Quantcast
Channel: Diario de un copépodo
Viewing all 204 articles
Browse latest View live

Go west!

$
0
0


Al final me ha pillado el toro y no me ha dado tiempo a terminar la serie de Etiopía antes de que se solape con el siguiente viaje. ¡Qué le vamos a hacer! Sé que hay comentarios sin responder, blojs sin comentar y tengo pendientes algunas entradas de la vida en el yanqui, que ya van tocando, pero la cosa es que, niños y niñas, ¡me voy de vacaciones! Ni más ni menos que a California (que por ser mi tercera región de clima mediterráneo en explorar, mi décimo hotspot de biodiversidad y por cierto cariño inexplicable a algunos miembros de su flora, es un viaje que me hace mucha ilusión). Así que dejo aquí la clásica imagen de la bibliografía preparatoria y me despido de vosotros hasta nuevo aviso, prometiendo más y mejor.

20130804_084119


Archivado en: Viajes

Recuerdos de Siria

$
0
0


En medio de la inundación constante de opiniones y reflexiones diarias sobre actualidad internacional, quizá lo que menos falta haga sea otra persona hablando sobre Siria, pero no lo puedo evitar. Ya no tengo costumbre de hablar de estas cosas, en plan bloguero de pro, ya sabéis, como si tuviese algo original o interesante que decir, pero de todos los países que, allá por 2011, protagonizaron alguna de las revueltas de aquello que tan optimistamente se llamó “la primavera árabe”, Siria era el que más atraía mi atención por el recuerdo imborrable que me dejó durante mi visita en el verano de 2008. Aunque podría tirarme horas hablando, en plan abuelo cebolleta, de amaneceres en el desierto, de zocos laberínticos donde el olfato es seducido en cada esquina y de ciudades ancestrales que se remontan a un pasado casi mítico, lo que recuerdo por encima de todo, cada vez que Siria ha protagonizado titulares en los últimos años, es a la gente. He estado en pocos lugares donde me haya sentido tan a gusto y tan conectado con la población local, que invariablemente mostraba una espontaneidad y un optimismo arrebatador. Me pregunto por el taxista de Alepo que nos llevó a San Simeón (una versión siria de El Fary que se conocía bastante bien los yacimientos arqueológicos de su país), por los niños que nos siguieron en las Ciudades Muertas o por las mujeres que, cubiertas de negro de la cabeza a los pies, examinaban entre risas un tanga color verde chillón en una tienda de la medina de Damasco. Esto no va de opiniones sobre lo que puede significar una intervención occidental en Siria; el país parece condenado pase lo que pase y los grandes perdedores son los de siempre; sólo hay que mirar a Egipto para perder la poca esperanza que pudiésemos tener. Con toda la superficialidad de alguien que sólo estuvo de paso unas semanas, que desconoce la relevancia de los enredos de chiísmo y el sunísmo, de los intereses de Rusia, Europa y EE.UU. en este país y de todo lo demás, lo único que hago es preguntarme cuál habrá sido la suerte de estas personas y dejarme invadir por el pesimismo de la derrota continua de la paz y los derechos humanos en Oriente Medio, la historia de nunca acabar.

Alepense

Curiosos

Mezquita Omeya

Refrescándose

Zoco de Damasco

Mezquita Omeya

Ni un respiro


Archivado en: Actualidad, Viajes

Living in America: ocio dentro y fuera de casa

$
0
0

Ya he dicho varias veces que en mis zambullidas por el choque cultural transatlántico, Los Simpson han sido una constante referencia y ayuda. A ellos tengo que añadir un par de videojuegos de simulación con los que tuve mis buenos vicios en épocas más propicias y con más tiempo libre: Los Sims (la primera edición) y SimCity (hasta la versión 3000 nomás). Algunos aspectos de ambos juegos resultaban un tanto artificiales al jugarlos y siempre pensaba que se trataba de limitaciones técnicas para hacer una simulación más jugable aunque menos realista. Vivir en EE.UU. me ha llevado a la conclusión de que ¡no estaban mal hechos en absoluto! En ambos casos muchos de los detalles chocantes eran un fiel reflejo de la realidad. Veamos algún ejemplo:

¡Te invitan a una fiesta!

sims_houseparty_790screen002

Calcado, pero sin toro mecánico

Esto me hizo mucha ilusión al principio, cuando llevaba poco tiempo aquí, estaba bastante solo y mis planes para el fin de semana podían llegar a ser realmente lamentables. Me supuso cierta cantidad de arrojo inicial, no os creáis, que no soy yo muy amigo de ir a un sarao con quince personas de las que sólo conoces a dos, pero es lo que tiene ser emigrante, que espabilas que da gusto. Pero vamos al grano: en lo que al ocio se refiere, esta gente es muy de quedar en sus casas en lugar de salir por ahí a tomar algo. Mi interpretación sobre ello tiene que ver con la arquitectura de las “ciudades” y con lo del Sim City, así que lo dejo para después. Normalmente, cuando te invitan a una cena/fiesta/lo-que-sea se trata de un plan, reconozcámoslo, baratillo y bien pensado: cada uno de los asistentes lleva algo de comer y/o de beber, y entre todos se monta el potluck dinner, que es de lo que se trata.

Al cocinar conviene no cometer el error de hacer algo muy elaborado o de olvidar que debe ser algo que se va a comer de pie, revuelto con otras cosas. La tortilla de patata tiene un éxito asombroso y desaparece en minutos, así como distintos “mediterranean dips” como un buen salmorejo (divertidísimo escuchar cómo intentan pronunciarlo una y otra vez) con el ajo rebajado, adaptándolo al gusto local. Conviene también avisar si lo que llevas es “vegan friendly”, si lleva glúten, derivados o trazas de frutos secos y todo puntúa doble si los ingredientes los has comprado en el mercadillo de granjeros de la zona o si es “orgánico” (¡nada de alimentos basados en el silicio, por favor!). La verdad es que si eres mínimamente cocinillas, no te costará nada quedar como un chef al hacer cualquier cosilla salada, porque para la mayoría de la gente aquí, “cocinar” es sinónimo de meter muchas cosas en la sartén y ver qué sale. Con los postres ya es otra cosa, porque en tartas, pasteles y galletas la verdad es que los gringos son unos cracks.

Después de dejar tu tortilla de patata en la mesa y las cervezas enfriándose en la puerta (el invierno de Nueva Inglaterra, ya se sabe), toca alternar con los asistentes, y aquí es donde te sientes transportado al universo Sim. Estar en uno de estos saraos es como una especie de juego en el que tienes que hablar con la gente, y el que tiene más conversaciones gana, o algo así. Como la gente anda por ahí rondando y no sentados alrededor de una mesa, las conversaciones suelen ser en parejas y hay una especie de rotación orquestada por algún tipo de mecanismo que no entiendo muy bien cómo funciona. No es, para nada, una experiencia desagradable si estás con gente maja, pero hay algo en todo ello que siempre tiene un no-sé-qué de artificio que no llega a parecerme natural o espontáneo. De vez en cuando picoteas algo (siempre sobra muchísima comida) y te llevas contigo tu bebida que, invariablemente, está en un vaso de plástico rojo (que es el vaso de plástico reglamentario para cualquier sarao que se precie).

redcupY cuando digo que son reglamentarios, creedme

Lo buena o mala que sea una de estas fiestas depende un poco de tus expectativas. Algunos de mis amigos latinoamericanos las encuentran deprimentes y anticlimáticas: nadie baila y la gente habla demasiado de trabajo. Creo que el problema está en llamarlo “fiesta”; para mí es como el café. El café americano deja de ser un problema si asumes que vas a beber algo que no es café, sino algo totalmente distinto, una especie de infusión local. Las fiestas de aquí son el lugar ideal para subirte la “barrita social” de los sims. En el mundo académico, (y más en un campus aislado como el mío) la gente pasa poco tiempo en un sitio fijo, hay mucho movimiento y las amistades profundas y las relaciones de años de antigüedad son una rareza, así que la necesidad de algún tipo de interacción social se vuelve casi fisiológica, y una fiesta de este tipo, lejos de acabar en desenfreno y orgía (algo limitado, al parecer a las fiestas de los “undegrads”) es una forma de picotear comida y “raciones individuales de personalidad”, como dirían mi amigo Rufo y cierta película. Con esto no quiero decir que no haya gente que merezca la pena y con la que puedas entablar amistades genuinas, simplemente es que el sistema este de fiestas me parece tan poco espontáneo como ver a los sims gesticular en la pantalla. Cuando en Madrid organizo una quedada en mi casa, la gente se ha comportado de otra forma, con conversaciones en grupos grandes, más carcajadas, menos postureos y más espontaneidad.

La advertencia de no hacer nada elaborado me recuerda a la primera ocasión en la que invité a la chavalería a mi casa en enero y les senté alrededor de una mesa (¡qué torpeza por mi parte!). En retrospectiva creo que debió parecerles una velada un tanto aburrida y debieron flipar con la formalidad de sentarse. Vi cosas que no creeríais. La falta de costumbre que tienen de degustar por separado cada plato me hizo ver atrocidades culinarias como mezclar en un mismo mejunje paella, hummus y ensalada y mezclarlo todo antes de comérselo. Unas risas.

El otro momento crítico es decidir cuándo se ha acabado la fiesta. Supongamos que todos tenemos una especie de sensor que nos avisa de que se hace tarde, que esta gente se tendrá que acostar y que qué bien lo pasemos. Pues bien, ese sensor siempre, siempre, siempre salta casi al mismo tiempo al 90% de los asistentes a una fiesta, y en un momento que yo considero demasiado pronto. Cuando la cosa ya se ha empezado a relajar y empiezas a sentirte realmente a gusto, a la gente le entran unas prisas locas por irse corriendo a sus casas, vete tú a saber por qué. Dependiendo de cuándo haya empezado la fiesta, esto suele ocurrir a horas tan intempestivas como entre las 20:30 y las 22:00 (pongo la notación 24h para evitar errores razonables). Como no voy a ser yo menos, también me voy, claro, generalmente aturdido por la sorpresa de ver cómo todo el mundo se pone a recoger. La siguiente escena es aquella en la que un sábado llegas a a casa a las 22:30 y eres consciente de que estás de vuelta de una fiesta a la misma hora a la que quizá habrías salido de casa en las Españas.

¡Vamos a tomar algo!

La alternativa a quedar en la casa de alguien, la de salir a tomar algo fuera, tiene también algo de artificioso. Quizá sea porque están menos acostumbrados a hacerlo de forma regular (saltas de los sitios cutres de comida basura a restaurantes de pitiminí de plástico), cuando alguien sugiere salir fuera la noche de un viernes o un sábado, la propuesta parece que tiene que ir sustentada por una planificación exhaustiva y una elección de los lugares a visitar. Esto hasta cierto punto es comprensible cuando algunos de estos planes incluían una excursión previa en coche desde nuestro refugio rural-universitario hasta algún centro neurálgico de la noche neoinglesa (como Hartford-Connecticut y Providence-Rhode Island… ¡Qué aventura!). Quizá sea porque mis amistades tienen gustos un tanto exquisitos, pero siempre me ha parecido que se le daba demasiada importancia al sitio escogido para la cena (cuidadísima decoración y cierto intento “quiero-y-no-puedo” de hacer que una hamburguesa parezca nouvelle-cuisine). Quiero y no puedo en la presentación, claro, no en el precio, porque al hilo de que aquí impresionas al personal con una tortilla de patata, al cliente le maravillas con una ensalada de tomates con cachos de mozzarella, albahaca y aceite de oliva, le cobras 12 dólares y te quedas más fresco que una ídem. Imagináos lo que son capaces de cobrar por un filetico con guarnición y vinagreta de frambuesas. ¡Pura fachada! Pero, ¿Y lo gourmet que se cree el cliente?

En el fondo, lo que más me repatea de comer fuera en EE.UU. es la costumbre que hay respecto a las propinas. La tienen tan asentada que tienes que aceptarla sin más, no tiene sentido discutirla, pero es un timo con todas las letras. La teoría dice que al margen de lo que pagues por la comida hay que dar una propina por el servicio. En mis primeros viajes en EE.UU. la cantidad estaba entre el 10% y el 15% de lo que has pagado por la cena pero a día de hoy el 15% es más bien lo mínimo. Esta costumbre se justifica normalmente al explicar que los camareros cobran una miseria, y a cambio se supone que recibes un servicio personalizado que sería impensable en España. Es cierto que a ojos de un gringo el camarero medio español merecería penas de cárcel por una atención bastante deficiente, pero a mí este sistema sigue sin convencerme.

Lo primero es, como dice Morti, que el dueño del restaurante se ahorra casi todo el sueldo de sus empleados haciendo recaer esa responsabilidad directamente en ti (algo impensable en cualquier otro tipo de negocio), sin que por ello te salga más barata la cena. Lo segundo es que, lo que en este país se entiende como “un buen servicio” a mí me parece más bien una pesadez. El camarero o camarera llega, muy sonriente, eso sí, se presenta y te da el menú. Pides la bebida. Te la traen. suelta alguna bromita o comentario para congraciarse contigo (quizá interrumpiendo la conversación que estás teniendo con quien sea que hayas ido a cenar). Pides la comida. Te la traen (bastante rápido, eso sí). Interrumpen tu comida y tu conversación una o dos veces durante la cena para ver si está todo bien, posiblemente ampliando el repertorio de comentarios bienintencionados (Me revienta que consideren que eso es sinónimo de un buen servicio). Te retiran el plato demasiado pronto y te traen la cuenta sin preguntar  (lo que en la microsociología carpetovetónica se entiende inmediatamente como una invitación a marcharse) aunque el restaurante esté medio vacío, y entonces te toca evaluar cuánto dejas de propina. En el fondo, el camarero se ha limitado a hacer su trabajo, igual que lo haces tú todos los días, pero esas sonrisitas, esos comentarios amigables esperan ser reconocidos en ese momento con un 15% de lo que ha costado la cena. Si además ha hecho algo realmente extraordinario, esperará más aún. Es como si además de pagar por la comida tuvieses que pagar por una representación teatral no deseada ni solicitada en función de qué tal le ha salido al intérprete. ¡De risa! Además, ni siquiera tienes margen de maniobra a la baja. Los camareros conocen su papel y no entenderían que les dieses “sólo” un 10% si a ti, personalmente, no te gusta ese tipo de servicio. Ni siquiera tiene sentido que dejes poca propina si no te ha gustado la cena, porque a quien premias o castigas es simplemente al camarero, no al cocinero ni al local en sí. En fin, que no merece la pena darle vueltas, porque ellos ni se plantean todo esto: al ir a cenar fuera esperan exactamente este tipo de conductas. Me acuerdo cómo se indignaba un chico estadounidense en un restaurante de Madrid (que a mí me parecía muy bueno) porque había que llamar a la camarera varias veces (estaba sirviendo ella sola a toda una terraza, la pobre) y porque la comida tardaba en llegar. Definitivamente, hay un abismo cultural en este aspecto.

Por último: decimos mucho de las que liamos los españoles cuando, a la hora de pedir unos cafés, cada comensal pide el suyo ligeramente distinto al de al lado (cortado descafeinado de máquina con leche desnatada templada en taza mediana y azúcar moreno), pero me asombra lo reacios que son los estadounidenses a pagar las cenas “a pachas”, liando en su lugar unos saraos inconmensurables en los que cada comensal paga exactamente lo que ha consumido y calcula su propina individualmente. Y el camarero, poniendo buena cara, ¡más le vale!

PD: No hay nada peor que intentar calcular el 15% de algo con unas cervezas de más.

En el próximo capítulo: mundo Sim City (¡Urbanismo los cojones!)


Archivado en: Cosas que pasan

Ciclista rural

$
0
0


¡No todo lo que voy a contar sobre gringolandia iban a ser cosas estrafalarias sobre el choque cultural! Hoy os traigo uno de los grandes placeres que me da el verano neoinglés (cuando no llueve o no hace un calor y una humedad de mil demonios): el gustazo de volver a casa en bici después del trabajo. Acostumbrado al ciclismo urbano madrileño, esto es un cambio más que destacable y he querido tomar un breve vídeo, sobre todo para que los allegados echéis un ojo a la pinta que tiene todo esto.

¡OJO!

- El vídeo está tomado con el móvil, en vertical, calidad más que mejorable, unido al manillar, por lo que se mueve mucho al pedalear y puede marear un poco. Soy consciente de esto y pido perdón a las retinas damnificadas. Sé que hay unas camaritas muy monas que se sujetan al casco y solucionan todos estos problemas, pero no me voy a comprar una, así que esto es lo que hay. Aunque la duración original era de unos 40 minutos, lo he dejado en unos digestivos 4 minutejos clavaos.

¡DEDICATORIA!

El cutre-vídeo está dedicado a Eulez, que fue el que me picó con el asunto de la bici en los orígenes. (Por cierto, felicitadle si le veis).

Hale, aquí viene el vídeo

Rodado, mostly, una tarde de viernes, refleja un poco lo que se ve de camino a casa por una carreterilla agradable y con poco tráfico. El recorrido son unos 14 km, generalmente cuesta abajo (¡y con buenas pendientes a veces! No me he embalado tanto en una bici en la vida). Este motivo hace que aunque sea muy asequible hacer el camino de vuelta, no me haya planteado en serio hacer el de ida (¡arf!), afortunadamente el autobús cuenta con soporte para bicis.

La selección de escenas incluye unas vistas del campus, algunas de las cuestas trepidantes, el avistamiento de un ciervo (nada extraordinario), algunos de mis parajes favoritos por el bosque mixto, vistas del valle del río Willimantic, sus praos y sus granjas y algunas vistas de las calles de Willimantic propiamente dicho.

En Connecticut los ciclistas siguen las mismas normas que el resto de los conductores, pero no deben circular por el centro del carril, como se empieza a permitir en España, sino a la derecha de la vía (algo que incumplo cuando cojo mucha velocidad de bajada por precaución). El tráfico está muy pacificado y es muy respetuoso con el resto de usuarios de la vía, en dos y en cuatro ruedas, se va bastante tranquilo, la verdad: los adelantamientos a bicis son a baja velocidad y dejando bastante espacio por lo general. El estado del asfalto es regulero, pero viniendo de Madrid no me voy a quejar. Veréis algunas señales que marcan que estos tramos de vía son frecuentados por ciclistas y se llama a tenerlos en cuenta (Share the road). En el código de circulación y el examen teórico se hace bastante énfasis en que el ciclista merece especial cuidado y respeto. El casco no es obligatorio, pero como es costumbre en EE.UU., todos los ciclistas lo llevamos. En general, la bici la usan mucho en el campus los estudiantes, pero fuera de él tiene más bien un uso deportivo, no me cruzo con mucha gente que la use para ir a trabajar.

En resumen: en esta zona, como en tantos otros sitios del país, necesitas el coche para todo, pero si tienes la suerte de poder ir en bici a algún sitio, se va bastante bien.


Archivado en: Bici

Back to the autoescuela

$
0
0


A estas alturas ya he dejado claro que disponer de un coche, por desgracia, se acaba convirtiendo en algo muy necesario en estas coordenadas. Durante muchos meses me desenvolví más o menos de aquella manera sólo con la bicicleta y el autobús. Esta temporada, que ahora recuerdo con incredulidad y asombro de mi determinación, incluía hazañas como salir de casa a las siete de la tarde en una negra noche lovecraftiana con una mochila llena de ropa sucia, dejar mi colada en la lavandería, ir al supermercado, hacer la compra de la semana en veinte minutos, volver a la lavandería a poner la ropa en la secadora, llevar la compra a casa, regresar, una vez más a la lavandería, recoger la colada, doblarla, volver a casa y colocar la compra y la ropa limpia antes de ponerme a hacer la cena. Muy a pesar de mi huella ecológica, ahora dispongo de un coche prestado y pronto me compraré uno. Quizá fuese inevitable.

El problema llega cuando te das cuenta de que la caducidad de tu permiso de conducir internacional (expedido sólo por un año) se acerca inexorablemente, y el “bah, ya lo haré luego”, empieza a comprometer tu vida motorizada. Me apetece tener un carnet de conducir local, no sólo para poder seguir sembrando el pánico entre los ciervos del lugar, sino por la ventaja de poder enseñar una identificación que no despierte preguntas y que no llame la atención. El carnet de conducir es la indiscutible acreditación que te identifica como “uno de los nuestros”, y no me extraña todo el rollo ese que hay con los carnets falsos y lo deseados que son por los borrachines prepúberes. Conseguirlo, incluso si peinas canas en el escroto y llevas ya algún que otro lustro al volante al otro lado del charco, es, como digo, un rollo. Por ir al grano: salvo si eres canadiense, francés o alemán (no sé si hay más excepciones), tu carnet no vale nada aquí: tienes que volver a sacártelo, y no contentos con hacerte pasar por un examen teórico (ya superado) y uno práctico (lo tengo el primero de octubre), tienes, obligatoriamente, que asistir a un “curso de conducción segura” de ocho horas de duración y de unos 125 dolaracos del ala de precio. A este menester he dedicado mis dos últimas mañanas de sábado, unas horas de mi vida perdidas irrecuperablemente y por las que he llorado chapapote enriquecido. Aunque suelo ver el lado bueno de las cosas, no conseguía encontrar nada que este meconio de curso me haya aportado, así que después de darle muchas vueltas he decidido sacarle algún partido… contándolo.

Preciosa mañana de sábado en Willimantic, heroine town, promesa de un día al que dedicar mil y una actividades maravillosas, excepto la de presentarse en una autoescuela a las 8:30 de la mañana. Atravieso el umbral de la puerta, me presento ante una señorita con mi humillante “Adult Learner Permit” (un carnet provisional que, teóricamente, sólo te permite conducir si estás acompañado y que que tiene un aún más humillante encabezado rosa -pero que aún no necesito porque mi permiso internacional sigue siendo válido). La señorita reconoce que he pagado ya por internet mi cuota y me señala dónde está la clase.

Mi entrada triunfal en la estancia es respondida por una treintena de pares de ojos que me miran al llegar. Ninguno de los presentes parece tener mas de veinte años. Me pregunto por un momento si se creen que soy el profesor. Me siento en un rincón, intentando no llamar más la atención, humillado. ¡Todo un doctor yendo a clase con unos adolescentes! ¡P’a lo que hemos quedao! La clase está plagada con las esperables señales de tráfico y con unos “collages” de “Don’t Drink and Drive” que por su manufactura parecen el producto de alumnos de preescolar. Decido no preguntarme por su origen. Al rato entra un grupo de chicos asiáticos (estudiantes de doctorado chinos, como sabría luego) que se sientan en una de las mesas y se ponen a hablar de sus cosas. Al rato, una señora que parece ser la única en disputarme mi rango como persona más veterana de la guardería, y unos minutos después, nuestro instructor.

