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Channel: Diario de un copépodo
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Cita en las afueras (redux)

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La sonda New Horizons está a punto de llegar a Plutón. No llega para quedarse, sino que básicamente va a pasar de largo a toda leche a su lado, aprovechando el singular acercamiento para tirarle fotos y hacerle mediciones con toda la parafernalia de cacharrines que las sondas espaciales suelen tener. Es como cuando vas en coche autobús, pongamos, a Tarancón, y a la altura de Perales de Tajuña te das cuenta de que se ve un poco más adelante algo que te interesa (pongamos, un aguilucho cenizo posado en un poste), y como buenamente puedes sacas la cámara a toda prisa y tiras cuatro fotos malas y movidas mientras ves por la ventanilla cómo tu sujeto se queda atrás a toda velocidad. Esto es lo que la NASA llama un flyby, con la diferencia de que tú vas (recordemos) a Tarancón, y de paso le haces un flyby a un aguilucho cenizo, pero la New Horizons debe su viaje y, de hecho, toda su existencia a ese flyby a Plutón, y en lugar de dirigirse a Tarancón va, básicamente, al vacío cósmico (como si siguieras por la Nacional 3 pasado Tarancón bien lejos, como si fueses, ¡yo qué sé! ¡A Buñol!, solo que mucho más lejos todavía). Afortunadamente, un flyby a Plutón lleva más tiempo que uno a un aguilucho cenizo y a la sonda le dará tiempo a tomar algo más que cuatro fotos movidas, y de hecho nos va a mostrar Plutón tan bien que, seguramente, vamos a necesitar pañales en unos días.

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Así ve Plutón New Horizons ahora. Unas imágenes con inminente fecha de caducidad y de las que nos olvidaremos pronto, cuando veamos Plutón en toda su gloria

Si os preguntáis por qué le va a hacer un flaibai en lugar de ponerse en órbita, como hacen otras sondas, os recomiendo encarecidamente que aprendáis a usar Kerbal Space Program: la frenada que tendría que hacer la sonda para poder ponerse en órbita de Plutón sería muy costosa. No en vano, creo haber leído, este es el artefacto humano que ha alcanzado mayor velocidad en toda la historia.

No tengo nada que decir sobre la misión en sí, simplemente quería recordároslo para que estéis atentos durante la próxima semana. Mucha gente en Internet os lo va a contar estupendamente. Sí que quería dejar caer unas líneas con motivo de este acontecimiento, no sólo porque crea que la ocasión lo merece, sino porque uno de los primeros posts de este bloj (titulado Cita en las afueras y publicado el 16 de enero de 2006) fue precisamente con motivo del lanzamiento de la New Horizons (previsto para ese día y retrasado unas horas por mal tiempo).

El post en sí me da vergüenza ajena leerlo hoy: me pongo a hablar de cosas de las que no tengo ni idea después de haber leído cuatro chorradas en la Wikipedia (así blogueaba yo en mis orígenes, amigüitos). Al margen de su exactitud (quizá dudosa), sorprende leer lo antiguo que se ha quedado ya su contenidot: en 2006 la decisión de excluir a Plutón de la categoría de planeta aún no se había tomado formalmente, eran pocos los objetos transneptunianos que se tenía fichados, aunque ya había algunos (habría post después con el bautizo oficial de Eris), e incluso se desconocía la existencia de cuatro (¡cuatro!) satélites plutonianos (además de Caronte): Hidra, Nix, Cerbero y Estigia, que fueron descubiertos por el Hubble. (Acabo de darme cuenta de que dos de ellos se descubrieron en 2005, pero yo no tenía ni idea de ello en 2006).

El post de 2006 está dedicado a mi yo de 1989, cuando leí en la Muy Interesante (¡Ains!) que el Voyager 2 había llegado a Neptuno. La revista sacó un artículo hablando de otras visitas planetarias y dedicaba un pequeño recuadro a Plutón “todavía inexplorado”, que a mi yo de aquel entonces le llamó mucho la atención. El post acababa así

“New Horizons llegará a Plutón, si los dioses lo consienten, en una década. ¿Me importará algo Plutón en 2016?”

 

Así que no voy a ser yo menos y voy a dedicarle este post a mi yo de 2006, con carta incluida.

Querido Copépodo-2006:

New Horizons llegará a Plutón en 2015, antes de lo que creías. Sí, te sigue importando y estás deseando ver las imágenes, pero ¡no te lo vas a creer! Resulta que tiene cinco satélites y que es de color rojo. Ya no está en la lista de planetas, aunque hay mucha gente por ahí que se hace la picha un lío entre la taxonomía y la nomenclatura y que monta pollos con el tema. Son muy pesados.

Te dejo un vídeo muy apañao para ponerte los dientes largos:

Esta es sólo una más en la lista de misiones acojonantes que verás en los próximos años: se han descubierto chorrocientos exoplanetas, hay un robot en Marte que manda unas fotos que te dejan sin habla, hay océanos de metano líquido en Titán, Ceres tiene unos puntos blancos muy raros y los chinos han mandado sondas a la Luna. Básicamente el Atlas del Espacio ese que tienes en la estantería y en el que se basa todo tu conocimiento sobre el Sistema Solar se va quedando anticuado. No, no he comprado ninguno nuevo, la verdad es que con Internet te apañas bastante bien para estar al día.

¿Sabes? En esto he estado pensando mucho, en Internet. Imagínate a Copepodín-1989 con Internet. Imagínate la cobertura que se hubiese dado al impacto del Shoemaker-Levi 9 hoy (o en 2006). A Copepodín le habría explotado la cabeza. Ya no tendría que recortar exiguas noticias de los periódicos ni tendría la sensación de que no sabe dónde encontrar más información. Cuando Copepodín-1989 leía un libro que le gustaba, al llegar a la parte del final había secciones de “para saber más” en las que se decían cosas como “pregunta en tu biblioteca”. Era muy frustrante porque ese libro ¡ya estaba sacado de la biblioteca!, y si preguntaba a la bibliotecaria no te sabía decir nada. Copepodín-1989 no sabía que esos libros eran traducciones de libros ingleses en cuyas bibliotecas había información sobre clubes astronómicos locales o vete tú a saber. A Copepodín-1989 lo que le hacía falta era conocer a gente a la que le gustara lo mismo que a él y llevárselo a ver las Perseidas o a cazar mariposas sin que les diera vergüenza. Esas cosas te las cura Internet cuando te enseña que raros somos todos.

En fin, que tengas paciencia, que la New Horizons llegará a Plutón, pero mejor no pienses mucho en ella que si no se te hace más largo.

Te dejo ya, que tengo mucho lío. Cuídate y ábrete un plan de pensiones privado, que lo vamos a necesitar.

Copépodo-2015

 

Y aquí lo dejamos por hoy. ¿Quién sabe las maravillas que veremos en los próximos días? Algunos próceres de la astronomía ya hicieron sus predicciones en los años 40, en breve sabremos cuán exactas eran sus suposiciones.

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Archivado en: Ciencia y naturaleza

Bioblitz en la UConn este fin de semana (pasaos, si eso)

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squarelogo2Este fin de semana, como gran traca final poco antes de mis (¡merecidérrimas!) vacaciones, tenemos sarao en el campus de Storrs: un  bioblitz. Como quizá sepáis o recordéis, un bioblitz es una suerte de maratón científico-educativo en la que un grupo de taxónomos o naturalistas expertos en distintos grupos de organismos intentan identificar todas las especies que puedan en un área concreta durante 24 horas ininterrumpidas. Esta actividad está abierta al público (niños incluidos) para que vean cómo los biólogos manipulan serpientes, cazan mariposas o identifican algas al microscopio y finaliza con un gran recuento final de todas las especies.

En el mundo sajón son relativamente frecuentes, pero me da la impresión de que al menos en España son bastante desconocidos (con excepciones, claro, como el que se organiza regularmente en Barcelona). Ya conté en su día la impresión tan estupenda que me causó la primera vez, así que no voy a insistir sobre ello más que para decir que alguien que conozco que ha organizado bastantes dice que puede cambiar la vida de una persona. Esto puede parecer exagerado, pero que si ves hablar el empolloncete este de las gafas en el vídeo de abajo lo mismo sí que te crees que estos saraos son fábricas potenciales de crear naturalistas como churros, cosa que no le vendría nada mal al mundo.

Bueno, pues yo hasta ahora había participado en dos biobltzs, bioblisztztz… ¡BIOBLITZES!, en ambos como especialista en musgos, y por lo tanto disfrutando de la parte buena (el campo, la interacción con el público y la comida gratis). Sin embargo, en el bioblitz de este fin de semana me estreno como organizador de saraos, puesto que tanto la iniciativa como el desarrollo partió de un grupo de postdocs del departamento.

Organizar una feria de estas es algo muy distinto a participar de ellas como naturalista, y dos días antes de la fecha señalada ando a la vez expectante y un poco cansado ya de tratar con ciertos “elementos”. Una lección importante que me llevo de esto es que cuando organizas algo, todo el mundo no implicado en dicha organización parece tener clarísimo cómo deben hacerse las cosas, mucho mejor que los implicados. Curiosísimo, ¿verdad?

En fin, que menos mal que para bien o para mal, este fin de semana todo se acaba, así que aprovecho para hacer como hace todo el mundo con los saraos e invitaros a todos a venir si os dejáis caer por Storrs, Connecticut.

En la web están todos los detalles. Hemos conseguido expertos en en porrón de organismos distintos (Desde microhongos a roedores pasando por plantas acuáticas, odonatos, reptiles,… todos los flancos están cubiertos) y hay organizadas muchas actividades interesantes (construye tu propio microscopio, biomonitorización de los ultrasonidos de los murciélagos, etc). Tenemos montado un proyecto en iNaturalist para llevar el seguimiento de las especies (este fue realmente el motivo por el que empecé a reexplorar iNaturalist hace poco), y en general todo parece listo. Si por algún motivo de fuerza mayor (el Océano Atlántico, el Golfo de México o alguna otra contrariedad de igual o mayor calado) no podéis venir, también se puede seguir todo por tuiter.

Y que Darwin nos pille confesados.


Archivado en: Ciencia y naturaleza, Cosas que pasan

Mis vacaciones en España contadas para americanos

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Dear friends,

Muchos de vosotros me habéis preguntado estos días por mis vacaciones en España (Spain). Sé que lo hacéis en un 70% porque es lo que se espera de vosotros. Qué bien mandaos y qué majos sois. Para evitar malentendidos, voy a satisfacer al otro 30% (el de la verdadera curiosidad) con este post al que os remitiré cuando queráis algún detalle en concreto. Y así de paso practicais el español (aunque os ayudaré con las palabras más difíciles).

En resumen: me he tirado tres semanas en España y han sido unas vacaciones que podríamos caracterizar como cojonudas (fucking awesome). Algunos me ponéis cara de huevo cuando os digo que han sido tres semanas, tres, como los tres Dominios o las tres patas del banco. Sí señores, tres semanas sin ningún tipo de remordimiento y sin mirar el correo electrónico del trabajo. Aquí viene la primera revelación: me parece una desgracia que este detalle os resulte llamativo. Para explicar un poco este problemilla del choque cultural os aclaro que a las personas del otro lado del Atlántico se nos ocurren un montón de cosas con las que llenar el tiempo en lugar de trabajar. Sé que en este mismo momento estáis pensando que soy un vago, así que vamos a dejarlo aquí porque si no, no llegamos a nada.

Me gusta viajar a España. Estos años me han demostrado que soy un poco simple y que me gusta la sensación de volver. En el aeropuerto, no tengo que hacer ninguna cola especial para el control de entrada, sino que me planto delante del Immigration Officer (also known as picoleto), mira el pasaporte y me deja pasar sin mucho entusiasmo (No me pide papeles, pero tampoco me dice solemne “bienvenido a casa” como en vuestras películas, lo cual es una pena). Mi frustración viene cuando veo que en la cola de extranjeros apenas hay gente y os dejan pasar con fluidez. En reciprocidad creo que os mereceríais por lo menos media hora de espera y un escrutinio detallado del dobladillo de la ropa interior, pero así es la vida.

Tengo que reconocer que me adapto muy bien a cierto estereotipo que cuando vuelve piensa en comer. Me salté la cena y el desayuno del avión pensando en zamparme unas porras (fried dough) en condiciones a la llegada, deseo que papá-copépodo cumplió llevándome a la churrería de confianza. Justo antes de servirnos nuestra merecida ración, la camarera toma nota de la bebida: todos queremos café con leche… “¿Y cómo queréis la leche?“. Me basta esa encantadora pregunta para, ahora sí, saber que estoy en casa.

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Ya que había empezado con los churros y las porras voy a seguir diciendo que un viaje así es inevitablemente gastronómico, y no porque en EE.UU. se coma mal, como ya he dicho otras veces, ni porque no tengas a mano el 95% de los ingredientes habituales en tu cocina (mucho más caros casi siempre, eso sí). Pero esa insatisfacción que llevamos dentro siempre te hace echar de menos precisamente aquellas cosas que no puedes tener. Dejaremos de momento a un lado el debate, nada trivial, de si una vida sin jamón ibérico merece la pena ser vivida y alegráos conmigo de algunos ingredientes al azar que tenía en la lista de caprichos culinarios a los que les he hecho check con mayor o menor alevosía: El melón de Villaconejos (Bunnyville Melon), es más largo, de color oscuro por fuera pero claro y dulce por dentro. Los higos de verdad (nonridiculouslyoverpricedandinsipid figs). Cazón en adobo (marinated big ladle). Muy rico. Ración de oreja (Yes, we eat that) para que veáis que la grasaza no es patrimonio exclusivo vuestro.

¡Madrid, Madrid! (qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas). Me llevaría mucho tiempo explicaros qué siento cuando vuelvo a Madrid. It’s complicated. Todo sigue en su sitio, más o menos, todo es familiar. Me enorgullezco de ver por fin el sistema de bicis públicas y la señalización de los ciclocarriles que nunca pude disfrutar. Todo el mundo me habla de los casos de vandalismo, pero me da igual: suben las cuestas que da gloria verlas y me gusta. Paseas y sacas fotos de lo que antes era parte de tu decorado cotidiano, cual replicante asustado de perder una parte de su identidad.

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(Como un turista, pagando para subir a una azotea. Ahora donde ya no me molesto en sacar la cámara es en Nueva York. How cool I am)

Una cosa que quizá os llame la atención es que el centro de Madrid huele a meados. Es una tradición milenaria que se ve acentuada cuando toca algún tipo de festejo como la Verbena de la Paloma, una encantadora celebración que permite ver en el mismo barrio a abuelos comiendo gallinejas (chitterling delights), señoras rezando a la virgen a las 2 de la mañana, un cruce atestado de gays hipsters borrachos y adolescentes con trajes regionales bailando vallenato. Eso sí que es multiculturalismo.

