El patriotismo es la virtud de los depravados
Oscar Wilde
Y de repente, un día llegó el verano. Calor, humedad, amanecer a las cinco de la mañana, barbacoas, tag sales por todas partes y la furgoneta de los helados. Una compañera de laboratorio que se iba a trasladar a California me comentaba que la idea no le hacía mucha gracia porque iba a echar de menos vivir en un lugar donde “hubiese estaciones”. Al principio me pareció un comentario sin pies ni cabeza (“jamía, que te vas a un clima mediterráneo, ¡qué más puedes pedir!“), pero ahora que ya he vivido las cuatro estaciones doy fe de que los cambios en el paisaje son espectaculares, como si los pintara un niño; nada que ver con mi, por otra parte añorada, meseta carpetovetónica. Los bosques se muestran exhuberantes, irreconocibles. El mismo sendero que hace unos meses ya te resultaba familiar, ahora está casi siendo devorado por el verdor, se ven colibríes durante el día y luciérnagas por la noche.
Pero me estoy desviando. La cosa es que sin comerlo ni beberlo nos hemos plantado en el 4th of July, día de la independencia. El planazo que teníamos para hoy era disfrutar del desfile que recorre la calle principal de Willimantic. No sabía muy bien qué esperarme, pero uno ya le va pillando el truco a esta gente y ha merecido la pena, no tanto por el contenido del desfile en sí, sino por ser testigo del mismo y registrar en mi cuaderno de bitácora las curiosidades del evento.
En resumen: el desfile ha durado una hora escasa, y por la calle principal iban pasando vehículos y viandantes de lo más variopinto:
Cuerpos y fuerzas de seguridad del estado
Representantes del rico y diverso sector agroganadero de la quiet corner de Connecticut
Centros educativos locales varios
Todo aquel que tenga un coche antiguo y le quiera dar un paseo
y, en fin, frikis de todo tipo
Una vez más, ser testigo de un acontecimiento propio del folklore local siempre me recuerda a los Simpson y a la maestría con la que retratan incluso los detalles más particulares de la microsociología. Para empezar, la gente se lleva su sillita a la calle principal. Ahí, con toda la solanera, muy dignos ellos, se colocan en primera fila a disfrutar del acontecimiento. Las indumentarias patrióticas puntúan doble, desde llevar los colores nacionales a unos fastuosos calcetines con barras y estrellas. El desfile en sí mismo no tiene mucho que ver con la independencia que consiguieron de los británicos, y ni siquiera con el patriotismo. Es más bien un acontecimiento social con mucho regustillo local. Los comercios y asociaciones participan, aunque sea con un par de personas, para publicitar y darse a conocer. En una región con una densidad de población tan relativamente baja, donde todos los desplazamientos se hacen en coche, quizá sea una actividad necesaria porque las ocasiones de interacción entre personas, de conocer lugares nuevos y de hacer proselitismo no son tan frecuentes en un lugar en el que la gente no “pasea” por las calles y donde el downtown está normalmente desierto.
Apicultores del lugar, repartiendo caramelos
Willimantic es un pueblo no especialmente pequeño (17.000 almas o así), pero es el más grande en muchas millas a la redonda. De hecho me resulta muy confuso orientarme cuando “viajo” por la comarca, porque los núcleos urbanos no son tales, sino casas dispersas por aquí y por allá, casi a modo de aldeas gallegas, los cruces de caminos y referencias son todos muy parecidos en la inmensidad del bosque y lleva su tiempo aprenderse el camino que lleva a casa de fulano. Quizá por eso este desfile aglutina también negocios y asociaciones de los alrededores, acontecimientos que no te debes perder (¡una feria medieval!) y cosas por el estilo.
Pero por otra parte, sí que hay un candor patriota bienintencionado e ingenuo que era en el fondo lo que me esperaba. Ya sea un remolque de granjeros o los bomberos voluntarios, de repente alguien se arranca con un “U-S-A” a voz en grito, o la gente aplaude arrebatada a un grupo de orgullosos inmigrantes que lleva un cartel que reza “A nation of inmigrants” o “Prospective citizen“. Criaturicas.
El buenrrollismo es onmipresente. De ninguna otra manera sería posible que justo después de un grupo religioso de jarepéich pasase una asociación local de ateos.
Para compensar, otros nos regalaron estas cosas tan molonas
Pues lo dicho, que pese a ser una cosa modesta y local, me ha hecho gracia asistir. Muy cándido y muy patriota todo. Quiero aprovechar la ocasión para colgar la que para mí siempre será la versión más esperpéntica del himno nacional, obscenamente oscilante entre la audacia y la burla: la que sale en Southland Tales:
Y antes de cerrar con el resto de las fotos del día, una anécdota que me ocurrió hace unos meses y que quizá no os haga mucha gracia. Íbamos un amigo local y yo paseando por Boston y al toparnos con una estatua de bronce va y me dice, “Mira, ese es Samuel Adams“, a lo que yo, casi sin pensar, le respondo espontáneamente muy emocionado, y poniendo en evidencia mi ignorancia, “Ah, ¡el tío de la cerveza!”, cosa que le dejó con una risa incontrolable, vete tú a saber por qué.
Otro día, más.






































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