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Channel: Diario de un copépodo
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Looper

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Estando como está el cine, de caro y de malo, ya se me había olvidado la sensación de sentarte en una butaca y quedarte ahí como un pasmarote con la boca abierta y los ojos como platos sin gurgutar durante dos horas. Lo mismo es que ya estoy mayor, o que ver Madrid Days, Prometheus [...]

El gen de “porque no me sale de los cojones”

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Hace ya mucho tiempo que no hablo de “actualidad”. No sé muy bien por qué es. No es nada que haya querido hacer a propósito, simplemente no me ha apetecido. No creo que tenga nada nuevo que decir. Esto no significa que no esté puteado, como todo hijo de vecino, ni que haya sufrido ningún [...]

Acuario: punto y seguido

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Dice el bueno de Xema que con lo de los acuarios hay que tener un poco de cuidado sobre las cosas que se leen en foros de internet, porque la gente es muy dada a contar sus éxitos pero no sus fracasos. Supongo que es algo extensible a muchos otros campos. Para no caer en [...]

Otro que se va

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Este es el típico post al que podría dársele un pomposo formato en forma de carta abierta al presidente del gobierno, al rey o a Perico el de los Palotes, pero mira, ¿a quién pretendemos engañar? Están todos muy ocupados con sus cosas (sobre todo el bueno de Perico) como para ocuparse de mis mundanas [...]

Austeridad española

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Se cumple una semana de mi llegada al yanqui, y aunque están siendo unos días muy intensos, va tocando escribir algo. Típico post abierto a que amigos y conocidos reciban señales de vida y a que quien quiera husmee un poco y lea reflexiones inconexas que no vienen a cuento. En resumen: que por aquí [...]

Esperando a Sandy

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¿Quién dijo miedo? A falta de otras novedades que añadir a mi aún embrionaria rutina, aquí llega como elefante por cacharrería el huracán Sandy. Como me consta que ha sido objeto de noticia también en España, supongo que sobran las presentaciones, pero por decirlo rápido y mal: el 18 de octubre, una borrasca caribeña tomaba [...]

Motivando la seguridad laboral

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Una de las cosas que más me está sorprendiendo en mis primeros días como empleado en el yanqui es la tremenda burocratización del sistema. En poco más de dos semanas me he hecho ya con un carpetón lleno de formularios, fotocopias, resguardos, tarjetas y trípticos informativos. Un agobio, de verdad. Como magnífico complemento hay toda una serie de seminarios y sesiones de orientación obligatorias que me tienen un poco despistado: no sé muy bien qué pensar de ellos. A ratos me parecen una tremenda pérdida de tiempo y otras veces pienso que me están ahorrando posibles dolores de cabeza futuros.

Hoy mismo he asistido a una de estas charlas que iba sobre seguridad en el laboratorio y gestión de residuos. Vaya por delante que concretamente esta sesión me parece muy buena idea, si bien a estas alturas no es que me haya aportado demasiado. Lo que más me ha gustado, sin embargo, no ha sido tanto el contenido sino la forma de contarlo. Una presentación muy dinámica y buenrrollista como es costumbre por aquí, pero salpicada de vídeos y ejemplos con un claro tufo a lo Troy McClure, y deseando meter el miedo en el cuerpo. El país del miedo, ya sabéis: miedo a andar solo por la calle, miedo a no tener un seguro, miedo a que te viole un extraterrestre,… aaaah, la paranoia.

Os voy a poner uno de ellos, deliberadamente pensado para que todos seamos conscientes de lo importante que es tener formación en seguridad, ¡y a ver quién les lleva la contraria!

Una auténtica obra de arte, sin duda, sutil pero efectivo. Las imágenes del laboratorio post-accidente dan bastante yuyu sin necesidad de aportar imágenes truculentas (que seguro que las hay). Me ha resultado delicioso el detalle del zoom dramático cuando el chico vuelve y NO lleva puestas las gafas de seguridad (minuto 1:33).

Y para desengrasar y no acabar de mal rollo por el zote chaval que se puso a darle con el mortero a los grumotes que le habían quedado en una sustancia explosiva, os pongo otro vídeo, esta vez de los Mythbusters, sobre el efecto que puede tener un accidente con una botella de gas comprimido. Ahí es nada.

Bi séif!


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El síndrome del impostor: aviso a doctorandos

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Escribo este post en caliente y sin revisar, porque sé que si no, lo acabaría borrando. Disculpas a las retinas damnificadas.

Desde hace meses tengo pendiente una de esas entradas del estilo “Diez consejos de la Señorita Pepis para realizar tu tesis doctoral”, de los que hay tantas versiones y de los que tanta gente (incluyendo incautos becarios recién llegados, que no saben nada de la vida) se atreve a opinar. No iba yo a ser menos. Mis diez consejos iban a ser muy racionales, aunque algunos de ellos definitivamente bastante heterodoxos. Me da la sensación de que mi visión de cómo debe ser el proceso de doctorarse puede diferir de la visión de al menos una parte importante de “académicos”. No me decidía a escribir dicho post, pese a tener varios borradores por ahí rulando y finalmente creo que no lo voy a escribir. Aún no me siento preparado para ello. Sin embargo, una combinación de circustancias que serán debidamente desveladas en las próximas líneas me ha hecho cambiar de opinión en un aspecto: este post es para dar un único consejo de toda esa larga lista potencial. Concretamente creo que se trata del consejo que me parece más necesario por ausente en otras recopilaciones por el estilo, por desconocido y por necesario para un gran número de personas con las que me he cruzado a lo largo de este proceso (para muchas de las cuales, llega ya un poco tarde). Obviamente, el consejo va al final, y primero la larga y prescindible explicación.

Para los afortunados que estáis fuera del ámbito académico, esta actitud respecto a la tesis puede sorprender un poco, pero basta que tengáis un amigo o familiar metido en un doctorado para corroborar que, efectivamente, algo raro pasa con eso de la tesis que hiere susceptibilidades y hace a la gente actuar de forma extraña. Sin ir más lejos, en esta santa casa la propia palabra “tesis” ha sido tabú, especialmente durante ciertos periodos, nunca he hablado de ella y ni siquiera dije en su momento que el pasado 16 de mayo dejé atrás mi fase larvaria predoctoral. La historia de este bloj, que va ya para 7 años, es en gran parte la historia de mi vida durante mi tesis, y me doy cuenta de que siempre fue un tema dejado deliberadamente al margen. Esto fue así por una razón muy sencilla: estaba avergonzado de ella.

El mundillo de la investigación científica es muy complejo y a menudo definitivamente mejorable; es difícil de explicarlo en pocas palabras, pero una característica que es evidente es que hay mucha presión: presión por publicar más y en mejores revistas, presión por estar en el cuartil superior de cualquier índice o parámetro imaginable, presión por ser el que más sabe, el que mejor lo hace y el que mejor lo cuenta. Ahondar en lo bueno o malo de estos aspectos, en el origen y destino de esta burbuja inflacionaria de la “”"”excelencia”"”" es algo que daría para mucho y como dijo aquel paisano, “eso es otra historia que debe ser contada en otro lugar”. El caso es que quizá por esta presión o por la causa que sea, muchos protoinvestigadores desarrollan un complejo acerca de sí mismos y de la contribución que hacen como doctorandos. Los “afectados” creen que han sido aceptados por chiripa, de forma inmerecida y que en cualquier momento se descubrirá la verdad: que no saben hacer la “o” con un canuto y se les mandará a tomar viento. A mí me pasó esto. Yo estaba convencido de que había conseguido una beca con facilidad por tener buen expediente, pero que como científico no valía un cagao. No se me ocurrían soluciones inteligentes, no me daba cuenta de las cosas, no era capaz de hacer aportaciones originales, etc. Mi percepción, la más sincera que podía tener conmigo mismo, era que todo el mundo, todos mis compañeros (tanto los más experimentados como los recién llegados), hacían las cosas mucho mejor que yo: avanzaban más rápido, aprendían más deprisa, eran mejores científicos, hacían observaciones más inteligentes… vamos, que estaba totalmente fuera de lugar, que no estaba a la altura de mis obligaciones. Esto no tiene nada que ver con la modestia: es un ejercicio de (supuesta) sinceridad con uno mismo que raramente se verbaliza, precisamente por no querer desvelar que uno es un fraude. Esto genera dinámicas de trabajo nefastas que bloquean el avance de la investigación, generan culpa e inician un círculo vicioso de frustración bastante chungo que seguro que ha sido el responsable de muchos, muchos abandonos.

Por gran fortuna para mí, durante este periplo compartí laboratorio con grandes compañeras, amigas y científicas, y por suerte para todos nosotros, una noche con varios pacharanes de más empezamos a hablar más de la cuenta y hubo una “iluminación recíproca” sobre los complejos que todos y cada uno de nosotros compartíamos: todos y cada uno pensábamos que individualmente, éramos un fraude, que los demás eran mejores científicos y así con todos y cada uno de los “síntomas”, uno por uno, repetidos por cuadruplicado y con una semejanza asombrosa. Cuando uno pasa por esto puede seguir apegado a su percepción y pensar que todos los demás están equivocados o puede empezar a sospechar que quizá no está capacitado para valorar ciertos aspectos de uno mismo, que quizá el único engañado es él. Esa noche, en un bar y no en un laboratorio, mi formación como investigador avanzó mucho, muchísimo más que cualquier otro día en seis años.

La percepción que tenemos de la realidad es una interpretación de nuestro cerebro, pero basta pensar en alguna de esas ilusiones ópticas asombrosas para darnos cuenta de que dicha interpretación no tiene por qué reflejar la realidad misma. En nuestro grupo de doctorandos descubrimos que éramos “daltónicos” respecto a nuestro propio trabajo. A partir de ahí, al menos para mí, hubo un cambio sustancial a la hora de abordar la rutina diaria y los problemas de corredor de fondo que implica un proyecto como es una tesis doctoral. El complejo no desapareció: yo seguía pensando, seguía percibiendo que mi tesis en construcción era una basura, que apenas contenía datos, que era simple, insuficiente, que no estaba a la altura y que cualquiera con un mínimo de entrenamiento podría hacerlo mejor. La única diferencia es que ahora tenía la sospecha fundada de que, aunque intentara ser sincero y objetivo, simplemente era incapaz de valorar mi propio trabajo correctamente. Verbalizar mis dudas con gente en mi misma situación me ayudó mucho, y poco a poco descubrí que el problema tampoco se limitaba (como era de esperar) a nuestro laboratorio, sino que mucha gente realizando el doctorado y con la que tenía suficiente confianza como para “salir del armario”, me confesaba exactamente las mismas dudas y temores, incluso gente a la que siempre había admirado y a la que, científicamente, tenía en un pedestal. Es más, acabé descubriendo (para mi genuina y sincera hilaridad) que mi trabajo también despertaba admiración y reconocimiento entre algunos de mis compañeros. (Aunque obviamente eso se debía a que conocían mi trabajo sólo de forma superficial y no habían dado con sus inmensas lagunas; lo vais pillando, ¿no?).