Mr Robertson, que así se llamaba, es un señor entrado en la cincuentena, que viste pantalones cortos y polo amarillo. Cubre su reluciente calva con una gorra y lleva colgada una especie de acreditación, quizá para imponer respeto. Es la viva imagen (todo lo viva que la puedo tener) de un entrenador de béisbol. Su trato, forjado por vete-tú-a-saber cuántos años de rigurosa instrucción automobilística es seco y marcial, pero la respuesta de la apática clase siempre es más bien pasiva, como si a esta gente lo que les hiciese falta es una Michelle Pfeiffer en “Mentes peligrosas” (con la única excepción de una chica a mi lado, que resulta ser la marisabidilla que a todo responde, aunque sea para que sólo lo oiga yo y que me quede muy claro las ganas locas que tiene de conducir y lo bien preparada que está pese a sus 16 años).

Las primeras instrucciones de Mr. Robertson son sencillas: coger un impreso, rellenar con nuestros datos, escribir “Mr. Robertson” arriba a la derecha y entregárselo. Tardamos como quince interminables minutos en completar el proceso. Tiemblo de pensar lo que será capaz de hacer esta gente frente a un volante si se hacen la picha un lío por escribir su dirección. El grupo de los chinos, que parece recién llegado del avión, son especialmente tozudos a la diligencia que Mr. Robertson espera de ellos, y no en una, ni dos, sino hasta en tres ocasiones se les pide a varios de sus miembros que rectifiquen algún detalle de la primera y última pregunta del examen. La venganza llegaría luego, cuando Mr. Robertson tuviese que leer nuestros nombres en voz alta: resulta bastante cómico escucharle llamar a los chinos.

Comienzan las cuatro primeras horas de HORROR. Conducir en Connecticut es muy parecido a conducir en Europa. Hay diferencias, por supuesto, en algunas normas y señalizaciones, pero nada del otro mundo. La cuestión es que yo ya he superado el examen teórico… ¿Por qué, Zeñó, por qué tengo que pasar por esto? Mr Robertson empieza a repasar el código de circulación, las señales, lo que hay que hacer si viene el autobús escolar, y cómo guardar la distancia de seguridad con un tono monocorde y torturador. Cuando crees que estás a punto de morirte de aburrimiento, va y pone, ¡un vídeo! Un vídeo, queridos lectores, en los que un señor con americana de pana y una señora (negra, por aquello de la diversidad) con traje de chaqueta-pantalón y hombreras se presentan en plan “hola, soy Troy McClure y hoy vamos a hablar de la importancia de las líneas de la calzada”. Tal cual. Me maravillo de nuevo ante la capacidad de Matt Groening de plasmar la realidad de la vida misma, justo antes de caer en una espiral de terror. Reglas mnemotécnicas, acrónimos, cruces, autopistas, chistecitos malos. Fecha de producción, 1994.

El momento álgido de la mañana tarda en llegar. En un momento dado, Mr. Davidson pregunta retóricamente: “¿Es la conducción un derecho?” Mi compañera la marisabidilla salta rauda: “no”. Y nuestro instrutor asiente y nos da una breve pero significativa clase de derecho (traducción libre, pero ácureit):

“Efectiviwonder, conducir no es un derecho, es un privilegio. Hay que ganarse el privilegio de conducir, por eso estáis aquí. Conducir no es un derecho, como podrían serlo la libertad de expresión o la tenencia de armas [sic], esos son derechos que vienen en la constitución… pero ¡ojo! No son derechos otorgados por la constitución, ya los teníamos de antes: son derechos porque nos los da Dios [¡SIC!], la constitución simplemente evita que el gobierno nos los quite o nos los prohiba” (fin de la cita)

Fielmente retratado en su moderada moderación moderosa, esta perla de Mr. Robertson no parece provocar ni un pestañeo a mi alrededor. Con disimulo, recojo mis cejas del techo, donde se habían quedado pegadas, y me digo a mí mismo que no es el momento ni el lugar, y de repente conseguir el certificado de conducción segura parece mucho más difícil de lo que creía. (Nota: lejos de ser una actitud aceptable, esta declaración de intenciones de Mr. Robertson podría costarle algún disgusto si alguien se pusiera serio, pero como he dicho, esa no era mi guerra). Unas penosas lecciones, y otros tantos vídeos vintage después, somos liberados de nuestro infortunio hasta la semana siguiente.

Temiéndome lo peor, pero tomándomelo con tranquilidad regresé al sábado siguiente a agazaparme en el mismo rincón esperando que todo pasase pronto. Mr. Robertson nos recibe, ya algo más cordial (cuatro horas de tortura unen mucho) y con cierto ánimo nos vuelve a repartir los impresos para firmar, tomándose su tiempo en una cuidada pronunciación del chino. El tema de hoy: “DUI”, que lejos de ser un dispositivo anticonceptivo es una manifestación de esa manía yanqui de ponerle siglas a cualquier tontería, en este caso Driving Under Influence: uséase, vamos a hablar de alcohol y drogas.

Mr Davidson empieza su segunda clase con una capciosa pregunta: “¿Por qué bebe la gente?” Alguien responde “porque tienen sed”, y curiosamente el único que se ríe es Mr. Robertson. Tras un silencio incómodo yo me esperaba de nuestro instructor que nos respondiera con alguna razón hiperreligiosa del tipo “porque son unos pecadores irresponsables” o algo así. Nada me había preparado para la naturalidad de su respuesta: “beber forma parte de nuestra cultura”, dice Mr. Robertson afablemente, y hete aquí que la clase empezó a sorprenderme. Con parsimonia empezó a sacar de un armario botellas de cerveza, de distintos tipos, botellas de vino, copas, vasos de chupito y el imprescindible vasito rojo de plástico mientras nos contaba una, sorprendentemente interesante, historia del alcohol en EE.UU. “El alcohol ha estado en este país desde su comienzo”, y así, desde qué tipo de cerveza llevaban los puritanos, hasta qué inmigrantes fueron trayendo los distintos vinos y licores, pasando por la historia de la Ley Seca y las destilerías sureñas, el muy cabronazo se tiró hablando una hora. Para mi decepción, las botellas de muestra estaban vacías y sólo las usó para hacer comparaciones de volúmenes y estimaciones de lo fácil que es llegar al límite del nivel permitido.

Después nos puso nuevos vídeos de casos reales de supervivientes parapléjicos de accidentes de tráfico, todo muy dramático, en plan película de Antena 3 de la tarde del domingo. Un estudiante chino se queda dormido y Mr. Davidson le tira una bola de papel. El mundo al revés.

Cuando parecía que todo estaba perdido, llegamos al asunto de las drogas. Mr. Robertson vuelve a deleitarnos con unos insospechados conocimientos sobre la historia de las drogas en EE.UU. “¿Qué ocurrió en este país entre 1861 y 1865?” Silencio en la sala. No me puedo creer que nadie esté respondiendo, ni siquiera la marisabidilla. Se me pasa por la cabeza, durante una fracción de segundo responder, pero paso. Mr. Robertson parece indignado por recordar a la chavalería willimantiqueña lo que fue la guerra civil: 600.000 muertos, un millón de heridos; nos detalla los efectos que tenía la metralla, la imposibilidad de hacer otra cosa que amputar en muchas ocasiones y el origen de la primera “drogadicción masiva” del país: la de morfina. De ahí a la introducción del opio por los chinos que trabajaban en el ferrocarril, los experimentos (fallidos) que hacía el ejército con el LSD como potenciador mental, la naturaleza eminentemente rural de la metanfetamina, pasando por detalles locales jugosos como las guerras del crack en Hartford o la época que le mereció a Willimantic el sobrenombre de heroine town.

Aún duelen los 125 dolaracos del curso, y sigo pensando que he perdido dos mañanas, pero según Mr. Robertson nos pone vídeos de Youtube con caras de adictos a la metanfetamina, antes y después de su adicción, pienso que hay cosas peores que asistir a estas clases, como,… como… bueno, como otras cosas peores.

El minutero se resiste vilmente a atravesar los últimos diez minutos de castigo mientras asistimos a otro reportaje sobre familias rotas por un conductor cansado o las declaraciones de un automovilista imprudente que lleva diez años en la cárcel y que nos educa con el ejemplo. La apatía de mis compañeros me hace dudar de la eficacia de esta conmovedora producción. Por fin, dan las doce y media. Somos libres. En una austera ceremonia de graduación, Mr. Robertson nos llama por nuestro nombre y nos da un papelote amarilllo arrancado de un bloc que certifica nuestra asistencia al curso. “Wu-Yang Ho”, “Naan Ilo”, “Reifeiel” (aquí es que me llamo Reifeiel, que lo sepáis). Me levanto, cojo mi papelote, lanzo mi birrete al aire y me voy por la puerta esperando dejar pronto atrás, muy atrás, el recuerdo de esta experiencia.

Y para desengrasar: ¡Los mejores DUI de Yutú!


Archivado en: Cosas que pasan

12 de octubre: quijotes y supermanes

$
0
0


Aprovechando la efeméride voy a dejar caer otra entrada de “choque cultural”. De cómo son los estadounidenses se ha hablado ya mucho y es difícil aportar nada que sea nuevo, pero uno no puede evitar darle muchas vueltas a las cosas que ve cada día. Ya he comentado que no siempre es fácil poner negro sobre blanco por qué aquí todo se siente distinto, pese a ser más o menos familiar. Quizá una de las características de los gringos que me parece bastante evidente hoy en día es que son unos ingenuos. Como todo es cuestión de perspectiva, quizá sería más correcto decir que los españoles somos unos descreídos, pero como mi sistema de referencia es el que es, empecemos por este lado del microscopio y luego veamos a ver si podemos descubrir algo de nosotros mismos, y que Heisenberg nos pille confesados.

Ingenuo y crédulo, decía, son los epítetos de turno con los que definiría al estadounidense medio ideal, perfectamente esférico y sin rozamiento: pocas cosas me fascinan más que percibir en este ciudadano medio la convicción sincera y profunda de que el trabajo se ve recompensado. A partir de esta premisa, empezad a desarrollar todas sus consecuencias, para bien y para mal: si te esfuerzas y estudias conseguirás un buen trabajo, si trabajas duro conseguirás el éxito, el dinero, el reconocimiento y la felicidad: nada hay imposible si tienes la determinación necesaria y le dedicas las horas suficientes. El “sueño americano” no es sino la última de las consecuencias de este axioma vital. El reverso tenebroso del mismo también nos es conocido: el fracaso, la pobreza, la mediocridad, etc, son el resultado de no haber trabajado suficiente. Es triste, pero no podemos hacer mucho por quienes no han querido hacer de sus vidas un camino de virtud e industriosidad laboral, etc, etc. El trabajo también se convierte en fin en sí mismo, en la virtud por excelencia. Presumir de lo ocupado que se está, de cuánto se trabaja, del tiempo que hace que no te tomas unas vacaciones o de las horas a las que sales del laboratorio es justo lo contrario de la modestia: es pura presunción.

Nada de lo que he dicho os debe sonar muy nuevo, pero sus consecuencias siguen siendo fascinantes. Últimamente he conocido a varias personas a las que sólo podría calificar como visionarias. Llegaron, por ejemplo, a dar alguna charla o seminario al departamento, y sólo con su forma de comunicarse, tanto en público como en las distancias cortas, exuda iluminación casi divina: son personas que tuvieron una visión, creyeron en ella con toda su alma y, con la ayuda del axioma “nada es imposible si trabajas lo suficiente”, la llevaron a cabo. El resultado puede ser diverso: la creación de un jardín botánico con balance energético cero (cero… CERO), la renovación de una colección científica que estaba olvidada y abandonada o la consecución de una investigación que quizá sea revolucionaria en nuestra forma de extraer y secuenciar material genético. La palabra “emprendedor” se queda muy corta (y está muy devaluada): esta gente son visionarios. Y sólo podían ser estadounidenses. Da gloria escucharles contar cómo lo hicieron posible mientras lees en el brillo de sus ojos que se creen hasta la última palabra de lo que están diciendo: lo querían hacer no (sólo) por su propio reconocimiento o beneficio, sino por hacer las cosas bien, por rozar la perfección, por hacer algo bueno o dejar un legado al resto de la comunidad. Y sin lo dicen sin pestañear, sin bajar la voz ni desviar la mirada. No es (sólo) marketing: es pura ingenuidad.

Por supuesto, la abundancia de recursos puede traerse a colación como condición indispensable para catalizar estos logros. Es evidente que es así, pero tampoco hay que olvidar que Estados Unidos, como buen país capitalista, es muy, muy desigual, y que aquí convive gente en condiciones de vida lamentable con la más eficaz de las élites extractivas que podamos imaginar. Pero hay algo más. Para conseguir estos logros se necesitan recursos, pero empiezo a pensar que además, hace falta una visión, y la convicción de que es posible. No basta con quererlo, es necesario “saltar sin red”, dar el salto de fe de Indiana Jones en su tercera prueba en busca del Grial, nadar mar adentro sin guardarse las fuerzas para el regreso y no concebir en el fracaso.

Entonces pienso en España y en cómo funcionan las cosas al modo carpetovetónico en aspectos tan cotidianos como la vida universitaria. Iniciativas que en EEUU serían habituales (proponer grupos de trabajo con estudiante, implicarlos en la investigación, ofrecer un seminario) se ven inmediatamente con desconfianza. Todo son peros y trabas, ceños fruncidos o sonrisas paternalistas. No hay tiempo para fantasías ni para visiones, aquí nunca se han hecho las cosas así, si eso luego ya eso… ya le llamaremos. En mi departamento siempre había actitud de superviviente; hacer que las cosas funcionaran con regularidad ya era motivo de preocupación y de esfuerzo, la resistencia al cambio y la homeostasis se llevaba todas las energías, sin tiempo para innovaciones ni riesgos.

No es una crítica sin más, ojo: es cierto que la escasez de recursos es un limitante, no nos engañemos, pero nuestro estilo no es el de lanzarse sin red, el de ser tan ingenuos de pensar que todo va a salir bien porque estamos dispuestos a trabajar mucho por ello. ¡Las cosas no funcionan así! El cuento de la cigarra y la hormiga acaba con la cigarra poniéndose hasta el culo de jamón ibérico en noviembre tras desahuciar a todo el hormiguero. Sólo hay que leer las noticias para descubrirlo.

Y sin embargo, cuando escucho una de estas conferencias de visionarios, que sigo con deleite como si se tratase de un cuento de hadas, me siento tentado a pensar que aunque tuviésemos recursos, jamás tendríamos, como colectivo, la visión necesaria para hacer un salto de fe semejante, y me da por pensar que quizá haya cierto sustrato de identidad nacional que lo explique. Estados Unidos, la patria de Superman, en su breve historia parece que ha tenido siempre una flor en el culo: celebra el éxito y teme o esconde el fracaso. España, patria del Quijote, que ha sufrido más palos y se ha empecinado en llevar a cabo empresas desastrosas y estériles, se siente más identificada con el caído, aunque sólo sea para chasquear la lengua y decir “si es que… se veía venir, ¡que no hombre, que no puede ser! ¡Que el mundo no funciona así! ¡Que eres muy joven y muy verde!”.

Como decía, mi contexto es el que es. Es muy bonito ver todas estas hazañas yanquis hacerse realidad. No me cuesta admitir que no nos vendría mal un poco de fe en el futuro para conseguir alguna vez, y en particular en estas circunstancias, salir del hoyo y “ser dueños de nuestro destino”, o como queráis llamarlo. Pero cuando en conversaciones con los locales escucho a gente convencida de que el trabajo se ve siempre recompensado, o cuando confunden la justicia social con el menos afortunado con limosna sigo sorprendiéndome de cómo se puede ser tan inocente.

PD: Nunca olvidaré el discurso de Ana Botella ante el COI. Se me saltan las lágrimas de la risa cada vez que lo recuerdo. Hay muchos planos de lectura, y el más jugoso no tiene nada que ver con el inglés. Esa joyita de las intervenciones televisadas es dramática en el más puro estilo operístico del término porque el discurso lo escribió un estadounidense, con estilo estadounidense y visionario, haciendo el trabajo que le han enseñado a hacer. Sin embargo el discurso lo interpretó una española, no diré que arquetípica (¡Dios me libre!) pero sí carente de visión sincera: Ana Botella no piensa que tomarse un café con leche en la Plaza Mayor sea una experiencia insuperable ni de coña; lo dice porque es lo que toca, pero no tenía fe en ninguna visión (más bien esperanza en la lotería electoral), y así, de entrada, sin la limpieza en la mirada de un orador visionario, es imposible que el hechizo yanqui funcione.

PD2: recientemente comenté estas reflexiones con una irlandesa y una francesa y ambas coincidieron más en la perspectiva quijotesca que en la supermana. Hasta qué punto el quijotismo puede ser un rasgo europeo escapa al conocimiento de este descreído invertebrado.


Archivado en: Empanadas mentales

La naturaleza de Etiopía contada para europeos (4/5). Macizo Etíope

$
0
0


fig04

Si hay algo que hace de la Etiopía un enclave único en todo el continente, ese algo son sus montañas. La extensión del Macizo Etíope (ME) el corazón volcánico  atravesado por el Rift, no tiene comparación en ningún otro país del África subsahariana; en última instancia, toda singularidad etíope nos lleva una y otra vez a él: sus paisajes, la abundancia de agua, los niveles de endemicidad, la particular mezcolanza biogeográfica y la dinámica de la demografía humana a lo largo de la historia. Al ME a veces se le denomina “altiplano”, sin mucha razón, pues de mesetario tiene más bien poco (su relieve es muy irregular como consecuencia de la intensa acción erosiva de un clima tan lluvioso) pero si quisiéramos hacer un promedio, su altitud estaría alrededor de los 2000 metros (sin olvidar que alberga algunas de las cotas africanas más altas, por encima de los 4000).

La montaña africana tropical (el bioma afromontano) tiene un atractivo especial, pues al elevarse sobre una región por lo demás bastante llana, da lugar a ecosistemas frescos, con agua y nieblas abundantes, rico y diverso en flora y fauna, pero muy fragmentado debido a la propia naturaleza volcánica y dispersa del relieve. Por eso a veces se habla de este punto caliente de biodiversidad como “el Archipiélago Afromontano“, reflejando que los conos volcánicos que se erigen magníficos y solitarios miles de metros por encima de las sabanas son como islas de verdor y humedad en un océano con una aguda estación seca.

kilimanjaro

El Kilimanjaro, en Tanzania, nos sirve para ilustrar la naturaleza “isleña” del bosque afromontano. El cinturón agraciado con niebla y lluvias frecuentes disfruta de las mismas condiciones que el Macizo Etíope. Pensemos también en los Virunga y los “gorilas en la niebla” de Dian Fossey. Miles de metros por debajo, la sabana sería un “océano seco”.

01afro_5f02Este peculiar archipiélago abarcaría todas las grandes elevaciones del suroeste de Arabia y del Este de África hasta alcanzar, para algunos autores, ciertas montañas costeras sudafricanas (como ya comentamos en esta santa casa a mi regreso del Cabo). Puesto que ya había estado en la otra punta del bioma, reconozco que albergaba cierta intriga por comprobar por mí mismo cómo de similares serían ambos ambientes. En retrospectiva puedo decir que las montañas de Knysna son sólo un pálido reflejo del esplendor que puede tener el “afromontanismo” en sentido estricto, aunque las afinidades son evidentes. Desde mi limitada experiencia también estoy de acuerdo en destacar las dos cualidades singulares del ME respecto al resto de formaciones afromontanas: su gran extensión y la abundancia de elementos boreales, es decir, de grupos de animales y plantas de Eurasia que han colonizado estas montañas tropicales aprovechándose de un clima no muy distinto del que disfrutarían más allá del Sáhara en sus enclaves habituales. Es ese mestizaje único entre lo puramente africano y los inmigrantes del norte, repetido una y mil veces, lo que hace de estas montañas un escenario irrepetible.

Niala de montaña

Un antílope en un enebral. Sólo en Etiopía (más detalles al final)

La paradoja del ME es que pese a ser la mayor extensión potencial de bosque afromontano del mundo (con seguridad en el pasado debió estar cubierto por interminables arboledas), también es la que más superficie forestal ha perdido. La abundancia de agua, la fertilidad de sus suelos y un clima benigno, libre de malaria y otras enfermedades, han hecho del ME destino preferente de la especie humana en la región desde hace milenios, y en última instancia han permitido que Abisinia fuese lo que fue y sea lo que es hoy en día. Del bosque afromontano original no queda prácticamente nada, con la excepción de lugares privilegiados, por ejemplo el bosque de Harenna, cerca del Parque Nacional de Bale. Por lo tanto, el visitante tendrá que saber leer entre líneas, encontrando supervivientes de la flora y fauna original entre los cultivos y los parques urbanos, para interpretar lo que fue el glorioso pasado de la Etiopía afromontana y comprenda el valor inmenso que tienen los bosques que han conseguido llegar a nuestros días.

Colobo en la niebla

Un colobo (Colobus guereza) contemplando cómo se disipa la niebla tras otra jornada de lluvia en el bosque de Harenna

Lógicamente, el ME no es homogéneo, y dependiendo de nuestra ubicación encontraremos distintos cultivos. En el caso de los cereales, los más comunes son el tef (Eragrostis tef; endemismo etíope y en gran parte la base de la alimentación local) y la cebada (Hordeum vulgare), aunque en Etiopía se cultivan también centeno o sorgo. Por su importancia económica, también toca hablar del café (Coffea arabica), que ya hemos dicho que tiene su origen precisamente en este sistema montañoso y desde el que se exportó primero a Arabia y luego al resto del mundo. Como no podía ser de otra manera, en los lugares muy antropizados encontraremos también puñeteros eucaliptos.

Alrededores de Debark Alrededores de Lalibela

Pasto cerca de Debark, con algunas acacias supervivientes y poblado cerca de Lalibela rodeado de un campo de cereal

Recorrer la mayor parte del ME lleva asociada la duda de qué plantas de las que vemos son, en efecto, un recuerdo de la vegetación original y cuáles simplemente son ruderales y cuneteras asociadas a los cultivos.  A menudo la respuesta puede estar entre medias. Un ejemplo de algo intermedio podría ser Senna spp., unas cesalpinoideas muy llamativas y frecuentes que se ven en caminos y barbechos.

Senna didymobotrya

Senna sp.

En los parques urbanos se pueden encontrar a veces árboles como Cordia africana o Ficus sycomorus que estaban presentes en la vegetación original, pero no siempre es fácil saber si ese es el caso o si estamos ante plantas introducidas.

Sin duda la mejor parte del “naturalismo urbano” en etiopía es disfrutar de una riqueza de aves impresionantes sin ninguna dificultad para fotografiarlas.

Suimanga variable (Cinnyris venustus) Agapornis taranta

Los nectarínidos, entre los que encontramos la suimanga variable (Cinnyris venustus), son una de las visiones ornitológicas más habituales en África, y de ellos siempre se destaca su convergencia ecológica con los colibríes del Nuevo Mundo. El agapornis abisinio (Agapornis taranta) por su parte, es un endemismo etíope.

