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Hallazgo bibliófilo: Icones Muscorum

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Ayer estuve de “viaje de negocios” en Nueva York. Negocios en plan biológico, claro. Como ahora estoy a tres horas en coche de la Gran Manzana, de vez en cuando toca hacer una visita, bien de placer, o bien de trabajo. En mi caso cuando voy por trabajo a Nueva York ya sabéis que me quedo en el herbario del jardín botánico. La primera visita que hice me dejó suficientemente impresionado como para hacer una reseña en su momento, pero cada vez que vuelvo me sigo enamorando de este sitio: la mayor colección botánica del hemisferio occidental, con más de siete millones de especímenes. Nunca hay que dejar de aprovechar la ocasión para recordar la importancia enorme que tienen las colecciones científicas para el desarrollo y el avance del estudio de la biodiversidad en todas sus facetas (ecología, biogeografía, sistemática,…).

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En los herbarios en condiciones el espacio es un factor limitante y los pliegos se almacenan en armarios compactadores, que se pueden mover por unos raíles con esas manivelas que se ven

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En los armarios se guardan los pliegos por orden taxonómico y alfabético y colocados en carpetas que siguen un código de colores

Sumergirse en una colección científica es una actividad apasionante que va más allá de los límites impuestos por el tiempo. Leía hace poco una reflexión compartida por muchos biólogos sobre las etiquetas de las colecciones científicas: las etiquetas cuentan historias, nos ponen a trabajar codo con codo con científicos del pasado de una forma extrañamente cercana, incluso aunque muchos años o incluso siglos nos separen de ellos. Lo que permanece igual es el ejemplar en sí, superando las dificultades técnicas o la falta de información de una época. Una buena colección científica conservará para la posteridad sus especímenes, y los biólogos del futuro podrán seguir estudiándolos y comparándolos. Las etiquetas de una colección pueden ser sucintas, o bien irse enriqueciendo con notas, claraciones, dibujos e incluso cartas. Hay pliegos que pueden contener un buen cacho de historia.

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Notas con caligrafía ilegible, dibujos, recortes, descripciones, cartas… nunca se sabe lo que puedes encontrarte

Aquí va un caso mucho más sencillo escogido por @bio100cia y que sirve muy bien como ejemplo:

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Este pliego contiene una muestra de un musgo con solera. La etiqueta original no nos da mucha información detallada (como era a veces costumbre en el siglo XIX), pero sabemos que el ejemplar fue recolectado por el ínclito y celebérrimo alsaciano W. P. Schimper (el autor de la primera flora de briófitos europea) en 1847, nada menos que en Sierra Nevada. Schimper viajó por toda Europa recolectando briófitos, así que todo parece encajar. El susodicho identificó el material como una variedad particular de la especie Grimmia trichophylla. El ejemplar fue adquirido por Mitten (briólogo británico) a comienzos del siglo XX, quien lo añadió a su colección y, quizá, hizo el dibujillo con el detalle de una “hoja”. El herbario de Mitten fue adquirido por el Jardín Botánico de Nueva York a su muerte, lo que explicaría que haya llegado hasta este recóndito armario neoyorquino. La siguiente, y por el momento última actualización de este ejemplar tuvo lugar en 1997, cuando J. Muñoz escogió precisamente este espécimen como referencia nomenclatural para la variedad usada por Schimper (a pesar de que fue sinonimizada). Como se puede ver, han bastado unas cuantas notas para poder reconstruir toda la historia de este musgo desde que fotosintetizaba tan alegre en las alturas granadinas hace 166 años hasta que se convirtió en el material científico que consultamos hoy en el Bronx.

Aunque iba por otro motivo, me dejé llevar por la nostalgia y comprobé el estado del isotipo de una de las especies descritas durante mi tesis y que envié por correo a Nueva York hará dos años. Lo busqué, y efectivamente, ahí estaba. El personal del herbario además de tomó la molestia de imprimir el artículo original, con la descripción, las fotos y el mapa, con lo que ha quedado algo muy apañao.

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La cosa es que, casualidades de la vida, en las instalaciones de investigación habían dejado una pila enorme de separatas y libros de la biblioteca de un botánico recientemente fallecido, que al estar duplicadas en la biblioteca, quedaban a libre disposición del que por allí pasase. Una especie de cuesta del Moyano pero en plan botánico ¡y gratis! Aunque había asumido la política de evitar tajantemente adquirir cualquier libro en papel, no he podido evitar sumergirme en una espiral de decadencia, en una orgía bibliofílica, sólo por el gusto de toquetear y curiosear.

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Cosas curiosas que acaba encontrando uno: el artículo con la tipificación de Cannabis sativa

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Bonito mapa de biomas de Norteamérica y coqueta ilustración de unos búhos, en una separata de una revista de ornitología

Y al final, de tanto jugar con fuego, me he acabado quemando y ha pasado lo que tenía que pasar, claro.

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Esto es, ni más ni menos, un ejemplar completo, en buen estado (aunque sin cortar ni encuadernar) de 1864 del Icones Muscorum de William Starling Sullivant. Los fans del post sobre la historia de la flora maldita recordarán que Sullivant era el botánico de Ohio que se convirtió en el briólogo más importante de Estados Unidos. Fue el que recibió la petición de Asa Gray de realizar la primera flora completa de los briófitos norteamericanos, un trabajo que tardaría décadas en acabarse (a manos de un ciego, un muerto y alguien que no sabía nada de briófitos) y que el propio Sullivant no pudo ver terminado por culpa de una neumonía fulminante que acabó con su vida en 1873. Icones muscorum es una especie de avanzadilla de ese trabajo que contiene descripciones de especies singulares de musgos de Estados Unidos (sobre todo del este, en este primer volumen). En aquella época la flora de este país aún estaba en gran parte por explorar, y en el caso de los briófitos se hacía necesario difundir la existencia de especies que parecían ser endémicas de esta región de América. Se daba además la circunstancia de que muchos de estos briófitos nunca se habían ilustrado, así que el plato fuerte de esta obra fueron sus 129 grabados en plancha de cobre que mostraban con un nivel de detalle (diría que nunca visto hasta entonces) a todas estas plantas americanas.

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129 grabados originales de 1864. Todos pa’ mí

En su momento creí que las ilustraciones eran del propio Sullivant, pero como él explica en el prólogo, su trabajo fue (además de las descripciones) el de supervisar estrechamente el trabajo del ilustrador (August Schrader) y el grabador (William Dougal). Son estupendas, y aunque están todas disponibles en la red, le han dado una alegría a mi modesta biblioteca de ciencia añeja. El resto de ella sigue en alguna caja de cartón en el garaje de mis padres. Cuándo se producirá la reunificación sigue siendo un misterio, pero hasta entonces ya me ocuparé de tener a buen recaudo la nueva incorporación.

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La duda que tengo ahora es si hacer que me corten las páginas con texto y encuadernarlo todo, o bien dejar las láminas aparte, o bien conservarlo en su estado actual. Se aceptan sugerencias.


Archivado en: Ciencia y naturaleza

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