Si al fin y al cabo uno es un científico, finalmente lo racional es asumir que estamos acomodados en la parte tocha de una distribución normal (normal, lo de la campana de Gauss, digo) haciendo lo que buenamente podemos con mayor o menor fortuna, y que padecemos un problema de percepción, pero que no somos un fraude. Que existan los “fuera de serie” que escriben artículos como churros, publican en natures, sáienses, pínases y demás es una consecuencia esperable de una distribución normal, aunque pueda resultar a menudo más descorazonadora que otra cosa, sobre todo cuando la evaluación de los méritos científicos parece insistir en desechar precisamente esa parte central de la campana y quedarse únicamente con lo “excelente”, aunque ese, insisto, es otro tema. Como digo, ese “daltonismo” no desaparece de la noche a la mañana, pero se puede sobrellevar y educar. De hecho, recién llegado a mi nuevo hogar científico de post-doc, son diarias las ocasiones en las que pienso que he tenido mucha potra, que me han contratado por pena, que mi experiencia investigadora aquí no vale nada, que no estoy a la altura, etc etc. Sin embargo, he aprendido a pasar e incluso a reírme de esta percepción (que creo sincera para mis adentros sin poder remediarlo) y a recrearme en los momentos en los que me doy cuenta de que los años no pasan en balde (tampoco para las cosas buenas), y que sé hacer más cosas de las que creo, tengo ideas originales que aportar y que mi trabajo se valora. Esta actitud genera dinámicas de trabajo eficaces, todo el mundo está contento y feliz y yo hago una vida normal pese a mis problemas de percepción. Comieron perdices y tal.

Bueno, pues no.

Hace semanas tuve una conversación con un chico que está iniciando su doctorado. No tengo una relación muy estrecha con él, aunque por lo poco que le conozco ya tengo datos que me indican que es una persona entusiasta, con gran iniciativa y mucha voluntad para superar dificultades (todas ellas cualidades necesarias para trabajar en ciencia). Unas cuantas palabras dejadas caer en cierto momento me hicieron sospechar que la historia continúa repitiéndose, que este doctorando estaba pasando por algo que me resultaba familiar, y no me equivocaba. Cree que no es suficientemente inteligente, que todos los demás en el laboratorio son mejores, que no está a la altura… los mismos síntomas que mis compañeras y que yo mismo y que tantas otras personas. Me sentía impotente al insistir sobre que la naturaleza de su problema radica en su percepción y no en la realidad, porque él, aunque entendía lo que estaba diciendo, era reacio a asimilarlo, quizá confundiéndolo con ganas de animarlo sin más o de darle simples palmaditas en la espalda. Era duro ver cómo el problema se repetía, generación tras generación, y me hizo pensar en cúan extendido estará este fenómeno del que tan poco se habla. En internet, sin ir más lejos, todos conoceréis blogueros que están haciendo una tesis o que la han hecho, pero difícilmente (al menos yo no lo he leído nunca) se ven reflejado este tipo de temores que, sospecho, son una genuina epidemia que afecta muy negativamente a muchos aspector personales y laborales. ¿Qué tipo de antro es este de la investigación cuya fauna predoctoral está plagada de inseguros patológicos con miedo a ser puestos en evidencia? ¿No es ridículo? ¿Por qué nadie habla del tema? (Aquí citaré como excepción al ínclito Eulez y su síndrome EDC, que tiene mucho que ver con lo que estoy contando.) ¿Por qué tanta gente tiene que pasar inútilmente por lo mismo?

El último capítulo de esta reflexión tuvo lugar hace unos días. Hasta ahora solía pensar que este asunto estaba especialmente ligado a la investigación en España, pero hablando con una compañera estadounidense que se doctoró el año pasado de repente mencionó un concepto: el “síndrome del impostor“, y sólo con el nombre entendí perfectamente de lo que estaba hablando. Efectivamente, todo este asunto de sentirse un fraude es bien conocido desde los años setenta, cuando se le bautizó con esta denominación tan apropiada. Me he quedado boquiabierto al leer varios artículos de aquí y de allá describiendo con pelos y señales lo que al parecer es un sentimiento cuasi-universal en determinados ambientes (muy especialmente en el académico, aunque no es el único, y al parecer afecta más a mujeres que a hombres). ¿Hace cuarenta años que esto está descrito y muchos científicos se sienten unos farsantes durante toda su vida? ¿Cómo es posible que esto siga siendo tan desconocido? ¿Cómo puede ser que en lugar de refugiarnos todos en nuestras respectivas inseguridades no existan cauces para preparar a doctorandos y demás profesionales de forma adecuada a enfrentarse a estas situaciones?

Es por esto que, saltándome mi promesa, sí que voy a dar un consejo de la Señorita Pepis para doctorandos en potencia y en acto. Un consejo que nunca he leído ni oído a nadie pero que, por todo lo expuesto anteriormente, me parece muy necesario para evitar muchos malos tragos y mantener la eficacia en el trabajo diario:

No valores tu propio trabajo: no estás capacitado para hacerlo de forma objetiva, aunque lo intentes

Y hasta aquí, el consejo de hoy. Lo mismo todos conocíais ya esto del síndrome del impostor y todo este post ha sido una perogrullada, pero, ¿Qué esperábais de un mal científico?


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La especie de la semana: Solenopsis elhawagryi

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ResearchBlogging.orgEsta es la última idea que he tenido para intentar “obligarme” a escribir más a menudo. Hoy presentamos en DDUC (fanfarrias, por favor) ¡La especie de la semana! Que como su propio nombre indica, y como no habrá pasado desapercibido a vuestra sagacidad, será (mientras dure) un espacio semanal en el que presentaré una especie nueva para la ciencia descrita durante los últimos días. ¿Y esto por qué? Bueno, en primer lugar, ya he dicho que estoy intentando recuperar cierta periodicidad. Asumiendo que los tiempos gloriosos en los que sacaba 2 ó 3 entradas por semana no volverán (y que ya no es achacable a la falta de tiempo, sino a la senectud de este bloj), me toca elegir temas con los que pueda sacar entradas que no me cuesten mucho trabajo, pero que tengan su nicho en la divulgosfera.

Lo cierto es que cada año se describen más de 15.000 especies de organismos. Quince mil especies, que se dice pronto, el triple que todas las especies de mamíferos conocidas. Cada año. Runrún, sin parar, diariamente. Me gusta decir que este proyecto, la completa descripción de todas las especies de organismos vivos, es una de las tareas más ingentes y titánicas de la ciencia, pues llevamos varios siglos afanados en ella y seguramente no habremos hecho ni la cuarta parte del trabajo. Es una empresa enorme que hermana a miles de científicos de todas las épocas y de todos los lugares del mundo, compartiendo un objetivo y una metodología. Algo grande, grande de verdad.

Sin embargo, a la hora de la verdad, compruebo una y otra vez que la sistemática necesita urgentemente más y más labor divulgativa, porque incluso entre gente que está al día en campos variados de la ciencia, es muy común una actitud desconfiada, cuando no despectiva, como he venido señalando en varias ocasiones.

Por todo esto, me propongo teneros al corriente de especies recién publicadas, calentitas, una muestra sencilla semanal, que ilustre un poco el funcionamiento de este campo de la biología, las formas habituales por las que haya tenido lugar el descubrimiento de turno, y/o por detalles que me hayan llamado la atención.

Estrenamos la sección con esta preciosidad:

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Solenopsis elhawagryi Sharaf & Aldawood, sp. nov

Obrera. Holotipo depositado en el Museo de Artrópodos de la Universidad Rey Saud, Riad, Arabia Saudí

Como una minúscula obra de orfebrería, aquí tenemos a esta rutilante obrera de una nueva especie de hormiga de fuego descubierta en Arabia Saudí. Reconozco que ha sido esta imagen la que me ha hecho decidirme de entre las distintas candidatas que tenía para inaugurar la sección.

Esta hormiga, decía, pertenece al género Solenopsis, también conocidas como hormigas de fuego. Así se les llama porque, además de morder, como hacen todas las hormigas en mayor o menor grado si se les molesta, éstas además pican (como es habitual entre la subfamilia de los mirmicinos). Podéis ver que al final del abdomen muestra un aguijón con el que es capaz de fastidiar bastante, sobre todo si la víctima es sorprendida encima del hormiguero, donde cientos de obreras como estas son capaces de dejarle la dermis curtida en piperidina, lo que a juzgar por las imágenes, no debe ser nada agradable.

Pero vayamos al trabajo científico que ha habido detrás de este descubrimiento. Los autores del artículo trabajan en una universidad de Riad y éste es el segundo artículo que publican en relación a la revisión taxonómica de las hormigas de la Península Arábiga (el anterior se centraba en el género hermano, Plagiolepis). El trabajo en sí es bastante clásico, lo cual me parecía además adecuado para el estreno de la sección: una revisión del género Solenopsis en Arabia, incluyendo la revisión de muchos especímenes de colecciones científicas así como de la recolección en campo. El artículo establece los caracteres diagnósticos de otras especies que ya se conocían en la zona, y acomodan bajo el nombre Solenopsis elhawagryi un morfotipo que no coincide con los anteriormente descritos.

Por lo que comentan, el pequeño tamaño de estas hormiguitas y lo parecidas que son todas ellas hace todo un desafío detectar las discontinuidades morfológicas que suponen los indicios necesarios para delimitar las morfoespecies. Tened en cuenta además la variabilidad que presentan las hormigas dentro incluso del mismo hormiguero debido a las distintas castas. De hecho, como espécimen tipo no ha bastado designar únicamente la preciosa obrera que vemos en la imagen (el holotipo), sino que además ha sido necesaria la designación de varios paratipos que complementan la descripción formal de la especie, tanto de reinas como de obreras de distintos tamaños para ilustrar con propiedad la variabilidad intraespecífica.

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Solenopsis elhawagryi; reina depositada como paratipo. La verdad es que no mola tanto como la otra

Además, como algunas de las otras especies saudíes no contaban con especímenes tipo debidamente designados (seguramente porque en el momento de su descripción los entomólogos eran menos celosos con este detalle), los autores han designado varios lectotipos, es decir, especímenes que servirán de tipo a partir de ahora, aunque no hayan sido escogidos por el descriptor original.