"cordon-bleu" de mejilla roja (Uraeginthus bengalus) Barbudo etíope (Lybius undatus)

Cordon-bleu de mejilla roja  (Uraeginthus bengalus), frecuentísimo en las ciudades (sólo el macho tiene la mancha roja que le hace tan llamativo), y barbudo etíope (Lybius undatus)

Terpsiphone viridis. Papamoscas del paraíso Lonchura cucullata

Ver volar y hacer piruetas al papamoscas del paraíso (Terpsephone viridis) es todo un espectáculo. Un grupo de capuchinos de bronce (Lonchura cucullata) coincidieron con nosotros en una visita a Gondar

Lagonosticta senegala. Macho Lagonosticta senegala. Hembra

Macho y hembra de Lagonosticta senegala, un llamativo pinzón urbano

En nuestro viaje tuve ocasión de pasarme además por parques nacionales y áreas no urbanas ni cultivadas del macizo. Allá por donde fuésemos la constante era la lluvia (agosto cae en plena estación húmeda). Creo que en ningún otro sitio he visto llover tanto, tan frecuentemente y con más mala leche. No hubo un solo día de los que pasáramos en esta región del país que no lloviera al menos una vez, y algunos de los chaparrones fuero realmente épicos.

Hora punta en el barrizal

Inolvidable barrizal en el Parque Nacional de Simien. Llovió tanto que este camino quedó totalmente impracticable durante tres días. Un par de camiones se quedaron inmovilizados generando una caravana de más de doce vehículos que se quedó en el sitio hasta que retiraron parte de los lodos y el barro se secó un poco. Esta imagen corresponde a cuando trajeron una grúa para intentar, sin éxito, habilitar el camino

La importancia hidrológica del ME está fuera de toda duda, no en vano en él tiene su nacimiento el Nilo Azul, en las proximidades del lago Tana. Esta fuente del Nilo es la que aporta la mayor parte del caudal que llega hasta Alejandría, dejando al Nilo Blanco los honores de su mayor longitud. Una gran parte de la región septentrional del ME acaba drenando en el Nilo Azul, y además hay otros ríos que salen de las fronteras etíopes y de los que dependen muchas personas para su subsistencia. Etiopía tiene una gran responsabilidad en lo que respecta a los recursos hídricos propios y ajenos.

Nilo Azul Cataratas del Nilo Azul

Aunque no lo parezca, esta torrentera de barro es el comienzo de uno de los ríos más caudalosos del mundo. Cerca del lago Tana hay unas cascadas muy famosas que en la época de lluvias llevan mucho sedimento

El mayor de los muchos lagos etíopes es el Tana, ubicado en el ME. Este lago es muy distinto a los del valle del Rift: no es endorreico, sino que drena a la cuenca del Nilo, y en plena época de lluvias sus orillas estaban a menudo inundadas. Contiene algunas islitas y penínsulas donde la vegetación está algo mejor conservada que en cultivos aledaños y se puede intuir qué pinta tenía  todo el rollo afromontano.

Península de Zeke. Lago Tana Chlorocebus aethiops

Península de Zeke, en el lago Tana. Alberga una iglesia de Bet Maryam, que tiene gran interés artístico por sus pinturas, y los alrededores se conservan más o menos boscosos. En ellos se pueden ver cercopitecos verdes (Chlorocebus aethiops)

Varano

Y como quien no quiere la cosa, un varano descansando en una roca cerca de ese mismo lugar

Pero trasladémonos allá donde el bosque afromontano conserva su esplendor, en Harenna, al sur de la meseta del Sanetti (de la que hablaremos en el último capítulo) a una altitud de entre 2500 y 3000 metros, una ladera con nieblas constantes y lluvias copiosas. Tuvimos la oportunidad de recorrerlo con libertad algunas horas (sin scout armado que nos diera la lata, quiero decir) y fue una de las mejores experiencias del viaje. Aunque recordaba a otros bosques tropicales montanos que he visitado, Harenna parece acercarse en su fisionomía más a los bosques de niebla que a las pluvisilvas montanas: sin suelos lateríticos y con árboles de alturas algo más modestas que, por ejemplo, las pluvisilvas montanas de Madagascar. Los epífitos (tanto musgos como helechos y angiospermas) son legión.

El bosque de Harenna

Harenna Vistas de Harenna

Imágenes del bosque de Harenna

Epífitos Helechos epífitos

¡Epífitos a tutiplén!

Entre las especies arbóreas dominantes de este bosque encontramos géneros como Schefflera, Dombeya, Hagenia, Ocotea, Podocarpus, Myrsine o Galiniera. Algunos de ellos los conocía de mi paso por Sudáfrica, otros sólo están presentes en el “núcleo duro” del afromontanismo. Además, localmente era abundante el bambú (creo que la especie es Yushania alpina) del que depende una especie de mono endémica de estas montañas (Chlorocebus djamdjamensis), que sin embargo no tuvimos la suerte ade avistar.

Schefflera sp.

Dombeya? Bambú. Detalle

Arriba, las características hojas palmaticompuestas de Schefflera, que reconoceréis en algunas plantas ornamentales del mismo género. Abajo, una hoja de Dombeya torrida (creo) y un detalle del tallo de Yushania alpina

Drago afromontanoUna de las plantas que más atrajo mi atención en esta zona fue el drago afromontano (Dracaena afromontana) -izquierda-. La presencia de dragos aquí sirve para ilustrar un ejemplo de la llamada Rand Flora, un conjunto heterogéneo de plantas que se distribuyen de forma aparentemente caprichosa alrededor del continente africano: desde los archipiélagos macaronesios y el Mediterráneo hasta el este y sur de África, dibujando una forma como de interrogación. En el caso de los dragos, hay que recordar su presencia espectacular en la isla de Socotra, formando genuinos bosque. No existe aún una respuesta definitiva que explique el origen de la Rand Flora, aunque posiblemente haya distintos patrones implicados según indican los estudios que hay publicados hasta la fecha. En mi opinión, los dragos africanos no son tan bonitos como los macaronesios, todo hay que decirlo.

Entre las delicias botánicas encontradas también quiero añadir la presencia de unos viejos conocidos de los bosques húmedos africanos: los helechos de cristal (himenofiláceas) que crecían en unos taludes de Harenna y cuya observación con la lupa de campo es todo un espectáculo. Sus diminutas frondes están formadas por una lámina de una sola capa de células fotosintéticas, cuya transparencia y delicadeza le merecen ese nombre. Además, aquí pude observar otro fenómeno que también disfruté por primera vez en Sudáfrica: el de las hepáticas epífilas (briófitos capaces de vivir simplemente adheridos a la superficie de las hojas de árboles y arbustos, algo que sólo es posible en lugares de abundante humedad y precipitación).

Helecho de cristal Hepáticas epífilas

Helechos de cristal y una hepática epífila creciendo sobre una hoja

No vimos demasiados animales en el bosque: ni la hora ni las condiciones eran muy propicias. Dejaré caer, pese a todo, a una pareja de gansos egipcios y a los esquivos antílopes jeroglíficos de Menelik que se dejaron ver en las zonas más abiertas.

Gansos egipcios Antílope jeroglífico de Menelik (Menelik's bushbuck)

Gansos egipcios (Alopochen aegyptiaca), con su inconfundible antifaz rojo. El antílope de Menelik (Tragelaphus scriptus meneliki) pertenece a una subespecie endémica del Macizo Etíope

Aunque Harenna es, quizá, la quintaesencia del bosque afromontano etíope, no hay que dejar escapar que se trata de un ecosistema heterogéneo en el que se engloban distintas variantes. Para terminar el capítulo de hoy quiero incluir aquí el bosque que hay en los alrededores de Dinsho, al otro lado de la meseta del Sanetti, bastante distinto a Harenna, pero muy interesante. En él hay dos especies de árboles claramente dominantes en cuya coexistencia se refleja esa afinidad doble de las montañas etíopes: con África y con Eurasia. La primera es el enebro africano: Juniperus procera, la única especie del género que llega a adentrarse tímidamente en el hemisferio sur, pero que por lo demás es un género de coníferas holártico (eurasiático y norteamericano. Es un árbol que a primera vista sorprende encontrar en la montaña tropical, y pese a todo en sus formaciones abiertas y monoespecíficas de zonas más antropizadas nos da cierto dejà vu a los enebrales y sabinares del páramo castellano.

Juniperus procera Enebral cerca de Dinsho

Juniperus procera. No es Soria, es Etiopía

La otra especie es Hagenia abyssinica, una rosácea africana típica del Macizo Etíope. Sus troncos son inconfundibles, y cuando está en flor las copas se ponen rojas. Se trata de un componente endémico afromontano, por eso la combinación con los enebros resulta única en el mundo. Es de estos ecosistemas que bastaría una foto bien hecha para decir sin lugar a dudas en qué zona del planeta estamos.

Hagenia abyssinica Hagenia abyssinica

Hagenia abyssinica

Muchas plantas del bosque de Dinsho estaban en flor durante nuestra visita, por lo que resultaban más fáciles de identificar. La mezcolanza florística es realmente llamativa.

Hypericum revolutum Acanthus sennii

Hypericum revolutum, otro género perteneciente a la Rand Flora y una de las especies dominantes de la vegetación afromontana de Dinsho. Acanthus sennii es un endemismo etíope

Campo de Kniphofia foliosa

Pradera plagada de Kniphofia foliosa, perteneciente a un género de asfodeláceas común en toda África

Al contrario que en Harenna, en Dinsho el tiempo acompañó y nos pusimos las botas a ver animales.

Babuínos cruzando la carretera Ptychadena

Los babuínos demostraron su versatilidad ecológica al presentarse aquí, por encima de los 2500 metros de altitud. Esta ranita pertenece al género Ptychadena, muy frecuente y diversificada por todo el continente

Facócero

Dinsho es un lugar estupendo para hartarse a ver facóceros (Phacochoerus africanus)

Ver a estos mamíferos tan “africanos” en un enebral, como decía al principio, resultaba fascinante todo un estímulo para la imaginación del naturalista, que expande sus entendedaras biogeográficas con lo que observa delante de sus narices. El paroxismo de este bosque mestizo llega al toparte con los antílopes: una verdadera gozada. Además de algunos avistamientos de antílope de Menelik, disfrutamos de dos especies de gran belleza y escasa timidez.

La primera es el antílope bohor (Redunca redunca), una especie común en toda África central y de “amplio espectro” ecológico que nos regaló algunas escenas curiosas.

Cara a cara

Antílopes bohor

Antílopes bohor (Redunca redunca)

La otra fue el niala de montaña (Tragelaphus buxtoni), un animal para el que me faltan las palabras por la gran impresión que me dejó. En este caso de trata de un endemismo de la montaña etíope, en peligro de extinción, y del que quizá sólo existan 2500 ejemplares. Pese a su gran tamaño y aspecto inconfundible fue, posiblemente, el último de los antílopes vivos descritos por los zoólogos, retrasándose su descubrimiento formal nada menos que hasta 1910 (lo que nos da una idea de lo remotas e inaccesibles que fueron estas montañas para los occidentales hasta no hace mucho). Se trata de un antílope, además, de tamaño más que considerable, y la torsión espiral de la cornamenta del macho nos revela que está estrechamente emparentado con los kudus de la sabana. Su interés cinegético y el deterioro de su hábitat no se lo está poniendo fácil, pero en el entorno del Parque Nacional de Bale, el niala de montaña cuenta con un protección efectiva y se dejan ver con asiduidad, por lo que pudimos disfrutar de algunos momentos inolvidables.

Macho de niala de montaña

Hembras de niala de montaña

Nialas de montaña

Niala de montaña

Niala de montaña (Tragelaphus buxtoni)

Sin embargo, Etiopía aún tenía más sorpresas que dar. Si bien el ME no defraudó y dejó bien claro que su singularidad no era inmerecida, ya os adelanto que lo que realmente me enamoró de la naturaleza etíope estaba aún más alto, en las cumbres y mesetas por encima de los 3000 metros. Allí os espero en la próxima entrega.

La naturaleza de Etiopía contada para europeos

1. Introducción

2. Valle del Omo y alrededores

3. Valle del Rift

4. Macizo Etíope

5. Alta montaña etíope

 


Archivado en: Ciencia y naturaleza

Estudio longitudinal de la rizogénesis inducida en copépodos calanoideos sometidos a alopatría transatlántica. Año 1

$
0
0


Como quien no quiere la cosa, se ha cumplido un año de mi emigración. Me acuerdo de los días previos al viaje, llenos de incertidumbres y de despedidas. Finalmente me iba. ¡Quién me lo iba a decir!, ahí estaba yo haciendo justo lo que siempre había temido, algo casi imprevisto apenas unos meses antes, un salto al vacío. A lo largo de los años había visto a mucha gente irse, especialmente en el mundo de la investigación. Gente que me importaba y a la que me fastidiaba perder de vista. Ahora era yo, en primera persona, el que estaba en este otro lado. Era raro verme así. Siempre me ha gustado viajar, pero esta vez era distinto. No sabía (ni sé) si iba a volver. No tenía (ni tengo) forma de saberlo. Lo ideal sería que esa experiencia durase un número limitado de años, y luego poder volver al entorno donde siempre he estado y donde he construido una vida entera, un “hogar” que no apetece dejar de lado: amigos, referentes, recuerdos, experiencias e incluso posesiones materiales (¡mi biblioteca! ¡mi acuario!): un verdadero patrimonio social y afectivo. Se me ocurre, en retrospectiva, que quizá mi mayor temor no tuviese nada que ver con lo laboral. Quizá lo que más inquietud me provocaba esos días era el miedo al desarraigo.

Nunca me había planteado en serio hasta qué punto mi identidad podía estar relacionada con el lugar donde uno ha nacido o ha vivido; anteriormente me hubiese parecido un pensamiento demasiado básico y simplón, pero mirando de frente a la inminencia de mi partida, me surgían unas dudas que no esperaba tener: dudas de identidad. Me surgían porque, como decía antes, he visto a, y sabido de, gente que se iba y que no volvió y no porque no pudieran, sino (por increíble que pudiera parecerle a un “yo” súbitamente provinciano y enraizado) porque no quisieron volver; a pesar de su intención inicial, algo cambió en ellos y decidieron iniciar desde cero la construcción de un nuevo “hogar”. Esto no es en sí sorprendente, ya que como todo viajero sabe, el viaje te cambia: no eres la misma persona cuando sales que cuando regresas, pero en ese momento yo temía cambiar, cambiar hasta tal punto en el que prefiriera empezar una nueva vida en otro lugar, como le había pasado a los otros.

Aunque parecía que el día no iba a llegar nunca, finalmente me monté en el avión y llegué hasta aquí. No voy a negarlo: mis condiciones fueron muy buenas, privilegiadas, con un contrato debajo del brazo en un buen laboratorio, con respaldo económico (¡y moral!) de mi familia y con bastante conocimiento previo de la zona. Me imagino casos tristemente cotidianos en los periódicos en los que el emigrante lo ha hecho en unas condiciones precarias de verdad, incluso arriesgando su vida. Yo tuve la suerte de ir en primera clase (metafóricamente hablando, no os vayáis a creer), pero pese a todo, me tocaba empezar de cero en aquel piso vacío, oscuro y desolado de una noche de octubre que en aquel momento me hizo preguntarme qué cojones se me había perdido a mí en este sitio. Por suerte estos pensamientos eran rápidamente respondidos pensando en el desierto de alternativas y oportunidades que dejaba atrás. Una huída hacia delante, podría decirse. Movilidad exterior, lo llaman algunos caraduras.

El cambio de escenario me enseñó muchas cosas, por ejemplo, a conocerme mejor. Aprendí que era mucho más adaptable de lo que creía. Me sorprendió la naturalidad con la que me tomaba ser “el nuevo”, y cómo superaba situaciones incómodas o desafíos cotidianos con bastante facilidad, casi sin reconocerme: desde solucionar de forma autónoma marrones poco deseables a plantarme voluntariamente en saraos sociales donde sólo hay desconocidos. Nada resultaba tan difícil o tan desagradable al final. Una situación como esta también te brinda la oportunidad de inventarte a ti mismo y de atreverte a hacer las cosas de otra manera y demostrarte de qué eres capaz. Pese a la sensación de estar en un lugar “subóptimo”, de estar fuera del tiesto, desubicado, solo, el desafío resultaba inesperadamente interesante y enriquecedor. El invierno fue largo, pero no tan frío como me temía. Me di cuenta de que iba encontrando gente a la que merecía la pena conocer más y con la que me empezaba a sentir a gusto. Me tomé como un juego el sortear los roces culturales o el tratar de mimetizarme con mi entorno.

Y así pasaron las semanas, y los meses.

Un día, como quien no quiere la cosa, salgo del laboratorio después de una jornada intensa, satisfecho, aún concentrado en algún asunto que se ha quedado a medias. Me doy cuenta de que un día más, he disfrutado trabajando, sin malos rollos, sin sentirme alienado, en un buen ambiente. Me lo he pasado tan bien hoy que estoy deseando volver mañana. Es una sensación que hace… años que no tengo, ya ni siquiera estoy seguro si la tuve alguna vez. De camino a la parada del autobús atravieso la parte del campus que tiene cierto aire inglés. Hace una temperatura estupenda, parece que el invierno se ha decidido a esfumarse por fin, hay gente tumbada en el césped, cantan los “northern cardinals” y los “American robins” mientras un sol radiante se pone sobre detrás del dosel del bosque mixto de Nueva Inglaterra. Lo pienso y me doy cuenta de que no es que me encuentre bien, ¡es que estoy de puta madre! Sí, sigo echando de menos muchas cosas de Madrid, y sí, el futuro sigue siendo muy incierto, pero… ya no parece tan nefasto un escenario de traslado permanente, si por ahí me lleva el destino.

El balance de este primer año parece positivo: conseguí la reunificación familiar trayéndome a Alfie (gran sacrificio por su parte), laboralmente nunca he estado mejor (¡y me han subido el sueldo!), disfruto de una incipiente pero estimulante vida social (al peculiar estilo americano, eso sí), de una buena calidad de vida en general en la ruralidad neoinglesa (que incluye un tiempo de mierda, para qué negarlo) y, en resumen, puedo decir que soy feliz aquí. La idea de volver, poco realista y por desgracia muy difusa como plan serio, sigue estando presente, pero como decía ya no da tanto “miedo” contemplar la posibilidad de no hacerlo. El escenario parece algo distinto, ya no resulta tan extraño, tan “subóptimo” estar aquí, lo que me hace pensar que sí, que yo también estoy cambiando igual que les pasó a otros y que sí, que tu identidad sobrevive a las raíces.

Ahora bien: no querría que este balance hiciera pensar que he cambiado tanto como comulgar con la idea de que la emigración es lo mejor que te puede pasar en la vida, así, por sistema. Aclaro esto porque en algunas ocasiones en las que he sacado a relucir mi condición de refugiado económico (algo que mantengo y reivindico) he tenido que escuchar de ciertas personas, a menudo desde el mundo de la investigación, hablar de la emigración como si fuese bendición divina: todo son bondades y delicias y al que lo ponga en duda se le responde con cierta condescendencia y recriminación hacia su provincianismo y se le aclara que (y este es el argumento que me repatea) “la comunidad científica es universal, así que un científico nunca está fuera de casa”. Incluso como emigrante satisfecho, hasta el momento, con la experiencia, no puedo sino protestar ante simplificaciones de ese estilo que dan por bueno el “vivir para trabajar”, y no a la inversa, que obvian totalmente las consideraciones de ese patrimonio personal que comentaba al principio (empezando por la propia familia y su reubicación por culpa de la puñetera comunidad científica universal) y que dan por hecho que tu trabajo es tan importante que todas las demás consideraciones pueden ser solventadas de un plumazo. Pues no señor: emigrar siempre es algo traumático por lo que conlleva de ruptura, me niego a pensar que hay que tomársela a la ligera; que hay victimismo en recordar que te vas, no porque lo hayas decidido, sino porque tu país no te ofrece ninguna oportunidad; o que los momentos más desagradables que tu familia y tú habéis pasado en un aeropuerto son irrelevancias. Emigrar en busca de un futuro mejor es tan viejo como el ser humano, pero no creo que por ello haya que perderle el respeto a una decisión muy personal y a menudo muy difícil. La mía estuvo muy condicionada por la falta de oportunidades, y en retrospectiva (y viéndome reflejado en compañeros que estaban en una situación similar y se quedaron) creo que hasta el momento puedo decir que fue una decisión acertada y que este año me ha enriquecido mucho. Eso no quiere decir que crea que esa decisión tenga que ser ejemplar, ni que no eche de menos otras cosas.

reroot

Seguiremos informando.


Archivado en: Cosas que pasan

Recordando a Wallace como se merece

$
0
0


wallaceSe cumplían ayer cien años de la muerte de Alfred Russel Wallace, naturalista británico y protagonista de uno de los más célebres descubrimientos simultáneos de la historia de la ciencia: el de la evolución por selección natural. Durante todo el año se ha podido visitar una web para estar al día. Además, el Biological Journal of the Linnaean Society  ha sacado un número online conmemorativo donde podéis leer entre otras cosas el artículo conjunto de 1858 que escribió con un tal Carlos Roberto. Recientemente me he enterado, además, de que ya está en marcha el proyecto para subir a internet toda su correspondencia conocida. La verdad es que tenía pensado un post conmemorativo para ayer siendo un poco crítico con cierta visión que se nos ha querido transmitir de Wallace como “el gran olvidado” de la historia de la biología, pero al final me ha pillado el toro y aquí ando, en bragas, pasado el día del aniversario.

En pocas palabras: Wallace no es una figura olvidada, el problema es que quizá conocemos a muy pocos biólogos y si nos sacan de las dos o tres estrellitas de turno enseguida nos perdemos. De hecho, aparte de la importancia del descubrimiento de la selección natural, Wallace es recordado especialmente por otras contribuciones entre las que destaca muy merecidamente un rol casi fundador de la biogeografía moderna. Es cierto que un descubrimiento simultáneo, o la publicación del mismo, conlleva cierto conflicto de intereses, pero para valorar si el caso de la selección natural estuvo bien o mal llevado, bueno, sólo hay que pensar en lo que pasó con Leibniz y Newton con aquello del cálculo.

Pero me estoy desviando. Me gusta intentar mejorar mi conocimiento sobre la vida de científicos del pasado porque suponen a menudo una inspiración para nosotros, y en el caso de la biografía de Wallace, el episodio que encuentro más digno de recuerdo no tiene nada que ver con su época de éxitos y descubrimientos en el archipiélago malayo, y ni siquiera está muy relacionado con el hecho de que Wallace, al contrario que muchos de sus colegas decimonónicos, no fuese un “niño bien” con la vida resuelta, que pudiese permitirse el lujo de ponerse a coleccionar escarabajos porque nunca le iba a faltar el plato de lentejas (algo que ya de por sí dice mucho). La vivencia a la que me refiero se remonta a los años mozos de este señor, siendo poco menos que un pipiolín, cuando se embarcó junto con Henry Walter Bates en el que iba a ser el viaje que todo naturalista decimonónico necesitaba para ser alguien, en este caso a la Amazonía. Allí se pasó cuatro años recolectando especímenes y datos, y cuando se encontraba de regreso a Inglaterra (esta vez en solitario), su barco se incendió. De milagro, él y parte de la tripulación salvaron la vida y fueron rescatados, pero la colección de sus últimos y más fructíferos años se perdió para siempre. Hoy me apetecía recordar esta tragedia y reproducir aquí extractos de una carta que envió a su colega, el botánico (de mi gremio) Richard Spruce, contándole la peripecia desde el Jordeson, el barco que les rescató (traducción cutre).