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Vivan

Paradójicamente, vengo dándome cuenta de que las vacaciones en España suelen ser bastante estresantes. Hay mucha gente con la que te quieres poner al día y, no es por nada, yo tenía mucha vida social en España (algo con lo que la esquina tranquila de Connecticut no ha podido competir, qué le vamos a hacer). Esto implica un cierto descontrol de horarios acentuado por la ya de por sí caótica agenda carpetovetónica.

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El entrecomillado no es casual. Curiosísimo: los horarios de comida del resto del mundo coincidirían con bastante buen tino justo en los huecos de estos escritos aquí

Así que casi sin planearlo, juntando el veranito y tal, estas vacaciones han sido muy revitalizantes (por no decir agotadoras) al conseguir que de forma recurrente me fuese a la cama a las tantas casi todos los días. Un tiempo muy bien aprovechado, eso sí.

Para evitar volver de vacaciones más cansado de lo que me fui (como ocurrió ya en el pasado), una de las semanas estuvo reservada al muy noble arte de no hacer nada. El lugar indicado para ello no fue otro que el Cabo de Gata (Cape Cat). Este ha sido un retorno muy emocionante. La primera vez que vine aquí, hace ya 9 años, fue un viaje de sustitución tras no poder viajar (porque había estallado la guerra del Líbano de 2006). Lo que iban a ser 20 días de viaje por Andalucía se quedó en una monográfica y detallada visita de este rincón único en el mundo, incluyendo el curso para bucear en aguas abiertas (una de las mejores inversiones que se puede hacer en la vida, por cierto). Ha sido muy reconfortante volver a estas calas y los cielos estrellados almerienses.

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Donde esté un buen secarral, que se quiten los bosques de Nueva Inglaterra

Mención de honor a las dos inmersiones “de refresco” (incluida una a la Restinga del ancla (the anchor’s shoar, que me hacéis buscar todo), donde hay una ídem (un ancla, no una restinga) del siglo XVII. No hay fotos del evento, y mejor así. Me he dado cuenta de que cargar con la cámara de fotos (nada compacta) en las inmersiones era un coñazo, y he disfrutado mucho más dedicándome sólo a mirar la posidonia y los pececillos.

Concluyendo (rhrhrhrapping up): España rules, pero hay que venir preparado.


Archivado en: Cosas que pasan

La catarsis

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Dos ancianos se dan la mano por encima de un muro de piedra durante algún tipo de celebración al aire libre.

Photograph, Union and Confederate veterans shaking hands at 1938 Gettysburg Reunion Still Pictures ID number: 111-SC-109197 Rediscovery ID number: 19837 DTCW Exhibtion ID number: 8.2.8 18737_2009_001

Hay más gente alrededor, inmersos en algún tipo de actividad que puede hacernos creer, si no prestamos demasiada atención, que este gesto es una reacción espontánea de saludo y que no encierra nada del otro mundo. Sin embargo sólo tenemos que dedicar unos instantes más a inspeccionar la instantánea para darnos cuenta de que la mayoría de las personas que vemos, en realidad, llevan uniforme. Esta imagen, sacada de los Archivos Nacionales, fue tomada en 1938 en Gettysburg, y quienes se dan la mano son dos veteranos de la guerra civil estadounidense que combatieron en sendos bandos de dicha batalla 75 años antes, en 1863. Esta imagen me ha dejado fascinado. Voy a intentar contar por qué.

A ver por dónde empiezo. Imagino que por aquí:

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Este es el “For the People“, un juego de mesa sobre la guerra civil estadounidense que me agencié allá por el año 2008 y al que apenas había podido dar un tiento. Resulta que estoy aficionando a mi vecino a este tipo de wargames y cuando descubrí que además le interesaba el escenario de la guerra civil, planeé traérmelo en mi próximo viaje a España (normalmente los alquilamos en una tienda de Manchester, pero este no lo tienen) y la promesa está cumplida: aquí lo tengo.

A veces me he preguntado por qué me gustan los wargames, el Civilization y la guerra así en general cuando soy un pacifista redomado. Y cuando digo pacifista quiero decir un auténtico cagao: a los nueve años ya perdía el sueño pensando en qué narices habría que alegar para poder ser objetor de conciencia y no tener que hacer la mili (gracias Aznar, por ahorrarme incluso ese trámite). Creo que la respuesta está en la misma línea de por qué (dicen) a los niños les gustan los dinosaurios: parece ser que es porque son monstruosos, pero inofensivos. La guerra, vista desde la distancia, desde la historia, te permite recrearte en el morbo, el sufrimiento y el horror desde la comodidad del salón de tu casa. (Esa es una de las condiciones, claro: no es lo mismo recrearse con las guerras napoleónicas que con la de Siria). Lo que más me gusta de estos juegos (al igual que le ocurre al ajedrecista, que practica también una abstracción de un juego de guerra) es la tensión de tener que tomar decisiones difíciles, de sentirte inofensivamente presionado por la simulación de algo que, de ser cierto, sería terrible. Una gimnasia mental, en definitiva, capaz de dejarte cuerpo y espírito como si te hubiese pasado una apisonadora encima después de una partida intensa, pero sabiendo que en el campo de batalla no quedan más muertos que cuadraditos de cartulina (Y qué bien sienta cuando además, ganas).

Los juegos de este tipo tienen, claro, mucho peso histórico. Como de la guerra civil estadounidense sabía más bien poco, hace algunas semanas que empecé a documentarme para ponerme un poco al día con el juego y disfrutarlo más. Para ello me he valido sobre todo de este documental de Ken Burns. A ver cómo os lo explico: es una puta maravilla, con diferencia el mejor documental de historia que he visto nunca; os lo recomiendo fervientemente. Ya sé que a la mayoría de nosotros este conflicto nos pilla muy lejano, pero de verdad que es un episodio histórico que merece conocerse. Son nueve capítulos y están disponibles en Netflix, por si tenéis, además dicen que este mes van a sacar una versión en alta definición (no soy, ni mucho menos, original diciendo que es una obra maestra del género).

Como no os voy a resumir el documental, voy a destacar sólo los dos aspectos que me han sorprendido más. El primero es que fue una guerra muy sangrienta y muy macabra. “Como todas las guerras”, me diréis, y bueno, sí, es verdad, pero hay una serie de detalles escabrosos que el documental es especialmente eficaz transmitiendo. Por ejemplo: la cantidad de personas que murieron por enfermedades debido a condiciones insalubres-muchas más que en una batalla propiamente dicha-, el hecho de que varias veces tocara librar una batalla donde anteriormente ya había habido alguna -y los restos de los soldados muertos en la misma aún no se hubiesen retirado o descompuesto-, la anticipación de la guerra de trincheras en Vicksburg, la presencia de campos de prisioneros donde se llegaba a morir de hambre o la presencia de niños de 12 y 13 años en las líneas conferadas al final del conflicto. Se calcula que murieron, entre unas cosas y otras, entre 620.000 y 750.000 personas, un 2% de la población del país. La distancia en el tiempo y el espacio es lo de menos: Tucídides puede conmovernos ahora con la que pasaron los atenienses en Siracusa porque podemos ponernos en la piel de los que sufren un horror de estas características y de imaginarnos el infierno que debe ser no ver escapatoria de una situación así, aunque sea en Kentucky. (Y sí, resulta difícil mantener el hilo de este texto en las guerras históricas, no en las presentes).

Un pequeño inciso sobre este tema: es tan lamentable como curioso que las guerras se alimenten de forma tan constante de gente joven “rebelde” o insatisfecha que muy alegremente va en busca de aventuras sin tener ni puñetera idea de en qué se está metiendo (perfectamente reflejado en Gallipoli, por ejemplo). Esto se ve muy bien en el documental de Burns con los diarios de algunos yogurines a los que les dieron un fusil y un reluciente uniforme nuevo, y no es muy diferente de los anuncios publicitarios para alistarte en el ejército que nos ponen aquí en el cine. Fin del inciso.

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El segundo elemento que me ha llamado la atención es lo épica que resulta la narrativa de esta guerra. Me diréis que es difícil distinguir qué fue antes, si el huevo o la gallina, y que posiblemente el documental sea bueno precisamente porque consigue mantener un hilo narrativo eficazmente, y además en el país de las epicidades hollywoodienses por antonomasia. Vale, pero creo que hay algo más allá, algo que objetivamente la predispone a que se cuente de forma épica. Para empezar, tenemos una causa con la que aún hoy podemos sentirnos conmovidos: la esclavitud.

Estar en contra de la esclavitud es como estar en contra de Hitler: seguro que la historia es mucho más compleja, pero nuestra atención es capturada inmediatamente por los cabronazos que se ceban contra una parte de la humanidad. Mucho se ha dicho sobre si la esclavitud era o no el problema que subyacía durante toda la guerra, y ciertamente se pueden hacer muchas interpretaciones sobre otro tipo de factores que había por ahí (equilibrios de poder, modelos económicos, etc), pero al final, todo acaba conduciendo a la esclavitud, pues era esta institución la que sostenía toda la economía sureña y que los estados confederados quisieron mantener a toda costa. Además es bastante obvio que esta fue una cuestión fundamental y explícita con dos bandos muy definidos conforme la guerra se desarrolló (¡ved el documental, cojones!). Hoy en día pensar en quién merecía ser el heredero del trono de España tras Carlos II o quién debía controlar las rutas comerciales de tal o cual región nos pueden dejar bastante fríos como para identificarnos con soldadoes de hace siglos, pero conocer los detalles de cómo vivieron los negros de la época esta guerra no, no te deja indiferente en absoluto.

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Además, esta guerra cuenta con un actor que es el perfecto héroe trágico: Abraham Lincoln. No es de extrañar que este señor pasase a los altares de la historia de su país, ya que cumple paso a paso todos los puntos de inflexión que un héroe debe atravesar: se convierte en “el elegido” (por mandato popular, nada menos) pese a no tenerlas todas consigo, rechaza originalmente su misión (coger el toro por los cuernos y posicionarse claramente como un abolicionista) para finalmente aceptarla (Proclamación de Emancipación), ganarse con ellos muchos enemigos y, cuando parece que está todo perdido, salir triunfante política (reelección) y militarmente (victoria) y cuando ya ha pasado lo más duro (y corres el riesgo de no ser tan buen estadista en la paz como lo fuiste en la guerra) morir heroicamente cuando todo el mundo te adora. Evidentemente, mucho de lo que sabemos de Lincoln está adornado por quienes escribieron la historia, pero hay que reconocer que el tío se lo puso muy fácil a su propia leyenda.

Hay un momento de Lincoln que me gusta especialmente. El 28 de marzo de 1865, cuando la guerra estaba a punto de acabar y la victoria de la Unión era inminente, Lincoln se reunió con los generales Grant y Sherman en un barco de vapor para discutir las maniobras finales. Este momento es el que refleja el cuadro “The Peacemakers“, cuya mejor versión está justamente en la Casa Blanca.

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Aparte de las cuestiones militares, parece ser que ese día Lincoln se preocupó especialmente en planear cómo sería la postguerra, cómo gestionar un país dividido que estaba obligado a unir otra vez a dos bandos que se habían hecho atrocidades espantosas imposibles de olvidar y que seguía teniendo visiones completamente diferentes sobre aspectos que hasta hacía muy pocos años eran cotidianos en sus vidas. Creo que esa visión de futuro y la intención moderada dice bastante de este señor. No hicieron lo mismo otros presidentes posteriores, que sí se afanaron más en la humillación de los vencidos, y quizá esa, entre otras, sea la razón de que la reconstrucción del país y la asimilación de las enseñanzas de la guerra dejara, de hecho, mucho que desear (aunque ese es otro tema).

Y ahora, volvamos a la foto. La friolera de 75 años después de Gettysburg se organiza un sarao, como sólo podrían organizarlo los americanos (no fue, en absoluto, el primero) donde se consigue reunir a los protagonistas directos de aquella guerra que aún sobrevivían (y que a buen seguro seguían marcados por lo que allí vivieron. Media de edad: 94 años). Entre los actos, discutiblemente simbólicos (o quizá sólo propagandísticos, según lo cínicos que nos pongamos), está el de estrecharse la mano por encima del muro de piedra sobre el que se desarrolló una de las mayores escabechinas de la guerra. A mí, la verdad es que ese gesto me llegó.

¿Es esto una catarsis de verdad? En el vídeo se les ve, diría que radiantes, encantados de encontrarse en ese lugar, con esa compañía. Puedo llegar a entender que cuando se da la oportunidad de que pase algo así, se facilita que la memoria de esa guerra no pase a la siguiente generación como algo pendiente.

Esto puede dar para mucho, pero lo que me pregunté cuando vi esto fue si sería posible concebir algo parecido con veteranos de la batalla del Ebro, que comenzó precisamente un mes después de ese apretón de manos (y de la que han pasado 77 años). Y no sé qué pensaréis vosotros, pero creo que la mera idea de algo semejante es completamente impensable. La guerra civil española no tuvo una narrativa épica liderada por una causa de los vencedores de la que hoy nadie pudiese sacar pecho, hubo un ensañamiento sanguinario contra los vencidos durante décadas, no tuvo ningún Lincoln y no tuvo ningún héroe (si acaso héroes quijotescos, como hubiese defendido Kazantzakis, héroes de la derrota). Si realmente existen las catarsis después de una guerra, los cierres de las heridas con apretones de manos, hemos estado muy lejos de conseguir algo parecido, y la oportunidad de hacerlo mientras aún vivan testigos directos de nuestra guerra civil, puede considerarse prácticamente desvanecida. Nos quedan muchos deberes pendientes antes de llegar a ese punto, y ya es tarde para una fotografía equivalente (y además, aunque no quiero que esto acabe como un monólogo de Goyo Jiménez, no somos americanos).

Ya os contaré qué tal nos va con el “For the People“, pero para desengrasar y no ponernos muy serios, acabo con una cita de las memorias de Grant (también forman parte de la documentación pre-juego) que me ha gustado. No viene muy a cuento, pero quizá os prepare para las batallas ¡de tablero! que os toque librar.

The place where Harris had been encamped a few days before was visible, but the troops were gone. My heart resumed its place. It occurred to me at once that Harris had been as much afraid of me as I had been of him. This was a view of the question I had never taken before; but it was one I never forgot afterwards. From that event to the close of the war, I never experienced trepidation upon confronting an enemy, though I always felt more or less anxiety. I never forgot that he had as much reason to fear my forces as I had his. The lesson was valuable.


Archivado en: Empanadas mentales

Libros a granel

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Ya os he dado la brasa muchas veces con mi librería de confianza en Boston (la Brattle), lo mucho que me gusta y la de cosas interesantes de segunda mano que se pueden encontrar. También os he dicho que intento no comprar libros en papel mientras tenga vida nómada, aunque esta regla se ha ido relajando (inevitablemente). Seguro que a muchos os gusta, igual que a mí, el hecho en sí de buscar libros a lo loco, en estanterías más bien desordenadas, sin tener ni idea de lo que uno va a encontrar y siguiendo un criterio muy personal y un tanto imprevisible a la hora de separar el grano de la paja: pasar uno tras otro títulos que no nos llaman mucho la atención y sufrir un agradable sobresalto al encontrar algo interesante.

