El valle del Omo, en el suroeste de Etiopía, es uno de los enclaves más interesantes del país. En el tramo bajo de sus 760 kilómeros recorre con sus impresionantes meandros una sabana extensa que se extiende hasta donde llega la vista configurando un paisaje que se corresponde bastante bien con la idea básica que podríamos tener de África en estas latitudes. En este área se encuentran dos de los parque nacionales más famosos del país (el del Omo y el del Mago), a la altura de los de otros países de África oriental en espectacularidad e interés, y a sólo unos kilómetros del extenso delta con el que este río desemboca en el lago Turkana, ya prácticamente en Kenia. Sin embargo, lo que hace a esta región especialmente conocida es una riqueza antropológica fuera de lo común, ya que este es el hogar de decenas de grupos indígenas como los aari, los hamar, los karo o los mursi, que mantienen vivas formas de vida con siglos de historia y que contribuyen a hacer de este rincón del mundo un punto caliente de diversidad lingüística. Aunque la presencia humana tiene mucho más impacto en otras zonas de Etiopía, inevitablemente hablaremos del la relación entre el paisaje y nuestra especie y qué se sabe sobre la interacción de ambos.
Panorama del río Omo a su paro por Karo
Como decía, recorrer estos valles es una experiencia puramente africana y donde la sabana se saborea durante interminables kilómetros de pistas polvorientas. Este paisaje, pese a todo, dista mucho de ser uniforme, y así, en la dialéctica entre la pradera y las leñosas que típicamente definen este ecosistema, encontramos distintas variantes en las que ambos estratos parecen tener suertes distintas.
Esta imagen me gusta particularmente por aquello del termitero, de varios metros de alto, formanto parte del paisaje
Bajada al valle del río Mago se aprecia una formación forestal relativamente densa
Por el contrario, en otro lugar del parque, las herbáceas parece ganarle el terreno al bosque
Alrededores de Turmi
Como siempre me ocurre cuando llego a un lugar nuevo, son frecuentes los momentos de desorientación zoológica y botánica, y lleva su tiempo empezar a familiarizarse con una biota exótica. En este viaje y en este área concreta me alegré de tener fresca la visita a Marruecos y las puertas del Sáhara; muy agradable fue el encuentro con dos conocidas que bordeaban el desierto marroquí pero que vuelven a aparecer en las sabanas etíopes, justo en la otra punta del continente:
De estas plantas que te aprendes una vez y no se te olvidan: la inconfundible Calotropis procera y sus llamativas flores de asclepioidea redomada, aquí visitadas por unas hormigas. Esta planta era capaz de crecer en los más inhóspitos secarrales del sur de Marruecos. Aquí es casi una plaga que parece asociada a las cunetas de carreteras asfaltadas. Me sigue pareciendo un misterio su presencia en dos ambientes tan diferentes.
Las acacias son a menudo difíciles de identificar, pero las legumbres retorcidas de Acacia tortilis la hacen blanco fácil
… pero claro que acacias hay muchas más, y no paran de atraer nuestra atención (y la de otros visitantes). Estas imágenes corresponden a un apacible paseo al atardecer por el lecho seco de un río.
Una vez perdido el miedo a lo tropical podremos ir profundizando un poco más en las familias más típicas que configuran la flora etiópica:
Terminalia brownii, una combretácea muy común en toda el África oriental
Hojas y frutos de Boscia coriacea, un arbolillo frecuente de la zona, aquí donde lo veis pertenece también a otra de las familias habituales del África subsahariana: las caparáceas…
… al igual que esta Maerua ovata, cuya flor plagada de estambres sí que nos recuerda algo más a las de nuestras conocidas alcaparras.
Algunas otras muestras de flora del Omo que aún no he podido identificar, por si alguien se anima
Antes de cerrar del todo el capítulo de flora tengo que destacar también la presencia de plantas suculentas (es decir, que acumulan agua en determinados tejidos, típicas de zonas áridas) que me llamaron mucho la atención y que eran especialmente frecuentes en algunas áreas de matorral.
Adenium obesum, la rosa del desierto, que presenta unos troncos engrosados y sus flores recuerdan mucho a las de las adelfas
Caralluma speciosa, probablemente la planta que más me fascinó de toda esta región, con una estructura cactiforme y unas flores sorprendentemente llamativas. ¡También es una apocinácea! como la rosa del desierto y la calotropis
A pesar de la importancia y riqueza de los parques del Omo y el Mago, no son de los sitios donde se puede planear una visita con facilidad que no sea para ir a ver a algunas de las comunidades que lo habitan. Tampoco es que el calor asfixiante hiciese mucho a favor de una “exploración” en profundidad, pero incluso a cuatro ruedas puedes toparte con algunas sorpresas. Ya dije en su momento que Etiopía no es un país “de safaris”, pues los grandes mamíferos son difíciles de ver, pero una de las cosas que más disfruté y de las que más aprendí fue de mamíferos herbívoros, ya que nos topamos con todo tipo de antílopes, animales que para mí eran un jaleo hasta visitar Etiopía y que ahora… digamos que me resultan menos “jaleosos”.