49º 30′ N 20º O. Domingo 19 de septiembre de 1852

Querido amigo,

Con la perspectiva de regresar a casa en una semana o diez días, comenzaré a relatarte las peculiares circunstancias que me han mantenido ya 70 días en un trayecto que sólo nos llevó 29 en nuestro viaje de ida. Espero que hayas recibido la carta que te mandé desde Pará el 9 ó 10 de julio en la que te informaba de que que había adquirido un pasaje para un barco con destino a Londres que iba a partir en pocos días. El lunes 12 de julio embarqué con todo mi equipaje y algunos artículos comprados o recolectados en el trayecto, así como el resto de ejemplares vivos (unos 20).

[...Los primeros días de navegación Wallace pilla unas fiebres, pero por lo demás, todo normal...]

El viernes 6 de agosto, cuando estábamos a 30º 30′ N y 52º O, a eso de las nueve de la mañana, después del desayuno, el capitán (que era el propietario del navío) vino al camarote y me dijo [atención a la flema del capitán] “me temo que el barco está ardiendo, mire usted a ver qué opina”.

[...Lo que al principio parece vapor, acaba siendo, tras abrir unas escotillas, un humarro negro incontrolable. Parece que sí que es fuego...]

Abrieron un agujero en el suelo del camarote y mientras el carpintero hacía esto, el resto de la tripulación empezó a liberar los botes salvavidas, el capitán recogía su cronómetro, sextante, cartas de navegación, brújula etc. Yo cogí una caja metálica con unas camisas y metí mis dibujos de peces y palmeras que tenía, afortunadamente a mano, también mi reloj y algunos soberanos.

[...estos fueron los únicos materiales que Wallace salvó del naufragio. Me parece simpático lo valiosos que eran los relojes entonces. Hoy habríamos rescatado el smartphone...]

Se oyó por un tiempo este borboteo y silbido, el calor en el camarote era muy grande, y las llamas empezaron a invadir camarotes y estancias, y en unos minutos alcanzaron la cubierta. Se ordenó a todo el mundo que se subieran a los botes. Eran las doce en punto, sólo tres horas después del primer avistamiento del humo. [...] Permanecimos cerca del barco toda la tarde, observando el avance de las llamas, que pronto cubrieron la mayor parte del barco y se extendieron por las velas y los mástiles en una espectacular deflagración.

[hubo hambre y sed, pero la situación no era tan desesperada como para que Wallace pensara también en otras cosas]

Dado que estábamos prácticamente en la ruta de los navíos de las Indias Occidentales [colonias británicas en el Caribe], calculábamos que en cuestión de días nos toparíamos con un barco. No soy capaz de describir mis sensaciones y emociones  durante estos sucesos. Me sorprendía encontrarme sereno  y calmado. Apenas podía creer que hubiésemos escapado y que me hubiese arriesgado estúpidamente a salvar mi reloj y el poco dinero dinero que tenía a mano. Sin embargo, después de pasar en los botes algunos días, empecé a arrepentirme de no haber salvado unos zapatos, algún abrigo o pantalones etc, que no me hubiese costado tanto. Mis colecciones, sin embargo, estaban en la bodega y se perdieron inevitablemente. Es ahora cuando he empezado a darme cuenta de que todo el producto de estos cuatro años de privaciones y peligros se han perdido. Lo que hasta el momento había enviado a casa valía poco más que para cubrir gastos, mientras que lo que se perdió en el Helen calculo que podía valorarse en 500 libras [...] toda mi colección privada  de insectos y aves desde que dejé Pará estaba conmigo y contenía cientos de especies nuevas y hermosas que (esperaba) habrían convertido mi gabinete, en lo que a especies americanas se refiere, en uno de los mejores de Europa. [...] Pero además de eso he perdido  numerosos bocetos y dibujos, notas y obsevaciones de Historia Natural, además de los tres años más interesantes de mi diario, cuya pérdida, a diferencia de la económica, jamás podrá ser reemplazada. Como puedes ver tengo necesidad de cierta resignación filosófica para asumir mi destino con paciencia y ecuanimidad.

[No hace falta ser biólogo para entender la putada que supone algo así y que pese a poder estar contento por salvar la vida, la pérdida era irrecuperable: Wallace no sólo vivía de vender especímenes; además contenía una colección única que era el fruto de años de trabajo, y el propósito de cuatro años de penurias y sacrificios]

Pasamos díes días y diez noches así, aún estábamos a 200 millas de Bermuda cuando una tarde avistamos una nave y pudimos subir a bordo a las ocho de la noche, felices de haber escapado de una muerte en el océano, de donde nadie vuelve para contar su historia.

[Wallace y el resto de los supervivientes del Helen son escatados, y aún deben pasar algunas otras peripecias entre tempestades y demás. Poco antes de terminar la carta, aún sin haber llegado a Inglaterra, Wallace nos hace una confesión]

Desde que zarpamos de Pará, me he jurado cincuenta veces  que una vez que regresara a Inglaterra, jamás volvería a confiar en el océano ni una vez más. Pero las buenas intenciones pronto se desvanecen y ya estoy dudando  de si el escenario de mis próximas andanzas deben ser en los Andes o en Filipinas.

[...]

Y es cierto. A Wallace no se le calentaba la boca al decir que estaba ansioso de volver a navegar. Incluso después de un accidente gravísimo, que casi le cuesta su vida y en el que perdió todo por lo que había trabajado durante años, Wallace se levantó y volvió a empezar. Gracias a que tenía contratada una póliza de seguros (no sé si esto forma parte de la moraleja o no) subsistió un par de años en Inglaterra durante los cuales publicó un puñadete de artículos, incluyendo una célebre flora de las palmeras sudamericanas, y zarpó rumbo al archipiélago malayo, empezando de cero, en un entorno isleño en el que navegaría a menudo (olé por él) y en el que también estaría sometido a todo tipo de condiciones difíciles, no aptas para pusilánimes ni naturalistas de pacotilla. En menos de cuatro años, había colectado de nuevo miles de especímenes y escrito varios artículos, entre ellos un ensayo sobre la selección natural, que envió por correo a la Sociedad Linneana de Londres. El resto de la historia ya la conocéis: padre de la teoría de la evolución, ecólogo, escritor, biogeógrafo, socialista y defensor de las demostraciones empíricas (amén de varias cagadas famosas como su activismo anti-vacunas y su interés por el espiritismo, que todo hay que decirlo). Un genio, en cualquier caso, sobrado de talento y de perseverancia incluso (o precisamente) en las circunstancias más difíciles y una verdadera inspiración. Uno de los grandes.


Archivado en: Ciencia y naturaleza

La naturaleza de Etiopía contada para europeos (5/5). Alta montaña etíope

$
0
0


Para terminar con la serie de naturaleza etíope, ascenderemos a dos grandes macizos montañosos del país: el de las Montañas Simien y el del Sanetti, en el parque nacional Bale. Suponen un espacio relativamente reducido de superficie en comparación con los de los capítulos anteriores, pero su singularidad bien merece que le dediquemos en exclusiva este cierre de la serie.
fig05

Simien

A las montañas Simien se les llama a veces “el techo de África”. No porque supongan las mayores altitudes del continente, sino quizá por el espectáculo que nos presentan. Caminamos por los límites del Macizo Etíope recorriendo planicies suavemente inclinadas que interrumpen riscos y acantilados con un desnivel de más de mil metros respecto al terreno circundante. Las nubes cubren estas cimas constantemente, y sólo con un poco de suerte podemos disfrutar de las vistas. Como es habitual en la montaña etíope, estas tierras son muy húmedas y cubiertas de vegetación, incluso de cultivos en las lomas bajas del parque.

Panorama desde las alturas de Simien

Vistas desde las cumbres de Simien, en una rara mañana de sol

Se pueden encontrar los últimos integrantes del bosque afromontano del capítulo anterior: enebros, hagenias, knifofias, etc. El aspecto es el de un vergel rico y fresco, pero no debemos olvidar lo que nos revela el altímetro: estamos a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar, por encima de lo que sería la cumbre del Aneto. La altitud que en Europa supondría prácticamente las nieves perpetuas, aquí permite el desarrollo del bosque: no en vano estamos a 13ºN (ejemplo estupendo de la llamada compensación latitud-altitud). Sin embargo la altitud no es sólo clima y al poco de andar empezamos a notar los efectos fisiológicos de una menos presión parcial de oxígeno: cansancio, movimientos más lentos y mareos entre algunos de nosotros. La misma distancia o dificultad que en Guadarrama recorrerías sin despeinarte, aquí cuesta un esfuerzo considerable a los visitantes de bajura, que tenemos que tomárnoslo con calma.

La planta dominante en muchas de estas zonas es otra integrante de la Rand Flora: me refiero al brezo arbóreo (Erica arborea), que en la Península Ibérica acostumbramos a ver como arbusto más o menos desarrollado y que en el monteverde canario adquiere portes algo más imponentes, pero en ningún caso esperaba que esta especie hiciese, al fin, honor a su epíteto específico como ocurre aquí.

Erica arborea

Escarpe de Chennek

Brezales de Erica arborea cerca de Chennek. La abundancia de nieblas permite la colonización de líquenes colgantes

En la fauna de estos brezales, al igual que ocurría en el cinturón afromontano y como veremos repetido incluso en las cumbres más altas del país, seguimos encontrando esa original mezcolanza entre lo puramente paleotropical y la biota boreal que, de alguna forma ha conseguido alcanzar estas montañas casi ecuatoriales. El saltarrocas (Oreotragus oreotragus) es un pequeño y tímido antílope adaptado a la vida alpina que desaparece de la vista a los pocos segundos de ser avistado.

Oreotragus oreotragus?

Saltarrocas (Oreotragus oreotragus)

Un poco más adelante, descansando junto a un risco, se pueden observar  un grupo ruidoso de chovas piquirrojas (Pyrrhocorax pyrrhocorax) tan frecuentes también en las montañas europeas. Lo realmente notable es que estas poblaciones etíopes constituyen las más sureñas de todo el mundo, y hay quien discute si tras tanto tiempo de aislamiento genético podrían constituir ya una especie distinta. Junto a las chovas aparecen de vez en cuando el cuervo abisinio (Corvus crassirostris) y algunos quebrantahuesos (Gypaetus barbatus).

Quebrantahuesos (Gypaetus barbatus)

El quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) también es un elemento boreal que ha conseguido instalarse en estas montañas tropicales de Etiopía

Continuando las ascensión hasta las cumbres de Simien, llegamos finalmente al límite del bosque: cerca de los 4.000 metros de altitud, los brezos acaban por desaparecer y se empieza a ver una planta excepcional, que por su forma podría recordar a una palmera. Se trata de la lobelia gigante etíope (Lobelia rhynchopetalum). Lo extraordinario de esta planta es, en efecto, su tamaño. Si conocéis la pinta que tienen normalmente las lobelias encontraréis que hay algo que falla: en lugar de un modesto arbustillo, esta es una especie esbelta, capaz de superar los dos metros de altura, con unas hojas enormes y endurecidas que protegen de las duras condiciones de la montaña la yema terminal. Cuando alcanza su madurez sexual crece una inflorescencia terminal que puede doblar incluso el tamaño de la planta, alcanzando casi los cinco metros en los ejemplares más espectaculares. Este inmenso esfuerzo reproductivo se culmina con la producción de millones de diminutas semillas dispersadas por el viento, y la muerte de la lobelia.

 Inflorescencia de Lobelia rhynchopetalum Paisaje con lobelias gigantes

Lobelia rhynchopetalum

Lobelias gigantes (Lobelia rhynchopetalum)

Parque Nacional de Simien

Escarpes de Simien cerca del Bwhahit. Las lobelias se siguen apreciando en la distancia

El gigantismo en ciertas plantas en roseta de la alta montaña tropical está bien documentado en distintas familias y lugares del mundo. No hay más que recordar, por ejemplo, los Dendrosenecio, las Espeletia e incluso los Echium. De forma independiente se han desarrollado paisajes alpinos muy similares, lo que nos hace pensar que cualquiera que sea el motivo del éxito de este diseño anatómico, ha sido igual de conveniente como solución a la vida austera

3 2

OLYMPUS DIGITAL CAMERA Lobelias gigantes

Rosetas gigantes en distintas plantas alpinas tropicales: una adaptación convergente alcanzada independientemente en distintas partes del mundo por diferentes familias de plantas: Echium wildpretti en las Cañadas del Teide, Dendrosenecio keniensis en el Monte Kenia, Espeletia sp. en el páramo colombiano y las Lobelia rhynchopetalum de Simien

Los animales de esta zona no son menos espectaculares. Antes de nuestra ascensión definitiva a la cumbre del Bwhahit, en un pastizal alpino, nos encontramos con uno de los reyes del parque y una de las especies de primate más características de África: el babuíno gelada (Theropithecus gelada).

Babuinos gelada (Theropithecus gelada)Manada de geladas, comienzo hierbas y raíces

Las hembras y los juveniles destacan por un pelaje muy denso, pero es en el caso de los machos dominantes donde dicho pelaje alcanza su másximo esplendor, garantizándole además de el aislamiento necesario a estas altitudes, cierta magnificencia poco habitual entre los cercopitécidos. el pelaje se interrumpe característicamente en el pecho, mostrando un inconfundible triángulo de piel rosada.

Macho de Theropithecus gelada

Macho de Theropithecus gelada

Los gelada son endémicos de la montaña etíope, son casi exclusivamente vegetarianos y el pasto alpino constituya casi la totalidad de su dieta, por lo que necesitan emplear la mayor parte del día en alimentarse para garantizar su suministro calórico. Los grupos son pequeños, de unos doce individuos, y claramente liderados por un pomposo macho dominante.

Geladas (Theropithecus gelada) Geladas hembra (Theropithecus gelada)

Babuino gelada (Teropithecus gelada)

Más fotos de geladas

El otro mamífero de especial interés que observamos en estas cumbres no podría tener una historia más diferente. Con los prismáticos pudimos ver algunos cuando la niebla se disipaba, pero fue en el camino de regreso cuando nos topamos con una nutrida manada de íbices wallia (Capra walie): efectivamente, una cabra montés etíope, endémica de las montañas Simien, en peligro de extinción y de la que sólo quedan unos 500 ejemplares en todo el mundo. También se trata de un elemento boreal que supo colonizar el trópico. Son capaces de comer incluso las duras hojas de las lobelias.

Íbex etíope (Capra walie)

Capra walie, entre las lobelias gigantes

Nuestra aventura en Simien tocó cumbre en el pico Bwhahit (4430 m), entre niebla impenetrable y algún chaparrón épico en el regreso.

cuaderno-etiop

Cuaderno de campo. Vegetación de Simien

Sanetti

De todos los lugares que visité en Etiopía, el que me dejó una impresión más honda fue, sin lugar a dudas, la meseta del Sanetti. Una extensión inmensa, por encima de los 4.000 metros de altura que se extiende en todas las direcciones mostrando lo que aprimera vista sólo es roca desolada y castigada por el viento. Un paisaje casi marciano, mágico, donde al igual que en Simien es fácil quedarse sin aliento y sentirse torpe y exhausto a cada paso. Cuando las nubes se despejan, la claridad del horizonte es espectacular, y los colores de los líquenes de las rocas y de la floración incipiente de los arbustos transforma el entorno de un momento a otro. Pese a su aspecto inicialmente austero y sin vida, me sorprendió la cantidad de cosas interesantes que se nos cruzaron en el tiempo limitado que pudimos disfrutar de este paraje único en el mundo.

Recorriendo el Sanetti

Llegando al Sanetti un día despejado

Desolación magnífica

Me venía a la cabeza aquello de la “desolación magnífica”

La vegetación del Sanetti está dominada especialmente por arbustos del género Helychrisum y por herbáceas del género Alchemilla. Hay varias especies, la mayor parte de ellas endémicas de estas montañas y que le dan un toque de exclusividad botánica.

Helichrysum
Helichrysum sp.

Alchemilla
Alchemilla sp.

Las lobelias gigantes también están presentes en el Sanetti, pero son mucho más escasas y se localizan únicamente en algunos enclaves particulares.

Paisaje con lobelias gigantes

Algunas lobelias gigantes (incluyendo ejemplares muertos, en los que aún se ve la inflorescencia) en una zona pantanosa del Sanetti

En todo el Sanetti son muy abundantes los roedores. Basta quedarse quieto en la superficie, especialmente si el sol calienta, para ver una rápida actividad de estos pequeños animales que entran y salen de sus madrigueras. De entre las especies de mayor interés destaca la rata-topo gigante (Tachyoryctes macrocephalus), muy esquiva y que no pudimos ver, pero por todas partes se encuentran restos óseos de ratones y topillos.

Cráneo de roedor Mandíbula de roedor

También hacen sus madrigueras por aquí las liebres endémicas del altiplano.

Lepus starcki

Lepus starcki

El Sanetti es, además, un lugar privilegiado para observar aves, tanto endemismos de la alta montaña etíope como especies que sólo están de paso por aquí, o de amplia distribución por zonas más bajas. El rascón etíope (Rougetius rougetii), el ganso de alas azules (Cyanochen cyanoptera) y el chorlito cabecinegro (Vanellus melanocephalus) son ejemplos de endemismos locales, mientras que la grulla caunculada (Bugeranus carunculatus) aunque es bastante escasa, se distribuye por once países del África subsahariana. El agua es muy abundante en todo el Sanetti, y en muchas zonas el nivel freático llega hasta la superficie, quizá por ello no deba sorprendernos la cantidad de aves endémicas de hábitos palustres.

Rascón etíope (Rougetius rougetii) Ganso de alas azules (Cyanochen cyanoptera)

Vanellus melanocephalus Grulla carunculada (Bugeranus carunculatus)

Rascón etíope (Rougetius rougetii), ganso de alas azules (Cyanochen cyanoptera), chorlito cabecinegro (Vanellus melanocephalus) y garza carunculada (Bugeranus carunculatus)

La abundancia de aves pequeñas y de roedores favorece además la presencia y abundancia de depredadores, que a su vez pueden pertenecer a elementos faunísticos diversos. El ratonero augur es muy común en todo el país, y ya lo vimos en las sabanas y en el valle del Rift. Su presencia aquí es muestra de una gran amplitud ecológica. En el Sanetti es habitual observarlo en su forma melánica, de color más oscuro.

Ratonero augur (Buteo augur)

Buteo augur

Mentiría si dijera que la elección de la meseta del Sanetti como entorno para acabar esta serie no estuviese relacionada precisamente con el depredador más emblemático de las montañas abisinias: el lobo etíope (Canis simensis).

Lobo etíope (Canis simensis)

Uno de esos encuentros que recordaré toda la vida

El lobo etíope pertenece a otra de esas estirpes aventureras de animales boreales que durante las glaciaciones del Pleistoceno, huyendo del frío, alcanzaron las montañas etíopes e hicieron de ellas su hogar. Cientos de miles de años después pertenecen a una especie hermana y vicariante de los lobos de las zonas frías y templadas del hemisferio norte: Canis simensis, endemismo etíope, símbolo de la fauna única de estas montañas. El lobo etíope está especializado en la caza de los abundantes roedores de la alta montaña etíope. Su color rojizo puede hacernos pensar en un zorro, o incluso en un coyote, pero los estudios moleculares estuvieron de acuerdo con su inclusión en el género Canis. A día de hoy se cree que tan sólo quedan unos 400 ejemplares en todo el país, la mitad de los cuales estarían en Bale: se trata del cánido más raro del mundo y del carnívoro más amenazado de toda África. No se puede describir con palabras la emoción de observar a estos animales campear en libertad en la inmensidad del Sanetti.

Canis simensis

Lobo etíope (Canis simensis)
¿Tú por aquí?
Lobo etíope (Canis simensis)
Canis simensis

La alta montaña es siempre un ecosistema delicado, especialmente sensible a las alteraciones, al cambio climático y al sobrepastoreo. Como siempre, de nosotros dependerá que este patrimonio natural sobreviva para que pueda seguir siendo inspiración y disfrute de próximas generaciones.

Vistas desde el Tullu Demtu. 4377 m

Vistas desde la cima del Tullu Demtu, el techo del Sanetti, a 4377 m.

La naturaleza de Etiopía contada para europeos

1. Introducción

2. Valle del Omo y alrededores

3. Valle del Rift

4. Macizo Etíope

5. Alta montaña etíope


Archivado en: Ciencia y naturaleza

Érase una vez la vida (de los adultos)

$
0
0


“¿A qué viene esto?” Se preguntará alguno. Pues os recuerdo que en un post reciente dejé caer que existía la posibilidad de que contara cómo me enteré de en qué consiste el sexo y como sois unos cotillas morbosos, varios de vosotros, de los que nunca comentáis luego en las entradas de intrépidas expediciones a las montañas tropicales, enseguida confesasteis que, mira por dónde, eso sí que os interesaba saberlo. Así que vamos allá.

Seguro que no os sorprende si os digo que yo era un niño bastante empollón. No lo fui siempre, y en retrospectiva que empecé a serlo un día en el que la profe me dijo que había hecho bien un ejercicio que consistía en describir nuestra propia mochila (dicho sea de paso que no tenía ningún mérito y que quizá fue fruto del azar, pues me limité a seguir las instrucciones del libro de texto). Ese inesperado refuerzo positivo me hizo pensar que lo mismo se me podía dar bien eso de estudiar, y a partir de entonces, como perro pavloviano, nada librepesador, me esforcé en recibir ese refuerzo positivo en los años subsiguientes. Sin embargo, aunque joven y pipiolo, yo ya tenía mis preferencias claras  de frikismo, un tanto obsesivo, por las ciencias naturales.

Aquí tengo que hacer un pequeño inciso, porque sinceramente, no sé si fue antes el huevo o la gallina y no puedo distinguir si mi interés por las ciencias naturales fue causa o consecuencia de la llegada a mis manos de un conjunto de libros divulgativos de gran calidad que aún conservo. Siendo sincero me da incluso un poco de angustia pensar en la hipótesis de la tabula rasa y en que todo por lo que me interesé después y que me ha llevado a ser quien soy ahora dependiera de una contingencia tan fortuita como la de que mi tío (pescador y amante del campo) y por supuesto mis padres, me regalaran precisamente esos libros y no, qué sé yo, un álbum de cromos de la liga española de fútbol (En una realidad alternativa, un Copépodo fichado por el Manchester United, podrido de dinero, se congratula en una entrevista de que pasara juso lo contrario). Como están todos en Madrid no puedo decir aquí cómo se llamaban estos libros exactamente, pero muchos de vosotros quizá también los tuviéseis: unos eran una colección de libros con recortables de papel, (del cuerpo humano, animales, plantas etc) de forma que se podía ver lo que había dentro de las distintas estructuras, y otra colección era sobre naturaleza en distintos ambientes (ríos, bosques, etc), todos ellos muy bien ilustrados y escritos.