Para pasar el rato de esta manera no hace falta ir a ninguna librería de moda, es más, el encanto de los libros de segunda mano es precisamente ese gustillo de convertirse en arqueólogo, buceando entre montañas de libros polvorientos más que entre las últimas novedades, cuidadosamente ordenadas. Bueno, pues hasta ahora no tenía fichada ninguna librería que me hubiese llamado la atención cerca de casa, pero este fin de semana me he enamorado de un nuevo templo bibliofílico: el granero de los libros de Niantic.

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El Book Barn (peligrosamente situado a 45 minutos de casa) podría pasar como una librería de segunda mano más de no ser un lugar llamativamente excéntrico. En lugar de una tienda concentrada es un conjunto de edificios desperdigados en cuatro lugares distintos de Niantic, un pueblecito costero de Connecticut. El edificio principal tiene pinta de granero, pero a él se suman una ristra de casetas, cabañas, carromatos, kioskos y edificios anexos formando un caos encantador en un jardín imposible con bancos, adornos horteras, cartelones, fuentes y un corral con cabras.


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El lugar tiene, desde luego, mucha personalidad y te invita a pasarte, literalmente, las horas cotilleando, o leyendo tranquilamente si el tiempo acompaña. Dice la web que tienen más de 350.000 libros y en general parecen bastante abiertos a la compra. Si alguna vez habéis intentado vender libros os habréis dado cuenta de que no es nada fácil y que la mayoría de las librerías son muy selectivas a la hora de elegir lo que adquieren, imagino que por problemas de espacio. Mi interpretación es que aquí el espacio no es un problema, y que la política del local es más bien hacerse con todo, añadirlo al caos, y ya que el tiempo le acabe dando una salida. Es habitual ver que algunos títulos concretos están repetidos varias veces, sin que parezca que importe. Ni tienen catálogo colgado en la red ni pretenden tenerlo: son bastante claros al respecto sobre la idea de este granero… si quieres algo tienes que remangarte y sumergirte en la búsqueda.

IMG_20150912_183818273La librería encantada: el destino de los libros de las novelas de misterio y terror

Llama la atención que los libros, aunque están ordenados por categorías, se distribuyen de una forma un tanto arbitraria y con categorías bastante chanantes. Algunas secciones (como la de historia militar, novela náutica o ciencia-ficción) están especialmente hipertrofiadas

IMG_20150912_183723522¿Es mi imaginación o aquí hay ciertas dosis de recochineo?

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El granero principal (que es donde están las secciones de historia, arte y ciencias sociales) resulta especialmente encantador y es donde merodean la mayoría de los gatos. Hay seis en total, y según los propios dueños de la tienda, forman parte del personal tanto como los dependientes. Puedes incluso conseguir una guía de campo para distinguirlos a cada uno por su nombre. He pensado que este detalle os debe gustar bastante a muchos de los lectores, pero reconozco que lo de ir cruzándote con los gatos mientras buscas libros o paseando por el jardín también le añade su toque de excentricidad al lugar. Y no, antes de que lo preguntéis, las cabras no pueden pasar a la tienda.

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IMG_20150912_194921869El granero principal. Café y galletas de cortesía incluido en la visita

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La guía de gatos

Según cuentan orgullosamente, todo empezó con tres estanterías y un sofá usado, pero el éxito fue tan grande que han ido extendiendo el negocio a otros locales del pueblo, que aunque no tienen el encanto del núcleo princial, mantienen el espíritu del lugar.

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En resumen: un agradable descubrimiento al que sólo le pude dar una visitilla breve pero que ya me hace desear otra muy pronto. De esta presentación me llevo todo un clásico: la flora ilustrada del norte de EE.UU. y Canadá de Britton y Brown (1913, reeditado en 1970) por 12 dólares los tres volúmenes :_) y un libro de la guerra del Peloponeso.

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Farlow Herbarium y charla para el NEBC

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Este fin de semana estuve trasteando en Cambridge (el de aquí, no el de allí) porque me invitaron a dar la charla del encuentro mensual del New England Botanical Club. Normalmente no voy contando por aquí mis bolos, pero la singularidad de la ocasión y el interés de varios de vosotros me hizo comprometerme a rendir cuentas así que allá voy.

El NEBC es, creo, la segunda sociedad botánica más antigua de EE.UU., creada en 1896 por William Farlow, el primer catedrático de botánica criptogámica de Estados Unidos. Publican una revista de flora local desde 1899 (Rhodora), muy conocida por los botánicos de la zona, y llevan ininterrumpidamente reuniéndose y montando saraos estos 120 años, siempre con la intención de conocer y promocionar el estudio de las plantas de Nueva Inglaterra y como punto de encuentro de los botánicos de la zona. Como Farlow era profesor en Harvard, desde sus orígenes la sociedad ha estado ligada a esta universidad y a su museo de Historia Natural, y este es uno de los motivos por los que esta charla era especial para mí, ¡que no todos los días se tiene la oportunidad de hablar en un sitio así!

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Las cátedras de este museo (dividido en tres: zoología, botánica y geología) cuentan entre sus habitantes históricos más insignes con Asa Gray, Louis Agassiz y, más recientemente, Ernst Mayr. Los del NEBC me dijeron que antes se reunían en un edificio nuevo de laboratorios pero que este año les habían dejado espacio en el edificio de geología, quejándose de que era más viejo, pero sinceramente, yo prefiero reunirme en un lugar que tiene placas como esta en la entrada:

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Ya que pasaba por allí por motivos académicos, pedí permiso para visitar el Farlow Herbarium, la colección de criptógamas fundada por Farlow himself que es uno de los diferentes herbarios que pueden encontrarse en Harvard y que tiene más de millón y pico de especímenes de hongos, algas y briófitos.

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Aunque técnicamente fui a ver algunos pliegos concretos relacionados con mi proyecto actual, esta visita fue un encuentro esperado durante mucho tiempo, en primer lugar porque algunos de los especímenes más importantes de mi tesis vinieron de aquí (cuando un investigador no puede ir hasta un herbario es relativamente habitual que te los manden en préstamo por un tiempo a tu institución). Pero además, esta colección es muy importante en la historia de la briología por ser la que alberga el herbario de William Starling Sullivant, el fundador de la briología americana. Para los seguidores de “la flora maldita“, os recuerdo que tras la muerte de Sullivant en 1873, sus 18.000 especímenes se enviaron desde Columbus, Ohio, hasta Harvard según se especificaba en su testamento, sin embargo esto supuso toda una pesadilla para que Lesquereux pudiese completar el trabajo que le llevaría aún casi una década llevar a término.

Pues bien, efectivamente, aquí estaba

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No sé muy bien cómo explicar la sensación que tuve cuando abrí este armario, pero no se me va a olvidar

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Ilustración de Physcomitrium immersum, hecha por el propio Sullivant

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Un ejemplar original del segundo tomo de la serie de exsicattas Musci Alleghanyenses. Sólo existen 50 en todo el mundo

En fin, que pasé muy mal rato yo aquí.

La gente del NEBC me invitó a cenar en un pub cercano, muy majos ellos, y después nos fuimos al ala de geología a que tuviese lugar el encuentro mensual (puesta al día de cosas de los miembros, anuncios, cotilleos, ruegos y preguntas, etc) y luego ya me tocó hablar a mí.

IMG_20151004_192834Aquí me estaban presentando

El público, como es de esperar, era gente que aunque sabe mucho de plantas, en su mayoría no conocen muy bien los musgos y el resto de los briófitos (somos unos raros incluso entre los botánicos, aunque por suerte esto está cambiando). Por este motivo, aunque mi charla tenía que ser sobre mi trabajo y cosas que había hecho, la enfoqué especialmente a por qué los musgos merecen el interés de los botánicos “mainstream“. En general los briófitos despiertan bastante “respeto” (respeto del que obliga a mantener la distancia) porque son relativamente complicados de identificar.

Al parecer, la charla recibió el aplauso de crítica y público, nadie se dio cuenta de que soy un impostor, y concluyó con otro rato de charloteo en un sala cercana donde pude conocer a más gente y hacer planes interesantes, como unirme a alguna de sus excursiones el verano que viene (y llevar un paso más allá ese proselitismo briológico). En resumen: hice muy buenas migas con la gente de la sociedad, y sospecho que va a ser el origen de algunos proyectitos alternativos, así que ha sido un fin de semana muy bien aprovechado.


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Mark Watney, héroe de los botánicos

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HINC SVNT SPOILERES (pero poquito)

El género de crítica cinematográfica con reseña científica sabionda incorporada es todo un clásico de los blojs de ciencia. Básicamente consiste en pillar por banda una película, generalmente de ciencia-ficción, y criticarla desde el punto de vista de lo rigurosa que resulta. Quizá por aquello de que “la perfección es enemiga de lo suficientemente bueno”, pocas películas se libran de un buen rapapolvo de parte de los blogueros más exigentes. Hasta “2001, Odisea en el espacio”, quintaesencia del perfeccionismo, tiene por ahí algunos gazapos. En mis años mozos, también me dediqué a sacar punta a películas como la del Ché o el Planeta de los simios, siempre intentando arrimar el ascua a la sardina botánica, pero en tiempos más recientes la verdad es que no me ha dado por ahí porque, puaf, qué asco de vida. Hoy voy a retomar esta sana costumbre, pero en plan vago.

THE MARTIAN

Después de ver The Martian, una película que ya desde antes de su estreno se estaba convirtiendo en un filme de culto en una comunidad concreta (como demostraré enseguida), siento que algo hay que escribir en tan señalada ocasión. The Martian tiene tres elementos que la predestinaban a que me gustase: la colonización de Marte, la supervivencia basada en el conocimiento, y un protagonista botánico. Por su parte tenía otro elemento que me hacía orinarme de miedo: Ridley-Prometheus-Scott haciendo de las suyas. Por suerte este último ha quedado neutralizado.

Vamos por partes.

Lo de la colonización de Marte tengo que explicar que no es que me guste sólo por su relación con la astronomía y la exploración del Sistema Solar. Marte como destino me enamoró tras leer la trilogía de Kim Stanley Robinson (creo que fue originalmente una recomendación de Dark Sapiens). Una lectura algo árida (a la altura del planeta rojo) pero que quizá por eso me transportó como hacía mucho tiempo que ningún libro lo había hecho. Marte Rojo, en concreto, te describe los paisajes marcianos con una eficacia estremecedora. La geografía de Marte dejó de ser un conjunto de palabrejas en un mapa para convertirse en lugares reales capaces de evocar una diversidad de sensaciones. El lector desearía poder ver con sus propios ojos los inmensos volcanes de Tharsis o las vertiginosas caídas del Valle Marineris, pero también es consciente de las vastas y aburridas llanuras que los protagonistas exploran con el celo de verdaderos colonos. Quizá por mi sesgo biológico, nunca llegué a pensar que el escenario de un Marte estéril mereciese ningún tipo de emoción… hasta que leí ese libro. El viaje que supone esta lectura me hizo apreciar las fotos que enviaba el Curiosity de una forma insospechada (a la vez que según avanzaba en la trilogía, me iba poniendo de parte de “Los Rojos”, que querían limitar los efectos de la terraformación).

THE MARTIAN

Lo de la supervivencia en un medio hostil gracias al ingenio y al uso aplicado de la ciencia me transporta a otro libro, quizá el que más veces leí durante mi infancia: La isla misteriosa, de Julio Verne. A mi juicio este es el mejor libro de Verne y siempre me sorprendía no encontrarlo entre los más conocidos, aunque luego he comprobado que a muchos nos pasó lo mismo. Para quienes no lo conozcáis, el libro cuenta la historia de unos náufragos que caen desde un globo a una isla desierta. El protagonista (Ciro Smith, un ingeniero muy versátil) consigue que la isla se acabe convirtiendo en un Mercadona perfectamente surtido, todo gracias a sus conocimientos y a las materias primas de la isla, bendecida con todos los recursos deseables, eso sí. Sospecho que hay mucho de esto en el relato original de The Martian, que de hecho (al igual que la novela de Verne) se publicó por fascículos, aunque en formato blog. Con lo de “original” no quiero decir que la idea en sí sea la repanocha, pero bueno: nada en absoluto tengo en contra de usar una fórmula que funciona, sobre todo si se hace bien. Si hacemos caso al autor (y a los lectores), uno de los puntos fuertes de la historia es que pretende ser ciencia ficción dura en la que cada decisión del protagonista y cada recurso está justificado científicamente y es factible (salvo una licencia muy concreta: la de la tormenta). Por supuesto, la novela del marciano ya está entre mis lecturas más inmediatas, pero de lo que hablaré aquí va a ser de la película.

Por último, ¿Qué decir sobre una película cuyo protagonista es un profesional de la botánica? No es que se vean muchas, y menos aún en las que dicho individuo se reconozca así mismo como botánico varias veces durante la película y que sea en calidad de ídem por lo que lo ficha la NASA.

THE MARTIAN

Matt Damon Mark Watney, botánico, lo pone bien clarito

El uso de esta palabra no es un simple detalle, al menos en Estados Unidos. La palabra botany y sus derivados están siendo desplazados por alternativas como Plant Science y variantes por el estilo, quizá en parte porque “botánica” suena, al parecer, poco científico y más como un remanente de la historia natural de hace siglos, algo quizá que no pega con palabros como filogenómica o jaizruputismo. No sé si lo sabéis, pero entre los botánicos angloparlantes se inició hace poco una reivindicación del término encabezada por Chris Martine (que por cierto, se doctoró en la UConn) y que ha sido todo un éxito en las redes, como podéis comprobar si echáis un ojo al hashtag #Iamabotanist. La verdad es que creo que esta reivindicación tiene mucho sentido si tenemos en cuenta cómo el conocimiento de los organismos cada vez se ningunea más en todo plan docente de biología en todas los grados, con nefastas consecuencias. Hace mucha falta que se recuerde que el nivel organismo sigue siendo tan fundamental para el avance de la ciencia como lo era antes, así que ¿Un héroe de blockbuster botánico? ¡Bienvenido sea! La proclamación de Mark Watney como icono por parte del gremio de botánicos ha sido inmediata anticipándose incluso al estreno: el propio Martine ya ha anunciado que nombrará a una nueva especie de planta Solanum watneyi. Tiene guasa que sea precisamente un Solanum, pero ese es un chiste privado botánico.