En resumen: un trabajo clásico de taxonomía cuya principal dificultad ha residido en la nada desdeñable tarea de delimitar correctamente una altísima variabilidad morfológica en insectos diminutos, y muy plásticos; un rompecabezas que, una vez resuelto, ha aportado un nuevo granito de arena a esa tarea ingente que mencionaba antes. Seguramente se trata de un trabajo exhaustivo y, presumiblemente, bien hecho que sin embargo no veremos en las noticias y apenas un puñado de especialistas sabrá de su existencia. Nuestras vidas transcurrirán muy probablemente sin toparnos con un hormiguero de Solenopsis elhawagryi y todos tan panchos. Para estos dos señores seguro que ha supuesto una gran satisfacción, un premio a mucho tiempo de trabajo, seguro que hay historias y anécdotas interesantes detrás de esta hormiguita. Bueno, pues si hacemos caso a las estadísticas, a lo largo del día de hoy, sólo en estas 24 horas, se publicarán 40 especies nuevas, nada menos, y mañana otras tantas. Cada una con su relato que contar, su investigación propia detrás, y por supuesto, con su propia historia evolutiva. Esta hormiga es sólo un caso más: la gota en el océano, el grano de arena en el desierto… ¿Qué hay más insignificante que una hormiga? Me gusta pensar en esto como cuando se mira al cielo nocturno una noche estrellada: el hombre frente a la inmensidad, frente al infinito. Es sólo una hormiga insignificante en el umbral de la irrelevancia pero… ¿no es simplemente, preciosa?

La semana que viene, más.

Referencia

Sharaf MR, & Aldawood AS (2012). Ants of the Genus Solenopsis Westwood 1840 (Hymenoptera: Formicidae) in the Arabian Peninsula with Description of a New Species, Solenopsis elhawagryi PLoS ONE, 7 (11) : 10.1371/journal.pone.0049485


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Hallazgo gastronómico yanqui a reseñar

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¡Paren las rotativas! El día de ayer, 14 de diciembre de 2012, pasará a los anales de la los hallazgos egoblogoirrelevantes copepódicos. Ayer conocí un plato genuinamente estadounidense… ¡y que está bueno! Pese a mi templanza y escepticismo, por todos conocidos, nada me había preparado para tan mayúscula sorpresa.

Todo empezó con una desgracia: se me había olvidado prepararme el túper con la comida. (Aquí puedo decir “túper”, e incluso “túpergüerr”, en lugar de fiambrera). Normalmente yo soy de los bichos raros que no comen enfrente del ordenador, sino que estiro las piernas, me voy a una sala común donde por norma general no hay nadie (y si lo hay, tampoco se nota mucho), me lleno el buche y luego me pido una especie de infusión suave, aguada y restituyente con aromas variados que llaman “coffee”, pero que pese a su semejanza fonética, no tiene nada que ver con el café. Sin embargo, ayer, yo iba sin mi túper y me veía obligado a comprar alguna guarrerida de las que tienen en la cafetería del edificio de Físicas. Un amplio surtido que incluye: sángüiches variados, ensaladas, bandejitas de un sucedáneo tristísimo de sushi, frutitas cortadas y yogures varios. Como ninguna de estas opciones me seducía, me acordé de que había un cartel por ahí que siempre recomendaba la sopa del día y al que nunca hacía caso y que hoy me recibía con un enigmático “New England Clam Chowder” (de ahora en adelante, clamchauder). A alguna neurona recóndita le dió un tembleque al leer esto, porque sí que me habían hablado de una sopa de almejas típica de Nueva Inglaterra. sopa de almejas. El propio concepto sonaba repugnante. Me imaginaba a los puñeteros puritanos neoingleses recorriendo la costa, cogiendo lapas y bivalvos sin ton ni son e hirviéndolos en un calducho paupérrimo. La imagen no era mucho más evocadora que el sucedáneo de sushi, pero me encontraba aventurero  y me pedí una, “large”, para más señas de mi atrevimiento.

NEchowder

La mía me la sirvieron en una tarrina de cartón, pero os hacéis una idea

Pues bien, amigüitos, la susodicha clamchauder está sorprendentemente rica. Más que una sopa es una especie de puré o crema, con base de harina y leche, llena de tropezonzuelos de cebolla, patata, bacon y, claro está, almejas, todo ello aderezado con umbelíferas (perejil y/o apio) y una especie de galletillas, que se llaman oyster crackers y que son básicamente colines hexagonales. No me podía creer que hubiese encontrado un atisbo gastronómico de interés, pero ahí estaba. En la soledad de la sala común, me zampé la sopa como un señor, y como es calórica y consistente, me quedé más que satisfecho.

Luego, por supuesto, llegó la hora de investigar. Al parecer se trata realmente de un plato estadounidense. Me espero que en cualquier momento alguno corrijáis este dato, y aunque su origen británico me parecería igualmente sorprendente, sigo temiéndome que alguien venga en cualquier momento a decirme que en realidad fueron los pescadores portugueses los que la introdujeron. Lo que más me ha gustado de lo que he leído son los fanatismos:

- Una genuina clamchauder de Nueva Inglaterra NUNCA debe llevar zanahoria (esto se lo he leído a un señor haciendo comentarios en una receta). La zanahoria en la clamchauder debe ser como los guisantes de las paellas: un síntoma inequívoco de que es una paella madrileña. Mis lectores valencianos apreciarán que nunca, nunca más en la vida, vaya a añadir guisantes en la paella. ¡Así que haced el favor de no poner zanahoria en las clamchauders!

- La apoteosis del fanatismo la trajeron los neoyorquinos, pues no se les ocurrió otra cosa que hacerla con una base de tomate, en lugar de leche o nata (esto, al parecer, sí que fue una innovación venida de Portugal). Tamaña osadía poco menos que provoca un cisma. La clamchauder neoyorquina (llamada también, estilo Manhattan,) es más clara, y roja, y hay quien ni la considera clamchauder ni ná, y la pone de simple sopa. El detalle despiporrante es que la defensa de la ortodoxia clamchauderil llegó hasta el punto de que en 1939, en Maine se declaró ilegal añadirle tomate a la susodicha crema. Ahí es nada.

Me ha encantado que más allá de las fronteras de la vieja Europa, todo el mundo tiene derecho a ser gastronómicamente provinciano. Aquí, los connecticutianos defienden la clamchauder a muerte, la ponen hasta en las cafeterías de la universidad, y además los viernes como es costumbre. Creo que no va a ser la última vez que la pruebe, y el día menos pensado, me la llevo preparada de casa en el túper.


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La especie de la semana: Psilocybe allenii

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¿Qué mejor forma de empezar la semana que con una especie recién salida del horno? Y si encima se trata de un hongo alucinógeno, quizá sea aún mejor. ¡Con todos vosotros: Psilocybe allenii!

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Psilocybe allenii Borov., Rockefeller & P.G. Werner, sp. nov

Estoy seguro, y pondría la mano en el fuego, de que ninguno de vosotros, que sois gente buena y saludable, sabía nada sobre los hongos del género Psilocybe, pero para eso estoy yo, para deciros que estas setitas tienen efectos psicotrópicos. Con la que está cayendo, bien podríamos empezar a buscar una forma de producirlos en masa.

La historia de esta especie es interesante: los aficionados a la (¿psico?)micología de la costa oeste estadounidense, venían encontrando con frecuencia unos monguis que no les encajaban mucho con las especies que conocían. En un foro incluso la bautizaron provisionalmente como P. cyanofriscosa, (en el artículo incluso citan el nick del autor de este nombre, lo que me parece un detallazo), pero al parecer no atrajeron la atención de ningún micólogo capaz de hacer la descripción. Un experimentado recolector que responde al nombre de John Allen, insistió repetidamente unos micólogos checos en la validez de esta especie, y finalmente les envió unos especímenes. Una revisión morfológica de estos y otros ejemplares recolectados en la costa oeste de EE.UU. llevó a los autores a la conclusión de que, efectivamente, existía una discontinuidad que distinguía a estas setas de las descritas anteriormente. Un (ya rutinario) pequeño estudio filogenético confirmó que existía también una señal genética específica para estas muestras. Como además, su distribución (desde el estado de Washington a California) tenía sentido, los autores asumieron que había evidencias suficientes para describir esta seta como una nueva especie para la ciencia. En señal de agradecimiento al recolector que tanto insistió con la validez de esta especie, han llamado al nuevo hongo en su honor: allenii, forma latinizada en genitivo singular de “Allen”. Y fueron felices y se lo pasaron muy bien.

PD: el holotipo se recolectó en el campus de la Universidad de Washington en Seattle. ¡Aguantáos esa risa floja, sinvergüenzas! ¡No van por ahí los tiros! A lo que voy es que este es un ejemplo más de que sin necesidad de irnos a lugares muy alejados de eso que venimos llamando “civilización”, estamos constantemente rodeados de especies aún no reconocidas o no descubiertas. ¡Andáos con los ojos bien abiertos!

PD2: la observación atenta de los seres vivos y el estudio de su morfología sigue siendo una parte esencial de la exploración de la biodiversidad, eficiente y barata.

PD3: según el Código de Melbourne (aunque no es ninguna novedad, pues ya pasaba antes) el nombre no oficial “cyanofriscosa” no sienta “jurisprudencia” (se dice que es un nombre inválido) por no haber sido publicado según los estándares de una descripción botánica. Por muy modernos que queramos ser, un foro de internet sigue sin ser un medio aceptable para la publicación de una nueva especie, (al menos de momento).

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La evolución de la teoría

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De regreso a Madrid por (ponga aquí su celebración de solsticio de invierno favorita) me estaba esperando una sorpresita: El cómic-biografía de Darwin de Jordi Bayarri, un proyecto muy bonito que conocí gracias a SergioEfe y en el que participé infinitesinalmente mediante la plataforma de Crowdfunding en Lánzanos.

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Total, que ahora tengo un ejemplar de “Darwin, la evolución de la teoría” ¡dedicado!, un libro para colorear y unas postales muy chulas. Quería aprovechar para recomendároslo porque la verdad es que me ha gustado mucho. Aunque se trata de una brevísima biografía orientada a un público infantil-de-todas-las-edades, es una gran incorporación a cualquier biblioteca darwiniana y cienciófila en general, y ya si tienes churumbeles, ni te cuento. La síntesis biográfica es muy buena, y no era fácil seleccionar los momentos clave y las anécdotas para que una obra tan corta quedara una impresión adecuada: el entusiasmo de Darwin en su juventud, los roces con su padre, las primeras reflexiones sobre la variabilidad a bordo del Beagle y el largo retraso hasta la publicación del Origen, además de anécdotas varias. Sin embargo, lo más atractivo e irresistible es la labor ilustradora, lo majete que sale Darwin, la recreación de la sociedad victoriana y los distintos “cameos” que se van viendo (Fitzroy, Wallace, Lyell, Hooker,…). Pues eso, que os lo recomiendo. Se puede encargar aquí.