A pesar de todo eso de los animales y las plantas, en aquella etapa de mi vida yo lo que quería era ser médico, o esa era la conclusión de mi interés por cuál era el lugar de cada tripa en el cuerpo humano. Después de babear el expositor de la juguetería durante varios meses mirando un modelo anatómico para niños, mis padres accedieron al capricho como regalo de cumpleaños, y me dediqué en cuerpo y alma a montarlo y desmontarlo de forma compulsiva y a aprenderme el nombre y el lugar de cada piececita de plástico del muñecote. Coincidiendo con esta obsesión, comenzaron a emitir en la tele la serie de televisión “Érase una vez, la vida”, que seguro que todos recordáis bien (corría el año 1987 en su primera emisión, si la wikipedia no falla). Esa serie me fascinó desde el primer momento en que la vi, y me afianzó más en mi propósito de devorar todo lo que se pusiera a mi alcance que tuviese que ver con el cuerpo humano, y en este caso fue el coleccionable de libros basados en la misma serie (“Érase una vez, el cuerpo humano”), que exprimí hasta la última coma.

MLA124163522_972

No sé si lo leéis bien, pero en estas dos páginas hay todo lo que puedas necesitar saber sobre los glóbulos rojos para ir tirando

El coleccionable incluía el mismo modelo anatómico que ya tenía, entregando una nueva pieza cada semana (con lo que al final acabé con dos), y unos cupones para conseguir un balón reglamentario de baloncesto que nunca me interesaron lo más mínimo y que se perdían sistemáticamente por los cajones. El segundo modelo anatómico estaba bien, pero lo que yo realmente quería cada semana era recibir el fascículo, meterme en mi cuarto y leérmelo de tapa a tapa como si no hubiese un mañana hasta que me sabía el nombre y las funciones de las enzimas de los jugos gástricos o las meninges. Dibujaba con el mismo desenfreno  esquemas del aparato circulatorio (poniendo cuidado en que el cayado aórtico quedara bien representado, algo que me llevó bastante práctica), el ojo o la vesícula biliar. Como era un inconsciente, no me daba cuenta de que mis compañeros de la academia de inglés y algunos profesores me miraban un poco raro cuando veían los garabatos de los márgenes de las hojas con la sístole y la diástole.

0Pero a efectos de lo que os iba a contar, la situación se desbordó con la llegada del fascículo número 19 (El nacimiento, parte 1), un número que estaba esperando con ganas porque me acordaba del capítulo de la serie de la tele en la que las células de colorines del embrión en gestación se iban colocando muy ordenadamente en función del órgano de destino (izquierda), mientras un altavoz iba diciendo “las células del riñón preséntense aquí, las del colon transverso allá” en una escena de clímax dramático sólo superada por el capítulo de la coagulación sanguínea, en el que los glóbulos rojos más queridos de toda España estuvieron a punto de caer al vacío de un corte en el dedo. (Qué angustia). Pues en ese baile de células estaba yo pensando cuando recibí ese fascículo 19.

Primera página, introducción. Bien. Segunda página: el aparato reproductor masculino. Bien, sin novedad: epidídimo, conductos deferentes y tal. Tercera página: aparato reproductor femenino, folículos, trompas de Falopio y tal. Bien. Siguiente página: la fecundación. ¡Un momento! ¡Aquí falta algo! Vuelvo atrás, no no me he dejado ninguna página, pero hay algo que se me escapa en toda esta cronología. Vale lo de la fecundación y los cromosomas, vale lo de los ovarios y los testículos, pero, ¿Qué pasa entre medias? ¿Cómo narices llegan los espermatozoides a las trompas de Falopio? ¿Qué narices pintan allí? El resto del fascículo no tenía nada de sorprendente (Ya viví el embarazo y nacimiento de mi hermana), pero no conseguía encajar todas las piezas del rompecabezas.

Con la duda sin resolverse ni esfumarse, consulté los otros libritos de anatomía que tenía, intentando leer con más atención en los capítulos correspondientes a la reproducción. En todos pasaba lo mismo: aparatos reproductores en detalle y ¡zas! fecundación y embarazo, como por arte de magia. ¡En ningún sitio explicaban cómo era esto posible! Sólo había frases crípticas, como dándolo todo por hecho, y saltando a lo de los cromosomas bailando y el zigoto dividiéndose. Misterio.

Mis rutinas siguieron su curso, pero debí de acabar realmente extrañado por ese salto narrativo del capítulo 19 porque recuerdo que al menos le comuniqué mis dolores de cabeza a varias personas. La primera de ellas era mi amigo Mario, el vecino del 12, que me sacaba año y pico de edad y que era con diferencia el más avispado de todo el vecindario. A mis dudas sobre cómo podían entrar los espermatozoides en el aparato reproductor femenino, él me respondió, como si fuese algo de sobra conocido, que esas cosas pasaban “cuando la pareja se besa”. Una respuesta, a todas luces absurda porque la boca forma parte del aparato digestivo y del respiratorio, pero no tienen ninguna conexión con el aparato urogenital, ni masculino, ni femenino. Notablemente decepcionado con los conocimientos de anatomía de Mario, dejé de manifestarle mis dudas. Obviamente, también compartí el motivo de mis pesquisas a mis padres, eternos sufridores.

Yo no sé muy bien si cuando te dan el carnet de padre te preparan para que un mocoso de 8 años te mire a los ojos y te diga así de buenas a primeras que no entiende cómo llegan los espermatozoides a las trompas de Falopio, lo que sí sé es que daría una suma considerable de dinero por recordar la cara que pusieron en ese momento, algo que no puedo hacer porque no era ni remotamente consciente de que mi duda podía ser delicada o incómoda de responder; para mí era más o menos equivalente a preguntar por el funcionamiento del píloro. Lo que me pareció en aquel momento es que el asunto debía ser en verdad bastante misterioso, porque mis padres tampoco sabían darme una respuesta. Podemos imaginarnos que, ya sin mí dando por culo, mis padres debieron hablar de si era el momento de tener la conversación. Aquí no iban a valer metáforas de abejitas fecundadoras ni nada por el estilo (ni mucho menos de cigüeñas) porque el monstruito de hijo que habían cebado a base de libros de anatomía no iba a darse por satisfecho con verdades a medias. Supongo que las largas tampoco eran una buena idea porque sería cuestión de tiempo que acabara preguntándole a un profesor o a alguien más enterado que el vecino del 12. Tengo que preguntarles cómo viveron ellos esa decisión, pero la cosa es que quizá vieron que la forma “fácil” de salir del embrollo era permitiéndome estar informado a través de mi forma favorita:

29863905

Un día mis padres me dieron este clasicazo de Grijalbo (quizá animados por lo de “un eficaz instrumento de ayuda a los padres”). Lo hicieron con toda la naturalidad del mundo, como diciendo, “uy, mira lo que teníamos por aquí en la estantería, que no nos acordábamos ni de que existía, anda, léetelo que lo mismo te gusta”. Reconozco que cogí este libro con decepción: letras grandes, estilo infantil, ¿qué es esto? Las primeras páginas trataban sobre mitos reproductivos (lo de la cigüeña y tal), y después introducían el tema de la desnudez. A estas alturas yo me sentía totalmente humillado por estar leyendo un libro así, y me preguntaba con arrogancia qué podría enseñarme.

Obviamente el libro sí que resolvió el misterio que tenía pendiente. De la ¿treintena? de páginas que tenía, tan sólo una contenía la información que necesitaba, e incluso en esa, sólo una frase, un dato, era el realmente esencial: el pene se introduce en la vagina. Ese momento fue uno de esos que tienes en la vida y que resulta ser una revelación: era a la vez una guarrada que nunca jamás, nunca, se me habría pasado por la cabeza, pero a la vez resolvía de una forma directa y elegante todo el asunto previo a la fecundación. Era una guarrada, sí, pero tenía que ser cierto, era lo único que tenía sentido por muy increíble que pareciese.

Terminé de leerme el libro con prisa y sin emoción, y se lo devolví a mis padres, a los que les confirmé que mi curiosidad había sido por fin satisfecha, tras lo que debieron suspirar con alivio. Me aconsejaron sabiamente que no me prodigara mucho en detalles sobre mi descubrimiento con mis compañeros de clase o con mi hermana, y no pude más que estar de acuerdo con ellos: entendía que si ibas por ahí metiendo penes en vaginas no debería gustarte demasiado que la gente lo supiera (por cierto que mis padres se ganaron un respeto extra: sí que tienes que tener ganas de verdad de tener un hijo para decidirte a hacer de tripas corazón de una forma tan sacrificada). Pero de pronto todo el rollo de la incomodidad, las afirmaciones tácitas y las elipsis en los libros de anatomía cobraban sentido. Incluso escenas de películas y chistecitos de la tele cobraban una dimensión inesperada; hasta el más puro sentido común dejaba en evidencia la ubicuidad del sexo: los adultos estaban constantemente pensando en penes que se metían en vaginas, a todas horas, constantemente, siempre había sido así, ¡y nunca me había dado cuenta! ¡Nadie a mi alrededor parecía ser consciente! Me sentí con ganas de gritarlo a los cuatro vientos, como quien grita que el Soylen Green está hecho de gente, pero superada la sorpresa inicial, y llegado el fascículo del sistema inmunitario, me encogí de hombros.

No sé cuál es el corolario para padres, que cada uno saque el suyo.

 


Archivado en: Cosas que pasan

Parecidos de familia en la flor más grande del mundo

$
0
0


ResearchBlogging.orgLa botánica… ¡Ah, la puñetera botánica! Podríamos definir la botánica como la ciencia en la que una avellana es una nuez, una nuez es una drupa y una bellota es un glande. ¿Así cómo es posible aclararse? Si la botánica puede llegar a ser una pesadilla para algunos estudiantes seguro que en gran parte se debe a no poder liberarse de la sensación de que no te puedes fiar de las plantas: en ellas nada es lo que parece. Lo que en principio se asemeja a una hoja acaba siendo un tallo modificado, lo que parece una flor en realidad es una inflorescencia, y así con todo. Hacer equivalencias entre una estructura y otra muy parecida a menudo es tan tentador, que muchísimas veces se ha dado por hecho que se trata del mismo órgano, algo que de no ser así, puede traer errores, por ejemplo, a la hora de interpretar la evolución. Acabo de enterarme de un ejemplo muy claro en la familia a la que pertenece la flor más grande del mundo.

09_rafflesiaRafflesia arnoldii, la flor más grande del mundo

Inciso: como sabéis en este bloj tenemos reservado un sótano oscuro y maloliene para aquellos lectores que sigan pensando que Amorphophallus titanum es la flor más grande del mundo. No lo es. Reincidir en el error sólo provocará que añadamos horas de inserción de una espádice en antesis de la susodicha arácea allá por donde gastrulan los deuteróstomos. Avisados quedáis.

Nuestra amiga la rafflesia, pese a originar floripondios de hasta un metro de diámetro, es más bien una planta discreta que no nos muestra ni raíz ni tallo ni hojas: su vida vegetativa transcurre totalmente como parásita en el interior del cuerpo de otras plantas y sólo se asoma al exterior para florecer con un exceso en tamaño y hedor (pues la polinizan moscas de las que frecuentan carroña y las debe atraer como está mandado). Hasta aquí, lo que más o menos todos sabíamos, pero reconozco que tenía yo una laguna importante en lo que a la anatomía de la flor de la rafflesia se refiere. Si veis la foto, distinguiréis cinco lóbulos radiales a modo de pétalos, y a continuación una membrana central abierta en un orificio circular por cuyo centro adivinamos más estructuras de aspecto pútrido y viscosillo. El lugar ideal para meter la mano si te hacen un test del Gom jabbar.

rafflesia3

A la membrana circular en cuestión la llamamos diafragma, y delimita una cámara floral donde las moscas deben sentirse la mar de a gusto. El disco central que se ve desde fuera, plagado de tentáculos en realidad no  contiene sobre él las estructuras sexuales (estambres o carpelos, pero no ambos, pues las raflesiáceas son dioicas), sino que éstas están justo en el borde inferior de ese disco, y por lo tanto no son visibles sin hacer una disección de la flor. Helo:

rafSección de una flor de Rafflesia

Las relaciones evolutivas de las rafflesias no son nada obvias, especialmente porque los organismos parásitos típicamente sufren una, digamos, aceleración en su reloj evolutivo, y experimentan modificaciones de forma muy brusca, con lo que a menudo es difícil rastrear a qué equivale cada estructura. Las rafflesiáceas no son una excepción [1]. De hecho, hasta hace poco más de diez años, se incluían entre las rafflesiáceas se incluían toda una cohorte de otras plantas endoparásitas variadas, con una forma de vida muy parecida, pero que, ¡oh, sorpresa! tras los estudios moleculares de turno resultaron no tener nada que ver con ellas.

Cytinus.ruberTípica actitud de meter en el mismo saco aquello que no se sabe muy bien cómo ha podido ocurrir: Cytinus estuvo considerado durante un tiempo como una rafflesiácea, pero no parece que eso sea muy fiel a la historia evolutiva de estas plantas

Hoy sabemos que las rafflesiáceas en sentido estricto están emparentadas con las euforbiáceas, y que únicamente la integran tres géneros: Rafflesia, Sapria y Rhizanthes.

sap-rhiLos otros dos géneros de rafflesiáceas: Sapria y Rhizanthes. Ambos endoparásitos también

Como se puede ver en las imágenes, Sapria se parece bastante a Rafflesia, y concretamente muestra un bonito diafragma. Cierto es que el número de lóbulos del perianto dobla al de Rafflesia (diez en lugar de cinco, y alternados en dos verticilos), pero por lo demás se asemeja mucho. Sin embargo, en Rhizanthes no vemos diafragma, sino sólo la columna central (cóncava en lugar de plana, que no nos confunda eso) y el número de lóbulos alcanza los 16.

Pero la cuestión de la que quería hablaros era justamente del diafragma. A todas luces resulta una estructura de lo más peculiar. Los estudios filogenéticos realizados hasta la fecha apuntan que Sapria es el género más “basal”, y que Rafflesia y Rhizanthes son géneros hermanos, situados en la parte distal del del árbol evolutivo. Si damos por buenas estas relaciones, y teniendo en cuenta lo peculiar e inconfundible del diafragma, nos sentiríamos tentados de pensar que esta estructura aparició una sola vez en la historia evolutiva de las rafflesiáceas y que se perdió en el caso de Rhizanthes. Algo más o menos así:

evodiafRelaciones filogenéticas entre los géneros de rafflesiáceas, fotos y dibujos de las secciones de sus flores. Destacado en rojo se recontruye una hipótesis “parsimoniosa” de la evolución del diafragma, presente sólo en Rafflesia y Sapria

Aunque muy razonable, tenemos que recordar que de las plantas no nos podemos fiar. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que el diafragma de Sapria y el de Rafflesia es “la misma estructura”? En términos evolutivos esta afirmación significa que su presencia en ambos géneros se deriva por la herencia a partir de un ancestro común, es decir, que son homólogas.

Es imposible exagerar la importancia que tiene el criterio de homología en biología evolutiva y la de dolores de cabeza que da. Como asunción está muy bien, pero, ¿Cómo podemos comprobarlo? ¿Cómo podemos confirmar lo que a todas luces parece obvio? Un equipo de biólogos liderados por el herbario de la Universidad de Harvard[2] han intentado explicar los orígenes de los diafragmas de estas flores y, una vez más han confirmado nuestros temores acerca de las apariencias botánicas.

220px-ABC_flower_development.svgLa solución ha llegado desde la biología del desarrollo. Los cuatro verticilos típicos que desarrollan la mayoría de las angiospermas (sépalos, pétalos, estambres y carpelos) están definidos por la combinación de una serie de genes homeóticos conocidos como el sistema ABC. Dependiendo de la combinación de genes que se acumulan en los distintos primordios, éstos se desarrollarán en sépalos (genes de tipo A), pétalos (genes de tipo A + B), estambres (B+C) o carpelos (C). Así pues, una forma de evaluar si distintas estructuras florales son o no equivalentes puede venir de la expresión de estos genes en los distintos tejidos, y esta estrategia es muy útil en botánica, porque los órganos florales son tremendamente plásticos y es muy fácil perderles la pista. ¿Cuál ha sido el resultado?

evodiaf2Resumiendo: los diafragmas de Rafflesia y Sapria, en realidad tienen distintos orígenes, y no se pueden considerar homólogos. En Rafflesia, el diafragma deriva en realidad del verticilo de pétalos (en amarillo), así que lo podemos considerar una corola modificada, mientras que los cinco lóbulos del perianto serían equivalentes sépalos. En Sapria, por el contrario, los cinco lóbulos externos son sépalos y los cinco internos son pétalos (a mis estudiantes de segundo les habría exigido llamarlos a todos ellos tépalos petaloideos, y perigonio en su conjunto). El diafragma se ha formado por la protusión del tejido central del receptáculo floral, más estrechamente relacionado con los estambres que con el perianto. Este tejido es muy versátil, y forma estructuras llamativas en muchas otras flores (por ejemplo, la “trompeta” de los narcisos o los filamentos radiales de la pasionaria), así que se puede considerar equivalente a lo que en botánica solemos llamar “corona” (no confundir con corola).

Yellow-Narcissus-FlowerLa corona de los narcisos tendría un origen equivalente al diafragma de Sapria, pero no al de Rafflesia

Rhizanthes es, una vez más, el bicho raro de la familia y sus lóbulos del perianto resultaron tener un origen mixto, pero para lo que queríamos ilustrar, con lo que se ha dicho nos basta.

evodiaf3Una hipótesis alternativa sobre el origen de los diafragmas de las rafflesiáceas más acorde con los resultados del estudio de Nikolov et al.

Esta historia la hemos visto muchas otras veces, pero la verdad es que estoy muy sorprendido, y aún ando asimilando los resultados. Si me hubiesen pedido que identificara estructuras equivalentes entre estas tres flores, posiblemente lo que no habría puesto en duda es la homología de los diafragmas. La similitud morfológica y funcional es asombrosa, y en un grupo tan estrechamente relacionado cuesta pensar en una convergencia tan rápida y “bien conseguida”. Los autores sugieren que al tener el mismo tipo de polinizadores, las presiones selectivas para desarrollar una cámara floral cerrada, que concentre bien el pestazo a carroña, podían ser altas, pero este tipo de explicaciones a posteriori siempre son muy fáciles de hacer a toro pasado y les encuentro poco valor (bien podríamos haber dicho lo contrario si el resultado del estudio hubiese sido diferente).

La moraleja, insisto, es que nunca os fiéis de las plantas, y menos si son parásitas.

Referencias

[1] Barkman, TJ, Lim, S-H, Salleh, KM, & Nais , J (2003). Mitochondrial DNA sequences reveal the photosynthetic relatives of Rafflesia, the world’s largest flower PNAS, 101 (3), 787-792 DOI: 10.1073/pnas.0305562101

[2] Nikolov LA, Endress PK, Sugumaran M, Sasirat S, Vessabutr S, Kramer EM, & Davis CC (2013). Developmental origins of the world’s largest flowers, Rafflesiaceae PNAS, 110 (46), 18578-18583 DOI: 10.1073/pnas.1310356110


Archivado en: Ciencia y naturaleza

¿Para qué sirve?

$
0
0


200px-Leo_Lesquereux_1864Estos días estoy disfrutando de la biografía de Charles Léo Lesquereux (1806-1889), briólogo y paleobotánico suizo del siglo XIX, refugiado científico en EE.UU. durante la mayor parte de su vida y uno de mis héroes personales, especialmente tras conocer la historia de la flora maldita que os relaté en su momento. Hay varios motivos por los que este señor me tiene desde hace un tiempo bastante enganchado, algunos profesionales (por compartir gremio briológico y por haber tenido el privilegio de examinar especímenes de su colección), otros por pura curiosidad histórica (su vida es toda una fuente de inspiración y reflejo de un momento irrepetible y fascinante de la historia de la biología) y alguno que otro meramente anecdótico (en general me cae bastante simpático el buen hombre). Siempre que he tenido oportunidad me he agenciado separatas suyas, incluyendo esas microbiografías que se publican tras la muerte de un científico por las distintas sociedades de turno (bonito detalle). Más recientemente, por simple curiosidad (pero también con la débil esperanza de atar algún que otro cabo suelto que quedó pendiente en uno de los artículos que resultaron de mi tesis) también husmeo en las cartas personales que se conservan en archivos como el del jardín botánico de Nueva York y el herbario de la universidad de Harvard, con lo que quizá pueda hacer algo chulo en algún momento. Vamos que soy un poco como un groupie, pero siglo y pico después. Un mal groupie en todo caso, pues si bien pensaba que sería estupendo que alguien escribiese una biografía de tan ínclito briólogo, tardé bastante en enterarme de que, en realidad, esa biografía llevaba publicada ya unos cuantos años. El libro en cuestión (titulado “Letters from America”), incluye una biografía breve propiamente dicha, una introducción histórica y, finalmente, la transcripción del francés original de una serie de cartas que Léo escribió desde Ohio para lectores suizos contándoles cómo era la sociedad y la naturaleza americana y que constituyen el grueso del libro. Mi firme promesa de no adquirir libros en papel durante mi vida precaria en América tuvo que hacer una concesión inmediata.

Como ocurre a menudo con grandes personajes históricos, lo que hace enormemente atractiva la vida de Lesquereux no es sólo que consiguió convertirse en una eminencia del estudio de los briófitos (musgos y plantas afines) y fósiles vegetales norteamericanos, sino que lo consiguió sobreponiéndose a dificultades de toda índole: nunca le sobró el dinero y pasó frecuentes apuros económicos en sus inicios, se quedó totalmente sordo a los 26 años (aprendió a leer los labios en tres idiomas distintos), acabó su vida casi ciego y recordará siempre el cruce del Atlántico en un barco con su mujer y sus hijos (junto a otros doscientos y pico emigrantes apiñados) como la peor de sus vivencias.

Las cartas de Lesquereux describiendo a sus lectores suizos los paisajes americanos e intentando diseccionar el ethos estadounidense me hacen mucha gracia: es curioso cómo a los europeos siempre nos ha gustado poner a parir a nuestros vecinos del otro lado del Atlántico Norte en cuanto nos quedamos a solas, pero hace poco, leyendo la primera de estas cartas, hubo un párrafo que me llamó mucho la atención. Lesquereux explica que la mayoría de los estadounidenses tienen un sentido muy pragmático de entender la vida y pone como ejemplo algo que le ocurrió en un viaje en barco a través del lago Erie. Por culpa del mal tiempo, el capitán tuvo que refugiarse junto a una isla y atracar, una isla, al parecer, cubierta por un bosque primario, intacto. Al bueno de Léo le hicieron los ojos chiribitas y ni corto ni perezoso, se bajó a la isla y se tiró recolectando musgos hasta las tres de la tarde. Él mismo nos cuenta las reacciones del resto de los pasajeros cuando volvió.