Solanum watneyi, que además crece en suelos rojizos

¿Qué detalles no me han convencido en The Martian? En primer lugar, no me queda nada claro que plantar patatas en suelo marciano sea tan sencillo como meterlo en un invernadero y abonarlo. Imagino que cada lugar de Marte tendrá una composición propia, pero los geólogos dicen palabros raros como “percloratos” cuando hablan del suelo marciano, palabros que suenan muy chungos para las raíces terráqueas. Además, un momento clave del éxito de Watney es cuando descubre que hay patatas en la base que puede plantar. No acabo de entender qué pinta un botánico en Marte si no llevaba ya como equipaje y parte de su trabajo semillas y plantas para experimentar sobre el crecimiento de plantas en este planeta. Si lo que querían era buscar vida, lógicamente hubiesen mandado a un microbiólogo.

Por último, las maniobras de acoplamiento, tanto la de reabastecimiento como el trepidante rescate final, no me convencen mucho. Se supone que la nave Ares, en los dos casos, lleva trayectoria hiperbólica, que no entra nunca en órbita. La autoridad que me da una dilatada trayectoria estrellando kerbals por el universo me dice que un rendevú en esas condiciones es bastante extremo y muy caro en términos de Δv como para que lo pueda hacer una nave pequeñita. Quizá en el libro esté mejor explicado, pero tal y como aparecía en la película, no sé yo…

THE MARTIANCorre, dale a F9, que la hemos vuelto a cagar

Estas cosas las digo por figurar y por honrar a desgana el género de la crítica sabionda (gazapos hay hasta en el tráiler): la película me ha gustado mucho. No tanto porque crea que sea una obra maestra, sino porque hacía tiempo que no salía de ver una película de ciencia-ficción sin un desagradable regustillo final a timo del tocomocho. Y sí, estoy pensando muy especialmente en InterEstellar, obra que curiosamente pasó a ser considerada como una maravilla por la “comunidad escéptica” pese a enunciar explícitamente (me da vergüenza ajena hasta recordarlo) cosas como que el amor humano es una fuerza física del cosmos poderosísima. Chúpate esa, Carl Sagan.

Así que sí: me parece que estamos ante una película predecible, pero muy correcta en su planteamiento, que no engaña, fiel a su género y a sus referencias, muy entretenida, sin abusar de la credulidad del espectador, divertida y que no convierte un agujero negro cgi en el mayor de sus méritos. Y si además añade a un botánico como referente heroico para una generación de chavales que aún no saben qué quieren hacer con su vida, pues mejor que mejor.

Hell-Yeah-Im-a-Botanist-3_Fotor-560x631(fuente)


Archivado en: Cine

2014: odisea dunar

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Por petición popular (toda una novedad, en concreto de dos lectores, Francisco y Asturfer), voy a contaros mi mayor hazaña con el Kerbal Space Program, el simpático juego de simulación de programas espaciales que ya comenté una vez. Este juego es una maravilla; sus posibilidades son interminables y se adapta a tu nivel y experiencia, la curva de aprendizaje es muy satisfactoria. Sin embargo, entiendo que no a todos los lectores os motive mucho el tema, así que si es así, disculpad el inciso en la programación. Aprovecho además para saludar a Jmongil (gran compañero en hazañas kerbaleras e inspiración), que posiblemente se acuerde de la brasa que le di.

Al grano: voy a contar con pelos y señales mi mayor hazaña con el KSP. Me llevó muchas semanas de planificación y de darle al F9 y me dejó con una satisfacción inmensa, pero a la vez puso el listón tan alto que, paradójicamente, me quitó las ganas de seguir jugando hasta la fecha, por pereza de empezar de cero una misión titánica de este estilo.

El desafío

No voy a decir que este tutorial es para un nivel avanzado, porque la gente hace diabluras por ahí fuera y yo no llego a tanto, pero digamos que la misión en sí no era nada ligera. Cuando me la propuse necesitaba un plato fuerte. A esas alturas ya dominaba lanzamientos variados, había explorado todos los entornos de Mun (la Luna) y Minmus (sin equivalente), me defendía bastante bien con acoplamientos en órbita y había construido, por piezas, mi primera estación espacial. El juego se estaba volviendo un poco repetitivo y los siguientes desafíos estaban en otros planetas. Ya había mandado sondas no tripuladas a Eve (Venus) y Duna (Marte) con buenos resultados. El siguiente paso lógico era una misión tripulada a otro planeta, a Duna, por más señas.

Había visto varios vídeos con misiones básicas de este tipo, y estaba de sobra preparado, pero si me animaba a hacerlo quería ir un poco más allá de lo básico, así que me planteé que tenía que cumplir los siguientes requisitos:

  • La misión debía estar tripulada por tres kerbals (nada de llevar una capsulita diminuta y ligera: había que ir con la gorda)
  • Los tres pisarían el planeta rojo
  • La misión incluiría un rover
  • El objetivo sería recopilar todos los puntos de ciencia que pudiese
  • Para hacerla más creíble, habría que llevar algún módulo que simulase ser habitable (no valía ir sólo con la cápsula, sin poder estirar las piernas), aunque no sería necesario hacerlo aterrizar.
  • La misión debería incluir una visita a la superficie de Ike (el satélite de Duna), aunque bastaría que un kerbal cumpliese con este requisito.
  • Los tres kerbals deberían volver sanos y salvos a la superficie de Kerbin (La Tierra).

Afortunadamente, guardé capturas de todo, así que allá vamos.

Diseño

Diseñar la nave de esta misión me llevó mucho tiempo y varias sesiones dedicadas exclusivamente a trastear en los talleres. Estaba claro que para cumplir el desafío iba a necesitar una nave monstruosa para mis estándares, con mucho combustible. Además, nunca había despegado desde Duna, pero se me antojaba que poner en órbita una cápsula de tres plazas desde el planeta rojo no sería barato. Por suerte contaba ya con mi estación espacial y con bastante experiencia con acoplamientos, así que decidí que la nave la montaría en órbita.

El problema con el KSP es que resulta dificilísimo salirse de diseños que no tengan simetría radial. Esto hace que las naves acaben siendo demasiado largas, y que haya tendencia a apilar módulos unos encima de otros obstruyendo su funcionamiento y su versatilidad. Yo necesitaba colocar cosas a los lados, pero eso dificulta mucho la maniobrabilidad al mover el centro de masas. Un dilema que mis ingenieros acabaron resolviendo de forma, si no totalmente elegante, sí más o menos eficaz.

Tras muchos dolores de cabeza, el cuerpo central me quedó así:

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A esta monstruosidad la llamé “Mojo A” en honor al mono mascota de Homer Simpson. Consta de un eje central (laboratorio orbital que además simulaba la zona habitable durante el viaje espacial) coronado por una cupulita, que siempre luce mucho. En el centro un nodo “enchufe” con múltiples puertos de atraque, y en la parte trasera la friolera de cinco tanques gigantes de combustible y cuatro motores nucleares (aparte de tambores de monopropelante a tutiplén). Focos, paneles solares, baterías,… lo típico, vaya. La clave aquí estaba en que esta sería la pieza más grande a subir de una vez, así que todos los componentes tenían que estar bien amarrados unos a otros y (importantísimo) los tanques de combustible tenían que subir vacíos para poder poner este cacharrazo en órbita y acoplarlo a la estación. La torreta apical con puerto era de uso temporal, para poder acoplarla a la estación.

Supongo que a jugadores más experimentados quizá le parezca que esta nave era muy ineficiente y demasiado pesada, pero no tenía ni idea de cuánto combustible iba a necesitar así que intenté pecar por exceso.

El lander dunar, por su parte, era tal que así.

a002Esta fue la parte que más tiempo me costó diseñar. El desafío era conseguir un cacharro con combustible suficiente como para poder aterrizar en Duna desde la órbita y poder volver a subir, orbitar el planeta y acoplarse de nuevo con la nave principal. Solventé el problema del rover (nunca sé dónde ponerlo) colocándolo debajo de la nave, y debajo del instrumental científico (ambos desechables para que pese menos a la subida). En total constaba de ocho tanques pequeños de combustible, conectados en dos etapas (de forma que cuatro pudiesen desprenderse durante el ascenso), amén de tutiplén de paracaídas para facilitar el aterrizaje en la tenue atmósfera dunar. Como digo, muy, muy satisfecho. Eso sí, la cantidad de combustible y esas cosas lo hice totalmente a ojo, no tenía ni idea de cuánto costaría.

Pero claro, si voy a enganchar este trasto en el nodo central de la Mojo A, necesito equilibrarlo por el otro lado…

a003Y eso fue lo que hice. Este cacharro (al que llamaré “trimódulo”) tiene, oh sorpresa, tres módulos independientes. El del centro es un modulito monoplaza de aterrizaje en Ike, inspirado en un diseño, muy ligero y versátil, que había desarrollado para las misiones a Mun. Los otros dos tanques me servirían como reserva extra de combustible, pero tuve la precaución de ponerles un motor y un sistema de navegación para poder usarlos de forma remota. Una especie de salvavidas autónomo que podía dirigir a distancia para remolcar a alguno de los otros módulos si, por casualidad, me quedaba seco a mitad de una maniobra de acoplamiento (una decisión muy sabia, como veremos enseguida).

Por supuesto, lo que para mí supuso un portento de ingeniería fue asegurarme de que ambas estructurastenían EXACTAMENTE la misma masa durante el viaje de ida…

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Ahí está, clavado

… pero no sólo eso, sino que además deberían tener exactamente la misma masa también en el viaje de vuelta, cuando gran parte del lander ya estuviese desechada y la misión a Ike completada. Esto sí que me hizo sudar tinta china.

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Un aplauso, por favor

Una vez completado el diseño, tocaba montarlo a 100.000 m de altitud.

Ensamblaje

Esta parte de la misión también me llevó muchas sesiones y mucha paciencia. Poner en órbita la Mojo A sin combustible exigió un lanzamiento pesado e inestable, y acoplarlo a mi estación espacial casi me provoca túnel carpiano. Este mamotreto es muy poco maniobrable y sólo tras mucho sufrimiento conseguí engancharlo a la estación. Este ha sido sin duda el rendevú más complicado que he tenido que hacer… pero lo hice.

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Sólo conservo estas dos imágenes de aquello. A la izquierda, la estación espacial (bonita ¿eh?), y a la derecha, con la Mojo A ya acoplada. No sé cómo lo hice

Acoplar a ambos lados del nodo el lander dunar por un lado y el trimódulo por el otro fue relativamente más sencillo, porque eran más manejables.

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Llegado este punto, la nave estaba completamente montada, ahora había que llenarla de combustible. Para ello empleé tanto los tanques que ya tenía en la estación como una penosa serie de misiones destinadas exclusivamente a inyectar combustible en la misión dunar. Esto fue sencillo, pero necesitó de buenas dosis de paciencia. Finalmente, cuando todo estuvo listo, hice embarcar a la tripulación, integrada por mis kerbonautas más experimentados: Bill, Kenlan y sí, Jebediah.

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A la izquierda, una de las misiones de repostaje. A la derecha, la Mojo A momentos antes de del lanzamiento

Viaje a Duna

El desarrollo y ensamblaje de la misión tuvo lugar un poco antes de que se pusiera a tiro una buena ventana de lanzamiento, calculada gracias a esta web. Cuando llegó el momento óptimo, los tres intrépidos kerbal se despidieron de su planeta natal por una buena temporada.

09La Mojo A se separa de la estación e inicia su odisea

Por cierto, como las etapas eran muy complicadas y dependían de la fase de la misión, las fui programando manualmente en cada momento.

La ignición para salir de Kerbin fue un infierno. A pesar de que la nave estaba equilibrada, el lander y el trimódulo empezaron a oscilar y a bambolearse, por lo que la aceleración tenía que ser muy gradual y por lo tanto, muy, muy lenta (en esta versión aún no estaba el piloto automático así que me tocó estar dirigiendo el rumbo de forma manual, creo que durante 10 minutos o algo así).

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Pero bueno, pasada esa mala experiencia inicial me hice más o menos con los controles de la nave y desde entonces me tomé las maniobras con mucha calma para que no hubiese movimientos bruscos. Aparte de alguna corrección a mitad de camino, el viaje interplanetario fue sereno y la tripulación jugó a muchos wargames.

Varios meses después: Duna

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Entrar en órbita no supuso mucho problema. Hice un par de aerofrenados y luego intenté corregir la trayectoria para tener una altitud de unos 60.000 m, relativamente baja y ecuatorial para poder subir mejor en el ascenso.

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A estas alturas ya había gastado la mayor parte del combustible, pero esto era de esperar, y contaba con que el regreso sería mucho más ligero, pues me podría desprender de varios módulos y tanques. La primera parte había sido un éxito.

Superficie dunar

La tripulación al completo embarcó en el lander y se iniciaron las maniobras de descenso sin buscar ningún sitio en concreto. En general los descensos a Duna son complicados porque los paracaídas siempre se abren muy al final y es necesario asistirlo con los motorcillos, pero como tenía experiencia haciendo adunizar sondas, no fue demasiado traumático. Además conservé gran parte del combustible del lander.

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Lo primero que hice fue liberar el rover y moverlo un poco para que sea más fácil montarse luego. Además aproveché para hacer todas las mediciones con el laboratorio colgante, y después dejarlo caer al suelo. Llegados este punto es cuando tiene lugar el esperado momento.

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Foto para la historia

Esta parte fue muy relajada: darse una vuelta por los alrededores en el rover y tomar los datos científicos de turno (sin olvidarse de recoger los del laboratorio desechable), etc. Relajada y aburrida. Los kerbals se acordaron de Kavafis y de su Ítaca y llegaron a la conclusión de que estar allí tampoco era para tanto.

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34Último amanecer sobre el planeta rojo

Así que pasados unos días, cuando la Mojo A seguía una trayectoria que le llevaría a pasar justo por el cénit del lugar de aterrizaje, la tripulación volvió a preparar los paracaídas (detalle importante para el regreso final) y embarcó.

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Ascenso del lander y perfecta separación de su única etapa (debí hacerlo antes, pero fueron momentos de mucha tensión)

Una de las intrigas del diseño era si el lander tendría suficiente combustible para ponerse en órbita y acoplarse con la Mojo A. La respuesta a la primera pregunta es afirmativa, pero no lo fue con la segunda. Los depósitos se quedaron secos cuando estaba cerca del encuentro, pero por suerte el monopropelante, que siempre llevo en exceso, me sirvió para terminar las maniobras y conseguir reengancharme a la nave principal. No hizo falta usar los remolcadores.

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Momentos de tensión con final feliz

Misión a Ike

A estas alturas de la película, la verdad es que el resto fue pan comido. Muy similar a la típica misión Kerbin-Mun, pero mucho más barata en cuestión de combustible dada la menor masa del sistema Duna-Ike. Todo lo hice con mi modulito de una plaza que os he enseñado antes.

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Aquí también había ciencia p’a aburrir

Pese a todo, el regreso fue algo accidentado al incluir un acoplamiento en órbita, así que en este caso sí que tuve que mandar un remolcador al rescate de Kenlan, una vez éste estuvo a medio camino del encuentro con la Mojo A. Gran idea la de los remolcadores, sí señor. De no ser por ellos, aún seguiría por ahí perdido.

