actualidad siguen siendo perfectamente aceptables trabajos taxonómicos clásicos, basados en el estudio morfológico. Podéis comprobar en cualquier revista del gremio de turno que esto sigue siendo así. También se ven descubrimientos de especies crípticas gracias al uso de filogenia molecular, a menudo sin ni siquiera incluir un análisis morfológico. Todo eso es aceptable, pero por supuesto, lo deseable es emplear, cuando los recursos y la experiencia lo permitan, la mayor cantidad de datos posibles y de tantas fuentes como sea necesario.

Que nuevos datos den más información y por lo tanto corrijan las clasificaciones pasadas no es una cuestión arbitraria o sujeta a modas y caprichos. Forma parte integral del avance científico. Hay que recordar en todo momento la enorme complejidad de este campo del saber. Por supuesto, los conflictos entre distintos sets de DATOS son posibles, e incluso habituales, pero que no cunda el pánico: no es el fin del mundo, sino más bien algo esperable cuando la señal filogenética no está clara, por ejemplo, por una homoplasia bestial. A menudo una investigación más profunda, que consiga más datos o menos “ruidosos” acabará decantando el fiel de la balanza. Mientras tanto no confundamos el resultado del último artículo de Nature con la verdad absoluta: hay que asumir que nunca veremos la filogenia real, sólo reconstrucciones parciales a partir de unos datos concretos, y que hay que considerarlos en perpetua “afinación”.

3. MÉTODOS:

Denomino “métodos” los diversos sistemas que se han usado y se usan para analizar los datos y extraer su información filogenética. Los métodos han cambiado mucho a lo largo de la historia de la taxonomía y es de esperar que sigan cambiando en el futuro. Esto es una de las razones por las que las clasificaciones pueden corregirse con el tiempo: si se desarrollan nuevas formas de extraer y filtrar la información de los datos, también es de esperar que nuestras clasificaciones sean cada vez más afinadas. Pero eso NO significa que se haya decidido cambiar el FUNDAMENTO ni que se hayan invalidado ciertos DATOS: siempre se busca lo mismo, una clasificación que se base en la filogenia, y siempre se obtiene a partir de información codificada en caracteres supuestamente homólogos.

cuvierEn los siglos pasados, ¿cómo decidía el botánico o zoólogo de turno qué caracteres comunes correspondían a homología y cuáles a homoplasia? En última instancia la elección dependía de su criterio experto. A primera vista no parece un MÉTODO muy objetivo, y ciertamente era bastante mejorable, pero poco más se puede pedir en una época sin ordenadores ni ingentes cantidades de DATOS. En realidad, el ejercicio de ojo crítico del taxónomo de toda la vida realmente se explica por un análisis (subjetivo pero no necesariamente deshonesto) de la integridad de dicha información: después de conocer a fondo la anatomía y la variabilidad morfológica de los organismos estudiados, el especialista hace una valoración de qué conjuntos de caracteres son de forma más plausible los que recopilaban rasgos homólogos y sus sucesivas variaciones, con mayor o menor fortuna.

Por eso, la disponibilidad de sets de DATOS de naturaleza independiente constituyen una fuente riquísima de información. No sólo amplían la potencial cantidad de caracteres homólogos a estudiar, sino que además se convierten en una forma extraordinaria de comprobar la coherencia de las distintas fuentes entre sí, y sospechar que se va por el buen camino, o que algo se puede estar escapando.

Independientemente de lo dicho en el párrafo anterior, la preocupación por encontrar MÉTODOS cada vez más objetivos de analizar los DATOS hizo que se desarrollaran distintas escuelas encomendadas al tratamiento de la información contenida en los DATOS de toda procedencia. Ni qué decir tiene que esta etapa estuvo estrechamente ligada al desarrollo de los ordenadores a lo largo del siglo XX. Así, hablaremos de cálculo de distancias, de fenética, de parsimonia, de cladística, de probabilística, etc. Cada vez hay métodos más sofisticados, pero todos buscan lo mismo: extraer la homología de los datos y filtrar la homoplasia. El resultado final es una reconstrucción filogenética, de la que se deriva inmediatamente la clasificación. A tener en cuenta: por muy sofisticado y chachi-mega-cibernético, polémico o novedoso que sea el MÉTODO, éste nunca supone un cambio en el FUNDAMENTO (Asa Gray en el siglo XIX básicamente trataba de hacer lo mismo que hoy pretende el Angiosperm Phylogeny Group) y además se puede aplicar a todo tipo de DATOS (morfológicos y moleculares, por ejemplo).

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En los ejemplos anteriores, un zoólogo acabaría decidiendo que la presencia de vértebras es homóloga para todos los organismos que las tienen porque son muchos otros los caracteres que de forma coherente también parecen indicar la existencia de un ancestro común para todos ellos. Sin embargo, la existencia de reptiles ápodos (serpientes, luciones y anfisbénidos), no parecen correlacionarse con una cantidad muy superior de otros caracteres (por ejemplo, óseos) y llegaría a la conclusión de que la integridad de los datos parece indicar que la pérdida de patas tuvo lugar en tres eventos independientes. En el caso del alineamiento, diríamos que es muy probable que la transversión C->A en la posición 1976 tuviera lugar en un ancestro común de los especímenes 13 y 14 porque comparten muchas otras mutaciones únicas (posiciones 1972, 2007 y 2009). Hoy en día, los ordenadores tratan de hacer una consideración a gran escala, integrada y objetiva, de este tipo de deducciones.

Los MÉTODOS modernos no es que sean subjetivos, pero están constreñidos por una serie de postulados teóricos que cambian con relativa rapidez (¡Insisto! Sin afectar al FUNDA… vale, sí, ya lo vais pillando). Por ejemplo, nuestras reconstrucciones filogenéticas siguen buscando resolverse en dendrogramas dicotómicos, y eso es una constricción teórica que limita hasta cierto punto el tipo de resultados que podemos obtener. Otras polémicas como el papel de la transferencia horizontal de genes, la consideración que merecen los grupos parafiléticos y los fundamentos de la delimitación de especies dependiendo de los distintos conceptos son algunos de los ejemplos que nos demuestran que este campo es muy activo y cambiante. sin embargo creo que es un error interpretar esta actividad como una debilidad o inestabilidad de la taxonomía. Como se ha dejado claro arriba, es nuestra incertidumbre a la hora de reconstruir la filogenia la única responsable de que estemos siempre ampliando y corrigiendo las clasificaciones, pero esto no obedece a cambios caprichosos de opinión o a querer “dedicar una especie al mi cuñado”.

Como viene al caso, hagamos un pequeño paréntesis para hablar de ética. Es cierto que hay motivaciones deshonestas que pueden llevar a un taxónomo a tomar decisiones simplemente para beneficio de su ego (“dedicar la especie al cuñado”, o que tu nombre se “inmortalice” como la autoridad de un taxón). Este conflicto de intereses puede existir, pero no se diferencia en nada del que afecta potencialmente a cualquier científico que quiera publicar: alteración de los datos, atomización de la información para sacar más publicaciones, etc. Una característica de la ciencia es que su código de conducta se supone regulado por los propios científicos. Por desgracia hay científicos deshonestos en todos los campos, y de vez en cuando salta algún escándalo que nos lo recuerda. Sin embargo no creo que esto deba entenderse como motivo para pensar que la taxonomía se hace a golpe de ego; a fin de cuentas la publicación de nuevos taxones se hace también tras una revisión por pares.

4. NOMENCLATURA

La delimitación de taxones está íntimamente ligada a su nomenclatura, pero es muy importante saber distinguir ambos aspectos. Nombrar algo (asignarle una sucesión de fonemas) es siempre un ejercicio arbitrario, y la nomenclatura taxonómica no es una excepción. Por supuesto, al igual que en el lenguaje, existe un código que hay que seguir, pero en última instancia lo que nos interesa es la posibilidad de comunicarnos y de referirnos sin ambigüedades a un taxón concreto y no a otro.

pommePor eso poco nos importa que Quercus pyrenaica no esté en los Pirineos o que Citrus sea el nombre que daban los romanos al actual Tetraclinis articulata, y no al naranjo, del que no conocerían ni su existencia o que haya muchos Homo sapiens bastante idiotas. Los códigos de nomenclatura son farragosos y somníferos, pero cumplen una función formal. Sus posibles polémicas y discusiones son al margen de las que puedan afectar a cuestiones puramente taxonómicas.

Si con motivo de una actualización en la taxonomía (por ejemplo, porque una nueva fuente de DATOS clarifica una relación filogenética que antes se interpretaba erróneamente) se cambia una especie a otro género, se sinonimiza una especie o se hace cualquier perrería nomenclatural, esto no significa que los taxónomos estén chalados, que no se aclaren, o que se haya puesto de moda tal o cual criterio. Son simplemente las consecuencias esperables de un trabajo coherente que está sin acabar y que es MUY complicado (y muy incomprendido).

Sorprende mucho comprobar cómo la gente confunde los nombres científicos (que son simples etiquetas, simples índices sin contenido) con el taxón al que pretenden designar. Los nombres escogidos siempre son arbitrarios, como lo son, como se viene aplicando desde hace tiempo, los rangos linneanos (a excepción de la especie, que es otro tema), que en la práctica se usan como balizas de referencia, pero que están vacíos de significado. Es más, el código entero de nomenclatura podría cambiar de la noche a la mañana y no afectaría ni un ápice a la taxonomía en sí y a sus propios problemas que se han comentado antes. Por ejemplo, hay una propuesta de adoptar un código nomenclatural universal, racionalista y sin fisuras ni atavismos jerárquicos conocido como PhyloCode. Técnicamente hablando, esto podría hacerse mañana. El principal obstáculo para adoptarlo es que supondría un trastorno colosal ponerse a cambiar tres siglos de nomenclatura (y sí, también la inercia esperable). No parece que compense un cambio tan grande cuando el objetivo de la nomenclatura (la comunicación científica efectiva) se viene cumpliendo sin problemas con los códigos de siempre. Es cierto que los códigos de nomenclatura tienen sus propios problemas y controversias, pero al igual que ocurre con las unidades de medida, la verdadera utilidad de un código de nomenclatura es que todos usemos el mismo para poder comunicarnos y entendernos.

Una cosa más. La nomenclatura, pese a su función meramente deíctica, no es un capricho. Esto no sé cómo explicarlo, seguro que un psicólogo o un lingüista lo hace mejor, pero digamos que la mente humana necesita ponerle un nombre a las cosas y los conceptos para poder utilizarlos. El conocimiento taxonómico llega a su punto de destino cuando el grupo estudiado recibe su etiqueta para que podamos procesar, archivar, almacenar y transmitir esa información.

Bueno, y si habéis llegado hasta aquí, después de mis felicitaciones, os animo a que volváis a leer las citas taxoescépticas del comienzo del post. Si he cumplido mi objetivo, podríais contestar a todas ellas.

He añadido en el título “versión beta” porque seguro que me he dejado cosas en el tintero. Espero irlo completando especialmente si recibo ayuda para ello.

Este post participa en el XX Carnaval de Biología que se aloja en Forestalia


Archivado en: Ciencia y naturaleza

La nevada, sin más

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Parte 1. Viernes 8 de febrero, 22:45

Una de las cosas que más temía de venirme a Connecticut era el invierno. Hasta ahora siempre había disfrutado de visitas otoñales, con todo el encanto cromático de los bosques de Nueva Inglaterra listos para disfrutar. El invierno quedaba en los mitos y leyendas que me contaba un doctorando panameño y buen amigo que sufría como pocos el aislamiento del “rincón tranquilo de Connectituc” combinado con el azote de los rigores invernales. Como uno se lo venía venir, me pertreché (o me pertrecharon) de buen abrigo, botas, calcetines, ropa interior térmica, guantes, la bufanda que Marple me regaló el año pasado (y que no usé en Madrid) y el gorrito tipo aviador (que tampoco pude usar en la meseta carpetovetónica durante el templado invierno pasado). Y de esta guisa vengo disfrazándome más o menos desde finales de noviembre. Poco importa que cierta fauna autóctona se pasee por el campus sospechosamente ligera de abrigo. Ande yo caliente…

La primera nevada cayó a finales de octubre, creo. El autobús se retrasó una hora. Alguna más ha caído y me dieron la oportunidad de experimentar sensaciones nuevas, como la de mancillar con mis pisadas la nieve absolutamente virgen con la que se me recompensaba por ser el más madrugador de mi calle. La nieve es bonita, da luminosidad al invierno y tal, pero una vez que deja de estar esponjosa y liviana y se vuelve sucia y resbaladiza ya sobra. Haber llegado a esta conclusión me hacía pensar que a estas alturas ya tenía despachado todo lo que la nieve podía ofrecerme, pero ¡no! Aún me faltaba conocer cómo era una nevasca. Desde hace unos días sabíamos que hoy viernes comenzaría una fuerte nevasca, tormenta de nieve, o ventisca de nieve (palabros que hasta hace un rato nunca había usado); lo que aquí llaman blizzard y que pese a tener nombre de quitamanchas es una nevada del copón, con fuertes vientos e incluso con aparato eléctrico. Le pusieron nombre y todo, como a los huracanes: Nemo.

Como aquí todo es superlativo y no hay lugar para las medias tintas, hasta cuando hablan del tiempo lo hacen sin medida, y en el fondo me gusta porque explican  con bastante profundidad los porqués de la meteorología. ¡Los tíos frikis de Accuweather y Weather.com se tiran hablando largo y tendido sobre los distintos modelos predictivos, en qué son mejores unos respecto a otros y detalles por el estilo! De verdad que lo hacen bastante interesante; no se limitan a dar una previsión, te explican por qué y qué factores pueden influir en el desarrollo de un fenómeno atmosférico. Pero al grano: resulta que se ha juntado la convergencia de dos borrascas bastante profundas que vienen de los Grandes Lagos y de la costa atlántica respectivamente, con una masa de aire frío estacionada en Canadá. Esto provocaría lluvias intensas en la costa y nevadas prolongadas en el interior de Nueva Inglaterra y, a partir del mediodía, nevadas muy intensas y continuadas, fuertes vientos, etc, que se prolongarán durante toda la noche. Los distintos canales meteorológicos hacen incluso unos mapas estimando cuánta nieve va a caer en cada zona, y aquí en el noreste del estado estamos en todo el mogollón.

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Hasta el momento en el que escribo esto, la previsión se ha cumplido al milímetro, igual que cuando el huracán Sandy. De entrada el sistema de mensajes de alerta por SMS de la universidad ya nos dijo ayer por la tarde que no nos molestáramos en intentar ir al campus el viernes. Yo, que soy muy obediente, y sobre todo, que dependo de una línea de autobús muy sensible al mal tiempo, me he desayunado mi bagel a la plancha con sirope de arce y una taza de café mirando cómo nevaba plácidamente por la ventana. Y tan a gusto. Así se ha tirado todo el día hasta que por la tarde, como quien no quiere la cosa, se ha puesto a nevar como si no hubiese un mañana. La gente, como loca, saliendo a despejar con la pala las aceras (se ve que no hay que en estos casos no hay que esperar mucho, no vaya a ser que se endurezca la nieve del fondo) y las quitanieves a pleno rendimiento.

Estas tormentas son relativamente frecuentes por aquí. Recuerdo a los que no lo sepan que no es que esté a una latitud muy alta (más o menos la de Barcelona), pero como aquí no nos llega la benéfica Corriente del Golfo y sus cálidas aguas, sino que más bien sufrimos los coletazos de la gélida corriente del Labrador, las temperaturas invernales suelen ser más frías. Es pronto para decir cómo de terrible está siendo la tormenta. Si tuviese que fiarme de lo que dicen en las noticias, va a ser histórica, pero aquí les pasa como en España, que son bastante dados a exagerar. La tormenta de referencia es la de 1978. Todos los que estaban vivos la recuerdan y los que no han oído hablar de ella; he hecho la prueba y os confirmo que es cierto. Ocurrió también por estas fechas y en unas condiciones similares a las de hoy (convergencia de dos borrascas con una masa de aire frío), y quizá por eso están todos un poco alterados. En aquella ocasión, sabían que iba a nevar, pero no esperaban tanta cantidad. Cuando se vio que la cosa se ponía difícil, las oficinas de Hartford dieron permiso a sus empleados para irse antes a casa… todos a la vez. Se formaron unos atascos monumentales y entonces se desató la tormenta. La gente tuvo que abandonar los coches y salvarse como pudo (hubo varios muertos). ¡Abandonar el coche! ¡En Estados Unidos! ¡Noooooooooo! ¡Qué espeluznancia! Los pueblos se quedaron desabastecidos durante días, y cuando llegaron las mercancías a los supermercados, ¡la gente iba andando porque aún no se podía circular! ¡Andando! ¡Al mercado! ¡Llevando las bolsas en la mano! Puede parecer que estoy de coña, pero no es así. Este tipo de detalles dramáticos los cuentan en un documental sobre esa nevada. No os lo enlazo porque es muy malo, pero pongo algunas fotos.

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Imágenes de los coches abandonados tras la tormenta de 1978

En definitiva: que la oficina internacional de la universidad volvió a mandarnos un email informativo para que nos preparáramos, igual que en el caso del huracán: hacer acopio de agua y comida, conseguir una linterna, cargar la batería del kindle (esto es una adición mía) y prepararse para posibles cortes de suministro eléctrico.

Y de momento así ando. Son las 22:45 del viernes y ya han caído 40 centímetros de nieve.

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Estas fotos son desde la puerta de casa. No me he atrevido a aventurarme más, de momento.

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Parte 2. Sábado 9 de febrero, 13:00

La nieve y el viento han seguido durante toda la noche. Al despertarme seguía cayendo con intensidad. De nuevo, desayuno como un señor y uso la escoba (ayer me bastó el paraguas) para comprobar que han caído más de 70 cm de nieve.

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Vistas de la ventana de la cocina, cuando llegué en octubre y hoy, con un sofisticado sistema para medir la profundidad de la nieve

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Vistas de la ventana del salón, en el idílico otoño y tras la nevada

¡La madre que le parió al Nemo! La gente no es que despeje las aceras, es que hace trincheras para poder ir de un sitio a otro. Tras más de 30 horas ininterrumpidas nevando, la cosa ha empezado a relajarse y no sin recelo me he decidido a abrigarme y a salir de casa. Se supone que en mi alquiler está incluido el servicio de quitanieves, pero no parece que tengan mucha prisa. Como buenamente he podido he salido de casa, tanteando inútilmente los escalones, con la nieve por la cintura.

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Desaguisado para poder salir de casa. Casi me descalabro

Y como prometí ayer a propios y extraños, me he dado un paseo para hacer unas cuantas fotos. Pinchar para ampliar, y que nos sea leve.

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Caligrafía nacional

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La divagación irrelevante del momento: ¿Se os ha pasado por la cabeza alguna vez que la caligrafía puede tener patrones… nacionales? Hasta hace unos años me había parecido que la caligrafía era más bien algo muy personal, con más variabilidad intranacional que internacional, pero acabé sospechando que sólo en parte. Una vez hablando con uno de mis amigos griegos (uno con el que empecé teniendo correspondencia en papel, ¡qué tiempos!, y que por lo tando conocía mi letra) me dijo que le hacía mucha gracia cómo escribía la “z”, por aquello de cruzarle un trazo por el medio. Nunca había pensado en aquello, pero ciertamente él no lo hacía y no parecía que nunca se lo hubiese visto hacer a nadie excepto a mí. Fijándome a mi alrededor me di cuenta de que aunque había bastante variabilidad, era corriente que la gente cruzase la “z” y el “7″. Me parecía que quizá era algún tipo de sistema para evitar confusiones con el “1″ y el “2″, pero no sabía muy bien de dónde vendría aquello ni qué “fronteras” tenía esa costumbre, y sigo sin saberlo.

Por aquí por el yanqui, veo diariamente tubos, etiquetas, apuntes y notas de mucha gente, y nadie cruza el “7″ ni la “z”. Además me he dado cuenta de otra diferencia a la hora de escribir el número “2″, de una forma que me hubiese parecido un tanto infantil, exagerando mucho el bucle. Al principio pensaba que era de una persona en concreto, pero llevo fijándome varios días y en secretaría, en la oficina de correos… en todas partes trazan el “2″ con un bucle enorme, independientemente de la edad, el sexo la ocupación o cualquier otra cosa que no parezca ser la nacionalidad. Incluso los “6″ me parecen distintos, como muy inclinados.

Evidentemente si no tuviese nada mejor que hacer, sería estupendo llevar a cabo una encuesa científica sobre este tema tan apasionante, pero mientras tanto, lo dejo caer por aquí a ver qué os sugiere.

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A la izquierda, el siete, la zeta, el dos y el seis como los escribo yo, a la derecha, idealización de cómo los veo escritos aquí. Ojito con el “2″, que de verdad que lo escriben así.


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Con el móvil hasta en la cama

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Quizá porque me cuesta conciliar el sueño (sin duda debido a mis ponzoñosos pensamientos), valoro mucho lo que es un descanso reparador y un buen despertar. En su día ya os conté el idilio amoroso que tenía con mi despertador (idilio interrumpido como tantas otras cosas con mi traslado al yanqui). El despertador de marras tenía dos características molonas: que combinaba una lámpara de mesilla que se enciende gradualmente conforme se acerca el despertar y que en lugar de un horrendo pitido incluía una colección de sonidos campestres que eran los encargados de despertarte, también de forma gradual. La verdad es que aunque el madrugón no te lo quita nadie, es mucho más agradable despertarse poco a poco a lo largo de diez minutos, casi sin darte cuenta.

Otro problema persistía. A veces, independientemente de que duermas muchas horas, te despiertas hecho un trapo, y otras en las que duermes menos, te sientes más animado a salir de la piltra. La sabiduría popular, no sé si suficientemente contrastada, nos dice que esto tiene que ver con despertarse en mitad de una fase REM (si la interrumpes te quedas ya tocado para todo el día) o en una fase de sueño ligero; fases que se van alternando a lo largo de la noche. Lo difícil, claro está, es cómo controlar la duración y alternancia de dichas fases, ¡y hacérselo saber a tu despertador!

Sin embargo, nuestra capacidad de complicarnos la vida es insuperable y mirad lo que he encontrado por ahí:

La idea está clara: pones el listófono en el colchón, y su acelerómetro monitoriza cuánto te mueves. El teléfono interpreta los periodos de poco movimiento con una fase REM (sueño profundo), en las que el cerebro está activo y se producen la mayoría de los sueños, pero el cuerpo generalmente se mantiene atónico. Las fases de sueño profundo se alternan con otras de sueño ligero en las que se producen más movimientos. El teléfono conoce la hora límite a la que debes despertarte y un intervalo previo de tiempo que tú eliges (por ejemplo, 30 minutos) en los que, si detecta una fase de sueño ligero, puede despertarte. Como no podía ser menos, el tono del despertador también incluye una surtida colección de sonidos que puedes programar con volumen creciente para un comienzo del día menos brusco. Una cucada.

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El gráfico superior es de un día que dormí bastante bien. La aplicación estimó un 56% de sueño profundo y me despertó en una fase de sueño ligero. El gráfico inferior es de una nochecita toledana que la pasé tosiendo. Sólo un 30% de sueño profundo.

El fundamento parece sencillo y tiene sentido, aunque sospecho que sólo es capaz de estimar de forma aproximada las fases del sueño y su duración. Llevo probando la aplicacioncita sólo unos días y la verdad es que me ha enganchado, porque combina mi interés obsesivo por el sueño con el placer científico de conseguir series de datos acumulativas y un registro completo de tu actividad nocturna. Me fascina ver por la mañana cómo se han alternado durante la noche fases de mucho y de poco movimiento, algo totalmente cotidiano pero de lo no nos damos cuenta.

Hasta tal punto he picado, que hasta he pagado por la versión desbloqueada (con acceso a mogollón de estadísticas molonas).