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Además hay buenas noticias: este no es sino el primer volumen de una colección de biografías de científicos, y es seguramente muy pronto salga el cómic de Galileo.

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Diario de un copépodo: séptimo aniversario

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Pues sí, parece mentira: milagrosamente, este bloj caduco y marchito sigue dando señales de vida en su interminable estertor final.

ddduc

Behind the scenes: un día cualquiera en la redacción de Diario de un copépodo. La decadencia se ha adueñado de la otrora industriosa estación de musas.

Hace hoy siete años que se publicó el primer post de esta santa casa que tantas satisfacciones me ha venido dando, originalmente instalada en bitácoras (todavía colea el bloj original, como comprobé hace poco), y luego migrada a wordpress en algún momento del otoño de 2006.

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Otra imagen reciente y abochornante de la redacción. Mucha biodiversidad y mucha tontería sobre la que escribir, pero aquí no trabaja ni dios

Tradicionalmente esta es la ocasión en la que aprovecho para hacer autoumbilicoscopia, y coincidiendo con el final del año, un balance de la última temporada.

No estamos para innovaciones

En este contexto no parece muy sorprendente que ni siquiera me apetezca hacer el balance tradicional. ¡Hasta ese punto hemos llegado! Así que seré muy breve: este ha sido un año gran año, característico e irrepetible, de los que podríamos denominar. Ha estado marcado por el fin de la tesis y mi traslado a Connecticut como flamante refugiado científico. Han sido meses también de muchos viajes interesantes no traducidos (¿aún?) en entradas y grandes experiencias vitales como probar la sopa de almejas. Acabados los motivos de la supuesta sequía, el bloj siguió sin estar actualizado como antaño y su ritmo continuó errático e impredecible. Los esfuerzos por superar un mínimo de calidad se deben a proyectos colectivos en los que los editores me torturan y amenazan para cumplir los plazos. Este sería un buen momento para decidir cerrar el chiringuito, pero como en el fondo me lo sigo pasando muy bien, me temo que seguiré soltando chocheantes balbuceos de bloguero demenciado en el año venidero.

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La redacción en 2008. Imagen de archivo

Y como siempre, mi sincero agradecimiento a todos los lectores, especialmente a los comentaristas, que son los que realmente me habéis animado a seguir a pesar de suponer un atentado contra el buen gusto y el sentido común.

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Siempre en la vanguardia, estas imágenes corresponden al estreno de las nuevas técnicas de motivación empleadas en la redacción de DDUC para hacer salir adelante la serie sobre naturaleza etíope próximamente (o no).


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La especie de la semana: Cerviniopsis reducta

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Estos son días de mucho lío, pero para intentar no abandonar la iniciativa en su tercera semana, ahí va un cutrepost de última hora:

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Cerviniopsis reducta sp. nov.

Como podéis ver, se trata de un bonito copépodo marino, recolectado en la bahía de Sagami (Japón) en 2002. Sería un ejemplo bueno para retratar el tiempo que pasa muchas veces entre que un espécimen se recolecta y el momento en el que se le identifica y describe como una novedad taxonómica. Además, me atrae bastante la forma de trabajo de la sistemática de copépodos (pese a que, como me ha tocado aclarar varias veces, no tengo la menor experiencia personal): los copépodos típicos miden menos de 1 mm, y sin embargo, su estudio detallado incluye una disección minuciosa y descripción de todos sus múltiples apéndices, siendo cada uno de ellos un alarde evolutivo de la complejidad.

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Verbigracia: anténulas, antenas y labro de C. reducta

Lo cual me recuerda que en estas fechas tan entrañables, los crustáceos en la mesa siempre dan para buenos temas de conversación. Pasadlo bien.


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La especie de la semana: Philodendron geniculatum

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Mirad qué cosa más curiosa: esta planta llevaba cultivándose más de 50 años en tres continentes distintos. Se sospechaba que correspondía a una especie no descrita del género Phylodendron, pero como nunca se le había visto en flor, no se había podido comprobar. Finalmente, el pasado mes de abril, unos afanados botánicos consiguieron el prodigio en el jardín botánico Nymphenburg de Múnich. Con la inflorescencia delante, fueron capaces de confirmar la sospecha, e inmediatamente hicieron lo que hacen los botánicos en ese momento: arrancar, secar y prensar la planta para preservarla en un herbario. Leí una vez que alguien decía que los físicos trabajan haciendo chocar cosas y viendo lo que queda después. Los botánicos, en su caso, anadarían arrancándolo todo y prensándolo entre papeles de periódico. Cada cual con sus manías. En fin, la nueva arácea salió publicada hace unos días y se ha bautizado bajo el nombre de Phylodendron geniculatum.

phylodendrongeniculatum

Phylodendron geniculatum. Que no se os olvide que el pirinchunflo no es una flor, sino una espádice.

Referencia


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Secuenciación a tutiplén

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Desde que la experimenté por primera vez, siempre me ha parecido que hay algo realmente mágico en la secuenciación de ADN. Como sistemático, se supone que estás familiarizado con el organismo del que extraes tu muestra, lo conoces, a veces hasta en sus más íntimos detalles. En un momento dado es un pellizco de tejidos en un tubo de plástico, y unos minutos después desaparece de tu vista y se queda en unos ridículos 100 microlitros (apenas un goterón) de un líquido aparentemente indistinguible del agua. No voy a decir que es fe lo que mantienes durante todo el proceso de secuenciación (daría lugar a malentendidos), pero con una confianza “a ciegas” en el método, consigues una secuencia de As, Ts, Gs y Cs después de que las enzimas y los sabios cambios de temperaturas hayan obrado su milagro. Días o semanas después, frente a un ordenador, llega la prueba del algodón. La secuencia de nucleótidos por sí no te dice nada, pero alineada en su lugar correspondiente, hace que todo cobre sentido: surge un patrón o una relación (esperada o no), que no es producto de la casualidad, sino de la evolución, de la relación de ancestros comunes que nos tiene a todos unidos. Nadie había obtenido antes esa secuencia de ese individuo, y pese a todo la homología esperable con sus secuencias hermanas es indiscutible; se te revela de forma privada un secreto secular. Mágico, de verdad.

Estos días, toda mi relación con la secuenciación de ADN está sufriendo un cambio espectacular gracias a la memorable toma de contacto que estoy teniendo con la llamada “secuenciación de nueva generación”. Cuando termine el “entrenamiento” podré utilizar este encantador cacharrito:

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Hoy me gustaría contaros por qué estoy enamorado de esta suerte de panificadora gigante, y por ello quiero explicaros la abismal diferencia, cualitativa y cuantitativa que suponen los nuevos métodos de secuenciación respecto a lo que se había venido haciendo hasta entonces.

Empecemos por el principio:

Amplificar y secuenciar ADN es técnicamente muy sencillo, basta seguir las recetas al uso. Sin embargo lo apasionante es entender cómo y porqué tiene lugar el milagro. Durante varias décadas, los laboratorios de todo el mundo han venido usando técnicas muy parecidas para realizar este proceso. No entraré en mucho detalle, pues los que estéis familiarizados con ellas las conoceis de sobra y para los que no bastarán algunas pinceladas.

Secuenciación como la conocíamos (hasta hace unos años)

Entre tener delante una muestra y leer una secuencia de su genoma normalmente hay tres pasos: extracción, amplificación y secuenciación.

Extracción: Muy asequible gracias a protocolos sencillos en los que se machaca un tejido, se le somete a la acción de un detergente (que digiere las estructuras) y luego se filtra el puré resultante reteniendo el ADN en membranas especiales, resuspendiéndolo al final. Con esto se obtienen extractos de todo el genoma ahí apelotonado.

Amplificación: Normalmente no es posible secuenciar todo el genoma, sino que se elige una región concreta que nos interese y tratamos de obtener una suspensión muy pura que contenga sólo esa región. Esta amplificación se hace normalmente por Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR en inglés). Se toma una pequeña alícuota del extracto de ADN, se le añaden unos fragmentos pequeños (cebadores) que delimitan la región que nos interesa, unas enzimas, y cambiando sabia y cíclicamente la temperatura se consigue que dichas enzimas repliquen exponencialmente la región a secuenciar.

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Típicos tubos de PCR, para que os hagais cargo del volumen empleado en cada reacción, del que puede resultar una única secuencia de unos pocos cientos de pares de bases

Secuenciación: El producto de la PCR, una vez purificado, se somete una vez más a perrerías enzimáticas que consiguen hacer muchas copias  del fragmento, pero de distinta longitud y con el nucleótido terminal “coloreado” de manera diferencial según sea A, T, C o G. Mediante una electroforesis en geles capilares se detectan los fragmentos ordenados por tamaño, y leyendo el “color” del nucleótido terminal, se reconstruye finalmente la secuencia. Este sistema lleva siendo la quintaesencia de la secuenciación desde hace 30 años y se conoce como “método Sanger“.

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Típico cromatograma Sanger, de toda la vida

Hagamos cuentas: cada tubito de reacción de PCR (normalmente con un volumen de reacción de 25 microlitros) permite conseguir una única secuencia de pocos cientos de pares de bases de longitud. Además, generalmente las secuencias deben ser revisadas y editadas manualmente (aunque es cierto que ya hay programas informáticos estupendos que reducen muchísimo el trabajo, virtualmente el investigador revisaba base a base la secuencia, si era necesario). Tanto la PCR como el método Sanger son muy ingeniosos y es muy interesante conocerlos a fondo tanto en su funcionamiento como en los detalles de su desarrollo por Mullis y Sanger respectivamente. Si no lo conocéis os animo a que profundicéis a partir de los enlaces a la Wikipedia.

En definitiva: dependiendo del equipamiento del laboratorio, la secuenciación a la antigua usanza permitía, si se hacía a tumba abierta, ir sacando del orden de miles o como mucho decenas de miles de pares de bases a la semana, que exigían luego cierto trabajo de edición manual. Los factores limitantes se hallaban tanto en el trabajo manual de preparación de “volúmenes de amplificación” (tan sólo una reacción por tubo, que debe ser preparado manualmente) así como en la capacidad de los secuenciadores Sanger (normalmente capaces de secuenciar en tandas de bandejas de 96 pocillos) y por supuesto, en el tratamiento bioinformático de las secuencias. Ninguna de estas cuestiones era moco de pavo.