[a mi regreso] todo el barco estaba intrigado. Un pasajero que se va por la mañana, pasa el día en el bosque, se olvida del almuerzo, y regresa con una especie de caja de una forma raísima a la espalda… ¿Quién narices puede ser este individuo? El más inteligente me tomó por por un experto agrimensor, pero en opinión de la mayoría, no era más que un pobre lunático. Sin embago, la curiosidad y sorpresa de la multitud aún no había llegado a su apogeo. Cuando abrí la caja y tomé mis paquetes de papel y empecé, con toda seriedad y sin reírme, a limpiar ramitas de musgos y líquenes y, con todo el cuidado, colocarlos como si fueran muestras de encaje, todos los pasajeros, hombres, mujeres y niños, se apiñaron a mi alrededor con tal aire de grotesca estupefación que no me atreví a levantar la mirada con miedo a no poder contener la carcajada delante de tanta gente refinada, lo que habría sido una falta de educación, cuando menos. Nadie me dirigió la palabra. Durante los tres días anteriores fui conocido entre el pasaje como un extranjero sordo, que sólo hablaba y entendía usando un lápiz, pero las observaciones siguieron su curso, y pronto el más atrevido me escribió una nota que esperaba y cuyo contenido conocía de antemano: “¿Para qué sirve?” Mis explicaciones científicas: “museos, colecciones, estudio de la naturaleza“, se recibieron con deferencia sin ser comprendidas lo más mínimo, pues tras un nuevo parlamento entre las partes interesadas, una nueva anotación, “¿Para qué sirve?” apareció en mi papel. Y entre esto y aquello, después de todas las aclaraciones mediante las que traté de defender mi ciencia contra su incredulidad, me cansé y empecé a hablar de farmacología, de plantas usadas como medicinas, y entonces todo el mundo pareció entenderme, se dieron la vuelta y se marcharon. [...] En este caso, fui tomado por un comerciante de hierbas, recolector de té suizo. ¡Bien! Esa es una profesión respetable; pero botánico, geólogo, naturalista: alguien que trabaja en algo y no obtiene beneficio económico por ello, es alguien que no existe.

Esta anécdota me ha traído recuerdos, como seguramente le habrá pasado a mucha otra gente que tenga que hacer trabajo de campo (y sobre todo si no se dedican al pelo o la pluma). Cuando algún curioso pregunta para qué estamos haciendo un muestreo o recolección, muchas veces se cuentan mentiras piadosas, o explicaciones que no tienen por qué ser falsas, pero que hacen más fácil de entender nuestra presencia. En algunas ocasiones yo he contado cosas sobre el uso de los briófitos como bioindicadores de contaminación, o la posibilidad de hacer estudios sobre acumulación de metales pesados o el avance del cambio climático. Todas esas aplicaciones son reales y posibles, pero no eran el motivo que me llevaban a hacerlo y la verdad es que ni siquiera me interesaría hacerlo.

A raíz de esto iba a hablar sobre la justificación de la investigación básica en general y la exploración de la biodiversidad (florística/faunística y taxonomía) en particular, pero voy a simplificar un poco, porque seguro que casi todos los lectores más o menos están al tanto de las cuestiones generales: justificar la investigación aplicada es algo casi evidente por sí mismo: curas de enfermedades, desarrollo de un nuevo proceso industrial, de un nuevo dispositivo o programa, o lo que sea. Justificar la investigación básica no es tan evidente para una parte de la población, pero es mucha la gente que se ha dedicado ya a explicar por qué es necesaria. El argumento más recurrente es que sin ciencia básica nunca hay investigación aplicada: como a priori no es posible saber qué línea va a ser fructífera en el futuro, lo mejor es avanzar por todos los frentes que sea posible. Sin embargo, este argumento para justificar la investigación básica, aunque totalmente cierto, también es un poco tramposo, porque se elude la cuestión fundamental sobre este tipo de investigación y se la trata como un simple medio para llegar, una vez más, al fin supremo de la investigación aplicada.

La verdadera justificación de la investigación básica es mucho más simple: investigamos porque nos gusta. Investigamos porque queremos saber el qué y el cómo de lo que nos rodea. El astrofísico que descubre un nuevo exoplaneta no lo hace para poder colonizarlo luego, de la misma forma que el zoólogo que describe un escarabajo desconocido para la ciencia no lo hace para buscar en él propiedades curativas. Como mucho eso serían afortunadas consecuencias laterales de su estudio, y a buen seguro ellos no serían protagonistas. En ambos casos, cada uno en una escala distinta, son exploradores que realizan su trabajo con el propósito de cartografiar la terra incognita, de iluminar lo que antes estaba a oscuras. Así dicho puede resultar algo muy ostentoso, pero debería parecernos lo más natural del mundo, algo totalmente arraigado en nosotros mismos. En palabras de Pablo Domínguez en Patriotas que no entienden la ciencia, “Al igual que el hombre tiene necesidad de arte, de cultura y de conocer su pasado; tiene la vocación de entender el mundo que le rodea. La diferencia entre esto último (ámbito no exclusivo de la ciencia) y los otros puntos no es tan grande como muchos creen“. (Hay que recordar aquí también la cita de Feynmann sobre la física y el sexo) Sin embargo, no todo el mundo parece compartir o entender esta necesidad, y por ello justificar la investigación básica (lógicamente mucho más dependiente de la financiación pública) sigue siendo una tarea compleja.

Siempre me ha fastidiado la pregunta del “para qué”. Como para mí siempre fue evidente que nos mueve la curiosidad por conocer el porqué de las cosas, me quedaba fuera de juego cuando incluso gente cercana, empezando por algunos amigos y pasando por mis padres, no entendían por qué alguien querría dedicarse estudiar “el musgo”. Las respuestas trampa, (que como he descubierto son recurrentes desde hace algún que otro siglo) son un truco fácil de aprender y efectivo para satisfacer a los “no iniciados”, sobre todo cuando la explicación más sincera no parece encajar en determinadas escalas de valores. Sin embargo, cuantas más vueltas le doy más pienso que la justificación de la investigación básica en general, y muy particularmente la de la exploración de la biodiversidad, quizá no se esté enfocando de forma adecuada. Muchos profesionales que disfrutan de este trabajo han dado por imposible hacer a la gente partícipe de su pasión, de su ciencia, como decía Lesquereux, y se han encerrado en ella sin creer que deban justificarla, simplemente porque ellos saben que es importante y la disfrutan. En el caso de la taxonomía y de la sistemática sospecho que esto se ha hecho particularmente mal. El objetivo debería ser hacer a la gente partícipe de la satisfacción y el interés de conocer y de aprender el cómo y el porqué de los organismos por sí mismos, y esto debería ser entendido como un fin, y no sólo (que también) un medio para acceder a la biología de la conservación, la ecología y la biología aplicada. Preguntarse para qué sirve  descubrir especies nuevas debería ser tan absurdo como preguntar para qué sirve la música o para qué sirve saber cuál es la montaña más alta del mundo. Tan cierto como que parece haber cierta discriminación (¡incluso por parte de otros científicos!) hacia las disciplinas científicas más descriptivas (como si la exploración fuese un demérito como concepto), lo es que nadie sino sus protagonistas van a realizar la necesaria labor de explicar correctamente en qué consiste, de justificar su imperiosa necesidad y de inspirar a las siguientes generaciones que garanticen su futuro.

Ando rumiando varias ideas en relación con este tema, así que de momento lo dejaremos aquí, pero antes de cerrar quiero preguntar al respetable. Siempre he pensado que en el tuiterío y blogocosa divulgadora científica española (por otra parte tan trepidante) hay una clamorosa ausencia de blogueros que se dediquen a taxonomía/sistemática y que escriban sobre ello, en contraste, por ejemplo, con una muy activa comunidad angloparlante (especialmente entomólogos). ¿Estoy en lo cierto? ¿Hay alguien ahí? Si es así, levantad la pezuña en público o en privado, que me interesa saberlo.


Archivado en: Ciencia y naturaleza

Octavo aniversario de Diario de un copépodo

$
0
0

fireworks

¿Quién lo iba a decir? Parece que fue ayer cuando tuve aquella tarde tonta de 2005 y decidí abrirme un bloj de esos, y ya han pasado ocho años, nada menos. Tradicionalmente en esta efeméride suelo hacer una pequeña entrada introspectiva para repasar lo que han supuesto los últimos 365 días, y ya puestos, lo voy a hacer hoy también, hala.

Por primera vez en varios años, lo cierto es que estoy bastante satisfecho con mi experiencia bloguera reciente, y veo más y más lejana la idea de cerrar el chiringuito, por el simple motivo de que sigo pasándomelo muy bien escribiendo. En aniversarios anteriores estaba demasiado preocupado porque ya no escribía con tanta frecuencia como antaño y cosas por el estilo, pero en esta ocasión me ha dado por hacer una lectura crítica de los posts de la supuesta edad dorada de esta santa casa y, la verdad es que me he sorprendido y me he dado cuenta de que tenía aquella época de (de 3-4 posts semanales) bastante idealizada. Las entradas con cierta enjundia no eran mayoría, y por el contrario abundaban anotaciones breves y un poco tontas compartiendo un chascarrillo, vídeo de youtube o viñeta de actualidad (vamos, lo que todo hijo de vecino hace hoy en día en otras redes sociales que en aquel entonces no existían o no eran tan populares como ahora. Si pusiese en el bloj toda las tonterías que digo o comparto en Tuiter, desde luego que saldrían 3 y 4 posts semanales). Eso por no hablar de entradas antiguas que me producen auténtico sonrojo, ora por su candidez, ora por cualquier otro defecto. Sin embargo esa era una de las dimensiones que desde el principio me parecían también interesantes del asunto bloguero: dejar un rastro de ti mismo y de tu evolución personal, y ocho años ya empieza a ser un intervalo suficiente para darme cuenta de que he cambiado bastante en distintos aspectos, y supongo que eso está bien.

Puede que no escriba tanto como antes, pero estoy razonablemente satisfecho con la experiencia y el esfuerzo de 2013, y aunque escasas, este año han visto la luz muchas entradas que me han dejado buen sabor de boca, empezando por la serie de Naturaleza de Etiopía contada para europeos ::1:: ::2:: ::3:: ::4:: ::5:: (¡Con un año y pico de retraso, pero lo conseguí!), y recordando otros rollos taxonómicos como Desmintiendo mitos y leyendas de la taxonomía o Los osos polares que se volvieron pardos a base de polvos. Hubo tiempo además para hablar sobre alimentación y uso de recursos en Soy científico y prefiero los “alimentos naturales”, con comentarios muy interesantes de algunos lectores. Entre las mejores experiencias naturalistas que he tenido este año se incluye el Bioblitz del 31 de mayo, del que tenéis una crónica aquí y también la observación de la explosión de cigarras periódicas del noreste de EEUU que acudieron a su cita después de 17 años (Cigarreando). En verano hice un viaje a California que, espero, se vea reflejado en algún momento en su propia serie de entradas (posiblemente centradas en flora y vegetación), aunque antes de ello también me pasé por Luisiana, donde conocí por fin un ecosistema mítico: los bosques inundados de Taxodium (ver Degustación de la flora del delta del Misisipi). Por supuesto, hubo muchas entradas relacionadas con la vida yanqui, y estuvo muy bien compartirlas con los lectores. Por ejemplo, el post sobre la nevada más extraordinaria, quizá, de mi vida: 70 cm en una noche (La nevada, sin más), el nacionalismo universitario o el regreso a la autoescuela. Añadiremos además alguna de las empanadas mentales que más he disfrutado escribiendo en este bloj: El amante de Jesús y las dramáticas consecuencias del homoerotismo bíblico

Y la actualización de los datos generales: 1.906.198 visitas (700 promedio en 2013), 856 entradas, 11.332 comentarios.

Gracias a todos por hacer esto posible (no tiene mucho sentido escribir si no te lee nadie), ¡comentad malditos! (y todo eso), y seguiremos por aquí como hasta ahora, y por tiempo indefinido.

 


Archivado en: -General-

Señales y venados

$
0
0


Una de las primeras reacciones de los europeos que visitan Norteamérica y van algo más allá de las ciudades (no hace falta irse tampoco muy “a lo hondo”) es la sorpresa ante la abundancia de mamíferos silvestres en las zonas rurales y periurbanas. Los parques están atestados de ardillas, y a poco que se circule por una carretera tranquila se verán ciervos, alces, mapaches, zarigüellas y todo tipo de bichos por el estilo, e incluso ciertos tipos de lince y zorro son también fáciles de avistar. En los estados más boreales y en la zona pacífica son conocidas los problemas que dan los osos (animales muy peligrosos, y de esto hablaremos en su momento), sobre todo a los excursionistas. Por eso tampoco sorprende mucho encontrar en los márgenes de las carreteras animales atropellados con una frecuencia, o al menos esa es la impresión que me da, significativamente superior a la que estaba acostumbrado en España. Al principio avistar ciervos cruzando la carretera hace mucha ilusión, pero a todo acaba acostumbrándose uno, y con el tiempo, debido a lo peligroso que es atropellarlos, acaban siendo por encima de todo una fuente de problemas. Por ese y otros motivos, una de las señales de tráfico que más se ven por estos lares es esta:

deer crossingY en principio, no hace falta decir que se trata de una señal de precaución por animales en libertad, muy parecida a la nuestra: cuadrado amarillo americano en lugar del triángulo de borde rojo típico europeo, pero mostrando un ciervo macho saltando. Sin embargo, siempre que la veía notaba que había algo que no encajaba en el esquemático perfil: concretamente la cornamenta del ciervo no me parecía nada natural, pues parece que está proyectada hacia delante en lugar de hacia atrás. Al principio no le daba mucha importancia, porque las señales no siempre son exactamente iguales y no es raro ver algunas (y seguro que conocéis ejemplos) en los que se nota que el diseño no es el estandarizado (dejando al margen, por supuesto, las señales no oficiales, que no comentaré aquí).

Si os fijáis en la señal europea estándar de animales en libertad, la cornamenta del ciervo, si bien muy esquemática, está proyectada hacia atrás, de una forma mucho más natural y acorde a los ciervos “de verdad”.

ciervos

Aquí algunas imágenes del ciervo europeo occidental, Cervus elaphus, para que se entienda de lo que estamos hablando.

celaphus celaphus2

Acabé dando por hecho que la caprichosa forma de la cornamenta de las señales americanas era un giro disléxico del diseñador de turno que había quedado fosilizado en las señales de tráfico por siempre jamás, hasta que, hace unos meses, pude ver algunos machos de ciervos americanos, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que la forma de los cuernos era muy diferente. Aunque en su nacimiento comenzaban con una proyección trasera, los ejemplares más grandes mostraban cuernos con una torsión muy marcada, de forma que la parte ramificada del cuerno volvía a proyectarse hacia delante:

White-tailed_deer3

White-tailed_deer2 White-tailed_deer

OdocoileusareaEn realidad, los ciervos que vemos por aquí son primos lejanos del ciervo europeo, y ni siquiera se trata de una especie perteneciente al mismo género. Se trata del ciervo de cola blanca (white-tailed deer), Odocoileus virginianus, presente en casi toda Norteamérica, Centroamérica y llegando incluso a Colombia, Perú y Venezuela, ¡ahí es nada! (distribución a la izquierda). En EEUU está ausente en algunos estados del oeste y de las Rocosas, donde es sustituido por su especie hermana, O. hemionus, también de cuernos proyectados hacia delante. Me sorprendió muy gratamente este resultado de mi propio sesgo hacia los ciervos europeos y le di mi visto bueno personal a la señal de tráfico oficial americana: sin duda una buena elección de acuerdo con la fauna local, pues posiblemente el ciervo de cola blanca es el cérvido más común del país… aunque no el único.

De mis viajes por el norte de Nueva Inglaterra me acordé de las señales de tráfico que advertían del peligro de atropello de alces (mucho más grandes y por lo tanto más peligrosos que los ciervos). Sin embargo, aunque el icono es impecable, no se trata de una señal estandarizada “oficial”, ni siquiera en esos estados.

alce

Sin embargo, examinando señales de fauna que sí son oficiales en algunos estados de EEUU sí que encontré un nuevo cérvido digno de mención:

w11-3aazEsta señal es oficial, pero sólo se usa en Arizona y advierte de la presencia en la carretera de “elks”, o ciervos canadienses (Cervus canadensis), este sí, en el mismo género que el ciervo europeo y con los cuernos, igualmente, proyectados hacia atrás. El ciervo canadiense es un bicharraco más grande que el de cola blanca, presente en regiones frías y templadas de Norteamérica y Este de Asia.

800px-Range_map_cervus_canadensis.svg USDA_Elk

Foto y distribución del “elk” (Cervus canadensis)

Curiosamente, en Canadá (donde además de a los elks también tienen caribúes, de gloriosos cuernos proyectados hacia atrás), parecen asimilar el estándar estadounidense del ciervo de cola blanca, con sus cuernecillos girados hacia delante.

Hasta en los detalles más insospechados se puede encontrar un razonable choque cultural transatlántico. Lo importante viene a ser, mayormente, que no los atropelles.

ciervos


Archivado en: Ciencia y naturaleza

Novedades biblio-botánicas adquiridas de forma prácticamente involuntaria (lo juro)

$
0
0


Quizá recordéis un post de hace unos meses en el que conté cómo, en visita rutinaria al herbario del Jardín Botánico de Nueva York, me topé con una liquidación de chuches que tenían repetidas en la biblioteca y llegó a mis manos esto:

Un ejemplar original, sin cortar ni encuadernar, del Icones Muscorum de Sullivant, la obra publicada en 1864 que recopilaba algunas de las especies de musgos norteamericanos más singulares que se estaban descubriendo hasta la fecha en un continente aún salvaje e inexplorado. Aparte de su interés científico-histórico, el Icones incluye 129 grabados en plancha de cobre que supusieron todo un hito en el virtuosismo y detalle con el que se pueden ilustrar los briófitos.

Thelia hirtella, un bonito musgo muy frecuente aquí en Nueva Inglaterra, guapamente ilustrado

Tuve un poco de conflicto por quedarme este libro, puesto que me había prometido no adquirir libros en papel mientras siga siendo un nómada postdoctoral, pero ¿Quién se resiste a algo así? Toda regla debe tener su excepción, y de inmediato el Icones pasó a convertirse en el nuevo niño mimado de mi biblioteca.

Aunque el estado de la obra era estupendo y estaban todas las láminas, me pregunté si debía encargar que me lo cortaran y lo encuadernaran, pero en los comentarios fuisteis muchos los que dijisteis que eso era una barbaridad a estas alturas y que lo mejor era conservarlo en su estado actual. Después de demasiadas semanas por ahí guardado de cualquier manera en un cajón de la oficina, con el cordón rosa ese de la primera foto como única protección, me dije que esto no podía seguir así. Por consejo de Ms. Rottenmeier, busqué una caja para materiales de archivo en Gaylord.com, y acabé decidiéndome por una caja apañada y baratilla (14 dólares) de material no ácido, adecuada para libros antiguos.

20131217_102652 20131217_102710

Esto es otra cosa

Hasta aquí todo normal, y tengo que destacar la ausencia de intención por mi parte de adquirir el susodicho libro, que prácticamente me cayó sin comerlo ni beberlo.

Pero aquello era sólo el principio.

En mi siguiente visita al herbario, un colega que me vio todo emocionado con mi hallazgo anterior me tenía reservada una sorpresa: un ejemplar que le sobraba del Icones Muscorum. Supplement. Se trata de un volumen adicional, con el mismo espíritu, que se publicó diez años después, en 1874. En él se ilustraban más especies de musgos norteamericanos, y a diferencia del anterior, muchos de ellos típicos de California, las Rocosas y el Oeste en general. Este libro tiene una historia curiosa, puesto que aunque el autor que aparece es Sullivant, en realidad fue una obra póstuma (murió en 1873) que en gran medida se debe a Lesquereux, el briólogo de origen suizo del que os he hablado en otras ocasiones, discípulo de Sullivant. Lesquereux, sin embargo, rechazó aparecer como el autor del suplemento, a pesar de la insistencia de Asa Gray (el pope de la botánica norteamericana), circunstancia que éste pone de manifiesto en el prólogo.

Total, que van y me dicen que si lo quiero. ¿Y yo qué iba a hacer? ¿decir que no?

20140109_170646

Que me perdone el Kindle, pero ¿Qué culpa tengo yo de que me lluevan las chuches?

Si bien esta copia está encuadernada, es sólo el texto con las descripciones, faltan los 81 grabados que contiene el suplemento al completo, pero no le iba a hacer ascos.

20140109_170710 20140109_170832

Una nota en el interior aclara que este ejemplar pertenecía al herbario Farlow, de la universidad de Harvard. A la derecha: descripción de Orthotrichum cylindrocarpum, un viejo conocido. Un día, si os apetece, os cuento algunas batallitas taxo-chascarrillo-histórico-moleculares a propósito de este musgo

De nuevo, una oferta difícil de rechazar y mi absoluta inocencia: nunca estuvo en mis intenciones ampliar mi biblioteca en estas circunstancias. Si la cosa hubiese acabado aquí, todavía tendría un pase, pero…

20140109_170127

¡Ay!

Un día, como quien no quiere la cosa, mi jefe me dice que si quiero un “Crum” de los musgos de los Grandes Lagos, que tenía uno de sobra, nuevo y precintado. Es uno de los tratados más utilizados para identificar musgos norteamericanos del centro y noreste del país. Funciona bastante bien en Nueva Inglaterra y no incluye las rarezas tropicales de los Apalaches del sur, que complican un poco la existencia si usas el manual de dos tomos de Crum y Anderson (al que tampoco haría ascos, para qué engañarnos). ¿Qué iba a decirle? ¿Que no?

20140109_170157

Lo siguiente fue el tomo 2 de “Hepáticas y antocerotas de Norteamérica”, de Schuster. Es una obra faraónica de seis tomos, creo que bastante difícil de encontrar sin pagar un riñón. Yo soy poco de hepáticas, pero cuando una postdoc dejó nuestro laboratorio y tenía que desprenderse de algo de equipaje me lo ofreció. Es sólo un tomo suelto pero… ¡¿Qué iba a decirle?! ¡¿Que no?!

20140109_170221

A la buchaca

Y ya por último, aunque parezca un pitorreo, hace dos días al pasar por delante del almacén del departamento, vi que en la mesa donde se ponen trastos viejos a libre disposición del personal que lo desee, había dos libros viejunos de botánica abandonados. El primero era “British Flowering Plants”, de John Hutchinson. Este señor, célebre botánico británico, al parecer se hizo conocido en su día entre otras cosas por proponer una clasificación de las angiospermas (a la que creo que nadie le hizo mucho caso) pero que se explica en este libro y que además tiene láminas en color.

20140109_170025

En serio, no me lo estoy inventando. La gente tira unas cosas…

Por último, también había una clave dicotómica de los géneros de plantas de Venezuela de Henri Pittier. No tengo ninguna excusa especial que justifique haberme quedado con este libro, al menos de forma provisional, pero ya de perdidos al río.

20140109_170046

Y así ha sido como, sin yo poner apenas voluntad por mi parte, me he agenciado con algunos cuantos kilos de libros botánicos. De momento.

Y esa es mi versión de los hechos, señor juez.