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Y mirando esto te puede dar la hora de dormir

Otras cosas opcionales que hace el invento:

- Despertador inverso: te avisa de cuándo debes irte a dormir para dormir las horas que deseas (un poco inútil pero nunca está de más).

- Estadísticas de cosas muy molonas, como déficit de sueño acumulado, promedios del momento de la noche en que te quedas dormido, horas óptimas en las que irse a dormir…

- Nana: reproduce “ruidos blancos” o sonidos campestres o meteorológicos para ayudarte a conciliar el sueño. El volumen baja progresivamente a lo largo de un intervalo de tiempo dado hasta quedar en silencio. Esto me está encantando y es especialmente útil cuando la madera del suelo cruje estrepitosamente con los cambios de temperatura como pasa en mi actual apartamento. Nada como ponerse cantos de ballena para quedarse frito.

- Grabación de sonidos: puedes pedirle al teléfono que te grabe durante la noche (ronquidos, hablar en sueños,… psicofonías), si te atreves, claro. Se acabó el “yo no ronco”.

- Despertador captcha: ¿No os pasa que a veces automatizais el gesto de apagar el despertador? Si esto supone un problema, ponéos un captcha, que puede ir desde un juego visual hasta resolver una operación matemática de dificultad variable. Está bien pensando, pero es una guarrada.

- Inducción de sueños: puedes programar la aplicación para que reproduzca sonidos durante las fases REM. supuestamente esto estimula la capacidad de tener sueños lúcidos y fáciles de recordar. Lo probé una noche y sí que es cierto que recordé uno de los sueños que tuve (la verdad es que casi nunca los recuerdo), pero no sé si fue por esta función (que me pasó desapercibida) o por algún tipo de efecto placebo.

Me jode hacer publicidad directa, pero en el vídeo de Youtube pone cómo se llama la aplicación por si os interesa. Me consta que hay equivalentes para teléfonos de Apple. Por supuesto la aplicación tiene un “pero” importante cuando no se duerme solo, y es que parece difícil que distinga las fases del sueño de cada una de las personas que comparten cama. Cuando se me reconcilie la vida laboral y la familiar (en las próximas semanas) ya veré si se me ocurre alguna idea (calibrar el sensor al mínimo y enganchártelo en el tobillo con el brazalete de salir a correr o algo así), pero de momento aquí sigo yo  de lo más entretenido. Eso sí, ya han conseguido que me lleve el móvil hasta a la cama.


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Los osos polares que se volvieron pardos a base de polvos

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Otra reflexión invertebrada sobre los conceptos de especie

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Esto que voy a contar aquí es un corolario de este artículo de divulgación (que a su vez es un comentario de este estudio). Al contrario que el hipster gafapasta autor del susodicho artículo (no los autores del estudio, que es para quitarse el sombrero), intentaré no irme por las ramas e intentar llevaros directamente a una de las ideas que más me han entusiasmado sobre este descubrimiento, y que como ya os imaginaréis, tiene que ver con ese asunto tórrido, excitante y lujurioso que es el de la ontología de las especies y que tanto me gusta.

Como decía, intentaré ser breve.

Premisas

Entre las muchas especies de osos que se reconocen, están los inconfundibles osos polares (Ursus maritimus) y los osos pardos (Ursus arctos). Se considera que ambas especies están muy estrechamente emparentadas, a pesar de que el oso polar supone toda una rareza en el mundo osuno tanto a nivel morfológico como ecológico.

El oso pardo vive en una región muy extensa del hemisferio norte, por lo que como es de esperar presenta una variabilidad genética muy amplia. Tampoco sorprende mucho que el oso polar sea mucho más singular e invariable a este nivel.

Desde hace tiempo se sabe que los osos pardos y polares hibridan dando lugar a individuos fértiles, tanto en cautividad como en estado salvaje y no se ha acabado el mundo, que se sepa.

Hace tiempo se descubrió con gran sorpresa que los osos pardos del archipiélago ABC del sur de Alaska (así llamado por comprender las islas de Admiralty, Baranof y Chichagof), aislados y a más de 1.2oo km del oso polar más cercano, tienen un genoma mitocondrial idéntico al de los osos polares. Pese a que ha habido varios intentos, nadie había explicado de forma convincente qué pintaban estos osos en toda esta historia.

Resultados del estudio

Esta gente, vaya usted a saber cómo, extrajeron material genético de un puñado de osos polares, un oso pardo “normal” y un oso pardo de las islas ABC, y le aplicaron la secuenciación a tutiplén. Después hicieron muchas cosas molonas con los datos y llegaron a varias conclusiones:

- Los osos polares son genéticamente muy uniformes, los pardos no tanto (como ya se sabía).

- El genoma nuclear del oso pardo de las islas ABC tiene en una pequeñísima pero significativa proporción (0.75%) de genoma de oso polar, así hablando en términos generales.

- Sin embargo, si examinamos sólo en cromosoma X, esa proporción es de un nada desdeñable 6.5%.

¿Qué carajo ha pasado aquí?

Pista: el genoma mitocondrial se hereda exclusivamente por vía materna. El cromosoma X, si bien está presente en los dos sexos, está presente con doble copia en las hembras.

Modelo más plausible

Durante el último máximo glacial, el sur de Alaska era bastante diferente a como lo vemos hoy. No había salmones ni bosques de coníferas sino que probablemente se trataba de un paraje mucho más ártico donde los osos polares campaban a sus anchas. Cuando los hielos se retiraron, algunos osos polares permanecieron en el archipiélago ABC. Con el tiempo su color quizá desentonaría en una costa cada vez más templada, pero ¿qué narices? se las apañaron para vivir más o menos dignamente.

De forma inevitable, el clima templado trajo consigo la flora y fauna de la taiga, y entre ella,  a los osos pardos. Es interesante puntalizar que los osos de esta especie que más se alejan de las poblaciones nucleares son los machos jóvenes y trotamundos que buscan aventura y oportunidades en otras poblaciones. Al parecer no sería de extrañar que en una Alaska ya repoblada de osos pardos, los machos jóvenes acabaran cruzando el estrecho brazo de mar que separa las islas ABC de la Alaska continental, encontrándose un exótico y sorprendente edén ártico con osas de buen ver. No es necesario entrar en detalles sobre si los machos de oso pardo tendrían más éxito adueñándose de los territorios de las islas ABC, basta tener en cuenta que a partir de cierto momento el flujo de machos pardos a las islas ABC sería continuo, durante generaciones, durante milenios, mientras que la población de osos polares nunca recibiría ningún refuerzo, pues sus congéneres más próximos se encontraban ya a más de mil kilómetros al norte. Era cuestión de tiempo que los machos pardos (y más concretamente los cromosomas de sus espermatozoides) fuesen, literalmente, erosionando el acervo genético polar al irse hibridando con la población local. Al principio serían una clara minoría, pero el flujo constante de genoma pardo en una población polar acabaría disolviendo con el tiempo casi todas las trazas de tan nobles ancestros. Sin embargo, puesto que los inmigrantes en las islas siempre son machos, el genoma mitocondrial (que se hereda estrictamente por línea materna) permanecería intacto. Asimismo, el cromosoma X, presente por partida doble en las hembras, acabaría reteniendo más genoma polar que los autosomas.

Implicaciones

Por increíble que pueda parecernos, esta historia es la que resulta más coherente con los datos de los que disponemos, y que además es perfectamente plausible desde el punto de vista biológico. Ahora bien ¿qué consecuencias tiene esto desde el punto de vista sistemático? ¿Cómo definiríamos a  los osos de las islas ABC?

Llegado este punto, si empezamos a hacernos preguntas sobre especies, cada uno sacará su concepto fetiche del armario. El partidario del concepto ecológico lo tendría claro. Igualmente le pasaría al zoólogo de toda la vida: las diferencias entre osos pardos (sea cual sea su zona geográfica) y los osos polares es tan evidente que la duda ofende. La aplicación de estos conceptos ignoraría totalmente el resultado de este estudio y la portentosa transmutación de la población de las islas ABC.

Podría pensarse que el concepto biológico de especie y su aislamiento reproductivo nos resolvería la papeleta, pero no suele ser así. Este sería un caso de libro en el que un defensor del concepto biológico defendería que osos pardos y polares son en realidad miembros de la misma especie. Sorprendería mucho ver a partidarios de esta opinión, y al menos yo no tengo noticia de ello, en parte porque no tendría mucho sentido, y en parte porque en esencia, las poblaciones polares y las pardas sí que están básicamente aisladas reproductivamente. El hecho de que no hayamos presenciado hibridaciones no quiere decir que no las haya de forma regular (como se sabe que ocurre gracias a la huella genética que dejan) sin ser ello óbice para que los partidarios de este concepto sigan reconociendo aislamiento reproductivo.

El concepto filogenético difícilmente llegaría a ninguna conclusión, o mejor dicho, dependería mucho de qué set de datos escogiésemos. Si nos diera por usar el ADN mitocondrial, tendríamos un buen berenjenal que resolver, por ejemplo reconociendo tácitamente a los osos de la isla ABC como una especie críptica de osos polares (estas cosas se hacen mucho). Si los marcadores escogidos hubiesen sido nucleares, seguramente ni nos hubiésemos enterado de que los osos de las islas ABC son un tanto especialitos. En realidad, lo que tenemos aquí es una reticulación de libro en el árbol filogenético, una anastomosis entre dos ramas (¡anatema hennigiano!, ¡pecado cladístico!). Si contamos la historia se entiende a la perfección, pero los métodos estadísticos que usamos para reconstruir filogenias suelen forzar siempre la historia de las estirpes en forma de árbol dicotómico (esta es una de las restricciones metodológicas a las que hice mención en su día). Es interesante además que estas reticulaciones, estas transferencias horizontales en el árbol, son carne de cañón para interpretaciones rarunas llenas de transposones y de elementos de esos que hace que se le caiga la baba a los autodenominados neolamarckistas, pero es curioso cómo hemos visto que se pueden explicar incluso con la más ortodoxa y vertical de las herencias sin necesidad de un deus ex machina.

Así pues, tenemos dos entidades biológicas que a día de hoy son perfectamente reconocibles y distinguibles entre sí por multitud de criterios distintos, pero ninguno de ellos encaja con facilidad el hecho científico de que una de ellas se haya convertido en otra, cálida y rítmicamente empujada por los ardorosos envites de los osos en celo. Literalmente. Este ejemplo es cojonudo para entender que los conceptos de especie son herramientas para reconocer las propiedades emergentes que dichas especies tienen, pero no son definiciones en sí. Si lo fueran estaríamos asumiendo una posición esencialista de un fenómeno natural que intentamos entender y delimitar pero cuya plasticidad se resiste a nuestros encorsetados fonemas. Nunca me cansaré de recomendar los siguientes artículos sobre este tema, que cambiaron mi vida:

De Queiroz, Q. 2007. Species Concepts and Species Delimitation. Syst. Biol. 56: 879-886

Pigliucci, M. 2003. Species as family resemblance concepts: The (dis-)solution of the species problem? Bioessays 25: 596-602


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Pequeñas frustraciones (#LivinginAmerica)

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Toca un post de cotilleos, para desengrasar. Le tomo prestado el hashtag a Mortiziia, que aunque ya no es vecina mía, mucho me ha aportado desde que soy newcomer en los States. Lo que sigue es una lista desordenada de situaciones frustrantes o molestas de vivir por aquí. “Tragedias de primer mundo”, choque cultural que no llega ni a roce o simples curiosidades, sin orden ni concierto.

Los grifos de la ducha

Por qué el “país más poderoso del mundo” se empeña en poner en sus duchas y bañeras una llave diseñada por Satanás es algo que no consigo comprender. Vaya donde vaya, en todas las casas donde he estado, así como en los hoteles, el grifo es una variante de este tipo:

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Un único mando, maléficas intenciones. El grifo se gira e inmediatamente sale agua de la ducha con toda la presión, ya que ésta no se puede regular: el grifo sólo regula la temperatura. La novatada suele ser tal que así: abres el grifo un poquito esperando un chorrito para ir tanteando pero te azota el agua fría en todo su esplendor. Hay que girar el grifo casi hasta su tope para que salga agua caliente, cosa que suele llevar unos segundos. Lo suyo es abrir el grifo muy de golpe, con mucha decisión, directamente al agua caliente, pero requiere práctica y tino, y el agua siempre sale fría al principio, y si te pasas te escaldas. Tras varias semanas de pruebas, al final acabas abriendo el grifo fuera de la ducha y esperando a que se caliente antes de entrar. Digo yo, que qué les costaría poner un monomando que regule también la presión. Eso por no hablar de lo que se echan de menos las alcachofas con las que dirigir el agua donde uno quiera, pero no… éste y no otro es el American way. Sorprende, con la de formas que hay de regular presión Y temperatura que tengamos que conformarnos con esto, pero es lo que hay. Ahora, y sobre todo en pleno invierno, abro el grifo de la ducha un ratito antes de meterme, con la consecuente pérdida de energía y agua. Es como cuando salgo de casa por las mañanas en invierno y, de camino al autobús, veo coches aparcados encendidos y vacíos. Interpreto que sus dueños quieren caldearlos antes de entrar y los dejan encendidos mientras desayunan.

El timo de las yard sales inexistentes

Los apartamentos en alquiler ya amueblados no se estilan mucho aquí. Recuerdo que mi primera visión del que ahora (y posiblemente sólo hasta octubre) es mi apartamento no pudo ser más deprimente. Casi a oscuras, con una única bombilla en la lámpara, vacío y bajo los efectos del jet lag (yo, claro, no la casa). Aquello parecía más un zulo que una residencia. Austero que es uno (sobre todo una vez que resolví el asunto de internet), no me importó pasar alguna que otra semana durmiendo en una colchoneta y comiendo encima de una caja de cartón, pero llega un momento, cuando descruzas los pies por tercera vez para que no se te duerman durante la cena, en el que uno empieza a plantearse que lo mismo hacen falta unos muebles. Los enteradillos de turno te informan en España que ¡no debes preocuparte! pues “constantemente hay yard sales (mercadillos de jardín, vaya) en los que la gente quiere deshacerse de sus trastos y te amueblas la casa en un periquete y por cuatro duros”.

Lo que esos enteradillos nunca te dicen es que las yard sales se hacen en verano, y que si llegas en octubre estás jodido. Mira que busqué y busqué, y ni una puñetera yard sale en todo el pueblo. No es, desde luego, un recurso con el que haya que contar. Lo más parecido fue aquel día en el que un señor sacó algunos muebles a la acera para venderlos, aún cuando yo andaba con la caja de cartón (pero ya con cama gracias a Sleepy’s). De los “ítems” que me ofrecía este buen hombre había:

1. Una mesita del Wal Mart (desvencijada y por casi un la totalidad del precio original. Lo sabía porque las había estado mirando)

2. Un sofá en profundo estado de ruina que amenazaba con provocar una luxación lumbar con sólo mirarlo. 200 dólares

3. Una mesa de comedor y cuatro sillas (¡cuánto me hacían falta una mesa y sus sillas correspondientes!). Viejas y feas. Muy feas. Eran de ese estilo diabólico que se puso de moda en los 70. Hedían a rombos, a gafas enormes, bigotazos y Varon Dandy. 180 dólares todo. Ni regalado vamos.

Le dije al buen hombre que me lo pensaría. Me lo pensé aproximadamente una milésima de segundo cuando durante su visita en noviembre, Alfie y yo solucionamos finalmente el problema del mobiliario a la europea. Concretamente a la sueca: Ikea. Soy el primer partidario de reutilizar los zarrios, pero al menos que tengan la decencia de venderme la basura a precio de vertedero. El problema, según descubriría unas semanas después, visitando una tienda de empeños en la que todo el mobiliario era feo como pegarle a un padre y caro como su putísima madre, es que aquí confunden bastante el concepto “trasto” con “antigüedad”. Si uno se da una vuelta por craiglist, descubre que la mayor parte de los muebles que se venden son, efectivamente, viejos, feos y caros, pero basta poner en la descripción “estilo victoriano” para que el precio suba astronómicamente.

No sé si el buen señor se creyó que iba a colarme una desvencijada mesa de repugnante aspecto setentero como una antigüedad a valorar, pero semanas después, corriendo alegremente por la calle (estaba entrenando, no es que me persiguiera nadie, aclaro), pasé delante de su casa donde él estaba fumando en el descansillo. “¡Nunca viniste a por la mesa!” Me gritó. “Nunca me gustaron los setenta” Le respondí entre jadeos, dando por finalizada nuestra no-transacción económica.

La gente que pide perdón sin motivo

Aquí la gente es educada hasta la náusea. Eso no significa que les importe mucho lo que te pasa, pero como ya he dicho otras veces al menos contribuye a hacer el día a día más agradable. Claro que a veces se pasan. Seguro que no os sorprende si os digo que el “espacio personal” (la burbuja imaginaria que nos rodea y que no nos gusta que nos invadan) es muy grande por estas longitudes. La gente se habla desde más distancia y pueden pasar, literalmente, semanas sin que te toque nadie. Es un poco raro, pero bueno, se asume y ya está.

Como este espacio es tan grande, es mucho más fácil violarlo inadvertidamente (o de forma no tan inadvertida). Si te quedas hablando con alguien en un pasillo y otra persona tiene que pasar entre medias, se sumerge de lleno en ese espacio. Si un carro te adelanta en el pasillo del supermercado, también. Lo que hace la gente en este momento me provoca una irritación incomprensible: la gente pide perdón por pasar. Pero alma de cántaro, ¿qué perdón vas a pedir? Tendrás que pasar, ¿no? No te vas a quedar esperando detrás de mí a que me decida entre los catorce tipos de latas de maíz que hay. No vas a esperar a que acabe la conversación intrascendente que estoy teniendo con el becario del laboratorio de al lado. ¡Pasa de una vez! En España, casi te mirarían molesto por estar en medio, se deslizarían rápidamente por el hueco disponible y ya está. En todo caso el que tienes que pedir perdón eres tú, si es que estás obstaculizando el paso, … pero no, ¡aquí pide perdón la persona que pasa! Ganas me dan de soltar una colleja, a ver si espabila el personal. Si no lo hago es por una sencilla razón: el mimetismo social me ha llevado a hacerlo a mí también. Excuse me!

El consumo (los putos cupones)

Hay diferencias que me cuesta mucho explicar con palabras, son más bien percepciones sutiles de que algo no anda bien, o bien simplemente que no estás acostumbrado a ello. Con todo lo que respecta al consumo hay un rollo de este tipo. Es como si el hecho de consumir fuese un orgullo en sí mismo. Lo mismo es una empanada mental mía, pero… no sé, la publicidad me parece más ostentosa y más ingenua, y hay oportunidades para gastarse el dinero constantemente. Hacer la compra aquí siempre me parece una labor agotadora. Quitando la cooperativa local (de la que os hablaré otro día), las superficies comerciales son enormes y lleva bastante tiempo cruzarla entera incluso si no pasas por todos los pasillos. Acostumbrado que estaba uno al super del barrio, en el que podía comprar todas las viandas en un tiempo récord, esto es un penar. El exceso de oferta hace perder mucho tiempo, sobre todo al principio, cuando no conoces los productos que te interesan. Me acuerdo de la primera compra bajo los efectos del jet-lag, en la que me tiré cinco minutos para coger pasta de dientes del mostrador… sin darme cuenta de que tenía sabor a canela, como saborearía durante los meses siguientes.

Además aquí todo es relativamente caro (menos mal que ahora tengo sueldo de doctor), así que, claro, tienes que espabilar para conseguir ahorrar en la cesta de la compra. Lo primero es que suelen ponerte el precio por masa o de volumen además de por artículo (esto está muy bien), lo segundo es que te tienes que sacar las tarjetas de fidelización de las cadenas (vale, sin problema), pero al final yo tengo la sensación de que no ahorro nada. Incluso lo que se supone que te hace ahorrar en el fondo está destinado a que compres más: las típicas ofertas 3×2 y similares (que cuando vives solo, ya me contarás) y los famosos cupones. Se dice, se comenta, que un buen uso de los cupones de descuento te puede hacer ahorrar hasta el 50% del precio de tu compra. ¡Y una mierda! Bueno, hablo por mí, claro, pero este asunto de los cupones me parece un timo monumental.

Para empezar, no hay quien los encuentre. Al principio los buscas detrás de los recibos. Ahí sólo hay descuentos en el túnel del lavado de coches (ya ves tú qué útil para un peatón) y en sitios a los que nunca voy. En la lavandería rebusqué en los periódicos locales (que ni miro ni recibo) y alguna cosa había, pero nada del otro mundo. Un día me direron un descuento para unos yogures que estaban de promoción y me caducó y todo. Otros descuentos que he recibido: 10 dólares menos si haces la compra por internet  (que va a ser que no); yo qué sé, siempre son chorradas que no me interesan.

El otro día (¡sorpresa!) en el CVS al pagar empezó a salir un recibo larguísimo y la dependienta dijo todo contenta que ¡tenía cupones! Yo también di palmas con las orejas, ¡por fin! Bien, pues os relato a continuación en qué consisten mis cupones, uno por uno:

-2 dólares de descuento de libre disposición (¡Bien! a ver si no me caduca esta vez)

-5 dólares de descuento si me gasto más de 10 en vitaminas (¿¿??)

-Ídem con “productos de belleza”

-ídem, pero sólo tres dólares, con gel de baño (tengo el bote medio lleno aún)

- Si compro tres tarjetas de felicitación me regalan una

Por supuesto, todos caducan el mes que viene

¿Pero qué mierda de cupones son estos? La mayoría sólo sirven para forzarte a comprar algo que no tenías pensado o que no comprarás jamás. No son listos ni nada estos.

Por último: ahora recibo spam de todos estos sitios donde me saqué la tarjeta de fidelización. Sí, me ofrecen cupones, pero la verdad es que no sé si merecen la tinta de la impresora y el tiempo de buscarlos y recopilarlos para ahorrarme 33 centavos en unos yogures que no son los que me gustan y “deals” por el estilo “for my convenience“. ¡Anda y que os den!

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En el próximo capítulo… ¡las fiestas!

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Agenda naturalista de primavera en Connecticut

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Parecía que no iba a ocurrir nunca, pero como quien no quiere la cosa han empezado a llegar pájaros que no había visto antes, las ardillas andan persiguiéndose, de calentón en calentón, y aquí y allá empiezan a salir floreciglias campestres. Por las mañanas sigue haciendo un frío que no es sano ni propio de un mes de abril como God manda, pero supongo que podemos dar por finalizado el largo, largo invierno de Nueva Inglaterra.

Toca desempolvar las guías de campo para empezar a conocer más a fondo lo que “el rincón tranquilo” tiene que ofrecer, pero además de las esperables salidas al campo, hay un par de hitos naturalistas que espero con muchas ganas y de los que espero rendir cuentas a su debido tiempo en esta santa casa.

El primero tiene que ver con cigarras.

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Hablando mal y pronto: en el este de EE.UU. existen varias especies de cigarras, parecidas en su aspecto externo a las europeas, pero muy particulares, no sólo por sus ojos sanguíneos, sino por su ciclo vital. Las cigarras en general tienen vidas muy largas pero aburridas. Las ninfas viven generalmente enterradas en el subsuelo alimentándose de la savia que succionan de las raíces de los árboles. Después de varios años, las ninfas de último estadio suben a la superficie, realizan su última muda y emerge de cada una el adulto alado cuyos insistentes ruidos son la banda sonora de las tórridas tardes de verano (que no es otra cosa que la llamada de apareamiento del macho).