Secuenciación por síntesis

En los últimos cinco años se han venido multiplicando una serie de métodos que han pulverizado sistemáticamente las mejores perspectivas para obtener información genómica. Aquí muestro sólo un ejemplo, el de la técnica con la que me estoy familiarizando, pero hay más. Paso de decir el nombre del cacharro, que bastante publicidad le estoy haciendo ya, cosa que no le hace falta a la compañía de turno que ya de por sí se comporta como el “Apple” del mundo de la secuenciación, aunque curiosamente su software corra en Windows y/o Linux (no le pega nada).

Todo lo que aprendo de este chisme me deja con la boca abierta. Es ACOJONANTE. Todo está asombrosamente automatizado. Básicamente, haces un tratamiento previo a tu muestra (unas pocas horas), la cargas una sola vez en un cartucho de reactivos, lo metes en el cacharrín, le das a un botón y te vas a tomar unas birras. En cuestión de horas, el bicharraco te secuencia del orden de miles de millones de pares de bases, a partir de una única muestra y te las ofrece alineadas, sin necesidad de edición manual y con una precisión que deja con la boca abierta. De una sola tacada  se pueden secuenciar genomas pequeños completos (por ejemplo, bacterianos o mitocondriales).

La química del proceso se explica sucintamente en este vídeo.

Resumiendo: la muestra pretratada (o biblioteca de ADN) se carga sobre un canal en una diminuta placa transparente por la que se puede controlar con gran precisión el flujo de distintos reactivos y cambios de temperatura. La superficie está tapizada de oligonucleótidos a los que se unen de forma aleatoria los fragmentos de la biblioteca gracias a los adaptadores que se les ha insertado durante su preparación. El dispositivo está montado de tal manera que se pueden realizar amplificaciones in situ de los fragmentos de ADN de una forma similar a una PCR ordinaria, pero en lugar de quedar en suspensión, cada fragmento se amplifica localizadamente sobre la superficie física de la célula de flujo, originándose un campo de “pincelillos”, cada uno de ellos siendo un conjunto de tan sólo unas 1000 hebras de ADN idénticas. El problema del control de los volúmenes queda resuelto de esta forma: hasta 800.000 de estos pincelillos (clusters) en un milímetro cuadrado.

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Célula de flujo del cacharrito en cuestión. Tamaño similar al de un sello. Tremendo

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¡Los pincelitos!

La fase de secuenciación se resuelve por un sistema denominado “secuenciación por síntesis”. Las hebras de ADN se van completando con nucleótidos fluorescentes, con la particularidad de que están “capados” (no se puede continuar la síntesis después de ellos), pero de forma reversible. De esta manera, y una vez más gracias a un control absoluto de los tiempos y de los flujos de los distintos reactivos por la célula, la síntesis se hace nucleótido a nucleótido, simultáneamente, y emitiendo la luz que corresponde.

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El equipo óptico se encarga de tomar instantáneas en cada uno de los ciclos, reconociendo el nucleótido que se ha añadido, e integrándolo en su respectivo archivo. La precisión de este sistema es espectacular, mucho mayor que con el método Sanger, y hace innecesaria una edición manual de la secuencia… ¡y menos mal! ¡Porque con el volumen de datos producidos sería poco menos que imposible! Al igual que pasa con otros métodos de secuenciación a lo bestia, originalmente no hay conocimiento sobre qué región del genoma representa cada pincelillo, sino que es el alineamiento y ensamblaje posteriores de millones y millones de fragmentos el que acaba originando porciones reconocibles al comparar con otros genomas de referencia.

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Esta es una imagen de uno de los destellos de un nucleótido determinado en una loseta. Cada punto es la imagen producida por uno de los pincelillos

De verdad que da vértigo comprobar a lo que hemos llegado. Es impresionante el alarde de nanotecnología de óptica y fluidos, no tengo palabras. El chisme en cuestión creo que viene a costar unos 125.000 dólares, que puede parecernos caro, pero no lo es tanto. Incluso el coste de hacer un análisis en él (preparación de la biblioteca incluida) es bastante razonable si se tiene en cuenta lo baratísimo que sale el precio por base en comparación con el método Sanger.

Lo preocupante quizá sea otra cuestión. La primera vez que supe sobre los nuevos métodos de secuenciación fue en 2008, e igualmente me quedé impresionado por el funcionamiento de un método distinto: la pirosecuenciación, implementada por una compañía distinta y usando otros fundamentos. Bien, pues aunque nadie lo dice, todo parece indicar que la pirosecuenciación se está quedando obsoleta. Es tremendo pensar que la PCR y el método Sanger de toda la vida se han venido usando durante décadas, y sin embargo ahora da la impresión que un novísimo sistema puede tener una vida media mucho más corta. No es que me parezca mal, pero seguro que a los laboratorios que se compraron el chisme de turno no les hace tanta gracia.


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La especie de la semana: Rhacophorus helenae, con comentario crítico sobre las especies crípticas

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Es lunes y tenemos especie nueva. ¿Qué será, será? Alegría, alboroto, perrito piloto, redoble de tambores….

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Rhacophorus helenae sp. nov.

Pues sí, una preciosa rana voladora vietnamita. Más maja que las pesetas, ahí, toda tan pancha. Las llamadas ranas voladoras del género Rhacophorus se llaman así porque al parecer se tiran desde las alturas con las palmas abiertas, de forma que las membranas interdigitales se encargan de realizar una, supongo, dudosa labor planeadora. Siempre me acuerdo de que Wallace (que está de aniversario en 2013) descubrió durante sus viajes por el archipiélago indomalayo una de estas ranas que aún hoy se sigue apodando “rana de Wallace” (R. nigropalmatus), así que ¡razón de más para acordarnos de ella durante toda la semana!

Cosas importantes de esta rana: la acabamos de conocer, no hace ni unos meses que ha sido “presentada en sociedad” y ya está en peligro de extinción. Tan sólo se conoce su existencia en dos localidades boscosas próximas a Ciudad Ho chi Minh y a un tiro de piedra de un paisaje fuertemente antropizado y en vías de deforestación. Severo recordatorio de que las amenazas a la biodiversidad pueden ser tan acuciantes que las especies desaparezcan antes de ser descubiertas.

Y una cosa más. Existen como 80 especies conocidas de ranas voladoras asiáticas; debe haber un buen berenjenal ahí montado. Es el típico contexto en el que se espera que haya especies crípticas, es decir, especies que son tales por cumplir determinados criterios pero que son morfológicamente indistinguibles. Es entonces cuando llega salvadora y triunfante la filogenia molecular y reconoce distintos linajes aislados, se publica como un nuevo caso de complejo críptico y blablabla y todos tan felices. No, no, no ¡NO! Así no se hacen las cosas. Casi con seguridad se esá abusando del recurso de las especies crípticas como una solución muy fácil.

Las especies crípticas hay que testarlas como cualquier otra hipótesis de trabajo. Muchas veces se publican descubrimientos de supuestas nuevas especies crípticas, insondables e indetectables sin un laboratorio de biología molecular con su ultrasecuenciador de 125.000 dólares, cuando nadie se ha molestado en comprobar si realmente, son morfológicamente indistinguibles. Dar por crípticas especies que no lo son es una chapuza. La mayor parte de las veces el nuevo descubrimiento quedará fuera del alcance de muchos profesionales “de campo”, aparte del resto de la sociedad, y a menudo las nuevas especies ni siquiera reciben nombre, perdiéndose en el limbo sin ser reconocidas en ningún listado oficial o base de datos taxonómica.

¡Mal! ¡No hay que dar nada por supuesto!, ni siquiera la indistinguibilidad de las ranas voladoras porque, amigos, esta pedazo de rana es perfectamente distinguible a simple vista, por morfología de toda la vida. De entre todas las ranas voladoras es la más grande y es la única de las de gran tamaño que tiene el dorso verde, sin manchas, y el vientre blanco. Así de simple. Resulta que cerca de la ciudad más populosa de Vietnam había una rana voladora sin describir, abierta de patas a la espera de que un herpetólogo la mirase con detenimiento. ¡Ni Illumina ni gaitas!, ¡primero hay que mirar a los organismos y estudiarlos bien y luego ya veremos! Los autores, aunque no se esmeran mucho, también hacen una comparación de distancias genéticas entre el ARNr de la nueva rana y la de su prima más próxima, porque cuatro ojos ven más que dos y siempre hay que emplear tantas fuentes de información como se pueda y necesite. Así sí. Bastante problemáticas son ya las especies crípticas de por sí como para engordar esta categoría con taxones que no lo merecen, cuyo único pecado ha sido no recibir una reevaluación morfológica debida.

Referencia

Agradecimiento especial a Jorge Mederos, que enlazó un artículo en Mongabay en el que contaban el descubrimiento de la rana.

Post sobre Wallace en la edad dorada (e ingenua) de Diario de un copépodo

Wallace, la película, en LEET MI Explain


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Los desheredados de Foster Drive y otras historias autobuseras

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Hoy toca un poco de costumbrismo. ¿De qué sirve esto de venirse al extranjero si uno no puede demostrar su provincianismo asombrándose del abismo cultural atlántico? ¿eh, eh, eh? Como luego me dicen Eulez y Morti que sólo digo cosas buenas de Estados Unidos, hoy vamos a cachondearnos un poco de cómo me va con la movilidad en la “esquina tranquila de Connecticut”.

No os digo nada nuevo si empiezo recordando que Estados Unidos es mayormente un país pensado para los coches. Cuando me decidí a venirme no quería añadir a todos los gastos que supone empezar una nueva etapa en otro país el hecho de hacerme con un coche. Me hace mucha gracia que cuando dices esto todos los españoles te dicen, “no, si en Estados Unidos el mercado de segunda mano es muy dinámico y por poco diner”UNA MIERDA pinchada en un palo. Que sí, que por 3000 dólares tendrás un coche de segunda mano, pero ¿qué pasa, que vosotros podeis sacar de debajo de una piedra 3000 dólares como si nada? Yo, después de seis meses en el paro y un viaje a Etiopía (mucha mejor inversión que una chatarra con ruedas) no, desde luego. Y menos después de pagar la fianza de un apartamento (totalmente vacío, claro) y todos los gastos iniciales que no son moco de pavo. Además, os informo que para comprar un coche aquí para empezar tienes que sacarte el carnet de conducir del estado, y para ello a su vez tienes que tener un número de la seguridad social, que es un trámite que lleva su tempo… vamos, que por mucho que te lo propongas, no puedes tener un coche el día que llegas. Como mucho puedes alquilarlo, y ya os digo yo por experiencias anteriores en mis estancias que esta opción es una auténtica ruina.