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No sé si se ve muy bien, pero a la derecha el módulo pequeño, ya de vuelta, tiene pegado el remolcador atrás

Retorno

La misión estaba lista para iniciar su regreso. Esto implicaba redistribuir el combustible sobrante de forma que fuese lo más eficiente posible y colocar los restos del lander equilibrados con un único remolcador (para que el centro de masas siguiese quedando alineado con el eje de la nave, como mostré al principio).

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Una vez liberado el lastre (incluyendo dos de los tanques grandes de combustible, ya vacíos), la nave aún estaba a más de la mitad de su nueva capacidad de combustible. Cuando Kerbin se puso a tiro, de vuelta para casa.

53La Mojo A en configuración de regreso, dejando Duna atrás

Unos meses después, y con la pequeña corrección habitual a mitad de camino, la misión estaba de vuelta. Hizo falta una frenada bastante intensa (con ayuda atmosférica también), pero la verdad es que podía haber ahorrado combustible en el diseño: me sobró mucho. Durante el viaje aprovecharon para procesar todos los datos de ciencia en el laboratorio y almacenarlos en el lander.

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A la nave principal la dejé en órbita a modo de recuerdo (y de estación espacial accesoria). Llegaba el momento de decir adiós a la Mojo A. Los kerbal embarcaron en el lander. Ya que estaba, quise que volvieran a tierra con estilo, bajando con la nave completa (esto ya no está permitido en las versiones actuales del juego en los que sí influye en rozamiento con la atmósfera, pero sí que se podía hacer cuando hice esta misión).

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Pues nada, misión cumplida. En total fueron 2780 puntos de ciencia, si os picaba la curiosidad.

Y ahora, responderé encantado cualquier pregunta que haya quedado pendiente.


Archivado en: Juegos

Elogio de Parque Jurásico

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Este fin de semana fui a ver Jurassic World, y pese a que mis expectativas estaban por los suelos, me pareció una basura. Me diréis que era de esperar y que quién me mandaba, y tendríais toda la razón. No vengo a lamentarme por lo ocurrido porque me lo he buscado. Lo que sí vengo a hacer es despacharme sobre algunas divagaciones a las que les he ido dando vueltas en las últimas horas.

¿Por qué no me ha gustado la película? Mucho se ha hablado en los últimos meses de la oportunidad perdida de representar a los dinosaurios desde un punto de vista más acorde con el conocimiento científico actual (con plumas, y toda la pesca), y hay quien se ha quejado de lo sexista que resulta. Siendo ambos ejemplos ciertos, ninguno impide por sí mismo que hubiese sido buena. De entrada yo hubiese pensado que el problema de una película como esta es que es totalmente previsible, pero luego me he dado cuenta de que no: lo que la hace terrible son unos personajes planos, dignos de haber salido de la mente de un chaval de guardería, y una trama, por decir algo, grotesca y ridícula.

Quiero decir: ¿qué debe tener una película de esta franquicia de forma obligatoria? Dinosaurios que, pese a todas las precauciones, escapan del control de los seres humanos, los persiguen y se los comen. Hasta ahí bien. El error creo que viene al pensar que nada más es necesario, e incluso dar por hecho que ni siquiera el espectador quiere ningún elemento extra (como unos personjes creíbles o un guión mínimamente interesante) porque hay un acuerdo tácito sobre qué es lo que se va a ver, y hay que darlo pronto y sin introducciones, no vaya a ser que el público se desoriente y le dé por (Dios no lo quiera) ¡pensar!

De alguna forma los creadores de Jurassic World creyeron que deberían hacer la versión mesozoica de una película porno.

En esta película, al igual que en el porno, se le exige al espectador que asuma que las circunstancias que nos llevan al meollo de la cuestión (ya sea gente follando o gente siendo destripada por velocirraptores) son totalmente irrelevantes, y que las ignore incluso aunque sean tan ridículas que den vergüenza ajena. Es una opción válida (a la vista está en nuestra cartelera más cercana), pero también triste y peligrosa. Triste porque un grupo de gente que dicen ser creadores, artistas, renuncia desde el principio a aportar un puntito de creatividad o un valor añadido al contenido esperable de una película como esta (y lo que es peor: dando por hecho que el público es idiota y lo mismo le da una cosa que la otra, porque en el fondo han ido a ver porno mesozoico y todo lo demás estorba). También es peligrosa porque, al igual que en el porno, las circunstancias pueden ser tan ridículas que acaben volviéndose cómicas, y aunque a veces quizá esto se busque de forma deliberada, un ataque de risa justo antes de un clímax (¡clímax narrativo!, ¡golfos!) te puede hacer perder la poca credibilidad que te quede. En concreto, la manera en la que se desata el desastre (la anticipada y esperable pérdida de control sobre uno de los dinosaurios, que desencadena todo lo demás) es tan, tan ridícula que parece improvisada cinco minutos antes del rodaje, dando por buena la hipótesis de que este punto crucial de la trama es sólo el repartidor buenorro sin ropa interior que llama al timbre justo en el momento preciso porque casualmente pasaba por allí.

¿Era de esperar que esto ocurriese? Sí y no. Normalmente me importa mucho la originalidad en una película, pero siendo honestos, es difícil innovar demasiado en una entrega de una saga como esta. Por eso dije que mis expectativas eran bajas: la idea de ver el parque abierto, tal y como lo soñó Hammond, donde los dinosaurios no son ya el prodigio de la ingeniería genética sino un triste producto de consumo, es un punto de partida digno y no tengo nada en contra de él. El problema es que no hay nada más, nada en absoluto, y eso da un poco de pena. Creo que todo el mundo hubiese aceptado ver una película previsible sobre dinosaurios, una copia en mayor o menor medida de Parque Jurásico original, e incluso uno de los terribles “reboots“, cualquier cosa hubiese sido mejor que algo en lo que la presentación de los personajes o el desarrollo de los acontecimientos es un estorbo narrativo para los guionistas, algo que se quieren quitar de enmedio, y que preferirían que no fuese ni siquiera necesario. Quizá siendo conscientes de esa carencia, los guionistas recurren a los guiños a la película original de Parque Jurásico en multitud de ocasiones, como queriendo llamar a la nostalgia del espectador (de forma un tanto patética, poniendo los temas ñoñetes de la banda sonora original en los momentos clave) para intentar darle a esta película algo que no tiene: parecido con su predecerosa original.

Y es que (y esto es lo que en realidad quería decir), Parque Jurásico fue una película bastante buena. Normalmente me inhibo de valorar Parque Jurásico porque creo que no voy a ser objetivo. Fui a verla en la semana del estreno, totalmente emocionado, y me fascinó, me obsesionó durante meses, así que es la típica película de la que lo mismo tienes un recuerdo demasiado bueno porque te impactó de niño, pero que en el fondo tampoco es para tanto (Iba a decir que igual que le pasa a mucha gente con Star Wars, pero sólo por malicia, no porque lo piense de verdad, o al menos no mucho).

Quizá sea porque aún estoy bajo los efectos del truño del fin de semana, pero lo voy a decir: creo que Parque Jurásico fue una gran película. No sólo por la innovación técnica y por adaptar pasablemente una novela que, opino, tenía también muchas virtudes dentro de su género, sino porque narrativamente funciona muy bien, porque los personajes (siendo también algo estereotipados) se desarrollan de forma satisfactoria y porque el meollo de la cuestión, la gente siendo perseguida y devorada por bichos enormes, se hizo dándole un contexto, con auténtica maestría, con cariño, con creatividad y con momentazos para el recuerdo de la historia del Séptimo Arte (y nunca pensando en hacer un subproducto pornográfico “aquí te pillo, aquí te destripo”). Nada hubiese impedido a Spielberg haber decidido que lo único importante eran las persecuciones de dinosaurios y haber convertido todo lo demás en un pretexto, pero no lo hizo. El resultado es que Parque Jurásico es una película que ha envejecido muy bien, que si la ves hoy, un cuarto de siglo después, sigue funcionando. No todas sus contemporáneas pueden decir lo mismo, y desde luego, Jurassic World tampoco.


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Dos cosas que molan

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Interrumpimos la programación habitual para informar de dos sucesos que me tienen comido el coco últimamente.

1: tengo un telescopio, y está cargado

Resulta que mi vecino de abajo se ha mudado, y como buen gringo tenía muchos trastos (esto nos pasa a todos en las mudanzas, pero los gringos son especialistas en acumular). Entre las cosas que no quería llevarse a su nuevo hogar y que nos ha acabado endiñando hay un aparato de aire acondicionado y una barbacoa (sospecho que ambos se los donaremos a alguien cuando nos vayamos sin haberlos usado), pero también esta preciosidad.

tele

Que vale, es un telescopio de reflexión normalito y de principiante pero es mío y eso equivale a que para mí sea el más bonito del mundo.

Al principio tuve mucho lío y como tanta rueda y tanta llave amedrentan un poco, básicamente ni lo toqué y lo dejé como elemento decorativo en un rincón (que dicho sea de paso, ¡cuánto viste un telescopio en una habitación!), pero por fin hace unos días me pude poner en serio a aprender a usarlo, montarlo y desmontarlo.

El uso del telescopio en sí viene a ser tan fácil como parece, lo que tiene un poco de truco es la estructura sobre la que se coloca, conocida como montura ecuatorial.

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De nuevo ya estoy yo aquí cayéndome del guindo, pero la verdad es que este cacharrín me ha fascinado. Nunca me había parado a pensar cuál sería la manera más eficiente de montar un telescopio de forma que fuese sencillo seguir el movimiento de los astros. Obviamente los astrónomos llevan siglos aportando distintas soluciones, indiferentes a mi ignorancia, y esta es sólo una de las más comunes o más fáciles de implementar en telescopios comerciales, pero ha sido muy interesante entender cómo se consigue. Si queréis una explicación sencilla y en colorines del funcionamiento de este y otros montajes, os recomiendo esta página, que a mí me ha ayudado mucho.

Básicamente la montura ecuatorial, una vez que está bien colocada, apunta el telescopio al norte (o sur) celestial, el punto del firmamento que aparentemente no se mueve, porque es el que queda alineado con el eje de rotación terrestre. En el hemisferio norte esto lo conseguimos apuntando a la Estrella Polar, obviamente. Una vez colocado, podemos hacer girar el telescopio siguiendo las líneas de declinación (el equivalente a la latitud de la bóveda celeste) y de ascensión recta (equivalente a la longitud). Una vez localizado el objeto de interés, para seguirlo basta con ir modificando la ascensión recta, e incluso se puede acoplar un motor que vaya haciéndolo solito.

Después de algunas pruebas desde las ventanas de casa, llegó el día del estreno, y aquí es donde uno se da cuenta de que las oportunidades de la vida hay que aprovecharlas. Si siguiese en Madrid, aunque tuviese telescopio no podría sacarle mucho partido (no al menos muy a menudo o sin alejame bastante de la ciudad). Pero en la esquina tranquila de Connecticut, la verdad es que la contaminación lumínica es muy poca y las estrellas se ven muy bien incluso desde mi pueblo. En el campus contamos con una pequeña colina desde la que se tiene una panorámica estupenda de 360º que resultó ser el lugar indicado, así que unas amigas, muy amablemente, nos acompañaron en el día del estreno.

unnamedLa montura ecuatorial no me quedó como debería (algo que achaco a no tener una brújula de verdad y fiarme de aplicaciones para móvil), pero la noche fue un éxito: Venus, Júpiter y sus lunas galileanas (yo insisto en que se le podían ver las líneas de la atmósfera pero nadie me cree), la Luna como nunca la había visto y Saturno con sus anillos. Acabamos con algunos sistemas binarios, aunque la asignatura pendiente es encontrar algunos de los objetos de Messier (estuve intentando localizar M4 sin éxito, en parte porque no tenía ni idea de lo que debería esperarme). No hay fotos de lo observado, porque eso tiene su truco y lo primero es disfrutarlo y luego compartirlo.

Este telescopio no me lo llevaré cuando me vaya, pero me recuerda que las oportunidades hay que disfrutarlas cuando se presentan, y que la casualidad ha querido que me caiga un telescopio del cielo mientras vivo en una zona sin contaminación lumínica, así que espero sacarle buen partido. Estas son de esas cosas que te rejuvenecen veinte años, porque para qué engañarnos: estoy muy flipado con el juguetito.

2: me he hecho de iNaturalist. Mucho

iNaturalist es una red social para naturalistas en la que básicamente cuelgas tus observaciones de organismos en la naturaleza, los identificas, los georreferencias y les asocias una foto. Así dicho puede parecer una tontería, y aunque me cueste reconocerlo, cuando supe de qué iba el año pasado, me di de alta pero no le hice mucho caso. La razón es que me daba mucha pereza. A lo largo de los años he ido subiendo cientos de fotos de plantas y animales a mi cuenta de Flickr, añadiendo nombres científicos y georreferencia. Un trabajo que lleva mucho tiempo, y que aunque me ha dado muchas satisfacciones, como la de que hayan usado fotos mías en la web del Natural History Museum o en Arkive, últimamente también me fatigaba bastante (hasta el punto de que tengo muchísimas fotos aún sin subir).

Así que, aunque la idea de iNaturalist estaba muy bien (y además tiene una aplicación para listófono que facilita mucho el proceso si observas algo interesante y no tienes cámara a mano), se me hacía un mundo empezar de cero.

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Todo esto cambió cuando me enteré de que se pueden importar fotos de Flickr y que iNaturalist rescata de los datos de fecha, localización, e incluso hace un intento de encontrar el nombre científico. Esto es la leche, porque de repente me permitió entrar en esta comunidad con todo el bagage acumulado de los últimos años y no como un novatillo sin más (muy importante esto último, porque a fin de cuentas todos sabemos que las redes sociales sirven para fardar, y en el caso de iNaturalist, fardar de todo lo que has visto y de los sitios en los que has estado). Después de varios días, todavía estoy a medias con la subida de fotos, pero no hago más que agradecerle a mi yo del pasado tantas horas de tecleo minucioso y geolocalización.

inat2(y subiendo…)

Esto es sólo el principio. Con este recurso no sólo puedes hacerte un mapita muy apañado de tus observaciones (todas ellas jerarquizadas taxonómicamente), sino que puedes aprovecharte de una comunidad de miles de usuarios tan frikardos como tú. Aquí se registran no sólo por las fotos que subes, sino también las identificaciones que haces de las fotos de los demás, así que la gente está más que dispuesta a ayudarte con aquellas fotos que has hecho pero que no eres capaz de identificar, y de esas tengo también muchas que nunca subí a Flickr. Es una forma eficiente y estupenda de aprender, de completar lagunas y de ponerte en contacto con gente que controla muchísimo, y todo ello a una velocidad de vértigo.