Lo particular de las cigarras americanas a las que me estoy refiriendo es, como quizá sabréis, una sorprendente sincronización de este ciclo vital que no puede verse en ninguna otra parte del mundo. En cuestión de unas horas, cuando la temperatura ha alcanzado cierto nivel, una estirpe completa de cigarras que llevan más de una década viviendo silenciosamente en el subsuelo, salen de forma simultánea a la superficie en cantidades ingentes, como un siniestro y silencioso antiejército con el único y amoroso objetivo de copular desenfrenadamente bajo la protección de su superlativa abundancia. Al parecer el ruido que una de estas poblaciones llega a generar durante su corta vida adulta es ensordecedor, y la experiencia de ese verano es recordada por los lugareños por mucho tiempo, especialmente cuando, después de la igualmente multitudinaria puesta, una tremenda acumulación de  insectos muertos llena las calles, los parques y los jardines.

Para muchos debe ser un alivio saber que cada una de estas estirpes sólo repite su ciclo vital exactamente cada 13 o cada 17 años. Ahí está la magia de estas cigarras, que ha llevado incluso a bautizar su género como Magicicada, espectaculares como una plaga bíblica, predecibles como un eclipse. Mucho se ha investigado sobre por qué justamente sus ciclos son de 13 y 17 años, y no de 20 o de 15, especialmente llamativo resulta que ambos números sean primos; parece difícil pensar que se trate de una coincidencia. (¿Saben las cigarras matemáticas?). Una hipótesis extendida es que, si la presión selectiva que ha llevado a estos insectos a sincronizar tan perfectamente su ciclo ha sido la  protección que ofrece la multitud, acoplarse a un número primo de años reducirá bastante las probabilidades de coincidir con un depredador que también cierre su ciclo en un número constante de años. De hecho, la única forma de ser depredador especializado en estas cigarras y poder aprovecharte periódicamente de su explosión demográfica sería tener un ciclo de 13 ó 17 años.

La biología de estas cigarras es realmente apasionante. Se reconocen en este momento cuatro especies con ciclo de 13 años y tres con ciclo de 17, y si hacemos las cuentas, en cada una de esas especies, hay 13 ó 17 progenies que se numeran con números romanos. Muchas de las 30 progenies teóricas no se dan en la naturaleza (se cree que se han extinguido), y algunas están muy localizadas. Con cierta frecuencia se producen emergencias fuera de “programa”, y por lo tanto cruces entre distintas progenies, pero la sincronización tan asombrosa habitual hace que surjan muchas preguntas sobre el curso evolutivo de esta curiosidad y, cómo no, sobre el papel del aislamiento reproductivo, especiación, y esos temas que aquí nos gustan tanto.

Pero vayamos al grano.

Resulta que en mi departamento hay un laboratorio dedicado al estudio de las cigarras (muy conocido en el mundillo cigarril) y este año andan revolucionados. Connecticut pilla en los extremos de la distribución de las cigarras de ciclos de 17 años; tan sólo una progenie (la II) está presente en el occidente del estado. O sea, que sólo una vez cada 17 años tiene lugar una emergencia masiva de cigarras en nuestro entorno, y la última vez que esto tuvo lugar fue en 1996.

estirpes

Tabla con las estirpes conocidas de cigarras periódicas

Así que, sí: tal ha sido mi puntería que la primera primavera que paso aquí coincidirá con este acontecimiento entomológico sin igual, y por supuesto, no es algo que puedas permitirte el lujo de perderte.

estirpe2

Distribución de la progenie II basada en citas de años anteriores

Seguiremos informando. Mientras tanto aquí pongo unos enlaces por si os interesa el tema:

http://www.cicadamania.com/

http://www.magicicada.org/

¡Pero hay más! Resulta que al final me han liado para participar como “especialista” en un BioBlitz. ¿Qué narices es un BioBlitz? (Eso me preguntaba yo hace unos días), pues es una suerte de desafío científico cooperativo (aunque también tiene algo de competición) en el que un grupo de personas (voluntarios, aficionados, zoólogos y botánicos) rastrean un área durante 24 horas de forma intensiva con el objetivo de identificar cuantas más especies mejor, en plan maratón, picándose los unos con otros. En este caso se hace para celebrar el centenario de la donación de un terreno de 1600 hectáreas que en la actualidad está destinado a la educación ambiental y la conservación de la biodiversidad.

bb

Mapita del terreno donde tendrá lugar el sarao

Desde luego va a ser un desafío porque la flora local todavía me resulta muy desconocida, pero ¿Qué mejor forma de zambullirse en ella?

¡No está nada mal el plan!


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Mi padre enseñándome química

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20130426_154538Mirando este cuentagotas me acordé el otro día de una anécdota de mi infancia que tenía casi olvidada y que me ha gustado rescatar porque ilustra muy bien la entrañable faceta de mi padre despertando mi interés por la ciencia y las cosas merecedoras del mismo, así en general. Sí: mi padre no sólo me mandaba a hacer recados a la ferretería, también aprovechaba las ocasiones propicias para, ya desde muy niño, intentar (no siempre con éxito), que algún fenómeno curioso me iluminara las entendederas. Me acuerdo por ejemplo de cuando me explicó los eclipses usando una linterna y pelotas y balones que había por casa, o cuando me dejó rayadísimo construyendo una cinta de Moebius delante de mis propios ojos y demostrándome, pese a mi estupefación, que sólo tenía una cara. Mi padre tuvo también el acierto de dejar siempre a mano una enciclopedia que coleccionó y encuadernó por fascículos (Universitas, se llamaba, y hizo por mi educación más que muchas horas de clase) y con la que empecé mi relación sentándome encima para alcanzar la papilla en la mesa de la cocina, para pasar con los años a espantarme de miedo y fascinación con la foto de un celacanto mucho antes de que pudiera sacarle provecho a su lectura.

La anécdota en cuestión está bastante “borrosa” en algunos aspectos, así que es difícil precisar cuándo tuvo lugar, pero ciertos detalles los recuerdo con la nitidez suficiente como para hacer que me riese el otro día. No sé muy bien cómo empezó todo, aunque es posible que anduviera intentando romper un trozo de papel en el fragmento más pequeño posible, empresa en la que me afané en alguna ocasión. Lo mismo mi padre me vio y me preguntó, o quizá le pregunté yo a él, la cosa es que ni corto ni perezoso, me introdujo el concepto de átomo. No me acuerdo mucho de los detalles de su explicación, sé que en algún momento dibujó un átomo con núcleo y electrones, en plan Bohr, y que no me enteré de nada, así que rebajó el nivel de su explicación a un concepto mucho más daltoniano, y que entonces yo me sentí mucho más cómodo imaginándome bolitas indestructibles. Esa idea era fácil de asimilar, pero lo que me dejó “to loco” fue cuando me dijo que no había “átomos de papel” o “átomos de agua” sino que era la combinación de ciertos átomos, y entonces me puso como ejemplo la molécula de agua.

- …y por eso al agua de le llama también H2O, porque siempre es la agrupación de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, ¿ves? Hache-dos-o. Así se escribe, y así todo el mundo sabe a lo que te estás refiriendo, porque todas las moléculas de agua son iguales.

- (muy pensativo) ¿Cómo? ¿Todo el mundo lo llama igual?

- Claro, todo el mundo, eso es lo que es el agua, siempre.

(muuuy pensativo)

- O sea, que si yo pido un vaso de hachedosó…

- Te tienen que dar un vaso de agua – concluye mi padre categórico.

En aquel momento posiblemente mis entendederas estaban ya saturadas con el asunto de las bolitas indestructibles, pero me fascinó el asuntillo nomenclatural. Mi padre dijo que si lo pedía de esa forma me tenían que dar un vaso de agua, no había otra, porque eso era lo que estaba pidiendo. Era como una obligación porque a fin de cuentas si lo pides así es que sabes lo que es el agua en su más íntima naturaleza (tres bolitas muy pegadas), y con eso desarmas a cualquiera, porque sabes de lo que estás hablando. Todo aquello parecía realmente interesante: había un código para hablar de las cosas con total precisión, pero, ¿sería verdad que todo el mundo lo usaba? ¿Estaba exagerando mi padre? En mi vida había oído hablar del hachedosó como sinónimo del agua. La idea se me quedó rondando en la cabeza desde ese momento.

Un tiempo indeterminado después, mis padres estaban con un grupo de amigos tomándose algo en un bar. Sí: por aquel entonces si tus padres querían tomarse una caña, te podían tener por ahí dentro sin problemas, no sé cómo serán las cosas ahora. Normalmente los niños estábamos jugando fuera, y sólo teníamos venia para pedir un trinaranjus, pero si después, entre carrera y carrera, te entraba sed, tú sabías que podías pedir al camarero un vaso de agua, porque el agua es gratis.

A mí debió darme sed, y decidí ir a pedir un vaso de agua. Entonces se me encendió la bombilla, y decido que ésta y no otra es la ocasión para poner a prueba la lección de mi padre sobre formulación y nomenclatura. Como quien no quiere la cosa me planto delante de la barra, me pongo de puntillas hasta poder hacer contacto visual con el camarero y éste me pregunta que qué quiero. Haciéndome escuchar entre el ruido de fondo voy y le suelto con toda la inocencia del mundo:

- ¡Quiero un vaso de hachedosó, por favor!

Visto en retrospectiva, aquí podían haber pasado muchas cosas. El camarero podría no haberme oído bien, no tener ni idea de a lo que me podía estar refiriendo, se le podían haber hinchado las narices por tener a un mocoso pasándose de listo y mil cosas más. Para mí en aquel momento, que no tenía ni idea de estar haciendo nada fuera de contexto y que sólo quería testar la universalidad de la nomenclatura química, sólo cabían dos posibles consecuencias: o el camarero no sabía qué era el hachedosó, y por lo tanto mi padre se había sobrado en su explicación, o me daba un vaso de agua con la misma naturalidad con la que me la hubiese dado si la pido en román paladín. Lo que nunca, nunca me hubiese esperado, fue lo que pasó a continuación.

El camarero, tras escucharme, dejó escapar una risotada y me preguntó, agudo y divertido:

- ¿Con gambas o sin gambas?

Y eso ya sí que me dejó descolocado por completo. ¿Qué narices tendrían que ver las gambas con las bolitas indestructibles? Mientras intentaba procesar inútilmente una explicación, ya me inclinaba por abortar la misión, simplificar y pedir el vaso de agua sin más, el tío va y me pone un rebosante vaso de agua fresquita delante. Yo me quedé mirándola un rato, comprobando que parecía agua (y que no tenía gambas) y acto seguido le pego un trago. Sí, era agua. Le doy las gracias y me vuelvo pensativo.

Como hay que saber reconocerle a la gente sus méritos, fui donde estaba mi padre y sus amigos y le llamé, sacándole por un momento de la conversación “de los mayores” para confesarle mi experimento.

- He ido al camarero y he pedido un vaso de hachedosó.

(Mi padre tarda una fracción de segundo en entender qué es lo que ha pasado, me mira y luego mira al vaso y se ríe)

- Y te lo han dado, ¿no?

(yo asiento sin decir nada, pero queriendo expresar con el asentimiento “eres un crack” o, “me quito el cráneo”, verbalizaciones quizá demasiado complejas para mí en ese momento)

- Te lo dije

Y él volvió a lo suyo, y yo volví a lo mío, pero ahora con la certeza de que el agua estaba formada por bolitas durísimas agrupadas de tres en tres.


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Living in America: nacionalismo universitario

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Me gustan las sudaderas estas con capucha y con las siglas o el nombre de una universidad bien gordas en el centro. ¿Por qué no? Puestos a hacer alarde de algo suena mejor una institución dedicada al conocimiento que una de esas marcas de ropa destinadas al ensalzamiento de la raza aria o al pocholoborjamarismo. Como recuerdo me compré una de estas sudaderas de la UConn en la visita de 2008, y la he llevado puesta muchas veces, sin embargo no me la traje de vuelta a este lado del Atlántico. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que aquí todo el mundo, como clones, llevan ropa con las siglas de la universidad y francamente, no lo entiendo. Mejor dicho, debo decir que no lo comparto, entenderlo lo entiendo, y está todo bastante claro.

Para empezar, las universidades aquí son prácticamente empresas, y muy lucrativas. Una pequeña introducción que escribí sobre las diferencias generales que se perciben entre la universidad en la que trabajo ahora y la Autónoma de Madrid (como dos ejemplos similares en cuanto a volumen de estudiantes) la podéis leer aquí. Ese post puede, por desgracia, quedarse obsoleto muy pronto, pues me da la sensación de que en breve la universidad española puede convertirse en una versión cutre de la estadounidense, aunque ese es tema para otro día. En resumen: una universidad en el yanqui es un lugar magnífico donde trabajar y donde investigar (buen salario, abundancia de recursos, ambiente de trabajo estimulante…) , pero como centro de estudios es un atraco a mano armada y un timo desde la perspectiva europea: la formación que se recibe en lo que sería la equivalencia de un grado boloñés es muy pobre en contenidos (se pasan dos años estudiando contenidos básicos generales, algunos de los cuales yo aprendí no ya en el instituto sino en la EGB -!!!!-) y caro de narices. Este modelo universitario es el sueño húmedo del neoliberalismo: una escuela de capacitación/cadena de montaje donde obtener un titulito acreditativo sin importar mucho lo que ello signifique y por supuesto, muy profitable para quien lo explote. Me da la sensación de que aquí se te juzga mucho en función del trabajo que tienes, y para conseguir un trabajo “decente” tienes que pasar por un centro de educación “superior” que te acredite, y como además han conseguido que sea un proceso elitista, hay una auténtica obsesión con conseguir un título. ¡Me río yo de todos los tertulianos y todólogos que critican la abundancia de universidades y facultades en España! ¡Aquí hay muchísimas más! Sólo en Connecticut (un estado pijo, pero de población modesta, equiparable a la del municipio de Madrid) hay literalmente decenas de universidades, “colleges” e instituciones equivalentes. En el metro de Nueva York o Boston, triunfan los anuncios de títulos y diplomas para convertirse en un proletario acreditado y poder fardar en Facebook. El negocio es redondo, y egoístamente sólo puedo dar las gracias por la suerte que tuve de estudiar en una universidad pública y compadecerme de los que ya están sufriendo el desmantelamiento de la misma, porque desde aquí se ve nítido el porqué y el propósito de la boloñez. Pero mejor paro, que dije que no iba a hablar de la universidad española. Mejor hablo de lo que aquí es una realidad y que cada cual juzgue.

La gestión universitaria como empresa queda especialmente patente en el tremendo esfuerzo destinado al marketing: como todo está mercantilizado, la universidad se vende como un producto en sí mismo. Por eso las instalaciones y los jardines deben ser deslumbrantes, por eso se idealiza el paso por la universidad y se mima al estudiante/cliente. Es como los anuncios de los que hablábamos hace un tiempo: te venden humo, te venden una idea, un concepto (“¿Te gusta conducir?”), te venden el equivalente educativo a un café Nespresso: encapsulado, aséptico, brillante por fuera, insulso por dentro y muy, muy caro. Una parte de ese marketing se materializa en una imagen de marca y una especie de “orgullo” universitario que es el que provoca que los estudiantes lleven a todas horas camisetas y sudaderas de la universidad, también bastante caras (y fabricadas en Pakistán). ¡Hasta los autobuses del campus llevan consignas para estimular ese orgullo patrio! Y a la vista está que lo consiguen. He conocido a curritos de un puesto de compañía de telefonía móvil que cuando se han enterado de que trabajo aquí han sacado pecho orgullosos de ser ex-alumnos de esta universidad. El pobre quizá todavía está pagando el crédito que tuvo que pedir para conseguir su título. El caso más exagerado, sin embargo, lo ilustra un tío recién doctorado que ya hace donaciones voluntarias a su universidad, la de Duke en este caso. ¡Qué cosas! Entiendo el funcionamiento y la importancia de las donaciones en Estados Unidos, pero me resulta inconcebible que después de que te han sacado los cuartos, de que has pasado por el aro, dones voluntariamente dinero a una compañía que ya de por sí hace un negocio monumental. Me parece tan absurdo como donar dinero a Mc Donalds después de haber pagado por tu “comida”. De verdad que no me entra en la cabeza el proceso que puede llevar a un estudiante, ya en primer año, a sentir esa empatía aparentemente tan grande. Quizá sea tan simple como pensar que porque es caro, es bueno. Quizá somos así de tontos.

Pero, ¡amigos! Si hablamos del asunto del orgullo/nacionalismo universitario, donde la cosa ya se despiporra es con el deporte. ¡Qué furor! ¡Qué locura! ¡Qué inenarrancia! Los empleados de la universidad que más cobran no son catedráticos ni gestores ni decanos. Los que se lo llevan crudo son los entrenadores deportivos. Como lo oís. el entrenador del equipo femenino de baloncesto (que recientemente ha vuelto a ganar la liga universitaria y es el deporte insignia de la UConn) cobra la salvajada de 1.8 millones de dólares al año. La señal que indica la salida de la autopista hacia el campus no muestra orgullosa el número de natures y sciences que se publican en la universidad, sino los campeonatos universitarios que se han ganado últimamente. Una parte enorme de la vida universitaria gira alrededor de los deportes, y cada vez que se gana algo el número de donativos se dispara. queriendo buscar el lado bueno le dije a mi jefe que al menos una parte de ese dinero podía revertir en la investigación, a lo que me respondió que cómo se notaba que no entendía aún cómo funcionaba este país.
Y voy terminando. Recientemente tuvo lugar una especie de “discurso sobre el estado de la universidad” donde se anunció oficialmente el resultado de un concienzudo (e imagino que caro) proceso de rebranding, de mejora y actualización de la imagen corporativa (nunca mejor dicho) de la universidad. La justificación, como no podía ser de otra manera, tenía que ver con la necesidad de ser más competitivos en un mercado saturado de oferta universitaria.logo1Este era el antiguo logo, que la verdad es que me gustaba mucho (obviando el hecho de que teníamos el único roble de hoja opuesta de toda la biosfera, pero bueno). Después del proceso rebrandizador, a partir de ahora vemos esto:logo2Que queda como mucho más brutalista y categórico. Cuando lo leo me imagino a los de Muchachada Nui gritando ¡¡¡UCOOOOOOOOOONN!!!. Sin embargo, lo verdaderamente dramático ha sido el cambio de imagen de la mascota deportiva. Desde el siglo XIX, la mascota de la universidad es un perro husky. Se llama Johnatan, y además de una estatua de bronce en algún lugar del campus, hay también un perro real que cuida una de las hermandades de la universidad. Cuando se muere lo reponen. El perro actual es el Johnatan XIV, que lo sepáis. A los atletas y fans de la UConn se les conoce como huskies y hay todo un merchandasing adjunto. Desde hace como 30 años, la imagen “oficial” de la mascota era alguna variación de esto:logo3Pero aprovechando el rebranding ese lo han cambiado porque (¡atención!) era demasiado amigable para lo que se supone que debe ser una competición deportiva. Al parecer todas las mascotas deportivas se estaban volviendo cada vez más y más agresivas ¡y no iba a ser la nuestra menos! ¿Hasta cuándo habría que aguantar ver imágenes humillantes como esta?Nótese que a pesar de que los cardenales son unos pajarillos inofensivos, también en la universidad de Louisville se esforzaron por que parecieran agresivos y competitivos. Así que dicho y hecho, en lugar de este afable perrito al que al parecer es muy fácil ganar al baloncesto, a partir de ahora la imagen oficial de la mascota es la siguiente:logo4…que efectivamente tiene pinta de tener muy mala hostia y de pegarte un bocado a la que te descuidas. Como os podéis imaginar, ha habido una polémica tremenda por este cambio en la, aparentemente relevante imagen institucional. Lo que de verdad me flipa es que he tardado dos días en empezar a ver estudiantes con la camiseta del nuevo logo. Es como cuando se elige un nuevo papa: nadie cuestiona la elección, desde el minuto uno es tan nuestro como el perro anterior.

En fin, que como he dicho antes, yo no me quejo como empleado, que por suerte no me ha tocado ser estudiante aquí ni pedir un crédito, pero hay cosas que me dejan ojiplático.

Y desde el país del asombro perpetuo, devolvemos la conexión.


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Soy científico y prefiero los “alimentos naturales”

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Cada vez que en internet hay algún tipo de debate sobre alimentación, cualquiera diría que únicamente existen dos posiciones antagónicas, ambas muy fácilmente ridiculizables por la opinión contraria:

El “ecolojeta” que sólo consume productos orgánicos, que son carísimos y ni son orgánicos ni nada, que rechaza los transgénicos, que es supersticioso y se piensa que Monsanto quiere dominar el mundo y que la leche de soja le abre los chacras. Es un ignorante que “no sabe nada de ciencia”, y si se informara bien no haría tanto el ridículo.

El “biotecnócrata”, adorador de los aditivos, transgénicos, guarrerías varias y devorador de cachorritos. Se asquea si ve algo de tierra en sus verduras, cree que los huevos salen de los árboles y si por él fuera sólo comería píldoras. El pobre está tan afectado por las grasas saturadas que ya ni razona.

Este debate mil veces repetido me aburre y me irrita a la vez porque no me siento identificado con ninguno de los dos grupos “mayoritarios” de opinión y nunca veo representado mi punto de vista. Como este es mi bloj, al final he vencido a la pereza y me he animado a escribir un artículo sobre el tema, no sin temor de iniciar una flameguor que no voy a tener ganas de seguir, que estoy ya muy mayor. Ahí va el abstract:

1-Hablando rápido y empezando por el final: pienso que cuanto más cerca se produzca la comida del consumidor, mejor, cuantos menos aditivos, procesamiento vario e intermediarios tenga, mejor, y cuanto más “control” tenga yo sobre lo que como (por ejemplo, cocinarlo en casa frente a comprarlo hecho), mejor. Este post tratará de argumentar por qué estas son posturas perfectamente razonables.

2- Esto es sólo mi opinión, no quiero convencer a nadie. Lo mismo muchos no la compartís, pero estará sobradamente justificada cuando acabéis de leer, y con unos argumentos que creo que es necesario decir porque casi nunca los leo cuando surge este debate.

3- Soy muy ignorante en muchas cosas y no voy a basar mis razonamientos en una lista de artículos en Nature, entre otras cosas porque no es mi especialidad, pero lejos de entrar en detalles, de mirar con lupa, mi reflexión surge de una visión de conjunto, de “dar un paso atrás”, que dicen los yanquis, y tener una perspectiva más global en el espacio y en el tiempo, que, sí, incluye datos científicos pero también apreciaciones sociopolíticas y personales.

4- Nótese que en el título entrecomillo eso de “alimentos naturales” porque estoy totalmente de acuerdo en que por sí mismo eso no significa nada, y que la cicuta es igualmente natural. Sustitúyase por “alimentos no envasados, no tratados, sin aditivos” o lo que queráis, es que en el título no me cabía. Nótese también que digo “prefiero”, es decir, no rechazo ni siento ninguna aversión fanática o quimiofóbica a los aditivos ni los transgénicos autorizados ni contra los envases de plástico. Simplemente, si me dan a elegir, prefiero evitarlos.

Pues eso.

El balance energético de la producción alimentaria

Como el resto de animales consumimos alimentos para mantenernos vivos. La materia orgánica que comemos contiene energía almacenada en los enlaces químicos de glúcidos, grasas, proteínas y ácidos nucleicos. La generación de esta materia orgánica, la acumulación de esta energía, se hace gracias a la fotosíntesis. Es la luz del Sol la que provee de energía a las plantas, y a través de la cadena trófica, a los animales que se alimentan de ellas. Esto puede parecer una perogrullada, pero sorprende comprobar cuán a menudo se nos olvida que en última instancia estamos vivos únicamente por la energía solar que las plantas son capaces de fijar.