Un kudu menor (Tragelaphus imberbis) nos sale al encuentro. Los kudus integran un selecto grupo de antílopes cuyos machos presentan unos inconfundibles cuernos en espiral (que en el caso del kudu mayor pueden alcanzar los tres giros)
En el otro extremo, y con el tamaño aproximado de un pastor alemán, tenemos a uno de los antílopes más pequeños: un tímido dik-dik (Madoqua sp.) escondiéndose en la sombra de unos arbustos. Pese a ser una miniatura de antílope, este macho muestra unos diminutos cuernos. Me llama mucho la atención la disposición de los ojos, mucho más separados que en otros antílopes y sugiriendo la típica visión periférica de quienes deben estar muy atentos a los depredadores. La verdad es que la idea de una caldereta de dik-dik suena bastante apetitosa.
Anticipé que la avifauna etíope es un placer continuo. A menudo se avistan pájaros de colores espectaculares, y de vez en cuando, animales que pueden resultarnos familiares. Hay que recordar que en la Península Ibérica disfrutamos de una interesante presencia de avifauna africana “prestada”. Lo que en Andalucía es excepcional e inconfundible puede ser, en realidad, una prolongación de un linaje frecuente y diversificado en África. Pensemos por ejemplo en los abejarucos y las carracas. En Europa contamos con la presencia de una especie de cada una de estas aves, pero no son sino los primos aventureros de dos multitudinarios clanes: las especies de abejarucos y carracas creo que superan la decena en estas fronteras.
Una carraca, Coracias naevius, no especialmente agraciada cromáticamente, para mi fastidio (no era fácil fotografiarlas)
Lo mismo pasa con los buitres: de la guisa de nuestro buitre leonado hay un buen puñado de representantes. Este puede ser Gyps africanus
Una impresionante hubara kori (Ardeotis kori), con sus más de 12 kg de masa, compite con nuestras avutardas por el puesto de ave voladora más pesada del mundo
Un espectacular barbudo rojiamarillo (Trachyphonus erythrocephalus). Muchos de estas aves anidan en túneles hechos en termiteros
Grupo de gallinas de Guinea (Numida meleagris), otra visión habitual en el este de África
De los variados encuentros con reptiles, mencionaré de pasada la anécdota de cuando vi un cocodrilo en una charca junto a la cuneta y me bajé del coche a hacerle una foto. Un cocodrilo pequeño que en menos de lo que tardé en dar un paso desapareció a una velocidad impresionante, lo que me hizo reflexionar sobre si era adecuado acercarte a uno de una forma tan imprudente. No hubo foto, pero conservo todas las extremidades. Quedémonos mejor con mis lagartos favoritos del paleotrópico: las agamas, fotogénicas y pacientes, además de muy bonitas.
Destaco también un par de encuentros con la fauna de estos valles en un mediodía tórrido en el que nos pudimos resguardar en un bosque de ribera. Seguro que muchos hemos tenido ocasión de ver grupos de mariposas bebiendo en los limos de un río, pero cuando se trata de insectos tan llamativos como estos, el resultado es aún más colorido.
En esa misma ribera sesteaba un colobo (Colobus guereza), inconfundible mono negro y blanco, también bastante habitual en todo el país (volveremos a encontrarlo incluso a más de 3000 metros de altitud)
Un paisaje como este merece una reflexión especial. Quizá os sorprenda saber que los orígenes de la sabana y su “explicación” desde un punto de vista ecológico es un tema muy controvertido para los especialistas en vegetación. ¿A qué se debe esa convivencia entre leñosas y herbáceas? ¿Se trata de un tipo de vegetación natural o es el resultado de la interacción humana? ¿Qué tipo de dinámicas experimenta? Si bien este es un tema de por sí controvertido, en el valle del Omo tiene un componente adicional de controversia: existe cierta tensión entre la administración central etíope y la población local que habita esta parte del valle y que pertenecen a la etnia mursi. Muchos consideran que el ganado de los mursi está provocando un cambio en la sabana: el ganado se come las herbáceas, favoreciendo a las leñosas, incrementando la matorralización de la sabana y provocando un cambio, quizá irreversible en el paisaje. Recientemente se llevó a cabo un estudio precisamente en esta zona que trataba de indagar en el pasado de la vegetación del valle del Omo, y tengo la suerte de que la autora principal es mi amiga @gilromera, así que ha podido asesorarme personalmente.