Hasta tal punto le cogí manía al coche en mis visitas previas (se comió él solito toda la ayuda extra que me daba la beca, que por aquel entonces sí se daban a tiempo) que tenía claro que no quería saber nada de él por este y por otros motivos. Es por esto que elegí sabiamente mi ubicación (ventajas de conocerse el terreno previamente) en el único pueblo que tiene línea de autobús con el campus. Que conste que mucha gente me ha ofrecido, y a veces he aceptado, llevarme a sitios y tal, pero por lo general mi cabezonería y mis ansias de autonomía, me han llevado a que me busque la vida sin que nadie me saque las castañas del fuego en la mayoría de las ocasiones. Y además hay un servicio de alquiler por demanda que no funciona mal para recados ineludibles. Sigo contento con esta decisión: ni tengo coche ni creo que lo vaya a tener, al menos en un tiempo, pero hay que asumir las consecuencias: para empezar las caras de asombro y desconcierto que me devuelven cuando lo confieso y para terminar la sensación de depender de ese cordón umbilical motorizado. La parte buena es que da para muchas observaciones de campo interesantes.

La línea que uso es un medio de transporte marginal, en el sentido de que sólo una minoría de la gente lo usa, y en una semana ya te conoces las caras de todo el mundo. Físicamente viene a ser un autobús normal, pero en el que el conductor es amable y maravilloso hasta la náusea. Te saluda, te da los buenos días, se espera a que te sientes antes de arrancar, soluciona cualquier duda que tengas sobre horarios o paradas, te desea que tengas un buen día cuando te bajas, o se despide de ti hasta el día siguiente cuando te deja en tu parada por la noche. A veces me han llegado a acercar a mi destino incluso después de haber acabado el turno. Muy del mundo de la gominola, todo.

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No es que le pongan una sonrisita al autobús gratuitamente, ¡Es que parece que el conductor va puesto de éxtasis!

Sin embargo, se da un curioso sesgo en la biota interna del autobús. Si te das un paseo por el campus, te verás rodeado de “la crème de la crème” universitaria: chicos y chicas blanquitos, altos, guapos, jóvenes, físicamente agraciados, como salidos de un anuncio de colonia o de esas páginas porn Sin embargo, si se toma el autobús de vuelta a Willimantic enseguida nos damos cuenta de una dinámica interesante. Los chiquillería delta-pi-épsilon se ha esfumado, no hay representantes de esa especie. No espera, está el chico ese rubio con monopatín, ese sí coge el autobús, y quizá algún otro. Sin embargo son los primeros en bajarse, porque lo hacen en un edificio residencial algo alejado, pero aún en el entorno del campus. Los demás recorremos los 12 km atravesando un bonito bosque mixto hasta el pueblo. En el centro comercial se baja normalmente una señora que creo que trabaja en una cafetería, y quizá algunas chicas que se acercan a comprar algo.

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Algo que no me esperaba de Estados Unidos y que resultó revelador allá por 2008: ciertos clichés de la vida universitaria parecen ser totalmente ciertos. Un submundo (o mejor dicho, un paramundo) de gente “wapa” maravillosa forjado a base de complementos dietéticos, depilación láser y ensaladas Florette se materializa en el campus universitario. La verdadera revelación es que cierta publicidad y cierto cine no es que estuviese encaminado a inventar una utopía estética, sino a que lo conseguido a base de una ¿inadvertida? ingeniería social forjada a golpe de capitalismo se sintiese identificado. Nota: estos chicos no cogen el autobús.

Llegamos a la primera parada del pueblo: la colonia de Foster Drive. La mayoría de la gente se baja aquí. Se trata de un conjunto de apartamentos tipo colonia Dharma en las afueras del pueblo habitado sobre todo por estudiantes de doctorado y postdoc, curiosamente con una gran mayoría de asiáticos (indios y chinos especialmente). Yo mismo estuve considerando alquilar aquí, no debe ser mal sitio, pero preferí tener una experiencia más castiza del Willimantic real (conocido por sus ranas y por haber sido la capital de la heroína en los años 60) y mudarme cerca del dauntáun. No sé cómo habría sido mi vida de haberme quedado en esta idílica burbuja universitaria asiática: molona pero no tan cool como para atraer a la chavalería A&F; con piscina y lavandería integrada pero lejos de la cooperativa alimentaria y el supermercado, ¡la vida está llena de compromisos y treidofs! Hasta tal punto parece que la línea de autobús estuviese pensada para unir esta colonia con el campus, que a veces el autobús se queda aquí y no continúa hasta el dauntáun, motivo de más para estar atento al horario, o disponer de las ganas para hacer el recorrido a pie (apenas un kilometrillo, pero por aceras ruinosas y descuidadas, que realmente nadie parece usar). Cuando el autobús sí que continúa hasta el centro, los que quedamos, los desheredados de Foster Drive, somos todos o negros o portorriqueños o invertebrados. Este es el trayecto más interesante. Cierto que le falta la algarabía que aportan los fosteritas, pero es cuando más cosas interesantes me han pasado.

Episodio 1: regalo de bienvenida

A los pocos días de llegar, iba yo tan pancho en el autobús cuando entra unas chavalas que parecen recién salidas de un concierto de gospel, se sienta en la fila de delante. Una de ellas me mira. Me deja de mirar. Cuchichean. Me mira otra vez. Al rato se me acerca y me da… ¡un genuino tratado de Chick!

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Helo. El momentazo “Libro de la Vida” siempre hace que se me erize el vello púbico

Como sabía exactamente lo que me estaban dando, no pude menos que agradecérselo con toda mi alma. Me lo tomé como un buen presagio, como no podía ser de otra forma, y aún lo conservo con todo mi cariño. Se trata de “This was your life”, todo un clásico. Además aprendí para qué sirve el misterioso espacio en blanco que queda al final de los tratados…

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Cómpliments del pastor

¡Es para poner los datos de tu iglesia de confianza! Y hablando de iglesias…

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Episodio 2: “soy muy de UConn”, o nacionalismo universitario

Me da a mi la sensación de que los estadounidenses son bastante más extrovertidos que los españoles. Tengo la impresión de que es mucho más fácil iniciar conversaciones con desconocidos. He sido testido, además, de cómo dos completos extraños se acababan dando los teléfonos en al menos dos viajes distintos en el metro de Nueva York. En general, esto me parece algo bueno, sobre todo si estás solo y aburrido. Hace unas semanas me abordó una señora en el autobús, otra desheredada de Foster Drive que se llama Kathy. Nos tocó esperar juntos a que llegara la otra línea, y a lo tonto, pues acabamos hablando y le conté mi vida de postdoc español, sin coche, y de la UConn. Con ser de la UConn, se ve que me la gané. Me hizo así como una confesión por lo bajini que me recordó a mi abuela cuando me decía algo de lo que no tenían que enterarse mi padres. Si lo pudiese traducir no sólo en contenido, sino también en énfasis, sería algo así como “yo soy muy de UConn también“, sospecho que lo decía por los deportes. Lo de por lo bajini luego entendí que podía tener que ver con algún tipo de rivalidad con la otra universidad de la zona: la ECSU (Eastern Connecticut State University), con campus precisamente en Willimantic, para que luego digan de que en España hay demasiadas universidades.

Sobre lo de no tener coche, la cosa acabó derivando en la imposibilidad de desplazarse en autobús en domingo, peeeeero, resulta que una de las muchas iglesias del pueblo te ofrece un shuttle para ir a misa. Enseguida me empezó a justificar por qué le gustaba más el reverendo Johnson que el reverendo Harris, y claro, ante mi mutismo, enseguida me preguntó que, de la amplia oferta religiosa del pueblo, dónde tenía yo mi nidito espiritual. El momento de revelarle que, así como ella era “muy de UConn“, yo no era “muy de Dios“, acabó inmediatamente con nuestra breve pero intensa amistad. Acabé de fastidiarla cuando solicité la parada, pues me bajé cerca del campus de la ECSU, que me pilla cerca de casa. Me lanzó una mirada de pasmo que nunca olvidaré y me dijo, como se le dice a los traidores “pensaba que eras de la UConn“. Con un hilillo de voz le perjuré que en realidad vivía allí y me fui consciente de que no se lo creía. La gente buena, de la UConn, no vive en el centro del pueblo, se quedan en Foster, como los becarios chinos decentes…

Corolario: verse otra vez el capítulo ese de los Simpsons en el que Homer vuelve a la universidad y se enfrenta a la universidad vecina en un concurso de carrozas..

Episodio 3: otro autobús, otra historia

Esto me pasó en el autobús de regreso desde Nueva York. De nuevo una conversación con un desconocido. Un señor alto como una torre, muy negro él, y muy orgulloso de ello (ya que trabajaba recisamente en una especie de organización anti-racismo). Me aborda con ese desparpajo típico yanqui, y a mí me venía muy bien, porque estaba aburrido. Nos contamos un poco la vida y tal, y me suelta que sus amigos se sorprenden de que le guste el autobús. “Me dicen: Greg, ¿por qué vas en autobús pudiendo ir en coche? Y yo les hablo de la gente interesante que se conoce en los autobuses, que es una gran experiencia. Me encanta el autobús” Hasta aquí todo perfecto, ya me había hecho ilusiones de tener un compañero para el viaje, pero ¡no! Cuando nos subimos en el autobús, yo me esperaba que se iba a sentar a mi lado, pero después de toda nuestra conversación va y me deja solo para irse a otro sitio. Al parecer la “ración individual de personalidad” ya le había saciado bastante.

Bueno pues eso es todo por hoy, otro día sigo con el TIMO de las garage sales, y con el local de “ciencia cristiana” que hay en la calle principal.


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La especie de la semana: una araña sin nombre

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Hoy estoy un poco vago, así que la especie de la semana la presenta Phil Torres. Se trata de una “araña titiritera“, que tiene por costumbre fabricar con restos vegetales una imagen bastante fidedigna y amenazadora de una araña más grande que ella. Lo realmente impresionante es que esta araña de mentira tiene ocho patas, prosoma y opistosoma, como las arañas de verdad. En este vídeo Torres lo explica todo con detalle y además se puede ver el metraje correspondiente al descubrimiento en sí de la araña, lo cual está muy bien. Aún no está confirmado que se trate de una nueva especie del género Cyclosa, pero por ahí parecen ir los tiros.

Aunque el descubrimiento tuvo lugar hace tiempo, la araña en realidad está sin describir aún, y como os dice Phil, aceptan sugerencias para el nombre, así que, animáos y participad.