Si yo, homínido recolector, cojo una manzana de un árbol y me la como, estoy obteniendo energía acumulada en los azúcares de un fruto, y el balance será claramente positivo, ya que obtengo más energía del contenido de esa fruta que la que han gastado mis músculos en arrancarla del árbol y masticarla. Si por el contrario, yo tengo que ir andando a Francia a coger esa misma manzana de un árbol, claramente el balance energético iba a ser negativo: no compensa desfallecer de camino a los Pirineos para conseguir un puñado de calorías. Como hace tiempo que no somos cazadores-recolectores, nuestras economías han tratado a lo largo de la historia de optimizar la eficiencia de la obtención y producción de alimentos en las sociedades (por ejemplo, quizá sí compensase en tiempo de los íberos, ir andando al poblado de al lado a por un cesto de manzanas, e intercambiarlo a la vuelta por un pollo), pero los balances energéticos siguen estando determinados por la pura y dura aritmética termodinámica (la del nadie da duros a cuatro pesetas, pero probablemente sí que los tengas a seis).

La sorprendente realidad, sin embargo, es que el proceso de producción de alimentos es energéticamente deficitario, y mucho. En España, por poner un ejemplo, por cada caloría consumida en forma de alimento, se han necesitado siete para producirla, envasarla, transportarla y conservarla. ¡Siete! ¡Un ratio 7:1! No estamos hablando de una desviación marginal, sino de algo muy significativo. (Y me da igual si el dato preciso es diez o es cuatro, lo relevante es que es un balance negativo) ¿Cómo es posible? Por seguir el ejemplo de las manzanas; al contrario que en el caso del recolector que se la come bajo el árbol, comerse hoy una manzana comprada en nuestra superficie comercial favorita es el resultado de un proceso energéticamente muy costoso. Hoy en día la manzana crece en un árbol como producto de la fotosíntesis sí, en un árbol, pongamos, francés, y para más señas en un árbol que crece en un campo regularmente fertilizado y libre de plagas. La manzana se recolecta con un sistema más o menos mecanizado, se almacena en cajas (que a su vez se han fabricado en una ciudad distinta), se lleva de una nave a otra, pasa por un control de calidad, se limpia, se encera, se empaqueta en una rutilante bandeja de pvc cubierta de un aséptico plástico, se monta en un camión, recorre mil kilómetros de autopista y se trae al Mercadona de tu barrio donde permanece refrigerada hasta que la compras y te la comes. Así es como se explica ese estrafalario ratio 7:1. Si contamos todo el gasto energético que se ha llevado a cabo para hacerte llegar algo tan sencillo como una manzana, el coste energético se dispara:

- La síntesis y uso de fertilizantes, pesticidad, aditivos , etc ha requerido energía de fábricas, iluminación, almacenamiento, análisis…  (¡¡OJO!! No estoy diciendo que sean nocivos para la salud, sólo digo que cuesta energía producirlos y usarlos)

- Recolección más o menos automatizada, dependiendo del producto

- Almacenamiento, refrigeración (todo ello consume energía eléctrica)

- Transporte (que puede ser muy variable, pero a menudo transcontinental)

- Embalaje, en cajas de madera y en bandejitas de plástico (incluyendo su fabricación)

La manzana final es esencialmente idéntica en contenido energético a la que arrancas directamente del árbol, pero su adquisición en el súper de turno sólo ha sido posible tras gastar gasolina y electricidad superando el aporte calórico de dicho fruto. En última instancia, si nos paramos a pensarlo, esta forma de obtener la comida está “subvencionada” por una provisión, hasta ahora “barata” y asequible, de energía concentrada en gran parte bajo la forma de combustibles fósiles. Sin esa inyección constante de energía extra, estos procesos tan complejos serían directamente inviables, porque no compensaría energéticamente llevarlos a cabo. Por eso, cuando queramos analizar si una contribución al proceso de producción de alimentos es realmente ventajoso, conviene intentar mirarlo desde el punto de vista global para entender si está afectando negativamente al balance energético.

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Consumo energético del sector agroalimentario español en el año 2000 (en millones de GJ). Se compara la energía empleada por el sector frente a la contenida en los alimentos. Fuente

Tomemos un ejemplo: el de los fertilizantes. Los fertilizantes aumentan la cantidad, digamos, de nitrógeno disponible en el suelo. Esto hace que el manzano crezca fuerte y vigoroso, que dé más manzanas y que éstas sean más grandes. A primera vista es una idea redonda si sólo consideramos el manzano y su entorno inmediato, pero ¿de dónde sale ese fertilizante? La mayor parte de las veces se trata de una fuente de nitrógeno generada de forma industrial que ha consumido grandes cantidades de energía eléctrica en su producción (procedente, en gran parte, de combustibles fósiles) y que ha sido transportado por vehículos de motor de explosión. ¿Cuál es el balance energético de esta “innovación”? Hemos enriquecido el suelo, pero a costa de concentrar industrialmente nitrógeno en otro lugar, mediante un proceso que ha gastado más calorías que el plus que obtendrá el manzano y que en última instancia será aprovechable por el consumidor (la segunda ley de la termodinámica es implacable). Y así con todo. Las bandejitas y envases de plástico, de los que abusamos, no sólamente están físicamente hechas con derivados del petróleo sino que han gastado energía en su producción haciendo que cada vez la caloría de manzana sea más y más cara en el balance global. Se dice a veces, como metáfora, que “comemos petróleo”, porque la realidad es que detrás de nuestra comida suele haber una cantidad muy grande de energía procedente de fuentes no renovables de energía.

No me asustan los aditivos ni soy quimiofóbico, pero veo un error conceptual en el hecho de que sea necesario sintetizar industrialmente un producto conservante para que, digamos, yo pueda comerme unos espárragos de Perú, que tienen que ser transportados en barco, refrigerados, envasados y almacenados durante días o semanas, con un tremendo coste energético, cuando hay espárragos creciendo a diez kilómetros de mi casa o cuando en mi país sobran tierras de labranza abandonadas. Lo siento pero no hay manera de convencerme de que eso es un avance: eso es un ejemplo rampante de ineficiencia.

El balance energético debería estar en la primera línea de las valoraciones sobre nuestro sistema agroalimentario, especialmente en un país que es muy dependiente energéticamente (y alimentariamente) del exterior. En un escenario pasado el pico del petróleo en el que el precio del combustible tenderá a aumentar, encareciendo el transporte y la actividad económica e industrial a la que estamos acostumbrados, lo racional es buscar la eficiencia y un mejor rendimiento energético: el consumo de los productos locales frente a los que deben viajar, el de los productos frescos frente a los procesados, el consumo racional de los productos de origen animal, el ahorro de envases, la relación más directa posible entre el agricultor/ganadero y el consumidor… Todas estas son medidas perfectamente racionales que mejoran el balance energético de la producción de alimentos: no hay nada “anticientífico” en querer consumir preferentemente los productos que se producen a nivel local en lugar de los que viajan medio mundo derrochando recursos finitos; no hay nada de magufo en querer evitar que se usen conservantes (por el coste que acarrean) si éstos no son necesarios porque el consumo es inmediato a la recolección.

Porque soy científico, creo que la ciencia puede hacer grandes cosas por la alimentación mundial. Si se modifica genéticamente el arroz para que sintetice vitamina A y permita que cientos de miles de niños asiáticos no sufran nictalopía lo veré como un avance indudable. Si por el contrario la modificación genética tiene como objetivo hacer que la fruta dure meses almacenada para poder obtenerla en un país donde la mano de obra es barata y venderla luego en otro continente con mayor poder adquisitivo a un precio más alto, la verdad, no creo que esa innovación tenga un carácter especialmente filantrópico. Una vez más, el avance en sí (la ingeniería genética, por ejemplo), no es “bueno” o “malo” por sí mismo, sino que los juicios de valor los hacemos sobre las consecuencias que dichos avances tienen, siendo esto algo lícito y a menudo, bastante subjetivo. Los transgénicos no son “buenos” o “malos”, por sí mismos, pero sí pueden tener consecuencias buenas o malas para unos colectivos u otros. Hay espacio para un debate racional y responsable sobre transgénicos, sobre aditivos y sobre lo bueno o malo que es para nuestra sociedad su uso en cada caso concreto (sin maguferías ni sensacionalismos, por supuesto). Por desgracia en este tema percibo bastantes posiciones fundamentalistas, de uno y de otro lado.

Podríamos extendernos mucho en este tema, pero creo que se entiende mi postura: considerar el balance energético global de la producción de alimentos debería ser fundamental, y muchas veces se excluye esta parte de la ecuación haciendo parecer como avances o mejoras de la eficiencia lo que en realidad es una concentración energética y de recursos que sólo es posible gracias al uso de combustibles fósiles, y que por lo tanto son técnicas insostenibles y que además a menudo contribuyen a la degradación del entorno. Ni qué decir tiene que no es que a largo plazo nos convenga cambiar de sistema, es que no nos va a quedar otro remedio.

Una visión más racional y justa de la alimentación mundial

Pero personalmente, me gustaría ir un poco más allá. Como creo que la alimentación es una cosa muy seria, no puedo evitar sentir que se hacen necesarias consideraciones morales sobre cómo nos estamos alimentando en unas y otras partes del mundo y a dónde conduce todo esto (y sí, esta parte está muy contaminada por mis ideas políticas sobre lo que creo que es justo y lo que no). En la actualidad, el mercado de la industria agroalimentaria funciona a un nivel global, heredando los vicios que conocemos del capitalismo en sus otras facetas, pero con el agravante de estar tratando de un asunto tan relevante como el sustento de la humanidad. Como pasa con tantos otros recursos, el balance neto es que los países ricos estamos exprimiendo los recursos de los países pobres: los bosques tropicales desaparecen en gran medida por satisfacer nuestras exigencias de energía, recursos y alimentos. Los ejemplos de colonialismo económico son constantes: cada vez tenemos que irnos más lejos para conseguir satisfacer nuestra demanda de pescado, un simple paseo por un supermercado nos muestra que hasta los productos más básicos vienen cada vez de países más alejados. Estas políticas tienen consecuencias perniciosas a todos los niveles, especialmente ambiental (deterioro del entorno, crisis de la biodiversidad a distintos niveles, cambio climático) y humano (aumento de las desigualdades en el mundo).

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Mapa deformado en el que el área de los países se ha igualado a la que deberían tener en función de su consumo de recursos. Fuente

Resulta evidente que este sistema injusto de explotación sólo puede sustentarse gracias a los avances tecnológicos que permiten la globalización del mercado agroalimentario. Las grandes beneficiadas son compañías que hacen un negocio más redondo, pero al contrario de lo que he oído estos días, no estoy seguro de que el balance neto esté siendo realmente satisfactorio para el conjunto de la humanidad. De hecho en ciertos aspectos es muy deficiente. Nos enorgullecemos de conocer y controlar plantas y animales casi hasta el punto de poder manufacturarlos a nuestro capricho, pero a la vez la obesidad se convierte en una epidemia entre los niños de los países del primer mundo, donde se tiran cantidades escandalosas de comida a diario y donde el campo se abandona; presumimos de ser capaces de adquirir todos los ingredientes que un rey pudiese haber soñado hace tres siglos sin salir del barrio, pero a la vez provocamos hambrunas y burbujas en los precios de los alimentos del tercer mundo porque arrebatamos terreno cultivable para conseguir biodiésel o para cultivar arroz tras talar un bosque tropical. Medio mundo se muere de hambre mientras el otro medio se muere porque la grasa le obstruye las arterias. Lo siento mucho pero no veo que este sistema globalizado sea un éxito de la ciencia al servicio del hombre. La ciencia al servicio del hombre, la que crea las vacunas y la que descubrió los antibióticos, haría un trabajo mucho mejor alimentando al mundo de forma eficiente y racional. El progreso que ha alentado esta globalización asimétrica no está, en su conjunto, al servicio más que del interés económico de unos pocos (sí, ya, como siempre). Y sí, puede que este sea un discurso muy fácil: denunciar las desigualdades en el mundo desde la comodidad de mi salón y con la nevera llena, pero dándole la vuelta a ese argumento, me parece bastante cínico considerar que podemos darnos por satisfechos por lo que ha beneficiado esta industria a nuestra esperanza de vida, cuando nuestra obscena opulencia alimentaria se la debemos en parte a la explotación de los recursos del sur.

No pretendo aquí condenar tal o cual cosa sin más. Soy consciente de que este es un asunto realmente complejo, uno de los mayores desafíos que la especie humana tiene por delante. Por un lado la mecanización y automatización de la producción agrícola y ganadera ha liberado tiempo y permitido que las sociedades se desarrollen en otros sentidos. Es impensable a día de hoy renunciar a ello de la noche a la mañana porque nuestra forma de vida ha asumido este tipo de funcionamiento. Sin embargo no es menos cierto todo lo que he dicho anteriormente: que el modelo actual sólo es posible en abundancia de petróleo, que genera desigualdad, que degrada el entorno, que no es eficiente y que no garantiza ni nuestra propia autonomía alimentaria ni un reparto equitativo de los recursos. No esperéis encontrar en un egobloj la solución al hambre en el mundo porque yo no la tengo, pero ¡no se pueden ignorar estas verdades como se hace cada vez que se aborda este debate!

Mi opinión personal es que el sistema debe intentar cambiar hacia una forma más viable a largo plazo y más justa de alimentarnos. No tengo la fórmula mágica ni sé suficiente del tema, pero han bastado un puñado de conceptos básicos de ecología y termodinámica para hacerme entender que hay motivos más que sobrados para ser muy crítico con cómo nos estamos alimentando. Valorando el gradiente que va desde un extremo representando la alta sofisticación, mecanización, transporte a grandes distancias, globalización del mercado alimentario (energética y ambientalmente costosísimo) hasta el otro que apuesta por la búsqueda de una mayor autonomía alimentaria, el respeto de los recursos, el consumo local e inmediato, la recuperación del campo (energética y ambientalmente más favorable en un escenario post-petróleo), lo que hay que intentar favorecer desde mi punto de vista es este segundo polo del gradiente, ayudándonos de todo el ingenio y la inventiva que sea necesaria.

Por supuesto, una parte importantísima de que las cosas sean como son, nos tienen a nosotros, consumidores, en el ojo del huracán. Si este derroche energético se da a nuestro alrededor para traernos manjares de allende los mares a cualquier hora del día y de la noche es porque nosotros lo demandamos, dice el manual del libre mercado, pero ¿de verdad es necesario? ¿De verdad es un derecho inalienable el acceso absoluto a todos los alimentos posibles sabiendo las consecuencias que tiene? Nos hemos acostumbrado tanto a comer fresas en agosto que quizá no nos paramos a pensar si tiene sentido que un madrileño disponga los siete días de la semana de pescado fresco procedente de los mares de Somalia. Al igual que ahora está tan de moda hablar de la poca importancia que hemos dado a votar de forma responsable, hay que recordar que tenemos una responsabilidad como consumidores.

Pues sí, cada vez que compramos estamos haciendo una declaración de intenciones, estamos provocando una retroalimentación positiva en el proceso que ha llevado al producto obtenido. Por eso y por todo lo anterior, a mí me parece totalmente razonable poder saber de dónde sale el pescado que compro, si para su extracción se ha alterado el fondo marino o no, dónde se han cultivado las dichosas manzanas, qué ha comido el pollo y cómo se han puesto los huevos. La mayor parte de las veces el consumidor encuentra muchos obstáculos para conocer con veracidad este tipo de información, a veces porque se oculta, y a veces porque la publicidad es engañosa (por ejemplo, con tanto producto “orgánico” o “ecológico”, dos adjetivos que en realidad están vacíos de contenido y que muchas veces son, efectivamente, un timo: no hay nada de “eco” en un tomate que ha viajado dos mil kilómetros hasta llegar a tu casa). En este contexto me parece especialmente necesario que exista buena información y que quien quiera pueda elegir una alternativa real que no sea tan derrochadora: yo quiero saber si la harina del producto X está hecha con un cereal transgénico;  si esta leche no pasteurizada “natural” puede contener bacterias nocivas para el ser humano; si este plátano “orgánico” viene de Venezuela y si el saludable color de esta mermelada se debe a un colorante artificial sintetizado industrialmente. Quiero etiquetas bien claras en todos los casos, ¡que se sepa! … y ya tomaré yo la decisión que crea conveniente.

La comida y yo

Y por último voy a añadir un tercer motivo por el que, si es posible, prefiero una serie de alimentos frente a otros. Aquí entro en un plano totalmente subjetivo y personal, con el que que entiendo que muchos no coincidan, pero que no me avergüenza reconocer y me parece también bastante razonable: la comida es uno de los grandes placeres de la vida; disfruto de la interacción con los alimentos, cuanto más, mejor. Si me das a elegir entre una naranja y un zumo comercial en el que me garantizas que tiene exactamente los mismos (¡o incluso más!) principios inmediatos y nutrientes que la naranja, yo prefiero la naranja, incluso sin tener en cuenta el asunto del balance energético ni otras consideraciones: prefiero sentir la naranja, pelarla, provocar que las glandulitas de la piel lancen su contenido, abrirla con ese sonido inconfundible, deleitarme con la estructura del hesperidio, descubrir si tiene o no ese verticilo adicional de carpelos con el que nos sorprenden a veces, ¡pringarme las manos de jugo y que me huelan todo el día, sí!, disfrutarla a todos los niveles y finalmente, comérmela. Comer no es sólo una necesidad fisiológica, comer es una experiencia vital, es pura sensibilidad, es conocimiento, tradición, cultura… yo personalmente no quiero renunciar a nada de eso, y en la medida en la que puedo no lo hago aunque me cueste más tiempo e incluso más dinero. Mi experiencia personal es que el comercio local, el ingrediente en bruto y el procesamiento personal de la comida me provoca sensaciones  más agradables que las grandes superficies, los alimentos muy envasados o procesados.

A lo largo de mi vida he tenido la suerte de visitar mercados en un puñado de países, todos ellos muy distintos, pero también con unos rasgos ancestrales que me parecen interesantísimos y que disfruto sinceramente. Ya sea en el mercadillo de San Fernando de Henares, en la galería de mi barrio de Madrid, en un puesto de fruta de la Habana, en un mercado de la costa de Madagascar, en los “farmer market” de Connecticut o en los fascinantes zocos del mundo árabe se ven los mismos patrones microsociales de venta y compra, de seducción, de regateo, de complicidad, de picaresca… Comprar en un mercado es una tarea cotidiana y ancestral que se remonta al Neolítico, ¡es un acervo cultural de toda la humanidad! ¿Cómo no disfrutarlo? ¿Cómo no quererse zambullir en él? ¿Cómo renunciar a esto por ir a una insulsa gran superficie llena de productos envasados, deshuesados, desinfectados, desalmados…? Claro que también voy a esas grandes superficies, pero personalmente, no me aportan nada, es inhumano, vacío, no me enriquece como lo hace un mercado. En un mercado hay una interacción con el vendedor, le puedes echar en cara que la sandía de la semana pasada estaba pasada, puedes preguntarle, informarte por el producto, aprender recetas, enterarte de lo que pasa… ¡Es fascinante que todos estos patrones sigan vivos hoy en casi cualquier parte del mundo! Por supuesto, comprar en el mercadillo del barrio puede ser sinónimo de un consumo más local, inmediato y energéticamente favorable, pero por encima de todo, ¡es que me gusta más!

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Mercado en Etiopía, reducido a su esencia más fundamental: agricultores que ofrecen sus productos y consumidores que los compran. Aquí se dan los mismos patrones sociales que podemos observar en los mercados de todo el mundo desde el Neolítico.

El siguiente escenario es la cocina. Adquirir los alimentos en su estado más básico, renunciando a envases y procesados suele implicar pasar más tiempo en la cocina y tener un contacto más directo con los alimentos y sus sensaciones (sí: incluyo llorar partiendo cebollas o limpiar pescado y hacer un caldo con las raspas). Muchos de los envases, plastiquitos y procesamientos de los ingredientes tienen como única finalidad ahorrarnos unos minutos cortando carne, pelando una hortaliza o lavando una pieza de fruta.  Ya hemos hablado del precio energético que puede tener darnos esa pequeña comodidad; no está de más valorar si merece la pena.

Es cierto que nuestra forma de vida suele andar escasa de tiempo, pero no lo es menos que somos nosotros los que adjudicamos prioridades. En mi casa entre uno y otro pasamos diariamente más de dos horas cocinando. No nos sobra el tiempo y de buen seguro que siempre andamos escasos para hacer cosas que nos gustan, pero cocinar nuestro propio alimento es parte de nuestra cultura y nuestra identidad y no queremos renunciar a ello. Podríamos ganar esas horas al día si recurriésemos más a menudo a productos precocinados (todos ellos, pongamos, muy sanos y con un equilibrado aporte nutritivo), pero no, preferimos invertir ese tiempo en nosotros mismos siempre que es posible. Cocinar es una actividad única que le da un valor añadido al alimento; también es una actividad social en la que inviertes tu tiempo y tu energía, algo que aprecias y que te gusta que te aprecien los demás. Ese valor intangible no merece ser ignorado incluso aunque el resultado final sea supuestamente el mismo energéticamente. ¿De verdad alguien espera que yo valore en la misma medida un bizcocho comercial (envasado en su plastiquito, su caja y sus gaitas) que uno que alguien ha preparado para mí, (seleccionando los ingredientes, haciendo la masa y horneándola personalmente)? La comida es mucho más que un balance de calorías y principios inmediatos. Un cuenco de plástico y uno de madera hecho artesanalmente puede que tengan exactamente la misma utilidad, pero ¿tienen el mismo valor? No entiendo por qué algunos parecen tan reacios a admitir el valor humano que encierra necesariamente la comida y que es el que nos lleva a muchos a sentir mayor rechazo hacia el alimento procesado por una máquina frente al procesado por una persona. ¿De verdad es tan difícil de entender?

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Pues no, no es lo mismo. Por muchas razones


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BioBlitz: crónica y reflexiones

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Este fin de semana he participado en un BioBlitz, que viene a ser una especie de maratón científica en la que a lo largo de unas intensas 24 horas, biólogos y simpatizantes se esfuerzan en hacer el inventario (lo más completo posible) de flora y fauna de una zona determinada. Ha sido una experiencia muy gratificante, enriquecedora y divertida a muchos niveles. El supuesto objetivo es encontrar e identificar cuantas más especies mejor, pero se trata de una actividad divulgativa, abierta al público, y que espera sobre todo promover el interés por el conocimiento de la biodiversidad y un acercamiento de toda persona interesada al trabajo de los biólogos. Este post es extenso y hay bastantes fotos (la mayoría tomadas por Alfie, otras sacadas de la página de Facebook del BioBlitz) que podéis ampliar pinchando si están en pequeñito y he decidido dejar las reflexiones sobre el valor educativo y divulgativo al final, aunque como las creo necesarias, os animo desde aquí a que saltéis hasta ellas si os cansáis antes.

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Bueno, pues este sarao se organizó en el White Memorial, una finca situada en Litchfield, Connecticut, que celebraba con este BioBlitz el centésimo aniversario de su existencia. Se trata de una extensión forestal típica de Nueva Inglaterra (con bosques mixtos de planifolios y algunas masas de Tsuga canadensis bien conservadas), con muchos riachuelos, charcas y lagunas y algunas praderas. El entorno la verdad es que es estupendo y bien merece volver en otro momento para disfrutarlo sin prisas. Desde que el matrimonio White donó estos terrenos, la finca se ha destinado al ocio de los habitantes de la zona, y también a la educación ambiental y la investigación. Tiene un pequeño museo de ciencias naturales y unas instalaciones básicas tipo albergue que permiten alojar a grupos de estudiantes.

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Paseando por el White Memorial

WMBB (53)Mu bien montao

Por lo que he visto, los BioBlitz son actividades relativamente frecuentes en el mundo anglosajón, gracias a esa culturilla tan extendida del naturalismo amateur, así que a la gente del White Memorial se les ocurrió que esta era la mejor manera de celebrar el centenario y se pusieron en contacto con especialistas en todo tipo de organismos (algunos de ellos académicos y otros aficionados): insectos de todo tipo, arañas, otros invertebrados, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, plantas vasculares, helechos, algas , hongos… Como el equipo en el que trabajo ahora había participado en saraos similares con anterioridad, se acordaron de nosotros para ocuparnos de los briófitos (musgos y similares). Yo al principio tenía mis dudas porque los únicos que estábamos de guardia estos días somos el otro postdoc y yo, y como ninguno de los dos somos nativos, no conocemos a fondo la flora de aquí, pero al final nos animamos, e hicimos bien.