Por ejemplo, yo tenía esta foto de un camaleón hecha en Sudáfrica en 2009. Sabía que era del género Bradypodion, pero nunca llegué a saber la especie, y pese a estar colgada en Flickr durante más de cinco años, nadie me dio la identificación completa. Unas horas después de subirla al iNaturalist y sin que yo hiciera nada más que darle al botoncito de “ID please”, ya había gente ayudando con la identificación, incluyendo herpetólogos profesionales especialistas en camaleones, que llegaron a la conclusión de que era B. gutturale, un camaleoncillo endémico del Little Karoo.

bguttUna vez que cierta observación está identificada por varias personas, y si el resto de los datos son de calidad, la observación pasa a ser considerada “Research grade” y puede usarse para proyectos de investigación (el GBIF, por ejemplo, los tiene disponibles). Las coordenadas de organismos amenazados según la IUCN se “oscurecen” automáticamente.

Da vértigo pensar el potencial de miles de usuarios consiguiendo el que quizá sea en el futuro el mayor conjunto de datos de observaciones de organismos. Al igual que con la wikipedia, seguro que a todos se nos ocurren algunas trabas acerca de la calidad del mismo, pero al mismo tiempo es indudable que su utilidad es extraordinaria. Más allá de su uso científico, creo que esta iniciativa consigue, por fin, una comunidad en la que profesionales y aficionados compartan información, descubrimientos y conocimiento de forma totalmente eficiente. Si no existiese, habría que inventarla.

 

 


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Cita en las afueras (redux)

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La sonda New Horizons está a punto de llegar a Plutón. No llega para quedarse, sino que básicamente va a pasar de largo a toda leche a su lado, aprovechando el singular acercamiento para tirarle fotos y hacerle mediciones con toda la parafernalia de cacharrines que las sondas espaciales suelen tener. Es como cuando vas en coche autobús, pongamos, a Tarancón, y a la altura de Perales de Tajuña te das cuenta de que se ve un poco más adelante algo que te interesa (pongamos, un aguilucho cenizo posado en un poste), y como buenamente puedes sacas la cámara a toda prisa y tiras cuatro fotos malas y movidas mientras ves por la ventanilla cómo tu sujeto se queda atrás a toda velocidad. Esto es lo que la NASA llama un flyby, con la diferencia de que tú vas (recordemos) a Tarancón, y de paso le haces un flyby a un aguilucho cenizo, pero la New Horizons debe su viaje y, de hecho, toda su existencia a ese flyby a Plutón, y en lugar de dirigirse a Tarancón va, básicamente, al vacío cósmico (como si siguieras por la Nacional 3 pasado Tarancón bien lejos, como si fueses, ¡yo qué sé! ¡A Buñol!, solo que mucho más lejos todavía). Afortunadamente, un flyby a Plutón lleva más tiempo que uno a un aguilucho cenizo y a la sonda le dará tiempo a tomar algo más que cuatro fotos movidas, y de hecho nos va a mostrar Plutón tan bien que, seguramente, vamos a necesitar pañales en unos días.

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Así ve Plutón New Horizons ahora. Unas imágenes con inminente fecha de caducidad y de las que nos olvidaremos pronto, cuando veamos Plutón en toda su gloria

Si os preguntáis por qué le va a hacer un flaibai en lugar de ponerse en órbita, como hacen otras sondas, os recomiendo encarecidamente que aprendáis a usar Kerbal Space Program: la frenada que tendría que hacer la sonda para poder ponerse en órbita de Plutón sería muy costosa. No en vano, creo haber leído, este es el artefacto humano que ha alcanzado mayor velocidad en toda la historia.

No tengo nada que decir sobre la misión en sí, simplemente quería recordároslo para que estéis atentos durante la próxima semana. Mucha gente en Internet os lo va a contar estupendamente. Sí que quería dejar caer unas líneas con motivo de este acontecimiento, no sólo porque crea que la ocasión lo merece, sino porque uno de los primeros posts de este bloj (titulado Cita en las afueras y publicado el 16 de enero de 2006) fue precisamente con motivo del lanzamiento de la New Horizons (previsto para ese día y retrasado unas horas por mal tiempo).

El post en sí me da vergüenza ajena leerlo hoy: me pongo a hablar de cosas de las que no tengo ni idea después de haber leído cuatro chorradas en la Wikipedia (así blogueaba yo en mis orígenes, amigüitos). Al margen de su exactitud (quizá dudosa), sorprende leer lo antiguo que se ha quedado ya su contenidot: en 2006 la decisión de excluir a Plutón de la categoría de planeta aún no se había tomado formalmente, eran pocos los objetos transneptunianos que se tenía fichados, aunque ya había algunos (habría post después con el bautizo oficial de Eris), e incluso se desconocía la existencia de cuatro (¡cuatro!) satélites plutonianos (además de Caronte): Hidra, Nix, Cerbero y Estigia, que fueron descubiertos por el Hubble. (Acabo de darme cuenta de que dos de ellos se descubrieron en 2005, pero yo no tenía ni idea de ello en 2006).

El post de 2006 está dedicado a mi yo de 1989, cuando leí en la Muy Interesante (¡Ains!) que el Voyager 2 había llegado a Neptuno. La revista sacó un artículo hablando de otras visitas planetarias y dedicaba un pequeño recuadro a Plutón “todavía inexplorado”, que a mi yo de aquel entonces le llamó mucho la atención. El post acababa así

“New Horizons llegará a Plutón, si los dioses lo consienten, en una década. ¿Me importará algo Plutón en 2016?”

 

Así que no voy a ser yo menos y voy a dedicarle este post a mi yo de 2006, con carta incluida.

Querido Copépodo-2006:

New Horizons llegará a Plutón en 2015, antes de lo que creías. Sí, te sigue importando y estás deseando ver las imágenes, pero ¡no te lo vas a creer! Resulta que tiene cinco satélites y que es de color rojo. Ya no está en la lista de planetas, aunque hay mucha gente por ahí que se hace la picha un lío entre la taxonomía y la nomenclatura y que monta pollos con el tema. Son muy pesados.

Te dejo un vídeo muy apañao para ponerte los dientes largos:

Esta es sólo una más en la lista de misiones acojonantes que verás en los próximos años: se han descubierto chorrocientos exoplanetas, hay un robot en Marte que manda unas fotos que te dejan sin habla, hay océanos de metano líquido en Titán, Ceres tiene unos puntos blancos muy raros y los chinos han mandado sondas a la Luna. Básicamente el Atlas del Espacio ese que tienes en la estantería y en el que se basa todo tu conocimiento sobre el Sistema Solar se va quedando anticuado. No, no he comprado ninguno nuevo, la verdad es que con Internet te apañas bastante bien para estar al día.

¿Sabes? En esto he estado pensando mucho, en Internet. Imagínate a Copepodín-1989 con Internet. Imagínate la cobertura que se hubiese dado al impacto del Shoemaker-Levi 9 hoy (o en 2006). A Copepodín le habría explotado la cabeza. Ya no tendría que recortar exiguas noticias de los periódicos ni tendría la sensación de que no sabe dónde encontrar más información. Cuando Copepodín-1989 leía un libro que le gustaba, al llegar a la parte del final había secciones de “para saber más” en las que se decían cosas como “pregunta en tu biblioteca”. Era muy frustrante porque ese libro ¡ya estaba sacado de la biblioteca!, y si preguntaba a la bibliotecaria no te sabía decir nada. Copepodín-1989 no sabía que esos libros eran traducciones de libros ingleses en cuyas bibliotecas había información sobre clubes astronómicos locales o vete tú a saber. A Copepodín-1989 lo que le hacía falta era conocer a gente a la que le gustara lo mismo que a él y llevárselo a ver las Perseidas o a cazar mariposas sin que les diera vergüenza. Esas cosas te las cura Internet cuando te enseña que raros somos todos.

En fin, que tengas paciencia, que la New Horizons llegará a Plutón, pero mejor no pienses mucho en ella que si no se te hace más largo.

Te dejo ya, que tengo mucho lío. Cuídate y ábrete un plan de pensiones privado, que lo vamos a necesitar.

Copépodo-2015

 

Y aquí lo dejamos por hoy. ¿Quién sabe las maravillas que veremos en los próximos días? Algunos próceres de la astronomía ya hicieron sus predicciones en los años 40, en breve sabremos cuán exactas eran sus suposiciones.

pluto

 


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Bioblitz en la UConn este fin de semana (pasaos, si eso)

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squarelogo2Este fin de semana, como gran traca final poco antes de mis (¡merecidérrimas!) vacaciones, tenemos sarao en el campus de Storrs: un  bioblitz. Como quizá sepáis o recordéis, un bioblitz es una suerte de maratón científico-educativo en la que un grupo de taxónomos o naturalistas expertos en distintos grupos de organismos intentan identificar todas las especies que puedan en un área concreta durante 24 horas ininterrumpidas. Esta actividad está abierta al público (niños incluidos) para que vean cómo los biólogos manipulan serpientes, cazan mariposas o identifican algas al microscopio y finaliza con un gran recuento final de todas las especies.

En el mundo sajón son relativamente frecuentes, pero me da la impresión de que al menos en España son bastante desconocidos (con excepciones, claro, como el que se organiza regularmente en Barcelona). Ya conté en su día la impresión tan estupenda que me causó la primera vez, así que no voy a insistir sobre ello más que para decir que alguien que conozco que ha organizado bastantes dice que puede cambiar la vida de una persona. Esto puede parecer exagerado, pero que si ves hablar el empolloncete este de las gafas en el vídeo de abajo lo mismo sí que te crees que estos saraos son fábricas potenciales de crear naturalistas como churros, cosa que no le vendría nada mal al mundo.

Bueno, pues yo hasta ahora había participado en dos biobltzs, bioblisztztz… ¡BIOBLITZES!, en ambos como especialista en musgos, y por lo tanto disfrutando de la parte buena (el campo, la interacción con el público y la comida gratis). Sin embargo, en el bioblitz de este fin de semana me estreno como organizador de saraos, puesto que tanto la iniciativa como el desarrollo partió de un grupo de postdocs del departamento.

Organizar una feria de estas es algo muy distinto a participar de ellas como naturalista, y dos días antes de la fecha señalada ando a la vez expectante y un poco cansado ya de tratar con ciertos “elementos”. Una lección importante que me llevo de esto es que cuando organizas algo, todo el mundo no implicado en dicha organización parece tener clarísimo cómo deben hacerse las cosas, mucho mejor que los implicados. Curiosísimo, ¿verdad?

En fin, que menos mal que para bien o para mal, este fin de semana todo se acaba, así que aprovecho para hacer como hace todo el mundo con los saraos e invitaros a todos a venir si os dejáis caer por Storrs, Connecticut.

En la web están todos los detalles. Hemos conseguido expertos en en porrón de organismos distintos (Desde microhongos a roedores pasando por plantas acuáticas, odonatos, reptiles,… todos los flancos están cubiertos) y hay organizadas muchas actividades interesantes (construye tu propio microscopio, biomonitorización de los ultrasonidos de los murciélagos, etc). Tenemos montado un proyecto en iNaturalist para llevar el seguimiento de las especies (este fue realmente el motivo por el que empecé a reexplorar iNaturalist hace poco), y en general todo parece listo. Si por algún motivo de fuerza mayor (el Océano Atlántico, el Golfo de México o alguna otra contrariedad de igual o mayor calado) no podéis venir, también se puede seguir todo por tuiter.

Y que Darwin nos pille confesados.


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Mis vacaciones en España contadas para americanos

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Dear friends,

Muchos de vosotros me habéis preguntado estos días por mis vacaciones en España (Spain). Sé que lo hacéis en un 70% porque es lo que se espera de vosotros. Qué bien mandaos y qué majos sois. Para evitar malentendidos, voy a satisfacer al otro 30% (el de la verdadera curiosidad) con este post al que os remitiré cuando queráis algún detalle en concreto. Y así de paso practicais el español (aunque os ayudaré con las palabras más difíciles).

En resumen: me he tirado tres semanas en España y han sido unas vacaciones que podríamos caracterizar como cojonudas (fucking awesome). Algunos me ponéis cara de huevo cuando os digo que han sido tres semanas, tres, como los tres Dominios o las tres patas del banco. Sí señores, tres semanas sin ningún tipo de remordimiento y sin mirar el correo electrónico del trabajo. Aquí viene la primera revelación: me parece una desgracia que este detalle os resulte llamativo. Para explicar un poco este problemilla del choque cultural os aclaro que a las personas del otro lado del Atlántico se nos ocurren un montón de cosas con las que llenar el tiempo en lugar de trabajar. Sé que en este mismo momento estáis pensando que soy un vago, así que vamos a dejarlo aquí porque si no, no llegamos a nada.

Me gusta viajar a España. Estos años me han demostrado que soy un poco simple y que me gusta la sensación de volver. En el aeropuerto, no tengo que hacer ninguna cola especial para el control de entrada, sino que me planto delante del Immigration Officer (also known as picoleto), mira el pasaporte y me deja pasar sin mucho entusiasmo (No me pide papeles, pero tampoco me dice solemne “bienvenido a casa” como en vuestras películas, lo cual es una pena). Mi frustración viene cuando veo que en la cola de extranjeros apenas hay gente y os dejan pasar con fluidez. En reciprocidad creo que os mereceríais por lo menos media hora de espera y un escrutinio detallado del dobladillo de la ropa interior, pero así es la vida.

Tengo que reconocer que me adapto muy bien a cierto estereotipo que cuando vuelve piensa en comer. Me salté la cena y el desayuno del avión pensando en zamparme unas porras (fried dough) en condiciones a la llegada, deseo que papá-copépodo cumplió llevándome a la churrería de confianza. Justo antes de servirnos nuestra merecida ración, la camarera toma nota de la bebida: todos queremos café con leche… “¿Y cómo queréis la leche?“. Me basta esa encantadora pregunta para, ahora sí, saber que estoy en casa.

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Ya que había empezado con los churros y las porras voy a seguir diciendo que un viaje así es inevitablemente gastronómico, y no porque en EE.UU. se coma mal, como ya he dicho otras veces, ni porque no tengas a mano el 95% de los ingredientes habituales en tu cocina (mucho más caros casi siempre, eso sí). Pero esa insatisfacción que llevamos dentro siempre te hace echar de menos precisamente aquellas cosas que no puedes tener. Dejaremos de momento a un lado el debate, nada trivial, de si una vida sin jamón ibérico merece la pena ser vivida y alegráos conmigo de algunos ingredientes al azar que tenía en la lista de caprichos culinarios a los que les he hecho check con mayor o menor alevosía: El melón de Villaconejos (Bunnyville Melon), es más largo, de color oscuro por fuera pero claro y dulce por dentro. Los higos de verdad (nonridiculouslyoverpricedandinsipid figs). Cazón en adobo (marinated big ladle). Muy rico. Ración de oreja (Yes, we eat that) para que veáis que la grasaza no es patrimonio exclusivo vuestro.