Archivado en: Ciencia y naturaleza, Libros

Andarse por las ramas

$
0
0


Es imposible exagerar la relevancia que tienen los bosques en su contribución a las cifras globales de biodiversidad: por su compleja estructura espacial, que abre una infinidad de nichos ecológicos, los bosques son las típicas comunidades “clímax” de los ecosistemas terrestres, y por lo general los enclaves capaces de albergar un mayor número de especies. No se nos escapa tampoco que la quintaesencia de ecosistema hiperdiverso, la pluvisilva tropical, pozo sin fondo de especies nuevas para la ciencia, es un imán para el interés de los biólogos. Quizá estéis familiarizados con uno de los limitantes del estudio de esos bosques, que es precisamente su estratificación en altura. Como ya hace mucho tiempo que dejamos de desplazarnos por las ramas de los árboles, los biólogos que llegan a un bosque tropical tienen acceso sólo al segmento inferior del bosque. ¿Qué pasa con el dosel? La cúpula de ramas, hojas, lianas y epífitas es un mundo aparte, mucho menos accesible, pero con sus comunidades propias de organismos, que piden a gritos ser estudiadas. Siendo conscientes de esta limitación, empezaron a surgir proyectos de investigación enfocados precisamente a recorrer el dosel del bosque tropical, a menudo empleando medios espectaculares y desbordando nuestra emoción exploradora en documentales y reportajes.

canopy5 canopy4

canopy1 canopy2

Arneses, puentes, tirolinas, e incluso globos y grúas forman parte de la parafernalia habitual para acceder al dosel del bosque tropical y su riqueza oculta. ¡No me digáis que no os gustaría subir a una cosa de estas!

Sin embargo, no os voy a hablar de uno de estos proyectos de documental, financiado por una gigantesca organización, sino de una iniciativa con el mismo objetivo, pero interesada en el dosel de un bosque mediterráneo: el del Parque Collserola, en Barcelona. Se trata de una iniciativa, además de muy interesante, especialmente audaz y meritoria por los tiempos oscuros en los que la investigación debe sobrevivir en España.

collserola1Aquí tenéis a Jorge Mederos (@jmedeCCF) haciendo de las suyas en el dosel de Collserola

El interés de estudiar el dosel de un bosque mediterráneo es el mismo que el que se puede tener para una pluvisilva: la gran mayoría de las actividades que los científicos llevan a cabo para entender y explorar la biodiversidad de un bosque se realiza a nivel del suelo. Sabemos con certeza que los estratos superiores del bosque, formados por la cúpula de ramas y hojas, puede ser muy distintos, con una biota especializada, que pese a estar muy cerca de nosotros, resulta más o menos inaccesible por nuestras propias limitaciones. ¿Qué organismos viven en el dosel? ¿Cómo varía la composición de fauna al ascender a los estratos superiores? ¿Qué factores les afectan? Estan son las típica preguntas que estudios de este tipo pueden responder. El método de trabajo no tiene por qué ser muy diferente al que se lleva a cabo a nivel del suelo (sobre todo trampas de distinto tipo en el caso de los entomólogos) pero con la ayuda de los elementos necesarios para verlo todo desde una perspectiva diferente.

008 img_5486-e1317594743213

El elemento principal con el que cuenta el proyecto es una plataforma y una pasarela que recorre el dosel del bosque y desde la que se puede colgar una trampa Malaise, uno de los recursos más usados por los entomólogos para atrapar insectos y que tiene un funcionamiento muy sencillo. ¿Nunca os habéis sorprendido por la cantidad de bichos que entran dentro de una tienda de campaña si os la dejáis abierta más tiempo del debido? Un visionario llamado René Malaise debió pensar que ese era exactamente el mecanismo ideal para cazar insectos voladores, así que pasó a utilizar esta cualidad inesperada de las tiendas para sus objetivos entomológicos: una tienda abierta, con un recipiente colector en una de sus esquinas, que en sus distintas variantes se sigue usando hoy, y que en este caso se puede colgar a la altura deseada.

018Aquí se ve la trampa en sí en la pasarela

Recientemente han instalado además una torre de 15 metros de altura que cuenta con una estación meteorológica que suministrará datos microclimáticos estratificados por alturas a varios proyectos que se realizan en la zona.

007 013

… y además la torre permite unas vistas tremendas por encima del mar de hojas

Como en todo estudio relacionado con el inventario de la biodiversidad en un área, el tiempo de campo sólo es una parte, normalmente reducida, del trabajo que hay que hacer. Para un entomólogo, las muestras obtenidas por una trampa Malaise o por otros métodos suelen llevar muchas horas de identificación minuciosa, ya que permiten capturar muchos insectos a la vez, pero éstos deben separarse e identificarse uno a uno hasta convertirse en especímenes científicos debidamente registrados, en “átomos de información”, por así decirlo, cuya acumulación servirá para encontrar patrones y dar respuestas a las preguntas planteadas.

010  014

El campo es sólo el principio

Es el trabajo de laboratorio el que permite tener un contacto más íntimo con los organismos a estudiar, a conocerlos realmente bien, peleándose con claves dicotómicas y con la variabilidad de las especies. En realidad es una de las partes más fascinantes del trabajo de un biólogo de bota: cuando se puede mirar a la evolución cara a cara y descubrir los detalles extraordinarios de un mundo que por su escala está normalmente oculto a quien carece de la meticulosidad y de la capacidad de observación para apreciarlo (y la sensibilidad para disfrutarlo).

img_3395Y atravesando la jungla en miniatura…

img_3406… nos topamos con ¡un fascinante pseudoescorpión!

He rescatado algunas de las imágenes que Jorge ha ido tomando de algunos dípteros, sí, especialmente bonitos, y la verdad es que me resultan fascinantes. Tomáos un momento para echar un vistazo e imbuiros por un instante en lo que es observar la biodiversidad en sus más diminutos detalles.

anthomyiidae

limonia_wingcompar

009

Durante el transcurso del proyecto, Jorge y cía han aportado muchas citas relevantes, sobre todo de escarabajos:

diaperis_boleti_2Diaperis boleti, un coleóptero citado en Collserola por primera vez. En este caso no se trata de ninguna especie rara, sino más bien reacia a caer en las trampas Malaise. Sin embargo, este tipo de citas creo que deben animarnos: ¡Hay mucho por hacer!

l-substriatusUn caso distinto es el del diminuto y espectacular Longitarsus substriatus, otra de las nuevas citas que el proyecto aporta a la Península Ibérica y que bien podría representar a una de las cientos de miles de especies que están descritas pero de las que no sabemos prácticamente nada

Son sólo un par de ejemplos de resultados del proyecto, sobre los que suelen aparecer actualizaciones en el blog, como artículos publicados o listas de especies, que demuestran los frutos del trabajo y la dedicación. Además, Jorge sube muchas de las fotos al portal Biodiversidad Virtual, donde acaban estando disponibles para todo el que esté interesado.

Hay varias razones por las que desde hacía tiempo quería llamar la atención sobre este proyecto. La primera ya la he dejado caer: hay una inmensidad de cosas que ignoramos, y no hace falta irse a la selva de Borneo para colocarse justo en la frontera del conocimiento humano y adentrarse, aunque sólo sea un poquito, en lo que nadie, nunca ha sabido antes que nosotros (y esa es una sensación asombrosa). Un espacio natural a tiro de piedra de una ciudad como Barcelona tiene un potencial estupendo para conocer mejor lo que es más nuestro: el monte mediterráneo, tan cercano y a la vez tan valioso.

019

La segunda es mi admiración más sincera por todo el trabajo e iniciativa que sus participantes han empleado en hacer esto posible. Soy defensor de que la investigación básica se reconozca como un sinónimo de progreso y civilización en sí mismo, y creo que es necesario y razonable que todos la financiemos en su justa medida con nuestros impuestos, pero en las circunstancias actuales son muchos los investigadores que están recurriendo a campañas de crowdfunding (micromecenazgo si lo preferís) para sacar adelante sus iniciativas; así pasó con el estudio del dosel de Collserola. Aquí tenéis uno de los vídeos que se emplearon en una de estas campañas donde explican además el proyecto (en inglés) y se puede ver cómo lo tienen montado todo.

Como os decía al principio, y con ayuda de la última campaña, la torre es ya una realidad:

Por último, a poca gente he visto tan entregada como a Jorge a hacer partícipe a la sociedad de su trabajo, y cada vez parece más evidente que para que el círculo se complete es necesario que los beneficios de la investigación retroalimenten la fuente de sus recursos. En el caso del proyecto en Collserola, no sólo estamos al tanto de todos los detalles gracias al blog y a la cuenta de Twitter de Jorge (¡ya estáis tardando en seguirlos!), sino que tanto él como la institución donde trabaja facilitan visitas (especialmente a los mecenas interesados) a las alturas del bosque mediterráneo o actividades como los bioblitzCon lo que molan esos saraos!), donde todos, y muy especialmente los niños, pueden empaparse de lo que significa estudiar la biodiversidad (algo que, en la enseñanza de las ciencias naturales, cada vez está más abandonado).

¡Viva y Bravo!
016 img_1866
img_1850 005

¡Esto sí que es acercar la biología a la gente!


Archivado en: Ciencia y naturaleza

¡Biología real ya!

$
0
0

amor_animales

Esto no es biología

Como biólogo incipiente de férrea vocación, en los años de instituto solía forrarme las carpetas con bichos variopintos, supongo que en un arrebato de autoafirmación adolescente. Cuando empecé a ir a la universidad también me apeteció forrarme una carpeta, sin embargo, pensé que autoafirmarse con aspectos biológicos iba a ser bastante absurdo en una carrera de biología y acabé usando viñetas de Forges. Hice bien porque, en efecto, hubiera sido muy poco original. Lo que no me esperaba es lo que llegaría a detestar con el paso de los años las carpetas forradas con animalitos, pues eran el indicador de un tipo de estudiante de biología con el que nunca llegué a hacer buenas migas, aquel al que el sentimiento de empatía con la biota y el impulso abraza-árboles (nihil obstat) le llevaba a olvidar completamente un aspecto fundamental: que la biología es una ciencia, y no un club de amigos de los bebés-foca. Por supuesto, hay pasión en la biología, que uno puede disfrutar de los animales y las plantas como hacen muchos no-biólogos (probablemente disfrutándolos a muchos más niveles que ellos, eso sí), pero como le puede pasar a cualquier persona apasionada con su trabajo. Confundir el interés “estético” o “empático” por los animales con la biología (o lo que es peor, encontrar en ello LA motivación para estudiar la carrera de biología) es, desde mi punto de vista, un error.

29 amor_animal52

Esto no es biología (fuente)

Hay una anécdota concreta que refleja muy bien mi choque con este tipo de protobiólogos, y tuvo lugar en la Sierra de Javalambre (Teruel) durante una excursión de geobotánica en quinto de carrera. Por aquel entonces yo coleccionaba insectos. (Nada serio, pero llevaba conmigo el botecito con éter por si veía algo de interés). En uno de las marchas encontré un Iberodorcadion muy mono (son unos escarabajos cerambícidos que han sufrido procesos de especiación alopátrica en las distintas montañas de la Península Ibérica), y como no tenía ninguno aún, lo cogí y lo metí en el bote, con la mala suerte de que una de mis compañeras (de carpeta forrada con animalitos, aunque no la llevaba en aquel momento), empezó a interrogarme sobre mis intenciones. Cuando, con la normalidad que puede tener un estudiante de quinto con otro, le dije que era para mi colección, la muchacha no daba crédito a la gelidez de mi corazón, y como si de una Erinia se tratase, se dedicó a darme la murga el resto de la tarde por mi crueldad insecticida. De nada servía que yo me justificara diciendo que no era una muerte gratuita, que iba a identificarlo y a montarlo según los estándares entomológicos y que estaría seguro en una caja cerrada, en un lugar seco y a salvo de los derméstidos. Muy al contrario, mis explicaciones sólo incrementaron su ira, y empezó a replicarme con argumentos de categoría como “que si a mí me gustaría que un gigante me atrapase y me metiese en un bote”. Toda esta discusión tuvo lugar junto al resto de nuestros compañeros, que aparte de alguna sonrisilla divertida, no intervinieron ni en un sentido ni en otro (y por lo tanto vaya usted a saber qué estaban pensando de aquel pollo). Lo realmente sorprendente fue ver a esa misma chica arrancar una plantita alpina endémica para pegarla con celofán (sin prensarla ni nada) en su cuaderno de campo.

images (1)

No, esto tampoco es biología

Esta anécdota refleja bastante bien lo que yo entiendo que es un problema en la enseñanza moderna de la biología, al menos a nivel universitario: la desconexión absoluta entre el programa de la materia y la importancia que tiene en el estudio de la biodiversidad las colecciones científicas. Tradicionalmente, en las carreras universitarias de biología, era muy común en los 80 y 90 que a los estudiantes se les pidiese, en botánica, la confección de un herbario, y en entomología, la preparación de una colección de insectos. Intentando no caer en aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, si le preguntáis a alguien que cursara la carrera en aquellos años os puede confirmar que no era para nada una actividad fácil y que los requisitos incluían a veces una cantidad de especímenes superior al centenar y siguiendo ciertos estándares profesionales. La tendencia, creo, fue a la baja (no voy a especular sobre las causas), y en mi caso, ya en el siglo XXI, me pidieron un herbario optativo de 25 pliegos y nada de insectos (mi colección fue por vicio).

cuadro-lilas   10CS2041_a

A la izquierda: placer, estética, pasatiempo, etc. A la derecha: Biología (fuente, fuente)

A mi juicio lo malo no es sólo que el nivel de demanda se haya relajado, sino que entre los estudiantes, como le pasaba a mi compañera de geobotánica y como le ocurría a muchos de mis propios estudiantes de prácticas hace poco, hay una creciente incomprensión sobre lo que supone una colección científica. He visto cosas que no creeríais: colecciones de hojas prensadas que parecían destinadas a un marco de una tienda de decoración, etiquetas escritas en caligrafía digna de “Hello Kitty” pero sin ningún dato sobre el lugar de recolección o plantas prensadas procedentes de la maceta de la abuela. Por algún motivo, una parte significativa de futuros biólogos profesionales no han entendido que un herbario no son unos arreglos florales para pasar el tiempo, sino un elemento fundamental del estudio de la biodiversidad. Lo mismo puede aplicarse a las colecciones entomológicas, que desde el punto de vista científico nada tienen (o deberían tener) que ver con el coleccionismo con ánimo de lucro ni con disponer una bonita composición de mariposas que colgar de la pared. En ese caso además se ve afectado con la lacra sentimentaloide de que, por supuesto, coleccionar insectos implica matarlos primero.

Coleccion-Privada-Mariposas entomo

A la izquierda: coleccionismo, estética, hobby. A la derecha: Biología (fuente, fuente)

No voy a negar que matar plantas y animales salvajes tiene cierta dimensión ética. De hecho las recolecciones profesionales las tienen (o deberían tenerlas) en cuenta: no recolectar más de lo estrictamente necesario, no tomar más que una parte de la población,  matar animales de forma evitando sufrimiento innecesario, permisos adecuados, compromiso de que los especímenes se queden o regresen al país de origen son buenas prácticas a tener en cuenta, así como el sentido ético del recolector a la hora de evaluar el daño que puede causarse (y sobre el que, a menudo, el recolector es la persona más capacitada en un momento y lugar dados). Esto no debe extrañarnos ya que la ciencia se caracteriza por que la ética profesional está controlada en primera y casi última instancia, por la propia responsabilidad del científico: su credibilidad y su “honor” es lo que está en juego por encima de cualquier otra cosa (no es poco). Otro caso aparte, en el que no voy a entrar ahora porque daría para mucho y por motivos similares, es el de usar animales en clases de fisiología o anatomía: diseccionar un ratón, o inyectarle inulina para medir su concentración en la orina y estimar la tasa de filtración del riñón fueron dos prácticas que yo tuve que hacer (por cierto: todos los ratones usados en ellas se llevaban luego a un centro de recuperación de aves rapaces) y ante la que algunos de mis compañeros se declararon “insumisos”. Como digo, este tema merecería un post aparte.

faisan  avescubanas

A la izquierda: taxidermia, caza, coleccionismo. A la derecha: Biología (fuente, fuente)

Sin embargo, la existencia de una dimensión ética en matar organismos con fines científicos no altera el hecho indisputable de que es esencial hacerlo si queremos que esa ciencia exista y avance, y si queremos enseñarla. Quizá otro día (hoy quedaría esto muy largo) dedique un post en exclusiva a justificar la importancia inmensa e insustituible de las colecciones científicas para el avance pasado, presente y futuro de la biología, de estudios de sistemática, evolución, paleontología, ecología, corología, etc; para establecer su clasificación, para descubrir especies nuevas, para encontrar pruebas del cambio climático, para desarrollar modelos predictivos de distribución de especies, para el desarrollo de colecciones de ADN y un larguísimo etcétera. Pero nada, nunca, jamás de los jamases, es capaz de sustituir a un espécimen real. El espécimen depositado en una colección es la prueba palpable, la única, de una determinada observación, y la ciencia necesita pruebas.

Una de las consecuencias de la actitud sentimentaloide de los estudiantes, especialmente en lo referente a los insectos, conduce a pensar que moralmente deben resistirse a “el poder establecido” y enarbolan con orgullo esta rebeldía absurda de quien no ha entendido realmente por qué debe hacer una determinada actividad. De la misma manera que el que estudia medicina deberá diseccionar cadáveres (que fueron personas en su día, cosa que a mí, personalmente, me costaría hacer) y lo llevará mejor o peor, me parece cuando menos razonable que aspirantes a biólogos aprendan técnicas profesionales, que muchos botánicos o zoólogos usamos a diario. Al igual que en genética se te debe enseñar a hacer una PCR, el aprendizaje de asignaturas de botánica y zoología debería también capacitar al estudiante con conocimientos prácticos profesionales (de forma planificada y siguiendo unas normas éticas básicas, claro que sí), y si no lo hace éste debería sentir que se le está negando una parte de su formación, que se está tratando a una parte de la biología de forma discriminatoria. Quien considere que matar un puñado de insectos y arrancar unas plantas es algo indigno de un biólogo es que no ha entendido lo que es la biología, y, como decía, me inclinaría a pensar que que ha escogido esa carrera por motivos equivocados.

Me he encontrado con algunos estudiantes que piensan que la fotografía es un buen sustituto de una colección. No lo es. Como he dicho antes, nada sustituye al espécimen real: la fotografía de la naturaleza es una actividad fascinante (que, a la vista está, yo también practico y defiendo con entusiasmo), pero con un propósito diferente y que enseña otro tipo de cosas. Términos como “herbario virtual” son en realidad aberraciones si lo que se pretende es llamar “herbario” a un álbum de fotos de flores identificadas.  La fotografía es, como mucho, un complemento a realizar una colección, pero de ningún modo un sustituto. ¿De qué sirve una foto de un escarabajo si sólo se puede identificar observando la genitalia? ¿En qué contribuye una foto a un estudio filogenético en el que se extrae ADN de pliegos de herbario? ¿Y en un estudio sobre endoparásitos? Tenedlo claro: nada sustituye a una colección real; estas cosas no se enseñan por capricho, para tener al estudiante entretenido y para que aprenda los colores del otoño: son técnicas reales que usan a diario biólogos de verdad.

EntCollnfrmd2

Una muestra de la colección de entomología del Smithsonian, que cuenta con 35 millones de especímenes y más de 100.000 holótipos. Esto sí es biología

Corremos el riesgo de que la enseñanza universitaria de la biología cada vez esté más descafeinada, más separada de los organismos reales. Las prácticas de laboratorio quedan reducidas a un exposición de muestras añejas a las que los estudiantes toman fotos con el móvil, tocándolas lo menos posible, con la ilusión de que esas fotos sustituyen a un examen a fondo del material. Las prácticas de campo cada vez reciben menos tiempo en los planes docentes, y estoy seguro de que muchos estudiantes no entienden su importancia. El propio perfil del estudiante de biología parece cada vez más alejado de la dimensión “de bota” de esta ciencia frente a la asepsia y comodidad de la “de bata”, quizá debido a que, como se viene denunciando últimamente, también en los institutos los contenidos de biología de los organismos se están arrinconando. Evidentemente, la situación de estado de emergencia de la educación pública en su conjunto no contribuye a mejorar el panorama. La aplicación del Plan Bolonia, con todas sus carencias, incluía un énfasis expreso en huir de la clase magistral como única forma de enseñanza, y en el caso de las carreras de biología eso tenía una potencialidad muy grande en parte desaprovechado. De hecho me consta que muchas facultades han recuperado precisamente los herbarios como actividad evaluable (bien), pero por lo general, y debido a que no hay dinero ni para pipas, el campo sigue siendo anecdótico, al contrario que los reparos de protobiólogos “de pelo en pecho” por clavar mariposas con un alfiler.

Queridos estudiantes de biología: si de verdad queréis ser revolucionarios, si de verdad queréis ir contra el poder establecido, contra la inercia de los tiempos y el conformismo, si de verdad os apasionan los animales y las plantas, su estudio y su conocimiento, el mayor acto subversivo que podríais hacer es exigir que vuestra formación sea completa aprendiendo un abanico amplio de técnicas y actividades reales que usan biólogos reales en sus (¡ay!) trabajos reales a lo largo y ancho del mundo y de los siglos. Basta de limitarse a la biología virtual, a fotos en una pantalla, en un libro, en el móvil, en un powerpoint, en el forro de la carpeta. Exigid que se os enseñe lo que os falta, exigid mancharos de barro, pasar la noche en vela poniendo trampas, aprender a usar una prensa, a matar insectos con éter, a clavarlos correctamente y dejáos de bebés foca en las carpetas; exigid biología real.


Archivado en: Ciencia y naturaleza

Living in America: urbanismo

$
0
0


Del choque cultural transatlántico quedaba por contar qué otro aspecto de la vida en EE.UU. me recuerda a un videojuego, y después de Los Sims tocaba hablar del SimCity. Que los estadounidenses dependen del coche muchísimo no es ninguna novedad, pero diría que las diferencias en el modo de entender el pueblo o ciudad y la dependencia del coche es lo que menos me gusta de este país, una de esas diferencias de concepto a la que mejor no darle muchas vueltas porque no vas a llegar a entenderla.

Mi mención al SimCity se explica de una forma curiosa. No sé si conocéis esa saga de videojuegos de gestión en los que eres el alcalde de una ciudad y vas construyéndola, ampliándola y solucionando los problemillas que pueda haber, desde terremotos a una invasión extraterrestre. Lo que hace un alcalde todos los días, vaya. A mí me gustaba mucho cuando tenía tiempo para esas cosas, y aunque viví la primera versión, las que más jugué fueron la de simcity2000 y 3000. En ellas calificas los terrenos de acuerdo a tres tipos de zonas distintas (residencial, comercial e industrial), las conectas con carreteras y vas añadiendo servicios, como escuelas y hospitales, y si tienes un día Fabra, puedes poner un aeropuerto internacional en tu aldea, sólo por hacer la gracia.

simcity

Gran juego

Una de las primeras cosas que intenté hacer era reproducir la localidad donde vivía en aquel entonces (Coslada, una ciudad dormitorio cercana a Madrid), y mis reproducciones siempre resultaron bastante mediocres. Intentaba reconstruir mi barrio, con sus bloques de pisos, pero en el juego la tendencia era siempre a colocar casas unifamiliares, que para mí eran sinónimo de residencias de lujo (algo que en mi barrio no había), y sólo conseguía algo parecido a un bloque si ponía zonas residenciales de muy alta densidad, que resultaban en unos edificios horribles y monstruosos que no venían a cuento, si no querías construir un “Manhattan”. Otro problema eran las carreteras. ¡Sólo había carreteras! ¿Cómo poner las plazoletas, bulevares, etc que tenía mi barrio? ¡No había manera! Además, entendía eso de que las fábricas estuviesen lejos, pero, ¿Qué sentido tenían las zonas comerciales segregadas? En mi barrio si querías comprar algo te ibas a las tiendas que estaban en los propios bajos de los bloques de pisos, todo estaba junto, no existía esa distinción residencial-comercial. El manual de instrucciones (sí, tuve el SimCity2000 original) decía que la idea era poner zonas comerciales en el centro, pero yo pensaba que incluso en el centro de Madrid la gente también vivía ahí, no sólo compraba. En fin, que nunca conseguí hacer una versión pasable de Coslada, y aunque disfruté mucho del juego (cumpliendo algunas hazañas tales como crear y mantener una ciudad de 500.000 habitantes en la que toda la energía procedía de fuentes renovables y toda la basura se reciclaba), siempre pensé que no poder reconstruir mi entorno se debía a que la simulación era muy básica y no daba para más.