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Pistoletazo de salida

Aunque no se esperaba de nosotros que durmiésemos mucho (¡es una carrera contrarreloj!), nos alojaron en el albergue y nos dieron de comer muy bien, además de algunos recuerdos locales como una jarrita de sirope de arce y una camiseta. Además de los especialistas, había una serie de voluntarios que estuvieron trabajando durante todo el BioBlitz ocupándose de la logística, pero también ayudándonos con lo que pudiésemos necesitar.

WMBB (14)Ciencia hasta en la sopa

A las tres y medias de la tarde del viernes se dio el pistoletazo de salida y cada cual salió a donde más le interesara. Lógicamente, el cómo hacer el muestreo depende de a lo que te dediques. En nuestro caso el factor limitante eran las horas de luz, pero los que trabajaban con anfibios estuvieron muy activos por la noche, atentos al croar de las ranas; los ornitólogos hacían escuchas y paseos a distintas horas del día o buscaban egagrópilas por el suelo; los entomólogos prepararon distintos tipos de trampas y no daban abasto con la cantidad de bichos que pillaban; los ictiólogos se montaron en una barca y tiraron de electro-fishing para hacerse con sus especímenes.

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Cada especie cuenta en el BioBlitz: desde micromamíferos al fitoplancton, cada grupo biológico tiene sus propias técnicas

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Trampa luminosa de insectos. Basta con iluminar una sábana blanca por la noche para atraer bichos a tutiplén

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Una “víctima” del electro-fishing lista para ser añadida al inventario. Con las aves normalmente son suficientes unos prismáticos

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Tanto los cazadores de libélulas como los micólogos se pusieron las botas

El moss team eligió pasar las horas junto a una charca de aguas ácidas y en el bosque maduro de tsugas. Encontramos, como era de esperar, muchas especies de musgos y hepáticas. Como es habitual en nuestro gremio, lo guardamos todo en bolsas de papel o sobres (anotando un número de recolección en ellas y en el cuaderno de campo con los detalles sobre la fecha, localidad y el hábitat) que permitan que la muestra se seque, pero no hay necesidad de prensar las plantas como les pasa a los de vasculares. Hay que decir que ni mucho menos conseguimos recolectar una representación completa de la flora del lugar: literalmente no había tiempo ni para explorar otros entornos diferentes que hubiesen albergado otros musgos, ni para identificar hasta nivel de especie todo el material recolectado.

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El moss team en acción

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Atrichum undulatum y Climacium americanum, dos caramelitos reconocibles en campo

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Colectas del viernes, esperando ser procesadas

Los científicos teníamos a nuestra disposición un espacio (que cualquiera podía visitar para ver cómo trabajábamos) en el que procesar e identificar nuestras muestras. Esta parte fue muy divertida también. Mientras tú te ocupabas de lo tuyo, otros estaban trayendo hongos del bosque, identificando setas o preparando trampas Berlese.

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Una trampa Berlese, que permite recolectar pequeños invertebrados de una porción de suelo, y la mesa de los odonatos

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“Me encanta el olor a éter por las mañanas”

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Hongos, plantas acuáticas… un no parar

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Ahí, dándolo todo

En nuestro caso, para una identificación completa, hasta nivel de especie, de los briófitos, es necesario muy a menudo un examen al microscopio, por lo que raramente se pueden identificar en el campo (salvo que se conozca muy bien la flora local, que no era el caso). Se puede, sin embargo, llegar a género la mayoría de las veces, pero lo normal es que la asignación del nombre científico definitivo se haga en el laboratorio, así que la mayor parte de nuestro trabajo consistió en intentar identificar las muestras que habíamos recogido durante el día.

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Identificando briófitos

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Filidio de Plagiomnium cuspidatum y comunidad de Dicranum montanum y Nowellia curvifolia

El sábado fue el día que estaba especialmente pensado para la visita del público en general. De forma paralela al trabajo de muestreo e identificación, se había montado en una sala distinta una especie de exhibición con los hallazgos del BioBlitz, dispuestos en unas mesas colocadas un poco como un árbol filogenético: muestrario de setas, orugas de distintas mariposas, acuarios con peces y cangrejos, bichos de pelo y pluma disecados, ranas, salamandras, etc. Además había una ilustradora científica inmortalizando algunos de los especímenes.

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Muestrario de orugas y el acuario

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De todo un poco

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Los de hongos se lo curraron mucho

Al mismo tiempo, por toda la finca se desarrollaban otras actividades y talleres (estaciones de escucha de aves, paseos guiados y actividades como intentar inventariar todos los organismos que viven en un tronco muerto).

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Nosotros hicimos nuestra parte preparando un pequeño muestrario en nuestro espacio asignado con los musgos y hepáticas más vistosos o más fáciles de identificar.

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La respuesta del público es de estas cosas que te vuelven a reconcilian con tu trabajo. Estás acostumbrado a vivir en tu laboratorio-burbuja, a espaldas de todo lo demás, sumido en un mundo de índices de impactos y becas financiado con el dinero de los impuestos del ciudadano medio. Es difícil hacer el ejercicio mental de salirse de esa burbuja e intentar ponerse en la piel de quien lo ve desde fuera; da la sensación de que es necesario un trabajo inmenso de divulgación y de explicación que justifique por qué merece la pena el estudio de la diversidad y evolución de los briófitos. Dicho sea de paso que los musgos nunca son la estrella de la fiesta en un sarao de este tipo: la competencia por la molonidad con los pájaros, las mariposas o las flores es una batalla perdida, aunque quizá a la vez pueden resultar toda una rareza en la que mucha gente nunca se ha parado a pensar. Por ese motivo se me enternecía el corazón cuando me llegaba un visitante y me hacía preguntas incisivas sobre cuál es la diferencia entre un liquen y un musgo, o cuántas especies de musgos hay.

Lo cierto es que sí que hubo mucha gente que se pasó a vernos trabajar y que vio su curiosidad satisfecha. En estas circunstancias basta dejar ver al visitante un “paisaje briofítico” a través de una buena lupa binocular. La primera vez que lo haces es impresionante, como sobrevolar un bosque fantástico y salvaje. El mensaje que me gusta transmitir en este momento es que todo es cuestión de escala, lo que de lejos parece una uniforme cubierta verde puede ser en realidad una selva estructurada y exótica, con sus propios habitantes tanto vegetales como animales y sus propias dinámicas. Pasan desapercibidos únicamente porque son muy pequeños para nosotros, pero contribuyen a la riqueza biológica de muchas maneras. Si hay interés y posibilidad es interesante mostrar dos muestras distintas, para que se compruebe que efectivamente, bajo la ambigua y genérica denominación de “musgo” hay en realidad mucha tela que cortar. Además no es nada raro que se dejen ver pequeños artrópodos o moluscos que le añaden cierta gracia a la experiencia.

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Distintos “paisajes” briofíticos que se pueden encontrar en madera muerta, incluyendo una babosa que pasa por allí

Según se acercaba el plazo final, todos íbamos poniendo al día nuestras listas. En nuestro caso fueron 36 especies de briófitos (un número reducido pese a todo, por las razones que ya comenté… ¡aunque ganamos a los líquenes, nuestros eternos rivales! Mbuahahaha), y tras una dramatizada cuenta final el BioBlitz llegó a sumar 931 especies en total.

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Alfie, ayudante de categoría, pasando a limpio la lista final de briófitos, un poco antes del debriefing previo a la recopilación conjunta de todas las especies del BioBlitz

listResumen de las especies inventariadas por grupos taxonómicos y de trabajo (acabo de darme cuenta de que no había lepidopterólogos, qué cosas)

De nuevo: esa cifra no representa ni de lejos lo que seguramente habrá (hay muchos factores limitantes a tener en cuenta, como el tiempo y la disponibilidad de especialistas de determinados grupos), pero en el fondo esto era la excusa para pasarse un día completo disfrutando del estudio de la biodiversidad. Lo dicho, estupenda experiencia, que da lugar a un par de reflexiones necesarias:

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Da la sensación de que el trabajo de campo y el contacto directo con las especies y su identificación está en decadencia. No hay más que fijarse en los planes de estudio de las carreras de biología en las que las salidas al campo se reducen constantemente, y los calendarios académicos se hacen incompatibles con ellas. Es triste ver cómo los estudiantes de biológicas o ambientales entran en la universidad cada vez con menos vocación campera, que la desarrollan poco durante sus estudios en parte por falta de oportunidades y salen de la universidad con lagunas que deberían hacer replantear muchas cosas sobre la planificación de estas carreras y su “encorsetamiento” en calendarios estandarizados. Hay que insistir en que para muchos tipos de biólogo salir al campo no es un capricho ocioso, es el primer paso para realizar su trabajo. Nunca se debe olvidar que por muchas colecciones que haya y por muchos extractos de ADN, los organismos son entidades reales que viven ahí fuera, que interactúan, se reproducen y evolucionan. Saber acercarse a ellos y reconocerlos es un aspecto científico imprescindible , no una actividad de tiempo libre (aunque por supuesto se pueda disfrutar mucho).

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Por desgracia, uno de los muchos defectos de los mecanismos modernos por los que se rige la investigación científica también penaliza el trabajo de campo. Este es un aspecto en el que me gustaría extenderme en alguna ocasión, pero basta con recordar que un trabajo como el catálogo florístico o faunístico de un área determinada cada vez resulta más difícil de publicar en revistas “de impacto”, pese al trabajo que requieren. Resulta curioso, sin embargo, el reconocimiento de los meta-análisis ecológicos que desentrañan patrones de la biodiversidad a gran escala, así como otro tipo de estudios que pueden aportar información sobre los cambios generados por el calentamiento global; este tipo de estudios dependen en última instancia de personas que van al campo, recolectan especímenes e identifican las especies y no podrían realizarse sin ellos. Sin embargo, la penalización que recibe esta investigación de base no hace sino aumentar. Y no hay que olvidar además el ingente y muy necesario trabajo que se hace fuera de lo que es estrictamente investigación, como por ejemplo las evaluaciones de impacto ambiental y la gestión de los espacios naturales dedicados a la conservación, donde un buen conocimiento directo de la biota local es insustituible.

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Supongo que si estáis leyendo un bloj como este no tengo que insistir en que estos son temas serios, y no preocupaciones de “abrazadores de árboles”. Por ello, también en el mundo de la divulgación es necesario insistir en el papel fundamental que supone este tipo de conocimiento, sin relegarlo a un segundo plano, y francamente, me ha parecido que esto del BioBlitz es quizá la mejor actividad divulgativa que se puede hacer para acercar al público esta faceta de la biología. Las posibilidades son interminables para el visitante, no sólo puede familiarizarse con las especies de su entorno cercano y sorprenderse por lo diverso que es, sino que el contacto con los científicos materializa la retroalimentación necesaria que da sentido a la divulgación. He sentido una auténtica esquizofrenia durante el BioBlitz, porque aunque me gustaba estar en mi papel de botánico, a la vez me moría de ganas por disfrutar de todo: irme a ver pájaros o a buscar libélulas.

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Ha sido extraordinario ver la dedicación de los naturalistas aficionados, de todas las edades, con un conocimiento tremendo, capaces de quedarse hasta la madrugada identificando escarabajos o trayéndote muestras para la colección. Me ha encantado también ver la participación de profesores de instituto, muchos acompañados de sus alumnos a los que contagiaban el entusiasmo con el que se interesan por todo tipo de organismos y dedicando de forma desinteresada su tiempo a hacer posible el evento. Y por último me ha emocionado ver a niños pequeños boquiabiertos mirando a través de un microscopio; me daban envidia (de la sana), pensando en lo que hubiese disfrutado yo a esa edad en un evento como aquel. ¿Cuántas vocaciones pueden nacer de una experiencia así? ¿Cuántas conciencias preocupadas por la conservación del entorno pueden despertarse? Viene muy bien salir de la burbuja de vez en cuando y preocuparse por un impacto en cierto sentido mucho más relevante que el de las revistas científicas.

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Cigarreando

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Pocas cosas quedan ya por decir sobre la esperada emergencia masiva de las cigarras periódicas del género Magicicada, que cada 13 ó 17 años vuelven en gran número y puntuales a su visita en el este de EEUU. Como ya anticipé, este año tocaba que la llamada estirpe II saliese en masa por los estados más costeros, desde Carolina del Norte hasta Connecticut. Como aquí estamos en uno de los extremos de la distribución de estos insectos, han tardado más en dejarse ver que en otros sitios más cálidos, pero ya andan dando la serenata en muchos lugares del oeste del estado. Ayer domingo un grupo de entomocuriosos del departamento fuimos con la doctora Chris Simon, una de las especialistas de este grupo de homópteros, a una urbanización de cerca de Meriden, a tiro hecho para cigarrear.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA¡Ya están aquí!

Los detalles biológicos de estas cigarras están más o menos explicados en el post enlazado anteriormente y en esta entrada de Mapping Ignorance. Aquí me limito a poner unas fotillos y hacer algunos comentarios adicionales. La experiencia es de lo más interesante, y si alguna vez tenéis ocasión de ver estas cigarras, no os decepcionarán. Es curioso que aparecen de forma masiva pero en localidades muy puntuales. Una vez emergen no se mueven mucho y se aparean en la misma zona en la que lo hizo la generación anterior.

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Cigarras por todas partes

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Exuvias de ninfas que quedaban en el árbol y en el suelo, para que os hagáis cargo de la cantidad de la que estamos hablando

Las cigarras periódicas son fácilmente diferenciables de otras cigarras holárticas por sus característicos ojos rojos y cuerpo negro.

OLYMPUS DIGITAL CAMERANunca fueron de mis insectos favoritos, pero ahora me tienen enamorado. Con todos vosotros: Magicicada septendecim

La delimitación de especies en estos insectos es algo complicado. En primer lugar, existen tres morfos distintos (llamados Decim, Decula y Cassini), con los que se combinan los prefijos latinos tre- o septem- dependiendo de si siguen un ciclo de 13 o de 17 años. Así pues la especie que vimos era Magicicada septendecim, que se distingue fácilmente por el bandeado anaranjado y negro del abdomen en visión ventral y por la presencia de una extensión pronotal de color pardo. Recientemente se ha descubierto que cada una de estas especies tradicionalmente reconocidas existen además varias especies crípticas que ocupan distintas regiones geográficas. En total podríamos estar hablando de más de una docena de especies de cigarras periódicas.

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Vista del abdomen bandeado (izquierda) y de la extensión pronotal coloreada (derecha, flecha) en Magicicada sptendecim

Es bastante fácil distinguir los machos de las hembras. Los primeros tienen un abdomen más obtuso, mientras que el de las hembras es más apuntado y posee ovopositor, como es de esperar.

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Vista ventral de macho y hembra de M. septendecim

El macho, además, posee las membranas (o “timbales”) que le permiten efectuar su llamada nupcial, que multiplicada por toda la población es una de las partes significativas de este espectáculo único en la biosfera: el ruido que producen los “coros” de cigarras periódicas se oyen desde la distancia y se dice que es uno de los sonidos naturales capaces de alcanzar mayor volumen. Esta afirmación me pareció un tanto exagerada (si bien es cierto que por aquí no vimos densidades tan altas de estos insectos como en otros estados más meridionales), pero sí que hace pensar que tiene que ser infernal vivir en una zona de emergencia y aguantar durante semanas el monótono y extraño sonido, que es distinto al de las cigarras mediterráneas y a mí me recordaba un poco a una ambientación de película de marcianos.

Juzgad vosotros mismos (teniendo piedad de mis habilidades cinematográficas, que lo mío nunca ha sido el vídeo, y menos con la cámara de un móvil).

(AQUÍ VIENE UN VÍDEO. CON SONIDO. PACIENCIA. LA ESTÁN PEINANDO)

timTanto el macho como la hembra producen sonidos, pero son muy distintos. Si recordáis el célebre documental de David Attenborough, es posible imitar las llamadas breves de la hembra chasqueando los dedos y haciendo así cantar a los machos. Lo intenté en repetidas ocasiones sin éxito, al parecer es más adecuado el sonido de un interruptor. Bueno, la cosa es que es el macho el que produce el sonido más intenso y característico, como en todas las cigarras. Al contrario que los grillos, saltamontes y chicharras, el sonido de las cigarras no se consigue por estridulación (frotando dos partes del cuerpo), sino haciendo vibrar los “timbales” que se pueden apreciar bien en el primer segmento abdominal de los machos (flechas, izquierda).

Si todo sale bien, el esfuerzo tiene final feliz.

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Después de la cópula la hembra pone los huevos en las ramillas jóvenes del árbol. El ovopositor es muy afilado y consigue perforar la madera, incrustando paquetillos de huevos en el interior de la rama. No es difícil encontrar rastros de esta actividad.

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Hembra poniendo huevos en una rama (se ve el ovopositor perforando la madera) y “rastro” de puestas que ha ido dejando otra afortunada

En pocas semanas todos los adultos habrán muerto (para descanso de los vecinos), y en breve los huevos eclosionarán y las diminutas ninfas caerán al suelo, donde se enterrarán y buscarán una buena raíz de la que alimentarse. No volverán a ver la luz del sol exactamente hasta la primavera de 2030 (y eso si tienen suerte y no mueren antes).

La verdad es que disfrutarlas en vivo es una experiencia interesantísima (y quién sabe si irrepetible). Sin ser tantísimas como había visto a veces en los documentales, se ven cigarras volando constantemente y se te suben encima cada dos por tres. No apto para entomófobos, desde luego.

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Los niños se ponían las botas

Tuvimos además la ocasión de observar al menos un individuo infectado con el hongo Massospora cicadina, específico de las cigarras periódicas y por lo tanto, con ciclos de 13 ó 17 años según corresponda. Mucho se ha dicho en los medios de este hongo últimamente, pero hay que puntualizar que no posee ningún “reloj interno” que controle tan largo ciclo vital; las esporas del hongo simplemente esperan pacientemente la emergencia de las ninfas, pero el mérito de la particular periodicidad es sólo de las cigarras.

OLYMPUS DIGITAL CAMERACigarra infectada por Massospora

La infección, según me contaron, tiene un efecto curioso: hace que los machos se comporten como hembra y las hembras como machos. Las pseudocópulas resultantes son fallidas para los insectos (se puede ver además que todo su abdomen y por lo tanto su sistema reproductor queda inutilizado con la infección), pero tienen un papel en la dispersión de las esporas del hongo.

Ya he comentado que en este artículo hay detalles sobre la estrategia semélpara (explosión poblacional reproductiva) y la sincronización de los ciclos de 13 y 17 años, pero en la compañía de los especialistas en el tema siempre se aprenden algunas cosas más. Curiosamente, algunos de los compañeros del departamento que trabajan en estas cigarras no creen que haya nada especial en que los ciclos sean de 13 y 17 años, es decir, que coincidan con números primos. Si entendí bien, un factor clave del desarrollo de estos insectos, que aún no se conoce muy bien, es que es lento y que las “ventanas de oportunidad” para la ecdisis (cada una de las mudas de la metamorfosis) están muy espaciadas. La mayoría de los insectos, cuando están cercanos al momento de la ecdisis, experimentan una ventana diaria en la que la combinación de hormonas es propicia para llevar a cabo la intensa y determinante transformación. En estas cigarras estas ventanas podrían estar espaciadas cuatro años, es decir, quizá la clave esté más en el número cuatro que en el trece. Por eso se supone que las cigarras con ciclos de 13 años evolucionaron antes y que en los tres linajes, de forma independiente, se adquirieron ciclos de 17 años (13+4) al desplazarse hacia latitudes mayores. Otro indicio que apunta hacia la importancia del número cuatro en las variaciones de los ciclos de estas cigarras es que las estirpes más masivas están espaciadas entre sí por periodos de cuatro años, así como la posibilidad aún no confirmada de que entre las emergencias espúreas que se observan de vez en cuando, se hayan dado ciclos de 21 años (17+4). ¡Fascinante! Aún así, que los modelos teóricos hayan dado credibilidad a que los ciclos de números primos de años puedan ser el resultado de una resonancia modelada por la presión de los depredadores o por el efecto Allee sigue siendo bastante atractiva por sí sola. Sigue costándome mucho trabajo creer que el 13 y el 17 son sólo una casualidad.

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En fin, que podríamos tirarnos mucho más tiempo hablando sobre estos encantadores bichillos, pero con esto más o menos vale por hoy. Eso sí, antes de que os vayáis os aconsejo con toda mi alma que no os perdáis el adelanto de un futuro documental sobre las Magicicada (si es que no lo habéis visto ya). Imágenes de excelente calidad que hacen de la narración del ciclo de vida de estas cigarras una auténtica obra de arte.

The Return of the Cicadas


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La naturaleza de Etiopía contada para europeos (1/5). Introducción

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Presentación

Queridos lectores (dos puntos)

Macho de Theropithecus geladaLlega una de esas ocasiones especiales en las que este bloj se viste de gala para presentar lo que, en la muy subjetiva opinión de su autor, son las mejores entradas que os puede ofrecer: una serie monográfica sobre un viaje. Las series “naturaleza contada para europeos” se iniciaron en 2008 con la naturaleza de Nueva Inglaterra, continuaron en 2009 con el Reino Capense y alcanzaron su tercera edición en 2010 con Madagascar. Esto significa que hace casi tres años ya que no realizo un monográfico de este tipo, así que quizá sea necesario recordar en qué consiste el planteamiento de este tipo de entradas (sobre todo para los nuevos). Como su propio nombre indica son artículos cuyo tema es la naturaleza de un país o región del mundo contada especialmente para un público ibérico, es decir, desde mi propia perspectiva de naturalista acostumbrado a recorrer paisajes ibéricos que, con gran fortuna, tiene ocasionalmente la oportunidad de conocer rincones exóticos y a menudo míticos desde el punto de vista de la botánica o la zoología. Estas series tienen, en el fondo, la pretenciosa aspiración de ser la crónica “a lo Humboldt” de algún viaje especial narrada de una forma sintética y científica. En otras palabras: pretendo que no se limite sólo a un conjunto de imágenes y de lugares, sino que también alcance a explicar, aunque sea auperficialmente, el trasfondo biológico y ecológico del lugar. Como en ocasiones anteriores, el guión de los siguientes posts lo marcarán dos fuentes: mi cuaderno de campo y mis fotos (y, obviamente, la documentación necesaria antes y después del propio viaje). Esto implica que la visión que tendréis estará muy sesgada hacia mi propia experiencia, y que no será un retrato completo ni equilibrado del país; el que avisa no es traidor.

En esta ocasión os traigo el resultado de mi viaje a Etiopía en agosto de 2012, como ya anticipé en su momento. Motivos diversos han ido retrasando el inicio de este monográfico hasta el día de hoy; espero y confío en que la serie se vaya actualizando con regularidad. La mayoría de las fotos proceden de mi álbum correspondiente en flickr, y se pueden ampliar a golpe de click. Todas ellas bajo licencia Creative Commons.