¡Madrid, Madrid! (qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas). Me llevaría mucho tiempo explicaros qué siento cuando vuelvo a Madrid. It’s complicated. Todo sigue en su sitio, más o menos, todo es familiar. Me enorgullezco de ver por fin el sistema de bicis públicas y la señalización de los ciclocarriles que nunca pude disfrutar. Todo el mundo me habla de los casos de vandalismo, pero me da igual: suben las cuestas que da gloria verlas y me gusta. Paseas y sacas fotos de lo que antes era parte de tu decorado cotidiano, cual replicante asustado de perder una parte de su identidad.

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(Como un turista, pagando para subir a una azotea. Ahora donde ya no me molesto en sacar la cámara es en Nueva York. How cool I am)

Una cosa que quizá os llame la atención es que el centro de Madrid huele a meados. Es una tradición milenaria que se ve acentuada cuando toca algún tipo de festejo como la Verbena de la Paloma, una encantadora celebración que permite ver en el mismo barrio a abuelos comiendo gallinejas (chitterling delights), señoras rezando a la virgen a las 2 de la mañana, un cruce atestado de gays hipsters borrachos y adolescentes con trajes regionales bailando vallenato. Eso sí que es multiculturalismo.

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Vivan

Paradójicamente, vengo dándome cuenta de que las vacaciones en España suelen ser bastante estresantes. Hay mucha gente con la que te quieres poner al día y, no es por nada, yo tenía mucha vida social en España (algo con lo que la esquina tranquila de Connecticut no ha podido competir, qué le vamos a hacer). Esto implica un cierto descontrol de horarios acentuado por la ya de por sí caótica agenda carpetovetónica.

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El entrecomillado no es casual. Curiosísimo: los horarios de comida del resto del mundo coincidirían con bastante buen tino justo en los huecos de estos escritos aquí

Así que casi sin planearlo, juntando el veranito y tal, estas vacaciones han sido muy revitalizantes (por no decir agotadoras) al conseguir que de forma recurrente me fuese a la cama a las tantas casi todos los días. Un tiempo muy bien aprovechado, eso sí.

Para evitar volver de vacaciones más cansado de lo que me fui (como ocurrió ya en el pasado), una de las semanas estuvo reservada al muy noble arte de no hacer nada. El lugar indicado para ello no fue otro que el Cabo de Gata (Cape Cat). Este ha sido un retorno muy emocionante. La primera vez que vine aquí, hace ya 9 años, fue un viaje de sustitución tras no poder viajar (porque había estallado la guerra del Líbano de 2006). Lo que iban a ser 20 días de viaje por Andalucía se quedó en una monográfica y detallada visita de este rincón único en el mundo, incluyendo el curso para bucear en aguas abiertas (una de las mejores inversiones que se puede hacer en la vida, por cierto). Ha sido muy reconfortante volver a estas calas y los cielos estrellados almerienses.

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Donde esté un buen secarral, que se quiten los bosques de Nueva Inglaterra

Mención de honor a las dos inmersiones “de refresco” (incluida una a la Restinga del ancla (the anchor’s shoar, que me hacéis buscar todo), donde hay una ídem (un ancla, no una restinga) del siglo XVII. No hay fotos del evento, y mejor así. Me he dado cuenta de que cargar con la cámara de fotos (nada compacta) en las inmersiones era un coñazo, y he disfrutado mucho más dedicándome sólo a mirar la posidonia y los pececillos.

Concluyendo (rhrhrhrapping up): España rules, pero hay que venir preparado.


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La catarsis

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Dos ancianos se dan la mano por encima de un muro de piedra durante algún tipo de celebración al aire libre.

Photograph, Union and Confederate veterans shaking hands at 1938 Gettysburg Reunion Still Pictures ID number: 111-SC-109197 Rediscovery ID number: 19837 DTCW Exhibtion ID number: 8.2.8 18737_2009_001

Hay más gente alrededor, inmersos en algún tipo de actividad que puede hacernos creer, si no prestamos demasiada atención, que este gesto es una reacción espontánea de saludo y que no encierra nada del otro mundo. Sin embargo sólo tenemos que dedicar unos instantes más a inspeccionar la instantánea para darnos cuenta de que la mayoría de las personas que vemos, en realidad, llevan uniforme. Esta imagen, sacada de los Archivos Nacionales, fue tomada en 1938 en Gettysburg, y quienes se dan la mano son dos veteranos de la guerra civil estadounidense que combatieron en sendos bandos de dicha batalla 75 años antes, en 1863. Esta imagen me ha dejado fascinado. Voy a intentar contar por qué.

A ver por dónde empiezo. Imagino que por aquí:

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Este es el “For the People“, un juego de mesa sobre la guerra civil estadounidense que me agencié allá por el año 2008 y al que apenas había podido dar un tiento. Resulta que estoy aficionando a mi vecino a este tipo de wargames y cuando descubrí que además le interesaba el escenario de la guerra civil, planeé traérmelo en mi próximo viaje a España (normalmente los alquilamos en una tienda de Manchester, pero este no lo tienen) y la promesa está cumplida: aquí lo tengo.

A veces me he preguntado por qué me gustan los wargames, el Civilization y la guerra así en general cuando soy un pacifista redomado. Y cuando digo pacifista quiero decir un auténtico cagao: a los nueve años ya perdía el sueño pensando en qué narices habría que alegar para poder ser objetor de conciencia y no tener que hacer la mili (gracias Aznar, por ahorrarme incluso ese trámite). Creo que la respuesta está en la misma línea de por qué (dicen) a los niños les gustan los dinosaurios: parece ser que es porque son monstruosos, pero inofensivos. La guerra, vista desde la distancia, desde la historia, te permite recrearte en el morbo, el sufrimiento y el horror desde la comodidad del salón de tu casa. (Esa es una de las condiciones, claro: no es lo mismo recrearse con las guerras napoleónicas que con la de Siria). Lo que más me gusta de estos juegos (al igual que le ocurre al ajedrecista, que practica también una abstracción de un juego de guerra) es la tensión de tener que tomar decisiones difíciles, de sentirte inofensivamente presionado por la simulación de algo que, de ser cierto, sería terrible. Una gimnasia mental, en definitiva, capaz de dejarte cuerpo y espírito como si te hubiese pasado una apisonadora encima después de una partida intensa, pero sabiendo que en el campo de batalla no quedan más muertos que cuadraditos de cartulina (Y qué bien sienta cuando además, ganas).

Los juegos de este tipo tienen, claro, mucho peso histórico. Como de la guerra civil estadounidense sabía más bien poco, hace algunas semanas que empecé a documentarme para ponerme un poco al día con el juego y disfrutarlo más. Para ello me he valido sobre todo de este documental de Ken Burns. A ver cómo os lo explico: es una puta maravilla, con diferencia el mejor documental de historia que he visto nunca; os lo recomiendo fervientemente. Ya sé que a la mayoría de nosotros este conflicto nos pilla muy lejano, pero de verdad que es un episodio histórico que merece conocerse. Son nueve capítulos y están disponibles en Netflix, por si tenéis, además dicen que este mes van a sacar una versión en alta definición (no soy, ni mucho menos, original diciendo que es una obra maestra del género).

Como no os voy a resumir el documental, voy a destacar sólo los dos aspectos que me han sorprendido más. El primero es que fue una guerra muy sangrienta y muy macabra. “Como todas las guerras”, me diréis, y bueno, sí, es verdad, pero hay una serie de detalles escabrosos que el documental es especialmente eficaz transmitiendo. Por ejemplo: la cantidad de personas que murieron por enfermedades debido a condiciones insalubres-muchas más que en una batalla propiamente dicha-, el hecho de que varias veces tocara librar una batalla donde anteriormente ya había habido alguna -y los restos de los soldados muertos en la misma aún no se hubiesen retirado o descompuesto-, la anticipación de la guerra de trincheras en Vicksburg, la presencia de campos de prisioneros donde se llegaba a morir de hambre o la presencia de niños de 12 y 13 años en las líneas conferadas al final del conflicto. Se calcula que murieron, entre unas cosas y otras, entre 620.000 y 750.000 personas, un 2% de la población del país. La distancia en el tiempo y el espacio es lo de menos: Tucídides puede conmovernos ahora con la que pasaron los atenienses en Siracusa porque podemos ponernos en la piel de los que sufren un horror de estas características y de imaginarnos el infierno que debe ser no ver escapatoria de una situación así, aunque sea en Kentucky. (Y sí, resulta difícil mantener el hilo de este texto en las guerras históricas, no en las presentes).

Un pequeño inciso sobre este tema: es tan lamentable como curioso que las guerras se alimenten de forma tan constante de gente joven “rebelde” o insatisfecha que muy alegremente va en busca de aventuras sin tener ni puñetera idea de en qué se está metiendo (perfectamente reflejado en Gallipoli, por ejemplo). Esto se ve muy bien en el documental de Burns con los diarios de algunos yogurines a los que les dieron un fusil y un reluciente uniforme nuevo, y no es muy diferente de los anuncios publicitarios para alistarte en el ejército que nos ponen aquí en el cine. Fin del inciso.

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El segundo elemento que me ha llamado la atención es lo épica que resulta la narrativa de esta guerra. Me diréis que es difícil distinguir qué fue antes, si el huevo o la gallina, y que posiblemente el documental sea bueno precisamente porque consigue mantener un hilo narrativo eficazmente, y además en el país de las epicidades hollywoodienses por antonomasia. Vale, pero creo que hay algo más allá, algo que objetivamente la predispone a que se cuente de forma épica. Para empezar, tenemos una causa con la que aún hoy podemos sentirnos conmovidos: la esclavitud.

Estar en contra de la esclavitud es como estar en contra de Hitler: seguro que la historia es mucho más compleja, pero nuestra atención es capturada inmediatamente por los cabronazos que se ceban contra una parte de la humanidad. Mucho se ha dicho sobre si la esclavitud era o no el problema que subyacía durante toda la guerra, y ciertamente se pueden hacer muchas interpretaciones sobre otro tipo de factores que había por ahí (equilibrios de poder, modelos económicos, etc), pero al final, todo acaba conduciendo a la esclavitud, pues era esta institución la que sostenía toda la economía sureña y que los estados confederados quisieron mantener a toda costa. Además es bastante obvio que esta fue una cuestión fundamental y explícita con dos bandos muy definidos conforme la guerra se desarrolló (¡ved el documental, cojones!). Hoy en día pensar en quién merecía ser el heredero del trono de España tras Carlos II o quién debía controlar las rutas comerciales de tal o cual región nos pueden dejar bastante fríos como para identificarnos con soldadoes de hace siglos, pero conocer los detalles de cómo vivieron los negros de la época esta guerra no, no te deja indiferente en absoluto.

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Además, esta guerra cuenta con un actor que es el perfecto héroe trágico: Abraham Lincoln. No es de extrañar que este señor pasase a los altares de la historia de su país, ya que cumple paso a paso todos los puntos de inflexión que un héroe debe atravesar: se convierte en “el elegido” (por mandato popular, nada menos) pese a no tenerlas todas consigo, rechaza originalmente su misión (coger el toro por los cuernos y posicionarse claramente como un abolicionista) para finalmente aceptarla (Proclamación de Emancipación), ganarse con ellos muchos enemigos y, cuando parece que está todo perdido, salir triunfante política (reelección) y militarmente (victoria) y cuando ya ha pasado lo más duro (y corres el riesgo de no ser tan buen estadista en la paz como lo fuiste en la guerra) morir heroicamente cuando todo el mundo te adora. Evidentemente, mucho de lo que sabemos de Lincoln está adornado por quienes escribieron la historia, pero hay que reconocer que el tío se lo puso muy fácil a su propia leyenda.

Hay un momento de Lincoln que me gusta especialmente. El 28 de marzo de 1865, cuando la guerra estaba a punto de acabar y la victoria de la Unión era inminente, Lincoln se reunió con los generales Grant y Sherman en un barco de vapor para discutir las maniobras finales. Este momento es el que refleja el cuadro “The Peacemakers“, cuya mejor versión está justamente en la Casa Blanca.

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Aparte de las cuestiones militares, parece ser que ese día Lincoln se preocupó especialmente en planear cómo sería la postguerra, cómo gestionar un país dividido que estaba obligado a unir otra vez a dos bandos que se habían hecho atrocidades espantosas imposibles de olvidar y que seguía teniendo visiones completamente diferentes sobre aspectos que hasta hacía muy pocos años eran cotidianos en sus vidas. Creo que esa visión de futuro y la intención moderada dice bastante de este señor. No hicieron lo mismo otros presidentes posteriores, que sí se afanaron más en la humillación de los vencidos, y quizá esa, entre otras, sea la razón de que la reconstrucción del país y la asimilación de las enseñanzas de la guerra dejara, de hecho, mucho que desear (aunque ese es otro tema).

Y ahora, volvamos a la foto. La friolera de 75 años después de Gettysburg se organiza un sarao, como sólo podrían organizarlo los americanos (no fue, en absoluto, el primero) donde se consigue reunir a los protagonistas directos de aquella guerra que aún sobrevivían (y que a buen seguro seguían marcados por lo que allí vivieron. Media de edad: 94 años). Entre los actos, discutiblemente simbólicos (o quizá sólo propagandísticos, según lo cínicos que nos pongamos), está el de estrecharse la mano por encima del muro de piedra sobre el que se desarrolló una de las mayores escabechinas de la guerra. A mí, la verdad es que ese gesto me llegó.

¿Es esto una catarsis de verdad? En el vídeo se les ve, diría que radiantes, encantados de encontrarse en ese lugar, con esa compañía. Puedo llegar a entender que cuando se da la oportunidad de que pase algo así, se facilita que la memoria de esa guerra no pase a la siguiente generación como algo pendiente.

Esto puede dar para mucho, pero lo que me pregunté cuando vi esto fue si sería posible concebir algo parecido con veteranos de la batalla del Ebro, que comenzó precisamente un mes después de ese apretón de manos (y de la que han pasado 77 años). Y no sé qué pensaréis vosotros, pero creo que la mera idea de algo semejante es completamente impensable. La guerra civil española no tuvo una narrativa épica liderada por una causa de los vencedores de la que hoy nadie pudiese sacar pecho, hubo un ensañamiento sanguinario contra los vencidos durante décadas, no tuvo ningún Lincoln y no tuvo ningún héroe (si acaso héroes quijotescos, como hubiese defendido Kazantzakis, héroes de la derrota). Si realmente existen las catarsis después de una guerra, los cierres de las heridas con apretones de manos, hemos estado muy lejos de conseguir algo parecido, y la oportunidad de hacerlo mientras aún vivan testigos directos de nuestra guerra civil, puede considerarse prácticamente desvanecida. Nos quedan muchos deberes pendientes antes de llegar a ese punto, y ya es tarde para una fotografía equivalente (y además, aunque no quiero que esto acabe como un monólogo de Goyo Jiménez, no somos americanos).