Vía: BioTay, que también le puso el apodo de “titiritera”


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El amante de Jesús y las dramáticas consecuencias del homoerotismo bíblico

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juan1De todas las cosas que me han llamado como bloguero, quizá la que más ilusión me hizo fue aquella vez en la que me definieron como “irreverente”. Queda muy guay que te llamen irreverente, como muy alternativo y modernillo. Me hizo ilusión por lo inesperado, ya que no tengo mucha conciencia de serlo particularmente. Podría parecer por el título de este post que me propongo cumplir mi cuota mensual de irreverencia de forma facilona y premeditada. He releído dos veces el tochazo que os queda por delante y la verdad, no creo que sea así, pero no puedo evitar pensar que estoy poniendo un cebo jugoso para que se acuerden de mí y de todos mis familiares. Lo que vais a leer es una de estas ideas que tienes en el tintero durante años (yo antes hacía más cosas de este estilo), pero que nunca te animas a escribir porque no es el momento, o porque ya no estás para ciertos trotes. Reconozco que ha habido un suceso que ha sido el que me ha animado a retomar esta idea abandonada. Se trata, una vez más, de uno de esos ejemplos en los que la religión saca su comodín de excepcionalidad para que no se le pueda aplicar lo que en cualquier otro colectivo sería perfectamente aceptable. El uso de un ídolo en un cartel publicitario de un acto de una revista satírica (que podía haber sido mucho, mucho más cruel y blasfema) ha bastado para que afloren las lágrimas de cocodrilo, la susceptibilidad más encendida a flor de epidermis y la querella como remedio contra los mosquitos. Por eso me ha parecido que era un buen momento para animarme a compartir otra de mis reflexiones irrelevantes y así mato dos pájaros de un tiro: doy salida a la idea que llevaba años en el tintero, y de paso ejercito un poco el músculo de la libertad de expresión, no sea que se nos atrofie. Como ya habréis adivinado, pues sois gente enteradilla y avispada, vamos a hablar de Jesús de Nazaret y de si tuvo un amante de su mismo sexo, y luego divagaremos largo y tendido.

Antes de entrar en materia, un nuevo aviso: el primero que no se cree nada de lo que vais a leer a continuación soy yo mismo. No le doy ni el más mínimo crédito, oiga, nada, cero. Básicamente porque a Jesús de Nazaret no se le puede tratar como si fuese una figura histórica. Como dice un tío mío, profesor de historia (muy sabio él, aunque esto es una percepción mía que no tenéis por qué compartir si no os fiáis de mí), si hiciéramos una aproximación a Jesús usando las herramientas habituales de investigación histórica no obtendríamos un cagao; no pasa la prueba del algodón. Jesús no es una figura histórica. Si alguna vez os han hablado del tema, lo mejor os acordáis de Flavio Josefo o Suetonio soltando un par de frasecillas aisladas casi un siglo después de la supuesta crucifixión y que ni siquiera son sobre Jesús en sí, sino sobre los primeros cristianos. Lo cierto es que no hay ni una sola fuente fiable y contrastada, siquiera de la existencia del tal Jesús, y en caso de que existiese de verdad, de su vida sabemos lo que quisieron decir los sucesivos evangelistas, cuyos relatos ni son ni pretenden ser históricos, se escribieron en años muy posteriores a la vida de su protagonista, y guardan entre sí a veces significativas incoherencias. La aproximación a Jesús, o se hace desde la fe (cosa que este invertebrado no puede hacer), o se hace desde la mitología-literatura, cosa que sí podemos hacer todos para nuestro deleite y disipación. En resumen, hablar sobre la sexualidad de Jesús viene a ser como hablar de si a Ulises le olía el aliento o si a Quetzalcóatl le fastidiaba madrugar: es simplemente un ejercicio que se puede hacer para pasar el rato leyendo y aprendiendo curiosidades, pero ni es productivo ni tiene por qué acercarnos a ninguna realidad histórica. Obviamente esto tampoco es una investigación seria ni he realizado ninguna revisión bibliográfica, ni he hcho nada original que mereca la pena reseñar o que no se hubiese dicho antes. Esto es un bloj y lo que aquí cuento es como si lo soltara en el bar, (un bar un poco raro) avisados quedáis.

Bueno, al grano. Vamos a hablar del amante de Jesús, o en otras palabras, “el discípulo a quien Jesús amaba“, que como muchos sabréis era, según la tradición más aceptada(1)San Juan Evangelista, hijo de Zebedeo. Resumiendo: el evangelio atribuido a Juan destaca por varias razones. En lugar de narrar los hechos cronológicamente hace una aproximación temática y, dicen, es el más profundo de todos y el que tiene más rollete místico. Además es el único que se supone que fue escrito por un testigo directo de la vida de Jesús, y desde primera fila, podríamos decir (“El que lo ha visto da testimonio de ello, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis” Jn 19, 35). Está claro como el agua que Juan tenía una relación muy especial con Jesús, digamos que de auténtico privilegio según el mismo evangelista pone negro sobre blanco refiriéndose a sí mismo como “el discípulo a quien Jesús amaba“, fórmula que se repite en cinco momentos distintos y únicamente refiriéndose a sí mismo.

- En la Última Cena, Juan se sienta al lado de Jesús y apoya su cabeza contra su pecho. (Jn 13, 23-25)

- Cuando crucifican a Jesús, Juan es el único apóstol que está presente en la ejecución, junto a la madre del reo. En un gesto de tremenda ternura Jesús viene a decirle a Juan que tiene en María a su madre y a ella que considere a Juan como a su propio hijo. A partir de este día, la madre de Jesús se va a vivir con Juan (Jn 19, 26-27)

- Cuando María Magdalena comunica que el sepulcro está abierto, es el que sale corriendo y el primero que llega (aunque espera a Pedro) (Jn 20, 1-10)

- Es el primero en reconocerlo en una de sus performances post-resurrección (Jn 21, 7)

- Se percibe un trato especial hacia él en una conversación bastante ambigua entre Jesús y Pedro cuando está a punto de irse (Jn 21, 20-22)

En todas estas ocasiones, el autor del texto se nombra a sí mismo mediante la misma fórmula, usada en exclusiva: “el discípulo a quien Jesús amaba”, y en todas ellas hay datos relevantes que nos hacen pensar que no se trataba de un simple seguidor más. Si hemos de creer estos textos, Jesús amaba a todo el género humano (amad al prójimo como yo os he amado, amáos los unos a los otros, etc), pero a ningún otro individuo en los 21 capítulos del texto le confiere ese privilegio tan explícito. Jesús amaba a todas las personas en general (en plan jipi) pero a Juan en particular.

Esto lo puede leer cualquiera que tenga una Biblia delante, y por supuesto, si la Biblia está correctamente anotada, encontrará los correspondientes asteriscos, bien gordos, llamándonos a un pie de página donde nos explicarán que Jesús simplemente le tenía un especial cariño a Juan. Sin embargo, y esta es la parte que considero más interesante, a lo largo de los siglos, la gente que ha leído la Biblia se ha topado con estos párrafos y muchos de ellos han visto unos indicios muy claros en el mismo texto (en esto profundizaré después).

Quizá como hay mucho malpensado, los “doctores de la Iglesia” se han encargado de preparar los argumentos pertinentes. Se dice en primer lugar que Jesús apreciaba a Juan especialmente porque era el más joven de los apóstoles. No es que esto aporte ninguna confianza, y más tal y como está la Iglesia en este momento, y de hecho más bien al contrario: en el mundo helenístico la relación entre mentor maduro y aprendiz joven ya sabemos que no implicaba, ni mucho menos, ninguna barrera ética para aprender cualquiera de las cosas que la vida puede enseñar. Pese a todo, si hemos de confiar en “la tradición” como venimos haciendo, Juan se llevaba como mucho seis años con Jesús (tendría, por lo tanto al menos 28), edad totalmente adulta en siglo XXI y más aún en el I, y suponemos que casi peinaría canas en los pelillos de los huevos para saber lo que se hacía y no necesitar ningún “cuidado especial” por parte de su maestro.

El otro argumento es que en el texto original griego se usa el verbo “agapáo“, y que “agápe” es un amor muy distinto al “éros” o amor carnal, deseo. De esta forma se resuelve de un plumazo cualquier incómoda relación carnal entre Jesús. ¡Valiente tontería! Si la sospecha es que Jesús y Juan eran amantes, ¿por qué habría de esfumarse esa sospecha por que su relación no estuviese limitada a lo físico? ¿Cómo iba a estarlo si las muestras de cariño van más allá de un encoñamiento caprichoso? ¡si le pide nada menos que se encargue de su madre cuando él muera! ¿Qué mayor muestra de amor y confianza puede haber que ocuparte de tu suegra? No señor: “agápe” significa amor en su sentido más amplio; según el diccionario de griego clásico de José Pabón, “agapáo” es “amar, querer, acoger, tratar con cariño, desear, complacerse”. ¿Cuál de estos significados es el adecuado? ¿Cambiaría algo de lo que he dicho si tradujésemos la fórmula por “el discípulo al que Jesús trataba con cariño“? Aún hoy en día los griegos se declaran su amor con un “s’agapó” y los cantantes para adolescentes de ese país siguen titulando sus canciones empalagosas usando ese mismo verbo. No cuela.

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La fórmula empleada en Jn 21, 7, en versión original: “‘o mathetés ekínos ‘on egápa ‘o Iesûs“, literalmente, “el discípulo aquel al cual amaba Jesús“, y punto pelota.

Falta lo más importante de todo: ¿Por qué razón Jesús habría de tener un favorito? El encargado de liderar su misión evangelizadora era Pedro, pero éste no era “el discípulo al que amaba”. Tener un favorito es muy poco profesional, muy poco de naturaleza divina, redentora de la humanidad. Todo lo relacionado con “el discípulo amado” más bien parece tener relación con la parte humana de Jesús, sensible por lo tanto a sus emociones, según la misma Iglesia.

Por supuesto que hay una amplia bibliografía sobre los aspectos carnales de Jesús, amén de otras lecturas muy recomendables como “La última tentación de Cristo” de Kazantzakis. Creo además que hay evangelios apócrifos en los que se habla más abiertamene de otros tabúes más o menos heréticos como posibles esposas de Jesús e incluso en el mismo evangelio de Juan se menciona que tiene hermanos (y de nuevo la Iglesia aduce argumentos semánticos en su contra). Una cosa no quita la otra. Una crítica habitual que se hace cuando se llama la atención sobre la homosexualidad de un personaje del pasado es aclarar que “no se puede aplicar el concepto moderno de homosexualidad”. Esto también tiene su gracia. Si por ello se quiere decir que no debemos imaginarnos, en este caso a Jesús, llevando banderitas de colores, trabajando en una peluquería, bailando música techno y… en fin, añádanse aquí los clichés que se estimen oportunos para cumplir esa entelequia de “concepto moderno de homosexualidad”, estoy totalmente de acuerdo. Sin embargo esa actitud no hace más que evitar la cuestión de fondo: si el personaje en cuestión se sentía física y afectivamente atraído por personas de su mismo sexo o no.