 Introducción

etiopiaEtiopía es un país de este de África con aproximadamente 1.100.000 km2 (el doble que España), situado entre los 3º y los 14º N de latitud (y por lo tanto en plena zona tropical) y abarcando de los 32º a 48º de longitud este, en el corazón del llamado Cuerno de África. Viajar a Etiopía es una experiencia impactante por muchos motivos que entrecruzan su ineludible identidad africana con una singularidad propia: Etiopía es ciertamente un país “100% africano”, pero no es el típico país africano. En él no faltarán estampas que satisfagan nuestras expectativas de iconos reconocibles (sabanas con acacias, cebras, antílopes y pájaros tejedores), pero además nos permitirá adentrarnos en paisajes y culturas que, sencillamente, no existen en ninguna otra parte del mundo. Reconozco que antes de empezar a preparar el viaje, sabía bastante poco de este país y de su incalculable patrimonio natural y cultural. A mi regreso, pensé muchas veces en los motivos que convertían a la mítica Abisinia en un lugar tan especial, y siempre llegaba a la conclusión de que el causante de todo era el relieve.

En cualquier mapa físico podemos comprobar que en realidad el África tropical es mayormente un terreno bastante llano. Sólo en el este del continente encontramos grandes elevaciones, asociadas a actividad volcánica. De hecho, la cota máxima del continente (el pico Kilimanjaro, con sus 5891 m) es justamente un conjunto de volcanes que emergen de la llanura, miles de metros por debajo; una imagen inconfundible que vemos repetida en otros macizos volcánicos como el Monte Kenia (4985 m) o los Virunga (4506 m). A diferencia de estas islas solitarias en la sabana, Etiopía cuenta con una enorme plataforma montañosa denominada Macizo Etíope, también de origen volcánico. Esta formación destaca tanto por su extensión (ocupa gran parte del país), como por su altitud (unos 2000 m de media) que supera a menudo los 4000 m e incluye al pico Ras Dejen, que con 4550 m es la cota más alta de Etiopía y la décima de África. Me toca además destacar, por su importancia y porque serán protagonistas de futuros capítulos, dos grupos montañosos dentro de este macizo: las montañas Simien y las Bale.

640px-Ethiopia_Topography     Parque Nacional de Simien

Izquierda: relieve de Etiopía, donde destaca el Macizo Etíope. A la derecha, paisaje en las montañas Simien, a más de 4000 metros de altitud

Como iremos viendo, esta impresionante formación (a menudo llamada “el techo de África”) ha sido la que ha determinado el destino de este rincón del mundo. Claro que si hablamos del relieve de Etiopía no podemos pasar por alto que el macizo está partido en dos por una no menos impresionante fosa tectónica, que se extiende desde el Mar Rojo y avanza hacia el suroeste atravesando todo el país hasta la frontera con Kenia. Se trata ni más ni menos que del comienzo del Valle del Gran Rift, (aún relativamente estrecho y poco profundo en su segmento etíope) y es inevitable no dejarse llevar por los tópicos y pensar en este valle, filón de fósiles de homínidos, como la cuna de nuestra estirpe.

Vistas del valle del Rift

Fue inútil intentar capturar en una foto la emoción de asomarse por primera vez al Valle del Rift. En el suelo había fragmentos de obsidiana como testigo de un pasado (y un futuro) volcánico y violento que contrastaba con el aspecto fértil y acogedor del valle.

Hoy sabemos que este rift es el ejemplo paradigmático de un proceso tectónico que llevará en su momento a la fractura de la placa africana y a la escisión de la placa somalí del resto del continente (como hicieron en su día el Indostán y Madagascar). El océano entrará por la depresión de Afar y acabará llenando el valle formando un mar alargado, de aspecto similar al Mar Rojo.

Fig01

Etiopía física

Como decía, el Macizo Etíope va a determinar en gran parte todo lo que Etiopía es o tiene en la actualidad, y esto lo vemos en primer lugar al hablar del clima. Tan cerca como está del Ecuador, las temperaturas en Etiopía deberían ser altas, tirando a tórridas, sin embargo, la lógica compensación latitud-altitud hace que en el interior montañoso del país se disfruten de temperaturas más frescas e incluso frías. Este tremendo contraste térmico entre las zonas bajas y las cumbres va a permitir la existencia y notable extensión de muchos pisos de vegetación distintos y por lo tanto de una mayor biodiversidad. Además, la existencia de zonas templadas, adecuadas para el cultivo, tuvo también consecuencias determinantes para el establecimiento humano.

nilosLa precipitación también es muy variable como consecuencia del Macizo Etíope. Como normal general, Etiopía le debe a su proximidad con el Océano Índico la influencia del monzón, por lo que en los meses de lo que sería el verano boreal hay una estación lluviosa cuyo impacto es variable según la zona del país. Así, en la depresión de Danaquil, al monzón ni se le ve ni se le espera; está muy cerca del mar, pero no ofrece ningún obstáculo que provoque precipitación orográfica, por lo que apenas llueve. Si a esto le unimos su escasísima altitud (se alcanzan los 100 metros por debajo del nivel del mar) y la frecuente actividad volcánica, no será difícil imaginar que se trata de un enclave realmente inhóspito (que por desgracia no pudimos visitar esta vez: Etiopía muy grande). Por otra parte, el Macizo Etíope permite que el monzón descargue agua en abundancia en el centro del país (como tuve ocasión de presenciar en muchas ocasiones durante el viaje) donde a menudo se superan los 1000 mm anuales, resultando en otra de las singularidades de Etiopía: la abundancia de agua. La presencia estratégica de estas montañas convierten a Etiopía en un enclave hidrológico importantísimo no sólo para sus habitantes, sino para gran parte del continente. Basta con recordar que el Nilo Azul tiene sus fuentes cerca del lago Tana, y que aunque más corto que el Nilo Blanco, aporta la mayor parte del agua que finalmente desemboca en el Mediterráneo. Además del Nilo hay que mencionar otros grandes ríos, como el Omo, así como los lagos del valle del Rift. Esta abundancia de agua contrasta con el tópico que a menudo tenemos en occidente sobre Etiopía como un país de sequías o hambrunas; habría que tener en mente que es un país muy extenso, y que efectivamente en el Ogadén se han dado sequías importantes, pero en su conjunto se trata de la nación con mayores recursos hídricos de esta parte de África. En definitiva: los contrastes entre zonas más o menos áridas y zonas húmedas contribuye también a hacer de este país un mosaico de paisajes y ecosistemas.

Cataratas del Nilo Azul

Cataratas del Nilo Azul cerca del lago Tana (en la estación lluviosa el agua lleva muchísimos sedimentos). Las enigmáticas crecidas anuales eran un misterio para los antiguos egipcios. ¿Cómo iban ellos a saber nada del régimen de lluvias monzónico que tenía lugar a miles de kilómetros al sur?

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Volar es la mejor clase de geología. Vistas del lago Tana desde un avión, días después de unas lluvias tremendas. Se notan distintos colores en el agua (mezcla de los aportes recientes de los ríos, llenos de sedimentos) y unos muy respetables conos de deyección

Amanecer en el lago Langano

El Langano, uno de los muchos lagos que hay en el fondo del Valle del Rift

Río Omo. Karo

El río Omo, a su paso por Karo; límite meridional y cota inferior del viaje

Bien, una vez presentado el marco, ¿cuáles son sus habitantes? Una vez más, la flora y la fauna está determinada por la presencia del conjunto montañoso. Etiopía, desde un punto de vista biogeográfico, se encuentra en el reino Paleotropical (a veces llamado también etiópico), que abarca sobre todo el África subsahariana, Madagascar, parte Arabia y el sudeste asiático. Los espectros taxonómicos estarán impregnados de ese aire propiamente africano allá donde miremos. Sin embargo, las alturas del Macizo Etíope, constituyen islas biogeográficas donde veremos muy frecuentemente animales y plantas que nos suenan muy conocidos, o dicho en finolis, el elemento holártico (plantas)/paleártico (animales) tiene un protagonismo muy destacable, sobre todo en zonas de montaña. Esta mezcla entre taxones tropicales y taxones boreales es la seña de identidad de la naturaleza etíope, en la que destacan además muchísimos endemismos.

Por poner algunos ejemplos, entre las plantas del elemento paleotropical tendremos mimosoideas (acacias y similares), apocináceas, combretáceas o burseráceas, pero si empezamos a ascender encontraremos también enebros, prímulas, alquémilas o rosas que nos harán sentir cierto déjà vu.

Adenium obesum Juniperus procera

Adenium obesum, una apocinácea como ejemplo del elemento tropical, y Juniperus procera, una cupresácea, familia típicamente holártica

Etiopía nos permitirá además conocer uno de los enclaves fundamentales de la Rand Flora. Recibe este nombre un conjunto de géneros de plantas con una distribución muy enigmática (con forma de interrogación, de hecho): desde las islas Canarias al Mediterráneo, y desde ahí por todo el este de África, hasta el sur del continente. Brezos, dragos, hipéricos, son algunos ejemplos que se pueden descubrir en las montañas etíopes.

Drago afromontano Erica arborea

Etiopía como encrucijada de la Rand Flora: un bonito ejemplar de drago afromontano (Dracaena afromontana) y un bosque de brezo blanco (Erica arborea)

En cuanto a fauna, quizá haya que empezar diciendo que Etiopía no es un país para safaris ni para ver grandes mamíferos. Haberlos haylos (leones, elefantes, jirafas, etc), pero normalmente en lugares bastante inaccesibles y no son especialmente frecuentes. Sin embargo sí que es un entorno estupendo para conocer muchos de los antílopes, gacelas y demás ungulados típicos de la sabana.

Hipopótamo (Hippopotamus amphibius) Cebras

Los mayores mamíferos que pudimos ver fueron los hipopótamos (Hippopotamus amphibius), aunque nos dimos buenas raciones de ungulados de sabana, incluyendo cebras (Equus quagga)

Como naturalista, si tuviese que destacar algún punto especialmente excepcional de la visita a Etiopía, sería por las aves. Este país es un paraíso para ornitólogos y pajareros, con una diversidad tremenda, plumajes espectaculares y muchísimos endemismos.

Suimanga variable (Cinnyris venustus) Agapornis taranta

"cordon-bleu" de mejilla roja (Uraeginthus bengalus) Barbudo etíope (Lybius undatus)

Algunas aves que se pueden encontrar en calles y parques de ciudades etíopes, sin necesidad de tirar al monte: Suimanga variable (Cinnyris venustus), agapornis abisinio (Agapornis taranta), cordon-bleu de mejilla roja  (Uraeginthus bengalus) y barbudo etíope (Lybius undatus)

Además, no hay que olvidar que en territorio etíope se dan cita, no uno, sino dos de los puntos calientes globales de biodiversidad: el del Cuerno de África y el del Archipiélago Afromontano, de los que hablaremos a su debido momento.

Harenna

El bosque de Harenna

Al mismo tiempo, Etiopía es un país en el que la influencia transformadora del ser humano se ha dejado notar desde hace muchos siglos. Esto es también una sorpresa para muchos occidentales, pero lo cierto es que estas montañas acogieron desde la antigüedad a una civilización avanzada pese a estar tan lejos del Mediterráneo y Oriente Medio, con su propia escritura y cultura y con capital en Axum, rivalizando en poderío con Roma o Persia. Es importante destacar que el cristianismo llegó  al imperio axumita muy pronto (baste decir que aquí se acuñaron monedas con símbolos cristianos antes que en el imperio romano), teniendo su peculiar iglesia una influencia muy grande en el resto de historia del país. Hay muchas, muchísimas curiosidades culturales en Etiopía, que resultaron en gran parte de la pérdida de contacto muy temprano con el mundo mediterráneo y europeo y su evolución independiente. Al viajero curioso le interesará conocer la particular forma de usar las horas y el calendario, la persistencia de los mitos de evangelios apócrifos en el credo etíope o las singulares expresiones artísticas del país. El imperio etíope mantuvo su dinastía prácticamente de forma continua desde sus orígenes hasta 1974, por lo que se trata del único país africano que nunca fue colonizado por una potencia europea (y eso que los italianos lo intentaron con ahínco un par de veces). Para ahondar un poco más en historia y cultura etíopes os derivo a los artículos (altamente recomendables) que mi amigo El Observador, compañero de viaje en Etiopía, escribió a nuestro regreso: ::1:: y ::2::

Cafeto (Coffea arabica)

Planta del café (Coffea arabiga)

A efectos de nuestros intereses naturalistas bastará con insistir en la larga “exposición” que el país ha tenido a la agricultura y la ganadería. La mayor parte del Macizo Etíope (la región con el clima más benigno desde el punto de vista humano) hace mucho tiempo que fue deforestada y cultivada. Destacan por su importancia los cultivos de café (Coffea arabiga), que, hay que recordar, tiene precisamente en las montañas etíopes su patria (El café es toda una institución en Etiopía, por cierto, con su propia ceremonia). Otro cultivo de gran importancia económica y paisajística es el del tef (Egagrostis tef), el cereal en el que gran parte de los etíopes basan su alimentación, caracterizado por unas semillas sorprendentemente pequeñas, ricas en hierro y (atención, celíacos) sin glúten. La harina de tef no se hornea, sino que se deja fermentar en agua unos días y la pasta se usa para hacer la enjera, una especie de tortita de sabor ligeramente ácido a la que se añaden los guisos de la comida.

Preparación de una enjera Enjera

A la izquierda, preparación de una enjera, vertiendo la pasta de harina de tef en la plancha. A la derecha, la pitanza.

Este breve vistazo del país quedaría incompleto sin mencionar la impresionante diversidad étnica y cultural de Etiopía. El reconocimiento de las distintas lenguas e idiosincrasias ha sido un papel clave en el relativo éxito y estabilidad de Etiopía en un contexto geográfico tan convulso. El valle del río Omo es justamente famoso desde el punto de vista antropológico por una gran variedad de idiomas y culturas únicos en el mundo. El uso que dan en sur de Etiopía al terreno no es tan intensivo como la ganadería y agricultura que se puede apreciar en las montañas, pero veremos que de él surge una interesante reflexión sobre la relación entre el ser humano y la evolución del paisaje de la sabana.

Paisaje cerca de Karo

Paisaje cerca del río Omo, donde los termiteros pueden ser tan altos como los árboles

Dicho esto, podemos dar por terminada la introducción, espero que muy pronto empecemos a profundizar un poco más. La serie estará estructurada en cinco capítulos. He dividido el viaje en cuatro regiones que se corresponden groseramente con distintas altitudes, aunque el límite puede ser un poco artificial. ¡Os espero!

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La naturaleza de Etiopía contada para europeos

1. Introducción (que ya llega a su fin)

2. Valle del Omo y alrededores. Corresponde con las zonas más bajas y meridionales del viaje, entre los valles del río Omo y Mago, aunque también incluye por conveniencia otras áreas del sur de Etiopía. (400-1500 m)

3. Valle del Rift. Diferenciado en su propio capítulo sobre todo por las visitas a distintos lagos, muy ricos en fauna y flora. (1200-1700 m)

4. Mazico Etíope. Incluye las zonas de montaña visitadas a uno y otro lado del Rift, aproximadamente entre los 2000 y los 3500 m.

5. Alta montaña etíope. Las cumbres de los parques de Simien y Bale merecen su propio capítulo (3500-4400 m)


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Hallazgo bibliófilo: Icones Muscorum

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Ayer estuve de “viaje de negocios” en Nueva York. Negocios en plan biológico, claro. Como ahora estoy a tres horas en coche de la Gran Manzana, de vez en cuando toca hacer una visita, bien de placer, o bien de trabajo. En mi caso cuando voy por trabajo a Nueva York ya sabéis que me quedo en el herbario del jardín botánico. La primera visita que hice me dejó suficientemente impresionado como para hacer una reseña en su momento, pero cada vez que vuelvo me sigo enamorando de este sitio: la mayor colección botánica del hemisferio occidental, con más de siete millones de especímenes. Nunca hay que dejar de aprovechar la ocasión para recordar la importancia enorme que tienen las colecciones científicas para el desarrollo y el avance del estudio de la biodiversidad en todas sus facetas (ecología, biogeografía, sistemática,…).

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En los herbarios en condiciones el espacio es un factor limitante y los pliegos se almacenan en armarios compactadores, que se pueden mover por unos raíles con esas manivelas que se ven

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En los armarios se guardan los pliegos por orden taxonómico y alfabético y colocados en carpetas que siguen un código de colores

Sumergirse en una colección científica es una actividad apasionante que va más allá de los límites impuestos por el tiempo. Leía hace poco una reflexión compartida por muchos biólogos sobre las etiquetas de las colecciones científicas: las etiquetas cuentan historias, nos ponen a trabajar codo con codo con científicos del pasado de una forma extrañamente cercana, incluso aunque muchos años o incluso siglos nos separen de ellos. Lo que permanece igual es el ejemplar en sí, superando las dificultades técnicas o la falta de información de una época. Una buena colección científica conservará para la posteridad sus especímenes, y los biólogos del futuro podrán seguir estudiándolos y comparándolos. Las etiquetas de una colección pueden ser sucintas, o bien irse enriqueciendo con notas, claraciones, dibujos e incluso cartas. Hay pliegos que pueden contener un buen cacho de historia.

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Notas con caligrafía ilegible, dibujos, recortes, descripciones, cartas… nunca se sabe lo que puedes encontrarte

Aquí va un caso mucho más sencillo escogido por @bio100cia y que sirve muy bien como ejemplo:

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Este pliego contiene una muestra de un musgo con solera. La etiqueta original no nos da mucha información detallada (como era a veces costumbre en el siglo XIX), pero sabemos que el ejemplar fue recolectado por el ínclito y celebérrimo alsaciano W. P. Schimper (el autor de la primera flora de briófitos europea) en 1847, nada menos que en Sierra Nevada. Schimper viajó por toda Europa recolectando briófitos, así que todo parece encajar. El susodicho identificó el material como una variedad particular de la especie Grimmia trichophylla. El ejemplar fue adquirido por Mitten (briólogo británico) a comienzos del siglo XX, quien lo añadió a su colección y, quizá, hizo el dibujillo con el detalle de una “hoja”. El herbario de Mitten fue adquirido por el Jardín Botánico de Nueva York a su muerte, lo que explicaría que haya llegado hasta este recóndito armario neoyorquino. La siguiente, y por el momento última actualización de este ejemplar tuvo lugar en 1997, cuando J. Muñoz escogió precisamente este espécimen como referencia nomenclatural para la variedad usada por Schimper (a pesar de que fue sinonimizada). Como se puede ver, han bastado unas cuantas notas para poder reconstruir toda la historia de este musgo desde que fotosintetizaba tan alegre en las alturas granadinas hace 166 años hasta que se convirtió en el material científico que consultamos hoy en el Bronx.

Aunque iba por otro motivo, me dejé llevar por la nostalgia y comprobé el estado del isotipo de una de las especies descritas durante mi tesis y que envié por correo a Nueva York hará dos años. Lo busqué, y efectivamente, ahí estaba. El personal del herbario además de tomó la molestia de imprimir el artículo original, con la descripción, las fotos y el mapa, con lo que ha quedado algo muy apañao.

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La cosa es que, casualidades de la vida, en las instalaciones de investigación habían dejado una pila enorme de separatas y libros de la biblioteca de un botánico recientemente fallecido, que al estar duplicadas en la biblioteca, quedaban a libre disposición del que por allí pasase. Una especie de cuesta del Moyano pero en plan botánico ¡y gratis! Aunque había asumido la política de evitar tajantemente adquirir cualquier libro en papel, no he podido evitar sumergirme en una espiral de decadencia, en una orgía bibliofílica, sólo por el gusto de toquetear y curiosear.

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Cosas curiosas que acaba encontrando uno: el artículo con la tipificación de Cannabis sativa

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Bonito mapa de biomas de Norteamérica y coqueta ilustración de unos búhos, en una separata de una revista de ornitología

Y al final, de tanto jugar con fuego, me he acabado quemando y ha pasado lo que tenía que pasar, claro.

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Esto es, ni más ni menos, un ejemplar completo, en buen estado (aunque sin cortar ni encuadernar) de 1864 del Icones Muscorum de William Starling Sullivant. Los fans del post sobre la historia de la flora maldita recordarán que Sullivant era el botánico de Ohio que se convirtió en el briólogo más importante de Estados Unidos. Fue el que recibió la petición de Asa Gray de realizar la primera flora completa de los briófitos norteamericanos, un trabajo que tardaría décadas en acabarse (a manos de un ciego, un muerto y alguien que no sabía nada de briófitos) y que el propio Sullivant no pudo ver terminado por culpa de una neumonía fulminante que acabó con su vida en 1873. Icones muscorum es una especie de avanzadilla de ese trabajo que contiene descripciones de especies singulares de musgos de Estados Unidos (sobre todo del este, en este primer volumen). En aquella época la flora de este país aún estaba en gran parte por explorar, y en el caso de los briófitos se hacía necesario difundir la existencia de especies que parecían ser endémicas de esta región de América. Se daba además la circunstancia de que muchos de estos briófitos nunca se habían ilustrado, así que el plato fuerte de esta obra fueron sus 129 grabados en plancha de cobre que mostraban con un nivel de detalle (diría que nunca visto hasta entonces) a todas estas plantas americanas.

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129 grabados originales de 1864. Todos pa’ mí

En su momento creí que las ilustraciones eran del propio Sullivant, pero como él explica en el prólogo, su trabajo fue (además de las descripciones) el de supervisar estrechamente el trabajo del ilustrador (August Schrader) y el grabador (William Dougal). Son estupendas, y aunque están todas disponibles en la red, le han dado una alegría a mi modesta biblioteca de ciencia añeja. El resto de ella sigue en alguna caja de cartón en el garaje de mis padres. Cuándo se producirá la reunificación sigue siendo un misterio, pero hasta entonces ya me ocuparé de tener a buen recaudo la nueva incorporación.

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La duda que tengo ahora es si hacer que me corten las páginas con texto y encuadernarlo todo, o bien dejar las láminas aparte, o bien conservarlo en su estado actual. Se aceptan sugerencias.


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4 de julio

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El patriotismo es la virtud de los depravados

Oscar Wilde

Y de repente, un día llegó el verano. Calor, humedad, amanecer a las cinco de la mañana, barbacoas, tag sales por todas partes y la furgoneta de los helados. Una compañera de laboratorio que se iba a trasladar a California me comentaba que la idea no le hacía mucha gracia porque iba a echar de menos vivir en un lugar donde “hubiese estaciones”. Al principio me pareció un comentario sin pies ni cabeza (“jamía, que te vas a un clima mediterráneo, ¡qué más puedes pedir!“), pero ahora que ya he vivido las cuatro estaciones doy fe de que los cambios en el paisaje son espectaculares, como si los pintara un niño; nada que ver con mi, por otra parte añorada, meseta carpetovetónica. Los bosques se muestran exhuberantes, irreconocibles. El mismo sendero que hace unos meses ya te resultaba familiar, ahora está casi siendo devorado por el verdor, se ven colibríes durante el día y luciérnagas por la noche.

Pero me estoy desviando. La cosa es que sin comerlo ni beberlo nos hemos plantado en el 4th of July, día de la independencia. El planazo que teníamos para hoy era disfrutar del desfile que recorre la calle principal de Willimantic. No sabía muy bien qué esperarme, pero uno ya le va pillando el truco a esta gente y ha merecido la pena, no tanto por el contenido del desfile en sí, sino por ser testigo del mismo y registrar en mi cuaderno de bitácora las curiosidades del evento.

En resumen: el desfile ha durado una hora escasa, y por la calle principal iban pasando vehículos y viandantes de lo más variopinto:

20130704_120055Cuerpos y fuerzas de seguridad del estado

20130704_111716Representantes del rico y diverso sector agroganadero de la quiet corner de Connecticut

20130704_111334Centros educativos locales varios

20130704_112909Todo aquel que tenga un coche antiguo y le quiera dar un paseo

20130704_112350Boy scouts

20130704_112553Un dragón, un poco triste

20130704_113026y, en fin, frikis de todo tipo

Una vez más, ser testigo de un acontecimiento propio del folklore local siempre me recuerda a los Simpson y a la maestría con la que retratan incluso los detalles más particulares de la microsociología. Para empezar, la gente se lleva su sillita a la calle principal. Ahí, con toda la solanera, muy dignos ellos, se colocan en primera fila a disfrutar del acontecimiento. Las indumentarias patrióticas puntúan doble, desde llevar los colores nacionales a unos fastuosos calcetines con barras y estrellas. El desfile en sí mismo no tiene mucho que ver con la independencia que consiguieron de los británicos, y ni siquiera con el patriotismo. Es más bien un acontecimiento social con mucho regustillo local. Los comercios y asociaciones participan, aunque sea con un par de personas, para publicitar y darse a conocer. En una región con una densidad de población tan relativamente baja, donde todos los desplazamientos se hacen en coche, quizá sea una actividad necesaria porque las ocasiones de interacción entre personas, de conocer lugares nuevos y de hacer proselitismo no son tan frecuentes en un lugar en el que la gente no “pasea” por las calles y donde el downtown está normalmente desierto.