¡Qué equivocado estaba!

Viviendo en Estados Unidos me he acordado a menudo del SimCity en un sentido muy positivo: ¡los diseñadores, lo clavaron! Con SimCity3000 podría levantar ahora mismo una réplica exacta de mi pueblo actual, sin echar nada en falta. La simulación era básicamente bastante buena, la diferencia, obviamente, es que se inspiraba en el urbanismo estadounidense. Algunos productos de aquella simulación, como tiendecitas aisladas en mitad de la nada, carreteras como única vía de comunicación o zonas de negocios donde no vive nadie han resultado ser el fiel reflejo de la realidad urbanística de todo un país.

Efectivamente, aquí la mayoría de la gente vive en viviendas unifamiliares (aunque las muy grandes pueden estar divididas en apartamentos), suelen ser de madera, por lo que tienen que estar siempre a vueltas con los incendios (Alfie dice que nadie les contó el cuento de Los tres cerditos), y los detectores de humo vienen a ser como el fetiche indispensable y sagrado de cada vivienda (el casero te puede crujir si no lo tienes en condiciones y con su pila bien cargada), a menudo incompatible con cocinar, aunque poco importa porque ellos son poco de cocinar de todas formas. Este tipo de vivienda es independiente de tu nivel de vida. Quiero decir: claro que hay muchos tipos de casas dependiendo del lujo que te puedas permitir, pero vivir en una casa unifamiliar con jardín, al contrario que en mi tierra, no es sinónimo de tener el dinero por castigo, y puede haberlas bastante cutres. A la inversa, muchos de ellos deben creerse que en Europa somos todos pobres porque vivimos mayormente en colmenas. Como la densidad residencial es tan baja, las extensiones son inmensas. En los alrededores de las grandes ciudades hay superficies interminables de casas y más casas, con su jardín y su chimenea, muy bonitas de ver, pero, desde mi punto de vista, desagradables de habitar “de puertas para afuera”: en el momento en el que sales de casa estás, irónicamente, aislado. Puede que a nivel de papeleo residas en el municipio “X”, pero a efectos prácticos estás a tomar por culo de cualquier sitio, excepto de la casa de tus vecinos inmediatos: toda actividad que no sea sacar al perro necesitará de una excursión en coche: comprar el pan, ir a la lavandería, tomarse una cerveza, pasear por algún sitio interesante, hacer cualquier deporte que no sea correr, etc. Sí, la gasolina es más barata que en Europa, pero ¿De qué sirve si las distancias y los desplazamientos son mayores y más frecuentes?

simcity2

El centro histórico

El día típico para un estadounidense puede transcurrir casi sin caminar: el coche te lleva, el coche te trae, hay aparcamientos inmensos en todas partes y en muchos locales te ponen un “drive-thru” para que ni siquiera tengas que bajarte. Lo conocía de oídas en restaurantes de comida rápida, pero flipé al verlo en bancos. Como en el coche acaban pasando muchísimas horas del día, terminan siendo una extensión del propio “yo”, como una segunda casa, y por eso y por la abundancia de espacio para aparcar pueden ser absurdamente grandes (todoterrenos a tutiplén), además de contar con todo tipo de accesorios como posavasos y bandejitas para alcanzar el confort que deseas en el sillón de tu casa. Por la propia naturaleza expansiva de su urbanismo, y ya totalmente rendidos al uso de las cuatro ruedas, las distancias y tiempos de desplazamiento son increíbles. Conozco varias personas que viven incluso en Massachusetts, a más de una hora por trayecto en autopista (sin atascos), y que vienen al campus a diario. Lo acojonante es que no se han ido a vivir, yo qué sé, a Boston o a un sitio bonito, sino a una ciudad más, de extensiones interminables de casas en mitad de la nada. O más que en mitad de la nada, en lugares a los que es difícil encontrar ningún encanto por lo similares que parecen todos entre sí. El año pasado, visitando Durham (Carolina del Norte), un autóctono me enseñó un poco la ciudad… desde el coche, obviamente: “ese restaurante es bueno, en ese sitio se come bien, este es un buen lugar para tomarse un café”, y así todo. No es que me parezca mal, pero se hace raro que para enseñarte un lugar haya que recurrir a comercios que serán buenos, pero que podrían estar en cualquier parte, como si esa fuera la única seña de identidad. ¡Comercios! Esa es otra…

Las tiendas te las encuentras en los lugares más insospechados. De repente, en una carretera comarcal hay una chocolatería, ahí, en mitad de la nada. La primera duda que se te cruza es qué éxito puede tener un local así, con un producto tan específico, dejado de la mano de Dios. ¿Confían en que el señor automovilista diga, “¡coño, cómo me apetece una caja de bombones, a ver si veo una chocolatería abierta!”? Pues lo cierto es que sí, o casi. Como todos los comercios están, de todas formas, lejos de la residencia, al final siempre que quieras algo vas a tener que ir a buscarlo en coche. La alternativa a la dispersión extrema del pequeño comercio son las “plazas”. Al oír esto uno se puede hacer falsas ilusiones: no son plazas de verdad, sino un enorme aparcamiento rodeado de tiendas, innacesible excepto en coche. Morti los llama “guarromanes” (en honor a las estaciones de servicio donde paran los autobuses de línea en ciudades “de tránsito”, como Guarromán), y creo que es una denominación muy acertada, con perdón de Guarromán downtown, que seguro que le da mil vueltas a cualquier pueblo de Nueva Inglaterra.

chocolateria

La chocolatería en mitad de la nada

No sé cuál es exactamente el origen de esta forma, expansiva y descontrolada, de ocupar el terreno, aunque supongo que el hecho de llegar a un “Nuevo Mundo” sin demasiadas restricciones históricas de las propiedades de la tierra tiene mucho que ver. Sin embargo, eso no puede explicarlo todo. Quizá en zonas más al oeste no haya otra razón (recuerdo este verano cruzando el Valle Central de California: los pueblos de Nueva Inglaterra son maravillosos en comparación con la tristeza clónica y desalmada de esta zona del mundo, absolutamente simcitesca). Eso allá, pero no por nada los estados del este fueron los primeros del país en colonizarse y las poblaciones eran en principio más europeas. En Nueva Inglaterra muchos pueblos antiguos sí tienen centro histórico. Willimantic, donde vivo, fue un bullicioso centro de negocios ligado a la industria textil como atestiguan unos bonitos molinos industriales de piedra junto al río (hoy en día son lofts, tan bonitos como caros, una de las pocas excepciones a la residencia unifamiliar en el pueblo). Las fotos de finales del siglo XIX muestran una calle principal ajetreada, la estación de tren siempre llena, y una colina llena de espectaculares casas victorianas. El pueblo entró en decadencia cuando la industria se trasladó a los estados del sur (más tarde a Asia). Los molinos se abandonaron, el tren dejó de parar, la calle principal perdió su ajetreo… la historia de siempre, potenciada con un problema serio con la heroína hasta finales del siglo XX. Es una pena. Aún hoy ves la calle principal y le ves mucho potencial, un lugar agradable por el que pasear, pero que rara vez se aprovecha. Quizá conscientes de este problema hay una iniciativa comunitaria para revitalizar el centro y promover el comercio local, aunque no parece tener mucho éxito, creo que porque se intenta forzar a la gente a hacer algo que en el fondo no le gusta. Para mí, sin embargo, la elección de este pueblo como residencia, determinada por ser el único que tiene autobús al campus y por poder tener la libertad de ir andando a tomar una cerveza o a hacer la compra, estaba clara: es lo más parecido que hay a mi concepto de “pueblo”, y aunque estamos pensando en mudarnos a un apartamento más grande, seguramente nos quedaremos en Willi.

willi1  willi2

La calle principal, a principios de siglo (¡con tranvía!) y hoy

station

Hoy la estación no admite viajeros

El abandono del centro histórico no ha sido algo sólo de pueblos. Hartford, la capital de Connecticut, es una de las ciudades más antiguas de Estados Unidos (siglo XVII). Por fuerza debería tener algo de interés, pero ¡no! el centro, desierto excepto en horas de oficina, consta sólo de algunos mini-rascacielos (paradójico, pero real) de compañías de seguros y es el escenario ideal para rodar una película apocalíptica un domingo al mediodía. Una vez más, el SimCity lo clava. No siempre fue así: antes del coche era también una ciudad activa y bulliciosa, pero el desarrollismo hizo pasar varias autopistas interestatales por el puñetero centro haciéndolo inhabitable. El propio centro de Boston sufrió una mutilación tremenda a consecuencia de una autopista que sólo recientemente han soterrado como han podido, a lo Gallardón. Algunos amigos me han hablado de un término, (white flight, el vuelo blanco, o el vuelo de los blancos) que hace referencia al momento, supongo que cercano a cuando las autopistas destruyeron las ciudades, en el que la población blanca y pudiente abrazó de forma voluntaria el coche como modo de vida y se mudaron a las afueras, a esas extensiones interminables de casas irónicamente aisladas. Sobra decir que la segregación económica y racial de facto que tuvo lugar no ayudó precisamente a revitalizar el centro urbano.

hartford1

hartford3

Vista aérea de Hartford en 1877 (cuando se conservaba el centro) y actual, tras la construcción de las interestatales y el abandono

Centro histórico de Hartford, una de las ciudades más antiguas de EEUU, un domingo al mediodía

Hay excepciones, claro. Existen ciudades estadounidenses que son habitables, caminables y donde puedes vivir sin coche: Nueva York, Boston, Chicago y San Francisco de las que yo conozco, Nueva Orleans en cierta medida, y me han hablado muy bien de Portland, pero son excepciones. También he estado en pueblos en los que viviría (Northampton, Massachusetts, si alguna vez os pilla de paso), pero como digo, excepciones. No parece haber mucha demanda por recuperar pueblos y ciudades habitables, caminables, etc. La gente en general parece contenta con esta forma de entender la ciudad y por ir en coche a todas partes.

De esto podríamos hablar mucho, sobre todo en términos de sostenibilidad, habitabilidad y alternativas, pero yo ya he dado la chapa bastante, así que mejor os lo dejo para los comentarios a ver qué os parece todo esto.


Archivado en: Cosas que pasan

La naturaleza de Cuba contada para europeos (1/3): Introducción. La costa

$
0
0

Introducción

OLYMPUS DIGITAL CAMERAVistas de la pluvisilva montana del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, en la provincia de Guantánamo

Esta es una espinita que tengo clavada desde hace años. Visité Cuba en 2007, y a raíz de dicha visita escribí algunas entradas, como esta, esta y esta, pero como aún era joven e inexperto naturalista bloguero, nunca hice una serie monográfica dedicada a la biodiversidad cubana, algo ciertamente lamentable por ser mi primera y de momento única incursión en el Neotrópico. Ahora me propongo resarcirme de ello con la serie que la isla merece, aunque en versión reducida (sólo tres partes), en primer lugar porque el material fotográfico del que dispongo es menor que en viajes que hice después (Cuba supuso el estreno de mi querida Olympus SP550, cuyo uso aún no dominaba), además porque no tengo conmigo el cuaderno de campo ni la abundante bibliografía que me agencié en aquel viaje (muchas de las fotos estarán sin identificar), y en tercer lugar porque me da la sensación de que cuando estas entradas son demasiado largas, aunque tengan muchas fotos, no se las lee ni el Che Guevara. Por tanto, si ya de por sí estas series son sólo una muestra sesgada hacia mi propia experiencia, en esta ocasión lo serán más aún dependiendo de mis recuerdos y mis fotos. Empezamos.

mapacuba1

Cuba es una isla de algo más de 1200 km de longitud situada entre los 20º y 23º de latitud norte y 74º y 85º de longitud oeste. Se trata de la más grande de las llamadas Antillas Mayores. Incuyendo la Isla de la Juventud y los innumerables cayos de su costa abarca 110.860 km2. Como se puede ver en el mapilla de arriba (donde he añadido algunos topónimos que vendrán a cuento durante esta serie de posts), es una isla notablemente llana en la que sólo raramente se aprecian algunas formaciones montañosas que superen los 1000 metros de altitud. La cota máxima es el pico Turquino (1974 m), en Sierra Maestra, aunque también hay que mencionar las montañas orientales cercanas a la ciudad de Baracoa, o la solitaria Sierra del Escambray en el centro del país.

Casi toda la isla está sometida a un clima lluvioso tropical con una estación seca al año, aunque la interacción de los frentes con las zonas montañosas hacen que las laderas que estén a sotavento, especialmente en el este, sean por lo general más húmedas y con una estación seca reducida, y que al mismo tiempo las zonas en la sombra de lluvias proyectada por estos relieves, sean más secas. Su ubicación entre las aguas del mar Caribe y el Golfo de México hace que sea frecuentemente atravesada por los huracanes del Atlántico norte, quizá la perturbación ecológica más habitual de la región. La antigüedad de la colonización española y la ausencia de grandes montañas hace que gran parte de la isla haya sido drásticamente roturada.

Cuba es una isla relativamente joven, que estuvo sumergida bajo las aguas hasta hace sólo 40 millones de años. En el Eoceno fue cuando se formó una península con forma alargada que partiendo de lo que actualmente es Venezuela, recorría todo el arco de las Antillas hasta acabar en Cuba. Los periodos posteriores vieron cambios en el nivel del mar y continuas fragmentaciones y fusiones de las islas antillanas, que en un momento dado acabaron adquiriendo su número y disposición moderna. La flora y la fauna de Cuba tiene, lógicamente, un predominio del elemento neotropical y características típicas de las islas (relativa pobreza en especies pero alta endemicidad), sin embargo, su proximidad con Norteamérica la ha enriquecido también con especies neárticas, especialmente en lo que se refiere a las aves.

La costa

Cabezo coralino con gorgonias y esponjasUna de las cosas que puede hacer un bloj con ocho años de historia es postear esta foto como si fuese una novedad con la esperanza de que ninguno de vosotros se acuerde de ella

La costa cubana tiene dos ecosistemas muy atractivos para el naturalista: los arrecifes de coral y los manglares. Las fotos y observaciones que os traigo corresponden sobre todo a los manglares de Cayo Jutías y Cayo Levisa (en la costa norte de la provincia de Pinar del Río) y a los arrecifes de esa misma costa y la de Bahía de Cochinos, junto a la Península de Zapata (Matanzas).

mapacuba2 mapacuba3

Dos mapillas para ubicarnos

De los arrecifes de coral cubanos sí que hablé con cierto detenimiento aquí, así que no me entretendré mucho. Los arrecifes caribeños llevan aislados de los indopacíficos desde la formación del istmo de Panamá, así que comparativamente son más pobres en especies que, por ejemplo, los del Mar Rojo, pero por supuesto tienen mucho interés. En los cayos del norte se observan arrecifes de cresta, es decir, que frente a la costa se extiende una llanura arrecifal arenosa de aguas tranquilas (poblada con la fanerógama marina Thalassia testudinum) y el arrecife surge cierta distancia mar adentro. La poca profundidad en la zona de cresta hace de estos arrecifes el lugar ideal para inmersiones en apnea. Como el oleaje es intenso aquí, los corales son macizos y resistentes (como los corales-cerebro del género Diploria) o bien son sustituidos por otros cnidarios flexibles como los abanicos de Venus (Gorgonia ventalina).

Buceando en Cayo Levisa

Cresta del arrecife en Cayo Levisa

Coral "cerebro", posiblemente del género Diplora (?) Gorgonias

Diploria sp. y Gorgonia ventalina

En otras zonas de la isla, como es el caso de Bahía de Cochinos, no hay laguna arrecifal y el fondo sigue una pendiente suave hasta un brusco risco submarino conocido como el “veril”. Este tipo de arrecife (izquierda) está más resguardado del oleaje conforme aumentamos en profundidad y se pueden encontrar, además de formaciones de coral espectaculares (Acropora palmata entre otros), esponjas enormes (como las llamativas Aplysina fistularis) y otros invertebrados sésiles como los corales de fuego (género Millepora) o los apreciados corales negros del género Antipathes (ninguno de estos últimos son verdaderos corales pese a sus nombres). Aquí tuvimos la oportunidad de hacer varias inmersiones con botella, hasta una profundidad de unos 20 metros.

Corales y esponja (Aplysina fistularis)
Esa Aplysina fistularis podría medir un metro de longitud

De entre los peces más frecuentes del Caribe hay que citar de forma obligada a los “sargentos” (Abudefduf saxatilis) y a los pargos de cola amarilla (Ocyurus chrysurus). También hay representantes de otros teleósteos típicamente coralinos como los peces mariposa y los peces cirujano.

Arrecife de coral en Bahía de Cochinos Alimentando a los "sargentos" (Abudefduf saxatilis)

Pargos de cola amarilla y un cardúmen de sargentos alimentados por Félix, nuestro experimentado guía local

Pez mariposa de cuatro ojos (Chaetodon capistratus) Pez cirujano pardo (Acanthurus bahianus)

Pez mariposa de cuatro ojos (Chaetodon capistratus) y pez cirujano pardo (Acanthurus bahianus)

En la costa de Bahía de Cochinos encontramos además unos lugares muy interesantes: los llamados cenotes. Son una especie de pozas conectadas de forma subterránea con el mar. Los primeros cuatro metros son de agua dulce y fresca, mientras que si te sumerges un poco más, das con una haloclina al entrar en contacto con el agua marina del Caribe, más cálida y salina. El efecto visual era muy interesante (lástima no disponer de vídeos o fotos), así como la mezcla de fauna, ya que por debajo de la haloclina se podían ver peces de arrecife, y por encima no.

Pero vale ya de reciclar materiales y pasemos a contenido inédito en el bloj. La visita a los cayos cubanos supuso además mi primer contacto con los manglares, un ecosistema único.

Manglar de Cayo Levisa

¡Mi primer manglar chispas!

Playa de Cayo Levisa, Pinar del Río
Paradisíaco, excepto si te quedas después del atardecer, cuando se convierte en el reino de los mosquitos

Básicamente un manglar es un bosque que crece justo en la orilla del mar, y a veces inundado por el nivel del mismo, es decir, un bosque de agua salada. Esto puede parecer un detalle menor, pero no lo es. Hay dos desafíos titánicos que una planta debe superar si quiere vivir en agua marina encharcada. El primero, y más notable, es fisiológico: la diferencia osmótica entre los tejidos de un árbol “normal” y el agua marina sería tan brutal que supondría la muerte del árbol de forma casi inmediata por deshidratación. Sólo un escogido puñado de árboles en todo el mundo (llamados colectivamente “mangles”) puede vivir aquí y son capaces de conseguir un potencial hídrico en sus células tan brutalmente bajo que pueden, en efecto, bombear agua dulce desde el mar al interior de sus raíces gracias a diferentes adaptaciones de bombeo de iones y ultrafiltración. El segundo desafío también tiene que ver con las raíces: debido a las mareas, los tejidos sumerjidos necesitan acceso a la superficie para respirar, así que son frecuentes los pneumatóforos (una suerte de respiraderos) y las raíces zancudas que dan estabilidad a estos árboles.
Son estas raíces las que confieren el aspecto inconfundible a muchos manglares.

Mangles en Cayo Jutías, Pinar del RíoÁrboles creciendo en agua marina. Un desafío fisiológico

Lo realmente fascinante de los mangles es que evolutivamente no forman un grupo natural (no están, todos ellos, estrechamente emparentados), es decir, que adquirieron sus adaptaciones fisiológicas de forma independiente. Los propios manglares son ecosistemas extraños en el sentido de que no están asociados a una parte del mundo concreta, sino que aparecen, aquí y allá en multitud de zonas costeras tropicales del mundo, cada continente con una composición arbórea propia.

World_map_mangrove_distributionDistribución de los manglares en el mundo

Como son muy pocos los árboles capaces de vivir en estas condiciones, los manglares tienen una flora vascular muy uniforme, que en el caso de los cubanos se limitaba a tres especies, pero su importancia ecológica es inmensa, ya que presentan una altísima productividad (convierten mucha energía solar en biomasa) y muchas especes marinas de invertebrados y peces encuentran aquí alimento y refugio.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Raíces de mangles y pneumatóforos

De las tres especies de mangles cubanos, dos de ellos pertenecen a la familia de las combretáceas: el mangle blanco y el mangle botón.

Mangle blanco (Laguncularia racemosa) Mangle botón (Conocarpus erectus)

Mangle blanco (Laguncularia racemosa) y mangle botón (Conocarpus erectus)

La tercera especie es el llamado mangle rojo (Rhizophora mangle), una rizoforácea. Esta especie es muy conocida por su viviparismo. El embrión de la semilla germina en el propio fruto antes incluso de que éste se desprenda del árbol. Es habitual ver los frutillos de mangle rojo mostrando una pesada e hipertrofiada raíz que actúa a modo de plomo para que cuando el fruto caiga, la pántula se fije más eficazmente al suelo lodoso del manglar, incluso si la marea está alta.

Mangle rojo (Rhizophora mangle), flores Mangle rojo (Rhizophora mangle), frutos

Mangle rojo (Rhizophora mangle). A la derecha se ven las raíces germinando desde el propio fruto, antes de caer. Su forma ayudará a que se claven al suelo

OLYMPUS DIGITAL CAMERANo me canso de verlos

Si hablamos de manglares es obligado hablar de unos de sus habitantes más célebres al menos en los documentales: los cangrejos violinistas, y efectivamente, allí estaban.

Cangrejo violinista (Uca sp.)

Cangrejo violinista (Uca sp.)

Y para no dejar huérfana a la fauna vertebrada terrestre añadiré a la cuota reptiliana: en las playas y ciudades costeras es muy habitual ver al llamado perrito de costa (Leiocephalus carinatus), endemismo caribeño, asomándose curioso entre las piedras teniendo siempre controlados nuestros movimientos. Con la mirada atenta de estos iguanoideos nos despedimos de momento.

Perrito de costa (Leiocephalus carinatus)

———
La naturaleza de Cuba contada para europeos
1. Introducción. La costa


Archivado en: Ciencia y naturaleza
Viewing all 204 articles
Browse latest View live