Por cierto, y ya que sale el tema: es impresionante cómo todo tipo de biógrafos esquivan con asombrosa agilidad la vida afectiva del objeto de su estudio cuando no se trata de un varón heterosexual (y a ser posible, mujeriego), desde Shakespeare hasta Humboldt; como mucho en estas biografías aprensivas hay menciones tangenciales a una, siempre “supuesta” o “presunta”, homosexualidad. Es cierto que concretamente en el mundo clásico compaginar las ostras y los caracoles posiblemente no tendría mucho misterio, con todos los matices que queramos añadir, pero preguntarnos si se ordenó o no un código rojo exige una respuesta muy sencilla: sí o no.

Pero me estoy desviando…

Llegados a este punto, saquemos la navaja de Ockham del armario y contemplemos a la luz de los textos las dos hipótesis.

Hipótesis A: Jesús y Juan se querían, pero ojo, no se trata de lo que normalmente pensamos cuando decimos que dos personas se quieren: Jesús quería a Juan como criatura creada por sí mismo en su trinidad, como al resto de los mortales, pero recibía un trato especial en exclusiva que no sabemos muy bien en qué consistía ni a qué era debido pero que permitía al apóstol tratar a Jesús con más confianzas de las que se tomaban el resto de los doce. Juan, a su vez, es un ejemplo a seguir por su virtud y su fe, su entrega absoluta a Jesús, pero por supuesto se trata en todo momento de algo puramente místico y cualquier malentendido se debe en realidad a la incapacidad de un idioma (nada menos que la koiné) de matizar mejor qué tipo de relación tenían y usar en su lugar un verbo de amplio espectro.

Hipótesis B: Jesús y Juan se querían.

Que el lector haga con la navaja lo que crea conveniente, yo ya he dicho que en el fondo no me creo nada de lo anterior… pero no he terminado.

Lo realmente fascinante de este asunto no es lo que pasara o no entre personajes que lo mismo ni existieron. Lo que me encanta es la trascendencia que ha tenido a lo largo de la historia. El testimonio del “discípulo al que Jesús amaba” no pasaba desapercibido a la gente receptiva, con razón o sin ella para sospechar que la literalidad de un texto tan claro no podía maquillarse con explicaciones teológicas o semánticas: uno lee lo que tiene delante, las palabras están ahí. No deja de ser curioso que en una gran parte de la historia de occidente la homosexualidad haya pasado sus buenos siglos poco menos que en la clandestinidad y en la persecución mientras en el propio texto sagrado había ciertos guiños a un amor prohibido que desde luego no pasarían inadvertidos a los lectores perspicaces. La poderosa lectura literal de los detalles de este evangelio es un elemento fundamental en el corpus del homoerotismo bíblico (reducido pero innegable), y poco importa que hubiese razones fundadas para ello o no: el hecho de que homosexuales de todos los siglos, en condiciones bastante adversas, se hayan sentido inspirados por la arriesgada ambigüedad de ciertos versículos ya los convierten en toda una curiosidad.

El ejemplo más típico de icono gay cristiano es quizá San Sebastián. Es muy curiosa la fijación que tiene la cultura homosexual con este mártir, pero en este caso se debe más bien a que ha sido motivo habitual de pintores que querían dibujar un resplandeciente mozo en ropa interior sin levantar sospechas. Pese a todo, no es tan interesante en este contexto porque su origen no es bíblico (murió en el siglo III).

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San Sebastián: la mejor excusa para mostrar jovencitos de buen ver en taparrabos durante siglos sin levantar sospechas. Izquierda, Antonello de Messina (circa 1477); derecha, Pierre et Guilles (1985)

El ejemplo clásico y mi favorito es la relación entre David y Jonatán. A esto le dediqué el post Brokeback Bible en 2008 y para no alargar mucho más este tochazo os animo a que lo leáis después si os quedáis con ganas, que quedó muy divertido. Os recuerdo que la relación entre David y Jonatán incluye perlas como estas:

“En acabando de hablar David a Saúl, el alma de Jonatán se apegó al alma de David y le amó Jonatán como a sí mismo (…). Hizo Jonatán un pacto con David, pues le amaba como a sí mismo. Se quitó Jonatán el manto que llevaba y se lo dio a David, su vestido y también su espada, su arco y su cinturón. (I Sam 18:1-4)”

… además de, por supuesto, la elegía de David a Jonatán muerto en batalla:

¡Jonatán! Por tu muerte estoy herido, por ti lleno de angustia, Jonatán, hermano mío, en extremo querido, más delicioso para mí tu amor que el amor de las mujeres. ¡Cómo cayeron los héroes, cómo perecieron las armas de combate! (II Sam 1:25-27)

por último no conviene pasar de largo que esta historia incluye la dote más magnífica que jamás haya pedido un rey a un pretendiente de la mano de su hija en todos los siglos habidos y por haber: los prepucios de cien filisteos. Lo dicho, leedla.

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David, de yogurín, tocando el arpa para Saúl. ¡Saltan chispas! Julius Kronberg, 1885.

Evidentemente, en cualquier Biblia como Diosh manda, cada parrafito ambiguo lleva su nota al pie de página que nos aclara que lo que realmente ocurría era que David y Jonatán eran muy amigos. Pero mucho. ¿Cuánto de amigos? Pues mucho, ya os lo estoy diciendo, ¡pesados! De nuevo, que el lector haga lo que crea conveniente con la motosierra de Ockham leyendo el texto bíblico original.

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David y Jonatán. Muy amigos. circa 1300.

Lo que es un hecho es que la figura de David inspiró a muchos homosexuales durante siglos de teocracia y persecución. Más de uno se frotaría los ojos tras leer ciertos párrafos y volver una y otra vez sobre las mismas palabras, sin poder creer lo que estaba leyendo en el libro de los libros. Algunos levantarían la cabeza y mirarían al de al lado con una gesto interrogativo en plan “¿Estás ‘entendiendo’ lo mismo que yo?”, y de ahí al escobero hay dos avemarías. No es difícil imaginar cómo estos textos pudieron acabar adquiriendo un significado oculto, esotérico (con significado sólo para los “iniciados”) pese a estar a plena luz. Así tampoco nos sorprende que de todos los personajes de la mitología del Antiguo Testamento, David (y no, por ejemplo, Adán, Abraham o Sansón) sea el escogido con más frecuencia para desplegar la belleza del cuerpo masculino en todo su esplendor o como ejemplo de ambigua voluptuosidad.

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Esculturas de David por Miguel Ángel y Donatello. Ambos renacentistas, ambos tortugas ninjas, y ambos (¡¡¡presuntamente!!!) con conocidos amores impropios de los hombres como Dios manda. Presuntamente, ojo.

Pero volvamos a Juan, para ir ya cerrando. En la tradición artística occidental es frecuente encontrar a Juan retratado como un jovencito imberbe con la cabeza, más o menos cariñosamente, apoyada en el pecho de Jesús durante la Última Cena. Sobran los ejemplos.

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Capitel de monasterio de San Juan de Peña (siglo XI-XII); Vidriera en Gotland (1240); Jaume Huguet (1470); Valentin de Boulogne (1625-1626)

Y una vez más, sabemos que desde hace siglos no han faltado quienes han querido leer la versión más estreitforguard del susodicho evangelio. Hay incluso quien tuvo los arrestos para decirlo en público. Algunos de los casos más famosos lo acabaron pagando con la vida. Así le ocurrió a un monje franciscano llamado Francesco Calcagno, que se ganó una, al parecer merecida, fama de ateo y blasfemo; dormía con otro chico todas las noches y, en efecto, sostenía que Jesús y Juan se acostaban juntos. Fue ejecutado por la Inquisición en Venecia en 1550, contando con 22 años de edad. Al parecer nunca mostró arrepentimiento ni se retractó.

Christopher Marlowe es un personaje difícil de definir. Dramaturgo inglés muy valorado por sus contemporáneos, espía al servicio de la reina, a la vez que posible traidor y conspirador, escéptico ¡incluso sin Twitter!, librepensador con talento, asiduo de tabernas y lugares de mal vivir, libertino irredento, ateo y blasfemo a la vez que acusado de católico, sinvergüenza confeso y, cómo no, “presunto homosexual”, son algunos de los calificativos, a veces contradictorios, que se le suelen aplicar. La vida de Marlowe da para una serie de posts dedicados en exclusiva. A Marlowe no le faltaban enemigos que desearan verlo muerto, pero en su vertiente herética también se le acusó de sostener que Juan Evangelista era compañero de cama de Cristo y que “le usaba como a los pecadores de Sodoma”. Se le arrestó y se le juzgó por blasfemia, y aunque las causas y motivos de su muerte nunca se conocieron con detalle, murió apuñalado unos días después.

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Cristopher Marlowe. “Quod me nutrit me destruit”. Un tipo interesante.

Para poder decir algo de ese calado y salir impune, mucho me temo que tenías que ser un tipo bastante más influyente. Escogeremos un ejemplo así para cerrar sin más muertes. Jacobo I de Inglaterra, cuya preferencia por la compañía de hombres jóvenes es bien conocida, dejó en su momento bien clarito que para él no había nadie como George Villiers, duque de Buckingham, y para dejarlo meridiano, puso como ejemplo precisamente a Jesús y a Juan (mis negritas):

I, James, am neither a god nor an angel, but a man like any other. Therefore I act like a man and confess to loving those dear to me more than other men. You may be sure that I love the Earl of Buckingham more than anyone else, and more than you who are here assembled. I wish to speak in my own behalf and not to have it thought to be a defect, for Jesus Christ did the same, and therefore I cannot be blamed. Christ had John, and I have George.

El que tenga ojos para leer, que lea.

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Jacobo I de Inglaterra y el duque de Buckingham

Bueno, y ahora sí, ya paro. Los comentarios están abajo para posibles reclamaciones y para añadir, si conocéis, más ejemplos de homoerotismo bíblico.

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(1) A todo esto, hay otras interpretaciones sobre quién era el “discípulo amado” (desde Lázaro a María Magdalena). Ninguna de ellas explicaría muy bien qué hacia el susodicho individuo (o individua) en la cena de autos sin haber sido invitado ni nombrado antes, pero en el fondo todo esto es irrelevante porque, como ya dije en su momento, el primero que no le da ningún crédito soy yo.

Archivado en: Empanadas mentales
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