20130704_115536Apicultores del lugar, repartiendo caramelos

Willimantic es un pueblo no especialmente pequeño (17.000 almas o así), pero es el más grande en muchas millas a la redonda. De hecho me resulta muy confuso orientarme cuando “viajo” por la comarca, porque los núcleos urbanos no son tales, sino casas dispersas por aquí y por allá, casi a modo de aldeas gallegas, los cruces de caminos y referencias son todos muy parecidos en la inmensidad del bosque y lleva su tiempo aprenderse el camino que lleva a casa de fulano. Quizá por eso este desfile aglutina también negocios y asociaciones de los alrededores, acontecimientos que no te debes perder (¡una feria medieval!) y cosas por el estilo.

20130704_113923Orgullo willimantiqueño

20130704_111938Promoción de la energía solar

Pero por otra parte, sí que hay un candor patriota bienintencionado e ingenuo que era en el fondo lo que me esperaba. Ya sea un remolque de granjeros o los bomberos voluntarios, de repente alguien se arranca con un “U-S-A” a voz en grito, o la gente aplaude arrebatada a un grupo de orgullosos inmigrantes que lleva un cartel que reza “A nation of inmigrants” o “Prospective citizen“. Criaturicas.

El buenrrollismo es onmipresente. De ninguna otra manera sería posible que justo después de un grupo religioso de jarepéich pasase una asociación local de ateos.

20130704_114635Más majos

20130704_115515Para compensar, otros nos regalaron estas cosas tan molonas

Pues lo dicho, que pese a ser una cosa modesta y local, me ha hecho gracia asistir. Muy cándido y muy patriota todo. Quiero aprovechar la ocasión para colgar la que para mí siempre será la versión más esperpéntica del himno nacional, obscenamente oscilante entre la audacia y la burla: la que sale en Southland Tales:

Y antes de cerrar con el resto de las fotos del día, una anécdota que me ocurrió hace unos meses y que quizá no os haga mucha gracia. Íbamos un amigo local y yo paseando por Boston y al toparnos con una estatua de bronce va y me dice, “Mira, ese es Samuel Adams“, a lo que yo, casi sin pensar, le respondo espontáneamente muy  emocionado, y poniendo en evidencia mi ignorancia, “Ah, ¡el tío de la cerveza!”, cosa que le dejó con una risa incontrolable, vete tú a saber por qué.

Otro día, más.

20130704_115536 20130704_112909 20130704_112641 20130704_120112 20130704_120055 20130704_115515 20130704_115400 20130704_114901 20130704_114807 20130704_114752 20130704_114635 20130704_114624 20130704_114541 20130704_113923 20130704_113853 20130704_113549 20130704_113026 20130704_113012 20130704_112922 20130704_112909 20130704_112641 20130704_112553 20130704_112423 20130704_112350 20130704_112340 20130704_112335 20130704_112240 20130704_112157 20130704_112025 20130704_111938 20130704_111826 20130704_111807 20130704_111738 20130704_111716 20130704_111632 20130704_111539 20130704_111510 20130704_111334
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La naturaleza de Etiopía contada para europeos (2/5). Valle del Omo y alrededores

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Fig02
El valle del Omo, en el suroeste de Etiopía, es uno de los enclaves más interesantes del país. En el tramo bajo de sus 760 kilómeros recorre con sus impresionantes meandros una sabana extensa que se extiende hasta donde llega la vista configurando un paisaje que se corresponde bastante bien con la idea básica que podríamos tener de África en estas latitudes. En este área se encuentran dos de los parque nacionales más famosos del país (el del Omo y el del Mago), a la altura de los de otros países de África oriental en espectacularidad e interés, y a sólo unos kilómetros del extenso delta con el que este río desemboca en el lago Turkana, ya prácticamente en Kenia. Sin embargo, lo que hace a esta región especialmente conocida es una riqueza antropológica fuera de lo común, ya que este es el hogar de decenas de grupos indígenas como los aari, los hamar, los karo o los mursi, que mantienen vivas formas de vida con siglos de historia y que contribuyen a hacer de este rincón del mundo un punto caliente de diversidad lingüística. Aunque la presencia humana tiene mucho más impacto en otras zonas de Etiopía, inevitablemente hablaremos del la relación entre el paisaje y nuestra especie y qué se sabe sobre la interacción de ambos.

Panorama del río Omo en Karo

Panorama del río Omo a su paro por Karo

Como decía, recorrer estos valles es una experiencia puramente africana y donde la sabana se saborea durante interminables kilómetros de pistas polvorientas. Este paisaje, pese a todo, dista mucho de ser uniforme, y así, en la dialéctica entre la pradera y las leñosas que típicamente definen este ecosistema, encontramos distintas variantes en las que ambos estratos parecen tener suertes distintas.

Paisaje cerca de Karo

Esta imagen me gusta particularmente por aquello del termitero, de varios metros de alto, formanto parte del paisaje

Parque Nacional del río Mago

Bajada al valle del río Mago se aprecia una formación forestal relativamente densa

PN Mago

Por el contrario, en otro lugar del parque, las herbáceas parece ganarle el terreno al bosque

Alrededores de Turmi

Alrededores de Turmi

Como siempre me ocurre cuando llego a un lugar nuevo, son frecuentes los momentos de desorientación zoológica y botánica, y lleva su tiempo empezar a familiarizarse con una biota exótica. En este viaje y en este área concreta me alegré de tener fresca la visita a Marruecos y las puertas del Sáhara; muy agradable fue el encuentro con dos conocidas que bordeaban el desierto marroquí pero que vuelven a aparecer en las sabanas etíopes, justo en la otra punta del continente:

Calotropis procera Calotropis procera, flores

De estas plantas que te aprendes una vez y no se te olvidan: la inconfundible Calotropis procera y sus llamativas flores de asclepioidea redomada, aquí visitadas por unas hormigas. Esta planta era capaz de crecer en los más inhóspitos secarrales del sur de Marruecos. Aquí es casi una plaga que parece asociada a las cunetas de carreteras asfaltadas. Me sigue pareciendo un misterio su presencia en dos ambientes tan diferentes.

Acacia tortilis

Las acacias son a menudo difíciles de identificar, pero las legumbres retorcidas de Acacia tortilis la hacen blanco fácil

… pero claro que acacias hay muchas más, y no paran de atraer nuestra atención (y la de otros visitantes). Estas imágenes corresponden a un apacible paseo al atardecer por el lecho seco de un río.

Lecho seco de río. Turmi
Buitres sobre acacia
Una vez perdido el miedo a lo tropical podremos ir profundizando un poco más en las familias más típicas que configuran la flora etiópica:

Terminalia brownii

Terminalia brownii, una combretácea muy común en toda el África oriental

Boscia coriacea

Hojas y frutos de Boscia coriacea, un arbolillo frecuente de la zona, aquí donde lo veis pertenece también a otra de las familias habituales del África subsahariana: las caparáceas…

Caparácea

… al igual que esta Maerua ovata, cuya flor plagada de estambres sí que nos recuerda algo más a las de nuestras conocidas alcaparras.

Algunas otras muestras de flora del Omo que aún no he podido identificar, por si alguien se anima

A identificar

A identificar A identificar

Antes de cerrar del todo el capítulo de flora tengo que destacar también la presencia de plantas suculentas (es decir, que acumulan agua en determinados tejidos, típicas de zonas áridas) que me llamaron mucho la atención y que eran especialmente frecuentes en algunas áreas de matorral.

Adenium obesum Adenium obesum

Adenium obesum

Adenium obesum, la rosa del desierto, que presenta unos troncos engrosados y sus flores recuerdan mucho a las de las adelfas

Caralluma speciosa

Caralluma speciosa Caralluma speciosa

Caralluma speciosa, probablemente la planta que más me fascinó de toda esta región, con una estructura cactiforme y unas flores sorprendentemente llamativas. ¡También es una apocinácea! como la rosa del desierto y la calotropis

A pesar de la importancia y riqueza de los parques del Omo y el Mago, no son de los sitios donde se puede planear una visita con facilidad que no sea para ir a ver a algunas de las comunidades que lo habitan. Tampoco es que el calor asfixiante hiciese mucho a favor de una “exploración” en profundidad, pero incluso a cuatro ruedas puedes toparte con algunas sorpresas. Ya dije en su momento que Etiopía no es un país “de safaris”, pues los grandes mamíferos son difíciles de ver, pero una de las cosas que más disfruté y de las que más aprendí fue de mamíferos herbívoros, ya que nos topamos con todo tipo de antílopes, animales que para mí eran un jaleo hasta visitar Etiopía y que ahora… digamos que me resultan menos “jaleosos”.

Kudu menor

Un kudu menor (Tragelaphus imberbis) nos sale al encuentro. Los kudus integran un selecto grupo de antílopes cuyos machos presentan unos inconfundibles cuernos en espiral (que en el caso del kudu mayor pueden alcanzar los tres giros)

Dik-dik

En el otro extremo, y con el tamaño aproximado de un pastor alemán, tenemos a uno de los antílopes más pequeños: un tímido dik-dik (Madoqua sp.) escondiéndose en la sombra de unos arbustos. Pese a ser una miniatura de antílope, este macho muestra unos diminutos cuernos. Me llama mucho la atención la disposición de los ojos, mucho más separados que en otros antílopes y sugiriendo la típica visión periférica de quienes deben estar muy atentos a los depredadores. La verdad es que la idea de una caldereta de dik-dik suena bastante apetitosa.

Anticipé que la avifauna etíope es un placer continuo. A menudo se avistan pájaros de colores espectaculares, y de vez en cuando, animales que pueden resultarnos familiares. Hay que recordar que en la Península Ibérica disfrutamos de una interesante presencia de avifauna africana “prestada”. Lo que en Andalucía es excepcional e inconfundible puede ser, en realidad, una prolongación de un linaje frecuente y diversificado en África. Pensemos por ejemplo en los abejarucos y las carracas. En Europa contamos con la presencia de una especie de cada una de estas aves, pero no son sino los primos aventureros de dos multitudinarios clanes: las especies de abejarucos y carracas creo que superan la decena en estas fronteras.

Carraca. Coracias naevius

Una carraca, Coracias naevius, no especialmente agraciada cromáticamente, para mi fastidio (no era fácil fotografiarlas)

Buitre (Gyps africanus)

Lo mismo pasa con los buitres: de la guisa de nuestro buitre leonado hay un buen puñado de representantes. Este puede ser Gyps africanus

Hubara kori (Ardeotis kori)

Una impresionante hubara kori (Ardeotis kori), con sus más de 12 kg de masa, compite con nuestras avutardas por el puesto de ave voladora más pesada del mundo

Barbet amarillo. Trachyphonus erythrocephalus

Un espectacular barbudo rojiamarillo (Trachyphonus erythrocephalus). Muchos de estas aves anidan en túneles hechos en termiteros

Gallinas de Guinea (Numida meleagris)

Grupo de gallinas de Guinea (Numida meleagris), otra visión habitual en el este de África

De los variados encuentros con reptiles, mencionaré de pasada la anécdota de cuando vi un cocodrilo en una charca junto a la cuneta y me bajé del coche a hacerle una foto. Un cocodrilo pequeño que en menos de lo que tardé en dar un paso desapareció a una velocidad impresionante, lo que me hizo reflexionar sobre si era adecuado acercarte a uno de una forma tan imprudente. No hubo foto, pero conservo todas las extremidades. Quedémonos mejor con mis lagartos favoritos del paleotrópico: las agamas, fotogénicas y pacientes, además de muy bonitas.

Agama agama

Agámido

Destaco también un par de encuentros con la fauna de estos valles en un mediodía tórrido en el que nos pudimos resguardar en un bosque de ribera. Seguro que muchos hemos tenido ocasión de ver grupos de mariposas bebiendo en los limos de un río, pero cuando se trata de insectos tan llamativos como estos, el resultado es aún más colorido.

Mariposas

Mariposa Mariposa

Colobo

En esa misma ribera sesteaba un colobo (Colobus guereza), inconfundible mono negro y blanco, también bastante habitual en todo el país (volveremos a encontrarlo incluso a más de 3000 metros de altitud)

Un paisaje como este merece una reflexión especial. Quizá os sorprenda saber que los orígenes de la sabana y su “explicación” desde un punto de vista ecológico es un tema muy controvertido para los especialistas en vegetación. ¿A qué se debe esa convivencia entre leñosas y herbáceas? ¿Se trata de un tipo de vegetación natural o es el resultado de la interacción humana? ¿Qué tipo de dinámicas experimenta? Si bien este es un tema de por sí controvertido, en el valle del Omo tiene un componente adicional de controversia: existe cierta tensión entre la administración central etíope y la población local que habita esta parte del valle y que pertenecen a la etnia mursi. Muchos consideran que el ganado de los mursi está provocando un cambio en la sabana: el ganado se come las herbáceas, favoreciendo a las leñosas, incrementando la matorralización de la sabana y provocando un cambio, quizá irreversible en el paisaje. Recientemente se llevó a cabo un estudio precisamente en esta zona que trataba de indagar en el pasado de la vegetación del valle del Omo, y tengo la suerte de que la autora principal es mi amiga @gilromera, así que ha podido asesorarme personalmente.

Cerca de Turmi
Son muchos los factores que pueden afectar a la estructua de la sabana, favoreciendo a herbáceas o leñosas, según el caso, empezando por el tipo de suelo, la precipitación, la frecuencia, intensidad y extensión con las que se dan los incendios y la presión de los herbívoros (ganado incluido), que tienen tendencia a favorecer a las leñosas al quitarles la competencia a mordiscos. Las perturbaciones que modifican el equilibrio en la arquitectura de la vegetación pueden iniciar un ciclo en la evolución del paisaje: si el fuego o el sobrepastoreo acaban con gran parte de las herbáceas, las leñosas colonizarán el área con más éxito al ver reducida su competencia (matorralización). Con el tiempo, sin embargo, la densidad de leñosas puede crecer tanto que acabarán compitiendo entre ellas provocando la desaparición de algunos de los árboles y permitiendo de nuevo la colonización de las herbáceas.

Este modelo, defendido en el estudio que he enlazado antes, se basa especialmente en un registro de series de polen fósil en el valle del Omo durante los últimos 2000 años y gracias a él se puede reconstruir la evolución de la vegetación. El registro muestra que se han producido al menos seis episodios de matorralización en los últimos dos milenios (las caparáceas, mencionadas al principio, son una de las familias indicadoras de este proceso), por lo que la dinámica parece ser cíclica y reversible. La presencia de las comunidades indígenas del Omo, que por otra parte lleva habitado desde hace milenios, no debería pues entenderse como un obstáculo para la gestión y la conservación.

El debate sobre la presión que pueden tener los pueblos del Omo en la conservación del paisaje parece ser más bien la excusa de una administración que en realidad está mucho más preocupada por llevar a cabo un faraónico proyecto: la presa Gibe III, que cuando se termine será la más alta del continente y promete unos sustanciosos beneficios económicos para los de siempre. La construcción de esta presa se ha adjudicado violando las propias leyes etíopes y tendrá unos efectos devastadores en todo el valle y muy especialmente en los pueblos indígenas de los que las agencias de turismo etíope tanto parecen presumir. Al acabar con la estacionalidad del río y sus inundaciones, los ecosistemas riparios, de una riqueza inigualable, sufrirán un daño irreversible, y la mayoría de las poblaciones indígenas que viven de los acuíferos del valle y del cultivo de sus terrazas se verán expulsados de su tierra en un desastre humanitario del que las personas afectadas no parecen saber nada y que el gobierno etíope parece preferir ignorar. Se cree además que el nivel del lago Turkana puede descender varios metros, causando prejuicio a más de 300.000 personas y un grave impacto a los ecosistemas keniatas. Las obras ya han empezado, y posiblemente acaben en 2016. Tras su construcción, el valle podrá irrigarse con técnicas de última generación para cultivos de soja, caña de azúcar y biodiésel. No creo que haga falta decir más, pero no puedo evitar hacer una llamada de atención sobre a qué modelo agroalimentario y energético responde la existencia de estos cultivos aquí.

En fin. Terminemos con algo bonito.

¡Postdata final!: Yabelo

Aunque no está para nada en el valle del Omo, no puedo dejar en el tintero que el viaje pasó en determinado momento por la población de Yabelo. De camino a tan retirado rincón recuerdo lo frecuentes que eran las manadas de dromedarios (aparentemente formaban parte del ganado, pero lo cierto es que siempre parecían estar en estado de semilibertad).

Paisaje al sur de Yabelo

Llegando a Yabelo

Dromedarios

Precaución: dromedarios

Yabelo sería un lugar totalmente ignorado en esta serie de no ser por una circunstancia realmente curiosa y casi inexplicable. A escasos kilómetros de esta población hay una pequeña reserva natural que contiene varios endemismos, uno de ellos relativamente conocido: la urraquita de Stresemann (Zavattariornis stresemanni). Esta especie es un ave gregaria, que vive en grupos relativamente grandes, pero que, misteriosamente, sólo existe en esta reducida región cercana a Yabelo. Pese a que al menos aparentemente, no hay nada que impida a las urraquitas extenderse a otros territorios colindantes (en los que la vegetación parece la misma, y en los que nada aparenta limitar la vida de estos pájaros), su área de distribución está reducidísima. Esta especie no fue descrita hasta 1938 y desde entonces ha dado varios dolores de cabeza a los ornitólogos, ya que no estaba claro si era un estúrnido o un córvido (parece ser que finalmente es un córvido). La intriga sobre si seríamos capaces de verlas duró hasta el último momento, ya que por falta de tiempo no visitamos la reserva, y nos limitamos a estar muy atentos conforme recorríamos la carretera hacia el norte. Pues bien, efectivamente, acabamos dando con un grupo de estas urraquitas al pasar junto a la reserva (en la que finalmente nos colamos durante unos minutos para conseguir inmortalizar a esta joyita de la biodiversidad etíope). Con ellas me despido hasta la siguiente entrada.

Urraquita de Stresemann
Urraquita de Stresemann
Urraquita de Stresemann
Las famosas urraquitas de Stresemann (Zavattariornis stresemanni)

Agradecimientos especiales, obviamente, a @gilromera por su asesoramiento sobre la evolución del paisaje y en general, por todo lo que me ha enseñado sobre Etiopía

La naturaleza de Etiopía contada para europeos

1. Introducción

2. Valle del Omo y alrededores

3. Valle del Rift

4. Mazico Etíope

5. Alta montaña etíope


Archivado en: Ciencia y naturaleza

La naturaleza de Etiopía contada para europeos (3/5). Valle del Rift

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Valle del Rift en Etiopía central. Se destacan los lagos visitados en el viaje y la situación de Arba Minch y el Parque Nacional de Nechisar

La llegada al valle del Rift fue un momento esperado. Llevábamos ya un buen trecho de viaje por la sección norte del Macizo Etíope cuando enfilamos hacia el sureste desde Addis Abeba. Es imposible no dejarse llevar un poco por la emoción del título que ostenta este valle como “cuna de la humanidad”, aunque ello responda más bien a la fortuna caprichosa de haber encontrado multitud de fósiles de homínidos. La cosa es que tras cada loma, tras cada repligue del horizonte, esperábamos encontrar alguna vista que nos certificase que habíamos llegado. Y así fue.

Vistas del valle del Rift
Vistas del valle del Rift

No es que sean grandes fotos pero se capta la idea. En esta zona (a la altura del lago Ziway), el valle es lo suficientemente estrecho como para ver las montañas que hay al otro lado, de las que nos separaba la el Rift propiamente dicho. Las vistas no son especialmente impresionantes: no es un gran desnivel ni un caída abrupta, más bien interesan por lo que sabemos que es en realidad: este valle apacible es una cicatriz tectónica, una grieta creciente por donde la corteza terrestre se rasga. En otros puntos del valle hay conos volcánicos, e incluso donde se tomaron las fotos que os he enseñado había obsidiana en el suelo (un vidrio volcánico ligado a erupciones) y esa misma noche me pareció ver en el lago Langano piedras que flotaban. No me engañaban los ojos: se trataba de pumita (o piedra pómez). Algún día un brazo de mar cubrirá este valle y las montañas que se divisan a lo lejos formarán parte de una de las islas más grandes del mundo: la formada por la placa somalí.

Pero volvamos al presente: a día de hoy el Valle del Rift etíope es un destino excelente para conocer la flora y fauna del lugar. El fondo de la fosa, bastante llano y con una altitud de unos 1200-1500 metros, disfruta de un clima algo más fresco que en el tórrido valle del Omo, y está recorrido por un rosario de pequeños lagos endorreicos, mucho más pequeños que los que hay en la sección meridional del mismo valle (Turkana, Victoria, Malawi,…) pero merecedores de atención, sin duda alguna.

Como el clima de la zona sigue siendo cálido y sujeto a estacionalidad pluviométrica, encontramos por aquí una vegetación similar a la del capítulo anterior, con las acacias dando perfil a la sabana y familias típicamente paleotropicales (combretáceas, caparáceas, apocináceas y toda la pesca).

Acacia abyssinica Acacia abyssinica

Acacia abyssinica, junto con la del capítulo anterior, una de las pocas especies de acacia que, creo, se puede identificar más o menos sin problemas por sus inflorescencias blancas y sus legumbres marrones y planas

Acacia

Esta otra acacia, por ejemplo, ni idea

Rumex nervosus

Rumex nervosus, poligonácea con actividad antihelmíntica, o sea, que se puede usar contra parásitos intestinales

Carissa edulis

Carissa edulis, apocináceas y toda la pesca

Euphorbia candelabrum A identificar

Euphorbia candelabrum, una suerte de cardón canario gigante, y un arbolillo que me quiere recordar muy lejanamente a un Celtis pero que no estoy seguro (se aceptan sugerencias)

Uno de mis indicadores favoritos de estar en el África subsahariana es la actividad de los tejedores (género Ploceus), los diversos pájaros amarillos que llenan las acacias con nidos de muy compleja construcción (de ahí les viene el nombre). Hay muchísimas especies en todo el continente.

Tejedor (Ploceus sp.)

Macho de tejedor (Ploceus sp.) junto a su nido

Tejedores había visto ya en Sudáfrica y Madagascar, pero lo que nunca había tenido ocasión de ver son dos variantes de estos pájaros inconfundibles. El primero vino en la forma de unos nidos muy particulares, que tenían una entrada muy larga a modo de embudo. El misterioso autor quedó desvelado en unos días: se trataba del hogar del Anaplectes rubriceps, o tejedor cabecirrojo.

Nido de tejedor cabecirrojo Tejedor cabecirrojo en nido

Inconfundible arquitectura del nido del tejedor cabecirrojo (Anaplectes rubriceps). aunque estrechamente emparentado con los tejedores típicos (Ploceus), está emplazado en su propio género monoespecífico

La otra variante la pusieron los ruidosos gorriones tejedores. Como su nombre indica, han debido dar algún que otro dolor de cabeza a los ornitólogos, y se les ha clasificado tanto en los paséridos como en los ploceidos (su propio nombre genérico: Plocepasser, da testimonio de esa esquizofrenia). Parece ser que son realmente gorriones con hábitos tejedores. Eso sí, en lugar de nidos colgantes, los construyen encima de las ramas, pero igualmente forman colonias populosas.