Son muchos los factores que pueden afectar a la estructua de la sabana, favoreciendo a herbáceas o leñosas, según el caso, empezando por el tipo de suelo, la precipitación, la frecuencia, intensidad y extensión con las que se dan los incendios y la presión de los herbívoros (ganado incluido), que tienen tendencia a favorecer a las leñosas al quitarles la competencia a mordiscos. Las perturbaciones que modifican el equilibrio en la arquitectura de la vegetación pueden iniciar un ciclo en la evolución del paisaje: si el fuego o el sobrepastoreo acaban con gran parte de las herbáceas, las leñosas colonizarán el área con más éxito al ver reducida su competencia (matorralización). Con el tiempo, sin embargo, la densidad de leñosas puede crecer tanto que acabarán compitiendo entre ellas provocando la desaparición de algunos de los árboles y permitiendo de nuevo la colonización de las herbáceas.
Este modelo, defendido en el estudio que he enlazado antes, se basa especialmente en un registro de series de polen fósil en el valle del Omo durante los últimos 2000 años y gracias a él se puede reconstruir la evolución de la vegetación. El registro muestra que se han producido al menos seis episodios de matorralización en los últimos dos milenios (las caparáceas, mencionadas al principio, son una de las familias indicadoras de este proceso), por lo que la dinámica parece ser cíclica y reversible. La presencia de las comunidades indígenas del Omo, que por otra parte lleva habitado desde hace milenios, no debería pues entenderse como un obstáculo para la gestión y la conservación.
El debate sobre la presión que pueden tener los pueblos del Omo en la conservación del paisaje parece ser más bien la excusa de una administración que en realidad está mucho más preocupada por llevar a cabo un faraónico proyecto: la presa Gibe III, que cuando se termine será la más alta del continente y promete unos sustanciosos beneficios económicos para los de siempre. La construcción de esta presa se ha adjudicado violando las propias leyes etíopes y tendrá unos efectos devastadores en todo el valle y muy especialmente en los pueblos indígenas de los que las agencias de turismo etíope tanto parecen presumir. Al acabar con la estacionalidad del río y sus inundaciones, los ecosistemas riparios, de una riqueza inigualable, sufrirán un daño irreversible, y la mayoría de las poblaciones indígenas que viven de los acuíferos del valle y del cultivo de sus terrazas se verán expulsados de su tierra en un desastre humanitario del que las personas afectadas no parecen saber nada y que el gobierno etíope parece preferir ignorar. Se cree además que el nivel del lago Turkana puede descender varios metros, causando prejuicio a más de 300.000 personas y un grave impacto a los ecosistemas keniatas. Las obras ya han empezado, y posiblemente acaben en 2016. Tras su construcción, el valle podrá irrigarse con técnicas de última generación para cultivos de soja, caña de azúcar y biodiésel. No creo que haga falta decir más, pero no puedo evitar hacer una llamada de atención sobre a qué modelo agroalimentario y energético responde la existencia de estos cultivos aquí.
En fin. Terminemos con algo bonito.
¡Postdata final!: Yabelo
Aunque no está para nada en el valle del Omo, no puedo dejar en el tintero que el viaje pasó en determinado momento por la población de Yabelo. De camino a tan retirado rincón recuerdo lo frecuentes que eran las manadas de dromedarios (aparentemente formaban parte del ganado, pero lo cierto es que siempre parecían estar en estado de semilibertad).
Llegando a Yabelo
Precaución: dromedarios
Yabelo sería un lugar totalmente ignorado en esta serie de no ser por una circunstancia realmente curiosa y casi inexplicable. A escasos kilómetros de esta población hay una pequeña reserva natural que contiene varios endemismos, uno de ellos relativamente conocido: la urraquita de Stresemann (Zavattariornis stresemanni). Esta especie es un ave gregaria, que vive en grupos relativamente grandes, pero que, misteriosamente, sólo existe en esta reducida región cercana a Yabelo. Pese a que al menos aparentemente, no hay nada que impida a las urraquitas extenderse a otros territorios colindantes (en los que la vegetación parece la misma, y en los que nada aparenta limitar la vida de estos pájaros), su área de distribución está reducidísima. Esta especie no fue descrita hasta 1938 y desde entonces ha dado varios dolores de cabeza a los ornitólogos, ya que no estaba claro si era un estúrnido o un córvido (parece ser que finalmente es un córvido). La intriga sobre si seríamos capaces de verlas duró hasta el último momento, ya que por falta de tiempo no visitamos la reserva, y nos limitamos a estar muy atentos conforme recorríamos la carretera hacia el norte. Pues bien, efectivamente, acabamos dando con un grupo de estas urraquitas al pasar junto a la reserva (en la que finalmente nos colamos durante unos minutos para conseguir inmortalizar a esta joyita de la biodiversidad etíope). Con ellas me despido hasta la siguiente entrada.
Las famosas urraquitas de Stresemann (Zavattariornis stresemanni)
Agradecimientos especiales, obviamente, a @gilromera por su asesoramiento sobre la evolución del paisaje y en general, por todo lo que me ha enseñado sobre Etiopía
…
La naturaleza de Etiopía contada para europeos
1. Introducción
2. Valle del Omo y alrededores
3. Valle del Rift
4. Mazico Etíope
5. Alta montaña etíope
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