Plocepasser mahali

Nido de Plocepasser mahali Nidos de gorrión tejedor

Gorrión tejedor (Plocepasser mahali) y fotos de sus nidos

Visitar los lagos del Rift permite, muy notablemente, ver aves. Muchas aves. El primer contacto con las aves acuáticas fue un fugaz paseo por las orillas del Langano.

Amanecer en el lago Langano

Amanecer en el Langano

Vanellus spinosus Matín pescador pío (Ceryle rudis)

Grupo de avefrías espinosas (Vanellus spinosus) y un martín pescador pío (Ceryle rudis) entre las aves mañaneras que buscaban alimento en el lago

En el lago Awasa, el más pequeño de todos, sí que hubo algo más de tiempo incluso para hacer un recorrido en barca a algunos lugares de interés. Es un buen lago para observar aves acuáticas, especialmente en los alrededores de la lonja, donde van a ponerse las botas con los restos de pescado y se dejan ver muy de cerca.

Lago Awasa

Lago Awasa

Pelícano (Pelecanus onocrotalus) Cormoranes (Phalacrocorax carbo lucidus)

Un pelícano, posando, (Pelecanus onocrotalus) y cormoranes (Phalacrocorax carbo lucidus)

Ibis sagrados (Threskiornis aethiopicus)

Pareja de ibis sagrados (Threskiornis aethiopicus)

Marabú (Leptoptilos crumeniferus)

Todo un icono de la avifauna africana: la cigüeña marabú (Leptoptilos crumeniferus)

Hammerkop (Scopus umbretta)

Una curiosidad: el avemartillo (Scopus umbretta). Se trata de un pariente de los pelícanos, muy común en el trópico africano y famoso, al parecer, por construir el nido más grande de todas las aves

Y ya que hablamos de pesca, hay que recordar que muchos de los habitantes de la zona se ganan la vida gracias a esta actividad. Generalmente salen en barcas y pescan con redes, al menos en el Langano y el Awasa. La pesca en el lago Chamo está sujeta a algún tipo de regulación, aunque vimos “pescadores ilegales” (según el guía) en alguna ocasión. La pesca puede además ser una actividad de riesgo, sobre todo porque algunos valientes salen en canoas que flotan de milagro y no hay que olvidarse de que en muchas zonas de estos lagos hay cocodrilos. La ictiofauna de estos lagos era algo que me interesaba conocer. Los que seáis aficionados a los acuarios recordaréis que en los lagos del Rift meridional, y muy especialmente en el lago Malawi, hay una diversidad única y deslumbrante de especies de cíclidos; de hecho la radiación de esta familia de peces en los lagos del Rift es objeto de estudio de muchos biólogos evolutivos al suponer un ejemplo único de especiación en simpatría. Creo que en los lagos etíopes no se dan ese tipo de cíclidos, pero aún así, el pescado más consumido procedente de los mismos pertenece a esa misma familia y siempre hace gracia reconocer las típicas formas de la aleta dorsal y anal, tan reconocidas en los acuarios, en peces destinados al consumo humano. Normalmente se les llama “tilapias”, pero por mi experiencia creo que ese es un nombre que se aplica de forma muy general a cíclidos de este tipo, así que no estoy seguro de a qué género pueden pertenecer. El pescado más apreciado de estos lagos es la famosa perca del Nilo (Lates niloticus), introducida aquí al igual que en otros lagos africanos y que supone una amenaza para la diversidad local, pero que es el objeto de deseo de los pescadores porque se paga a buen precio.

Pescadores en el lago Langano Pescadores

tilapias

Pescando tilapias

Y para no alargarme demasiado vamos a pasar ya a la que resultó ser la zona más interesante de este área: el lago Chamo y el Parque Nacional de Nechisar, que se encuentran cerca de la ciudad de Arba Minch, casi a caballo de los lagos Chamo y Abaya. En esta zona hay tres puntos de interés y supuso uno de los grandes éxitos del viaje: el bosque de “los 40 arroyos”, cerca de la ciudad, el recorrido en barca por el norte del lago Chamo y la excursión a pie por las Llanuras de Nechisar.

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Croquis de la zona, en mi cuaderno de campo

El bosque de los 40 arroyos, muy cerca de Arba Minch y del estrecho brazo de tierra que separa los lagos (conocido como “el puente de Dios”) fue toda una sorpresa. Se trata de un bosque de perennifolios muy bien conservado, con un dosel denso y multitud de lianas; un tipo de bosque que no esperaba encontrar en un área de lluvias estacionales y cuya presencia quizá responda a la abundancia de agua durante todo el año. Un paseo por este bosque merece mucho la pena.

Bosque cerca de Arba Minch

El bosque de los 40 arroyos. Entre otras cosas había Cordia africana, Ficus sicomorus y Coffea arabiga

Pareja de Tockus deckeni

Pareja de tocos de Decken (Tockus deckeni); los tocos son la versión africana de los tucanes neotropicales

Babuíno (Papio anubis)

Un babuino (Papio anubis). Es un primate muy común en todo el país, pero esta foto me gusta especialmente por la iluminación

Para llegar al plato fuerte del parque, las Llanuras de Nechisar (sólo con ese nombre ya merece la pena el desplazamiento) hay que atravesar el Chamo desde los alrededores de Arba Minch en dirección este hasta la orilla opuesta. De nuevo es una ocasión estupenda para hincharse a ver aves.

Colonia de pelícanos

Colonia de pelícanos en el lago Chamo

Jacana (Actophilornis africanus)  Garcita azulada (Butorides striata)

Jacana (Actophilornis africanus) y garcita azul (Butorides striata)

Pelícano y garza goliat (Ardea goliath)  Pgargo vocinglero (Haliaeetus vocifer)

Garza goliat (Ardea goliath), junto a pelícano, y pigargo vocinglero (Haliaeetus vocifer) junto a garza

Pero la guinda de la navegación la pusieron un par de bichejos de tamaño considerable.

Cocodrilo Crocodylus niloticus

Cocodrilo

Cocodrilos del Nilo (Crocodylus niloticus), algunos de ellos con una más que respetable envergadura, tomando el sol en la orilla. Bastante impresionantes

Hipopótamo (Hippopotamus amphibius)

Hipopótamo (Hippopotamus amphibius) Hipopótamo (Hippopotamus amphibius)

¡Hipopótamos! (Hippopotamus amphibius), una grata experiencia verlos de cerca. En general los hipopótamos prefieren pasar en el agua las horas con más insolación, al parecer porque su piel es bastante sensible al sol. Es más frecuente verlos en tierra firme al amanecer y al atardecer. Me contaron además que existe cierto tránsito de hipopótamos entre los lagos Abaya y Chamo: ambas poblaciones están en contacto, pues muchos animales recorren el estrecho brazo de tierra que separa ambos lagos

Finalmente, desembarcamos cerca de las Llanuras de Nechisar (cerciorándonos previamente de que no hubiese cocodrilos) y dimos una pequeña caminata por la zona, una preciosa sabana poblada con algunos de los herbívoros más célebres del continente.

Llanuras del Nechisar y lago Chamo

Vistas del Nechisar con el lago Chamo al fondo

Kudus mayores (Tragelaphus strepsiceros)

Grupo de hembras de kudu mayor en la lejanía (Tragelaphus strepsiceros)

Gacela de Thomson (Eudorcas thomsonii)

Gacela de Thomson (Eudorcas thomsonii), reconocible por la banda oscura del costado

Gacela de Grant (Nanger granti)

Gacela de Grant (Nanger granti), que carece de la banda negra en el costado

Gacelas de Thomson (Eudorcas thomsonii)

Gacelas y kudus

Y para cerrar este episodio, os dejo con las fotos de cebras; sólo unas pocas, porque hice docenas. La cosa fue un poco como sigue: nos emocionamos muchísimo al ver algunas junto al sendero, nos íbamos acercando y las tías no se iban, pasamos a sólo unos metros y lo más que hicieron fue retirarse unos pasos prudenciales y seguir a lo suyo. Nos hartamos de ver cebras, literalmente. Recuerdo estar intentando hacerle las fotos a los kudus y no paraban de cruzarse cebras frente al objetivo (“putas cebras”, farfullé apenas 20 minutos de haber babeado por ver a las primeras). Qué pronto se acostumbra uno a lo bueno.

Cebras

Cebras (Equus quagga) Cebra (Equus quagga)

Cebra amamantando a su potro Acacias y cebras

Cebras a tutiplén (Equus quagga)

Pues eso es todo de momento. Os veo en el Macizo Etíope.

La naturaleza de Etiopía contada para europeos

1. Introducción

2. Valle del Omo y alrededores

3. Valle del Rift

4. Macizo Etíope

5. Alta montaña etíope


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La falta de varón, o cómo se las gasta Dios

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Este post es el vivo ejemplo de por qué mi bloj nunca podrá ser algo serio por muchas cosas dentífricas que diga, pero en fin, a veces se me ocurren tonterías y no tengo dónde soltarlas así que allá va.

Supongo que no se os ha pasado por alto todo el follón este que ha habido por los cambios que Ana Mato (alias confeti-woman) quiere introducir en la ley de reproducción asistida. La verdad es que hace años que no me motiva nada escribir en el bloj cosas de actualidad, como que me sale un sarpullido en los dedos y me asfixio en mi propia bilis o algo así, y de hecho no voy a entrar en el hecho de si los cambios son una discriminación o no hacia las mujeres no heteroadecentadas (aunque lo sea). No. Mi reflexión es un absoluto off topic a la gloriosa frase que ha soltado nuestra ministra:

La falta de varón no es un problema médico

Qué cosa más rancia de mujer, por favor. ¿Qué clase de oración es esa? ¿Qué cojones significa “la falta de varón”? ¿Es el varón una especie de ingrediente físico del cosmos o del clima para decirse así, sin artículo ni nada? “La falta de varón no es un problema médico, de la misma manera que la ausencia de lluvia no es óbice para salir a la calle”. Me morderé la lengua y no ahondaré en si la ministra se cree que nos tiene que explicar en qué consiste la fecundación y os diré a qué me ha recordado eso de “la falta de varón”, esa forma de expresarse que sólo de leerla siento como si me cayese un cubo de caspa encima.

Coslada, 13 de mayo de 1988. Día de la primera comunión de Copepodín.

Además de celebrarlo en el parque de atracciones recibí algún que otro regalo, todos ellos hace tiempo que cayeron en el limbo del olvido excepto uno. Un cómic. Un cómic… del Evangelio. Sí amigos, ese cómic que aún conservo y que debe estar en alguna de las cajas con el resto de mis posesiones, cogiendo polvo en casa de mis padres. Qué circunstancia tan lamentable, me hubiese encantado escanearos algunas de sus páginas para que pudiésemos comprobar juntos que era un buen cómic en el fondo. Lo digo en serio, el guión es el que es y no se puede mejorar mucho, pero la parte artística estaba bastante currada, los dibujos eran muy buenos, realistas, con bastante dramatismo, un cómic, en definitiva bastante currado y que leí incontables ocasiones, porque 1) en aquel momento yo aún estaba sujeto a la impronta religiosa de mi infancia en una familia como Dios manda, y 2) yo leía cualquier cosa que se me pusiese a tiro, para qué vamos a engañarnos.

Las virtudes del cómic, como decía, incluían una buena calidad del dibujo que sabía transmitirte la vida de Jesús de una forma distinta a las estúpidas representaciones infantiles de la catequesis. Podías ver a Jesús de mala hostia echando a los mercaderes del templo, acojonado en el Monte de los Olivos, veías la sangre y la crudeza de la Pasión mucho antes de que Mel Gibson se dedicara a dar rienda suelta a su fanatismo, había homenajes a Dalí y a otros pintores, había un mapa sorprendentemente detallado de Jerusalén, los ángeles no eran querubines alados sino sombras oscuras y misteriosas; había un realismo crudo en la decapitación de Juan Bautista o en la perturbadora resurrección de Lázaro… bueno, en general era un cómic religioso distinto, que no parecía para niños. Quizá por eso me gustaba.

Pero claro: los textos eran los que eran: Biblia pura y dura, y eso era un bajón constante que no paraba de rechinarme a cada viñeta por ese lenguaje arcaizante. Y aquí llegamos al meollo.

La Virgen María recibe un visitante nocturno. Como decía, es una sombra de la noche, casi un espectro. Le dice aquello de que va a concebir al hijo de Dios, y ella le responde:

“¿Cómo puede ser eso, pues no conozco varón?”

¡¡El anticlímax!! ¡Hija de mi vida! ¿Aparece un terrible ángel de la noche, guardián de la oscuridad y le respondes así? Me parecía una respuesta tan poco natural, tan casposa, que desde entonces el propio término “varón” me transmite arcaísmo y ranciedad. Aunque por aquellos años no estaba al tanto del uso bíblico del verbo “conocer”, la idea la captaba porque yo ya había pasado por una catequesis y tal. La duda era razonable, ¿Cómo vas a tener un hijo sin copular? (otro día os tengo que contar cómo me enteré de en qué consistía el sexo, recordádmelo) y ante dicha duda el ángel le responde algo así como “nada es imposible para el Señor tu Dios”, y ella se dice a sí misma “pues será eso”, y oye, ni una palabra más.

Hasta aquí, bien, pero nótese la ausencia del artículo en varón: “no conozco varón”, igual que “la falta de varón” de la que habla Ana Mato, el único clavo ardiendo, el único factor común que tiene el titular de una noticia con el rollo macabeo que os estoy contando sobre un cómic que me regalaron en mi primera comunión. Ya me estoy arrepintiendo de haber empezado todo esto. En serio, estoy por borrarlo, lo borraría de no haber prometido en tuiter que lo escribiría, así que seguiré.

Como bien deberíais saber, el ángel no había estado ocioso. Unos meses antes había estado preparando el terreno y había visitado a Isabel. Isabel era estéril, y tanto ella como su marido Zacarías estaban ya muy mayores para tener hijos, pero eso no les impedía sentir cierta frustración por haberse quedado los dos solos. Así que Dios decidió que Isabel y Zacarías tendrían un hijo (al parecer Zacarías sí que tendría el privilegio de ser algo más que padre putativo), concretamente el hijo sería Juan el Bautista, que era un poco como el teaser de Jesús, pero la idea era la misma: mujer que no puede tener hijo, va y lo tiene.

En esta ocasión el ángel en lugar de hablar con la interesada habla con Zacarías, y le dice lo mismo: que sepas que tu mujer va a tener un hijo. Zacarías, tras recuperarse del susto, tiene la duda razonable y le dice al ángel que cómo puede ser eso, que tanto él como Isabel están un poco mayores. ¿Y qué creéis que le dice el ángel? ¿Le suelta algo como a María en plan “tranqui que Dios controla”? ¡No! ¡El muy cabrón va y… LE DEJA MUDO! ¡Mudo! ¡Le deja mudo hasta que nazca el hijo ¡Nueve meses de mutismo forzoso por poner en duda el poder de Dios! ¡Pedazo de cabrón!

Copepodín, cuando leía esto, iba una y otra vez de una página a la otra comparando las reacciones de María y de Zacarías. No eran tan diferentes. Ninguna palabra más alta que otra, no se cachondean del ángel, no le echan de casa… nada. Los dos expresan su duda sobre que tener un hijo en su circunstancia sea posible… pero a María le suelta un “ya verás, ya… ¡vas a flipar! ;-)!” y a Zacarías un “Ah sí, ¿eh? ¡Pues te vas a cagar ahora, por listo sabelotodo! ¡¡ZASCA!! ¡MUDO!”.

Aunque Dios cumplió su palabra y Zacarías recuperó la voz para poder glorificar al Creador cuando tiene a su retoño en brazos, a mí la exégesis de estos dos pasajes me dejaba muy, muy preocupado. ¿Qué clase de todopoderoso se comportaba de esa forma tan pusilánime? ¡Menudo peligro! Al menos saqué una provechosa enseñanza: en el hipotético caso de que en algún momento me cruzase con Dios (yo qué sé, en el peluquero o en los columpios) más me valía andar con mucho ojito, porque no era de fiar y tenía muy mal pronto. A su vez me recordaba a aquel chiste del autoestopista que no podía decir nada y… bueno ese si acaso lo cuento otro día, que si no esto va a parecer Inception. La cosa es que daba la sensación de que no importaba cómo te comportaras, al final lo definitivo es si le caías gordo a Dios o no. Creo que si la reflexión me pilla con más bagaje me hago calvinista.

Es tentador decir que aquella reflexión fue un inicio de rebeldía contra la impronta católica, pero aún me quedaban algunos años para eso. Me marcó lo suficiente, eso sí, para que cuando oigo a Ana Mato hablar de “la falta de varón”, como quien habla de que te falta un hervor o el graduado escolar, me chirríe igual que un cómic gráficamente atractivo pero lingüisticamente arcaico. ¡Brrrrrr!

Y además me pregunto si nombrarán a Gabriel el Oscuro como patrón de la reproducción asistida: que lo mismo te preña que te deja mudo.

Os dije que era muy largo para Tuiter.


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Degustación de flora del delta del Misisipi

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Estos días estoy asistiendo al Botany 2013 (el congreso de la Sociedad Americana de Botánica) que está teniendo lugar en Nueva Orleans. Dejando a un lado el interés de la ciudad en sí (que quizá comente en otro momento, o quizá no, que se me acumulan los posts de viajes cosa mala), tengo que destacar un par de salidas de campo que he hecho con algunas subsociedades de la BSA (la de helechos y la liquenológica-briológica) que me han permitido conocer la naturaleza de algunos puntos del delta del Misisipi. Alucinante, de verdad, me ha encantado; de esos lugares especiales que gusta conocer.

Como apenas tengo tiempo, voy a ver si sale una entrada así un poco improvisada y del tirón, aún que me dura el entusiasmo, y no se pierden las fotos en el limbo del flickr.

Como sabemos todos, el río Misisipi es uno de los más grandes del mundo, absolutamente superlativo tanto por su caudal como por la extensión de su cuenca hidrográfica. Desemboca en el golfo de México dejando una llanura aluvial totalmente monstruosa, con una extensión de más de 28.000 km2 (más grande, por ejemplo, que toda la Comunidad Valenciana). Este pseudópodo de sedimentos que penetra en el mar es el resultado de milenios de depósitos, cambios de corriente, erosión y re-sedimentación de los distintos deltas, estuarios, islas y demás que el sistema fluvial ha ido generando en el pasado. Normalmente cuando se habla del delta del Misisipi nos referimos sólo al extremo final de su cauce más importante hoy en día, pero eso es sólo una parte de toda esta inmensa planicie sedimentaria.

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El Misisipi a su paso por Nueva Orleans

Ya solo ver el río en sí impresiona cosa mala: es el río más grande que he visto hasta la fecha (vale que estuve en el Nilo, pero sólo en su nacimiento). Considerar la inmensidad de estos pantanos y bosques y la impenetrabilidad que ostentan incluso hoy en muchas zonas me hace pensar en la determinación de los colonos que pensaron que este lugar insalubre e inhóspito, con un calor exagerado la mayor parte del año, una humedad saturada y huracanes en abundancia, era un buen sitio para fundar una ciudad. Por supuesto, el valor estratégico de Nueva Orleans bien merecía el esfuerzo (que se lo digan a los confederados), pero sigue impresionando imaginarse la impresión que debió provocarles a los primeros europeos.

misisipi

Imagen de satélite de toda el sistema de deltas y llanuras aluviales del Misisipi en su desembocadura

Los distintos hábitats de la llanura se distribuyen en función de su altitud (pese a que el margen no es muy amplio). Así, en las zonas relativamente a mayor altitud se da un tipo de bosque húmedo, pero no siempre inundado (en este ambiente fue donde se construyó el casco histórico de Nueva Orleans, no así sus suburbios que fueron más duramente castigados por el Katrina). Las áreas más bajas suelen estar dominadas por bosque inundado de ciprés de los pantanos, y finalmente hay una orla marismeña (similar a los Everglades de Florida en las zonas que dan al mar.

Obviamente, las distintas zonas se entremezclan mucho y es fácil encontrar muchas especies de plantas comunes. Aquí voy a ponerlo todo un poco mezclado, pero espero que los seguidores botánicos disfruten del breve pase fotográfico. Al final pongo algunos bichos también

Pantano en Avery Island

Zona pantanosa en Avery Island (que por otra parte es una “elevación” relativamente bien drenada). La superficie del agua está totalmente cubierta por el helecho acuático Salvinia minima

Zona pantanosa en Barataria

Zona de transición, ya con algunos cipreses y con la palmera Sabal minor

Pneumatóforos de Taxodium distichum

El inconfundible bosque inundado de ciprés de los pantanos (Taxodium distichum), con sus característicos troncos de base ensanchada y sus pneumatóforos que permiten respirar a la parte sumergida

Taxodium distichum

Hojas y cono de Taxodium distichum

Liquidambar styraciflua Alcanforero (Cinnamomun camphora)

Quercus nigra Cornus drummondii

Algunos árboles al azar de estos bosques: Liquidambar styraciflua, el alcanforero (Cinnamomum comphora), el roble acuático (Quercus nigra) y Cornus drummondii

Callicarpa americana Poncirus trifoliata

Cephalanthus occidentalis Ambrosia trifida

Arbustillos y cosas más pequeñas: Callicarpa americana, Poncirus trifoliata, Cephalanthus occidentalis y Ambrosia trifida

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Lygodium japonicum Pleopeltis polypodioides

Dos helechos chulos: Lygodium japonicum (un helecho trepador) y Pleopeltis polypodioides (o helecho de la resurrección, por su capacidad reviviscente tras secarse)

Alguna curiosidad a mencionar fueron los helechos acuáticos. Algunos de ellos los conocía muy bien por haberlos tenido en el acuario, ha sido interesante verlos en su medio natural

Salvinia minima Azolla caroliniensis

Helechos acuáticos: Salvinia minima y Azolla caroliniensis

Ceratopteris pterioides Ceratopteris pterioides

Y uno de los platos fuertes fue el Ceratopteris pterioides, un helecho flotante tropical que tiene en el delta del Misisipi sus poblaciones más norteñas. Muy impresionante

¿Alguna vez os habéis preguntado qué es esa cosa gris que cuelga en los árboles en las películas ambientadas en el sur de EEUU? Pues se trata de lo que aquí llaman “Spanish moss”, que ni es español ni es un musgo, sino una bromeliácea epífita muy modificada: Tillandsia usneoides

Bases de Taxodium distichum "Spanish moss" Tillandsia usneoides

Tillandsia usneoides, el “mujgo español”

Y venga, algunos bichillos para desengrasar:

Golden silk orb-weaver (Nephila sp.) Puesta de caracol manzana

Libélula

Mundo invertebrado: una “banana spider” (Nephila sp.) y una puesta de caracol manzana (también viejos conocidos de los acuaristas) y alguna libélula.

Alligator

Un aligator (Alligator mississippiensis) escondiéndose entre las salvinias

Y un detalle para acabar. En mi primera visita a Doñana, flipé con las pajareras (los alcornoques cubiertos de nidos de garzas y espátulas). En su día el guía del parque nos contaba que era un comportamiento raro, que normalmente las ardeidas nidificaban entre la vegetación de la marisma y que lo de las pajareras era una de las señales de identidad de Doñana. Lo de viajar te quita provincianismos de todo tipo, puesto que en Avery Island tuve la oportunidad de ver también una pajarera (no tan impresionante como las onubenses, pero aún así digna de mención).

Pajareras

Pajareras

Garzas

Pajareras misisipenses

Y eso es todo. Muy descafeinado, poco tiempo para contar detalles y curiosidades de estas especies, pero aún así, mejor publicar que dejar que se pierda en el olvido.


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