Ya os contaré qué tal nos va con el “For the People“, pero para desengrasar y no ponernos muy serios, acabo con una cita de las memorias de Grant (también forman parte de la documentación pre-juego) que me ha gustado. No viene muy a cuento, pero quizá os prepare para las batallas ¡de tablero! que os toque librar.

The place where Harris had been encamped a few days before was visible, but the troops were gone. My heart resumed its place. It occurred to me at once that Harris had been as much afraid of me as I had been of him. This was a view of the question I had never taken before; but it was one I never forgot afterwards. From that event to the close of the war, I never experienced trepidation upon confronting an enemy, though I always felt more or less anxiety. I never forgot that he had as much reason to fear my forces as I had his. The lesson was valuable.


Archivado en: Empanadas mentales

Libros a granel

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Ya os he dado la brasa muchas veces con mi librería de confianza en Boston (la Brattle), lo mucho que me gusta y la de cosas interesantes de segunda mano que se pueden encontrar. También os he dicho que intento no comprar libros en papel mientras tenga vida nómada, aunque esta regla se ha ido relajando (inevitablemente). Seguro que a muchos os gusta, igual que a mí, el hecho en sí de buscar libros a lo loco, en estanterías más bien desordenadas, sin tener ni idea de lo que uno va a encontrar y siguiendo un criterio muy personal y un tanto imprevisible a la hora de separar el grano de la paja: pasar uno tras otro títulos que no nos llaman mucho la atención y sufrir un agradable sobresalto al encontrar algo interesante.

Para pasar el rato de esta manera no hace falta ir a ninguna librería de moda, es más, el encanto de los libros de segunda mano es precisamente ese gustillo de convertirse en arqueólogo, buceando entre montañas de libros polvorientos más que entre las últimas novedades, cuidadosamente ordenadas. Bueno, pues hasta ahora no tenía fichada ninguna librería que me hubiese llamado la atención cerca de casa, pero este fin de semana me he enamorado de un nuevo templo bibliofílico: el granero de los libros de Niantic.

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El Book Barn (peligrosamente situado a 45 minutos de casa) podría pasar como una librería de segunda mano más de no ser un lugar llamativamente excéntrico. En lugar de una tienda concentrada es un conjunto de edificios desperdigados en cuatro lugares distintos de Niantic, un pueblecito costero de Connecticut. El edificio principal tiene pinta de granero, pero a él se suman una ristra de casetas, cabañas, carromatos, kioskos y edificios anexos formando un caos encantador en un jardín imposible con bancos, adornos horteras, cartelones, fuentes y un corral con cabras.


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El lugar tiene, desde luego, mucha personalidad y te invita a pasarte, literalmente, las horas cotilleando, o leyendo tranquilamente si el tiempo acompaña. Dice la web que tienen más de 350.000 libros y en general parecen bastante abiertos a la compra. Si alguna vez habéis intentado vender libros os habréis dado cuenta de que no es nada fácil y que la mayoría de las librerías son muy selectivas a la hora de elegir lo que adquieren, imagino que por problemas de espacio. Mi interpretación es que aquí el espacio no es un problema, y que la política del local es más bien hacerse con todo, añadirlo al caos, y ya que el tiempo le acabe dando una salida. Es habitual ver que algunos títulos concretos están repetidos varias veces, sin que parezca que importe. Ni tienen catálogo colgado en la red ni pretenden tenerlo: son bastante claros al respecto sobre la idea de este granero… si quieres algo tienes que remangarte y sumergirte en la búsqueda.

IMG_20150912_183818273La librería encantada: el destino de los libros de las novelas de misterio y terror

Llama la atención que los libros, aunque están ordenados por categorías, se distribuyen de una forma un tanto arbitraria y con categorías bastante chanantes. Algunas secciones (como la de historia militar, novela náutica o ciencia-ficción) están especialmente hipertrofiadas

IMG_20150912_183723522¿Es mi imaginación o aquí hay ciertas dosis de recochineo?

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El granero principal (que es donde están las secciones de historia, arte y ciencias sociales) resulta especialmente encantador y es donde merodean la mayoría de los gatos. Hay seis en total, y según los propios dueños de la tienda, forman parte del personal tanto como los dependientes. Puedes incluso conseguir una guía de campo para distinguirlos a cada uno por su nombre. He pensado que este detalle os debe gustar bastante a muchos de los lectores, pero reconozco que lo de ir cruzándote con los gatos mientras buscas libros o paseando por el jardín también le añade su toque de excentricidad al lugar. Y no, antes de que lo preguntéis, las cabras no pueden pasar a la tienda.

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IMG_20150912_194921869El granero principal. Café y galletas de cortesía incluido en la visita

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La guía de gatos

Según cuentan orgullosamente, todo empezó con tres estanterías y un sofá usado, pero el éxito fue tan grande que han ido extendiendo el negocio a otros locales del pueblo, que aunque no tienen el encanto del núcleo princial, mantienen el espíritu del lugar.

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En resumen: un agradable descubrimiento al que sólo le pude dar una visitilla breve pero que ya me hace desear otra muy pronto. De esta presentación me llevo todo un clásico: la flora ilustrada del norte de EE.UU. y Canadá de Britton y Brown (1913, reeditado en 1970) por 12 dólares los tres volúmenes :_) y un libro de la guerra del Peloponeso.

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Farlow Herbarium y charla para el NEBC

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Este fin de semana estuve trasteando en Cambridge (el de aquí, no el de allí) porque me invitaron a dar la charla del encuentro mensual del New England Botanical Club. Normalmente no voy contando por aquí mis bolos, pero la singularidad de la ocasión y el interés de varios de vosotros me hizo comprometerme a rendir cuentas así que allá voy.

El NEBC es, creo, la segunda sociedad botánica más antigua de EE.UU., creada en 1896 por William Farlow, el primer catedrático de botánica criptogámica de Estados Unidos. Publican una revista de flora local desde 1899 (Rhodora), muy conocida por los botánicos de la zona, y llevan ininterrumpidamente reuniéndose y montando saraos estos 120 años, siempre con la intención de conocer y promocionar el estudio de las plantas de Nueva Inglaterra y como punto de encuentro de los botánicos de la zona. Como Farlow era profesor en Harvard, desde sus orígenes la sociedad ha estado ligada a esta universidad y a su museo de Historia Natural, y este es uno de los motivos por los que esta charla era especial para mí, ¡que no todos los días se tiene la oportunidad de hablar en un sitio así!

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Las cátedras de este museo (dividido en tres: zoología, botánica y geología) cuentan entre sus habitantes históricos más insignes con Asa Gray, Louis Agassiz y, más recientemente, Ernst Mayr. Los del NEBC me dijeron que antes se reunían en un edificio nuevo de laboratorios pero que este año les habían dejado espacio en el edificio de geología, quejándose de que era más viejo, pero sinceramente, yo prefiero reunirme en un lugar que tiene placas como esta en la entrada:

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Ya que pasaba por allí por motivos académicos, pedí permiso para visitar el Farlow Herbarium, la colección de criptógamas fundada por Farlow himself que es uno de los diferentes herbarios que pueden encontrarse en Harvard y que tiene más de millón y pico de especímenes de hongos, algas y briófitos.

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Aunque técnicamente fui a ver algunos pliegos concretos relacionados con mi proyecto actual, esta visita fue un encuentro esperado durante mucho tiempo, en primer lugar porque algunos de los especímenes más importantes de mi tesis vinieron de aquí (cuando un investigador no puede ir hasta un herbario es relativamente habitual que te los manden en préstamo por un tiempo a tu institución). Pero además, esta colección es muy importante en la historia de la briología por ser la que alberga el herbario de William Starling Sullivant, el fundador de la briología americana. Para los seguidores de “la flora maldita“, os recuerdo que tras la muerte de Sullivant en 1873, sus 18.000 especímenes se enviaron desde Columbus, Ohio, hasta Harvard según se especificaba en su testamento, sin embargo esto supuso toda una pesadilla para que Lesquereux pudiese completar el trabajo que le llevaría aún casi una década llevar a término.

Pues bien, efectivamente, aquí estaba

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No sé muy bien cómo explicar la sensación que tuve cuando abrí este armario, pero no se me va a olvidar

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Ilustración de Physcomitrium immersum, hecha por el propio Sullivant

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Un ejemplar original del segundo tomo de la serie de exsicattas Musci Alleghanyenses. Sólo existen 50 en todo el mundo

En fin, que pasé muy mal rato yo aquí.

La gente del NEBC me invitó a cenar en un pub cercano, muy majos ellos, y después nos fuimos al ala de geología a que tuviese lugar el encuentro mensual (puesta al día de cosas de los miembros, anuncios, cotilleos, ruegos y preguntas, etc) y luego ya me tocó hablar a mí.

IMG_20151004_192834Aquí me estaban presentando

El público, como es de esperar, era gente que aunque sabe mucho de plantas, en su mayoría no conocen muy bien los musgos y el resto de los briófitos (somos unos raros incluso entre los botánicos, aunque por suerte esto está cambiando). Por este motivo, aunque mi charla tenía que ser sobre mi trabajo y cosas que había hecho, la enfoqué especialmente a por qué los musgos merecen el interés de los botánicos “mainstream“. En general los briófitos despiertan bastante “respeto” (respeto del que obliga a mantener la distancia) porque son relativamente complicados de identificar.

Al parecer, la charla recibió el aplauso de crítica y público, nadie se dio cuenta de que soy un impostor, y concluyó con otro rato de charloteo en un sala cercana donde pude conocer a más gente y hacer planes interesantes, como unirme a alguna de sus excursiones el verano que viene (y llevar un paso más allá ese proselitismo briológico). En resumen: hice muy buenas migas con la gente de la sociedad, y sospecho que va a ser el origen de algunos proyectitos alternativos, así que ha sido un fin de semana muy bien aprovechado.


Archivado en: Ciencia y naturaleza, Cosas que pasan

Mark Watney, héroe de los botánicos

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HINC SVNT SPOILERES (pero poquito)

El género de crítica cinematográfica con reseña científica sabionda incorporada es todo un clásico de los blojs de ciencia. Básicamente consiste en pillar por banda una película, generalmente de ciencia-ficción, y criticarla desde el punto de vista de lo rigurosa que resulta. Quizá por aquello de que “la perfección es enemiga de lo suficientemente bueno”, pocas películas se libran de un buen rapapolvo de parte de los blogueros más exigentes. Hasta “2001, Odisea en el espacio”, quintaesencia del perfeccionismo, tiene por ahí algunos gazapos. En mis años mozos, también me dediqué a sacar punta a películas como la del Ché o el Planeta de los simios, siempre intentando arrimar el ascua a la sardina botánica, pero en tiempos más recientes la verdad es que no me ha dado por ahí porque, puaf, qué asco de vida. Hoy voy a retomar esta sana costumbre, pero en plan vago.

THE MARTIAN

Después de ver The Martian, una película que ya desde antes de su estreno se estaba convirtiendo en un filme de culto en una comunidad concreta (como demostraré enseguida), siento que algo hay que escribir en tan señalada ocasión. The Martian tiene tres elementos que la predestinaban a que me gustase: la colonización de Marte, la supervivencia basada en el conocimiento, y un protagonista botánico. Por su parte tenía otro elemento que me hacía orinarme de miedo: Ridley-Prometheus-Scott haciendo de las suyas. Por suerte este último ha quedado neutralizado.

Vamos por partes.

Lo de la colonización de Marte tengo que explicar que no es que me guste sólo por su relación con la astronomía y la exploración del Sistema Solar. Marte como destino me enamoró tras leer la trilogía de Kim Stanley Robinson (creo que fue originalmente una recomendación de Dark Sapiens). Una lectura algo árida (a la altura del planeta rojo) pero que quizá por eso me transportó como hacía mucho tiempo que ningún libro lo había hecho. Marte Rojo, en concreto, te describe los paisajes marcianos con una eficacia estremecedora. La geografía de Marte dejó de ser un conjunto de palabrejas en un mapa para convertirse en lugares reales capaces de evocar una diversidad de sensaciones. El lector desearía poder ver con sus propios ojos los inmensos volcanes de Tharsis o las vertiginosas caídas del Valle Marineris, pero también es consciente de las vastas y aburridas llanuras que los protagonistas exploran con el celo de verdaderos colonos. Quizá por mi sesgo biológico, nunca llegué a pensar que el escenario de un Marte estéril mereciese ningún tipo de emoción… hasta que leí ese libro. El viaje que supone esta lectura me hizo apreciar las fotos que enviaba el Curiosity de una forma insospechada (a la vez que según avanzaba en la trilogía, me iba poniendo de parte de “Los Rojos”, que querían limitar los efectos de la terraformación).

THE MARTIAN

Lo de la supervivencia en un medio hostil gracias al ingenio y al uso aplicado de la ciencia me transporta a otro libro, quizá el que más veces leí durante mi infancia: La isla misteriosa, de Julio Verne. A mi juicio este es el mejor libro de Verne y siempre me sorprendía no encontrarlo entre los más conocidos, aunque luego he comprobado que a muchos nos pasó lo mismo. Para quienes no lo conozcáis, el libro cuenta la historia de unos náufragos que caen desde un globo a una isla desierta. El protagonista (Ciro Smith, un ingeniero muy versátil) consigue que la isla se acabe convirtiendo en un Mercadona perfectamente surtido, todo gracias a sus conocimientos y a las materias primas de la isla, bendecida con todos los recursos deseables, eso sí. Sospecho que hay mucho de esto en el relato original de The Martian, que de hecho (al igual que la novela de Verne) se publicó por fascículos, aunque en formato blog. Con lo de “original” no quiero decir que la idea en sí sea la repanocha, pero bueno: nada en absoluto tengo en contra de usar una fórmula que funciona, sobre todo si se hace bien. Si hacemos caso al autor (y a los lectores), uno de los puntos fuertes de la historia es que pretende ser ciencia ficción dura en la que cada decisión del protagonista y cada recurso está justificado científicamente y es factible (salvo una licencia muy concreta: la de la tormenta). Por supuesto, la novela del marciano ya está entre mis lecturas más inmediatas, pero de lo que hablaré aquí va a ser de la película.

Por último, ¿Qué decir sobre una película cuyo protagonista es un profesional de la botánica? No es que se vean muchas, y menos aún en las que dicho individuo se reconozca así mismo como botánico varias veces durante la película y que sea en calidad de ídem por lo que lo ficha la NASA.

THE MARTIAN

Matt Damon Mark Watney, botánico, lo pone bien clarito

El uso de esta palabra no es un simple detalle, al menos en Estados Unidos. La palabra botany y sus derivados están siendo desplazados por alternativas como Plant Science y variantes por el estilo, quizá en parte porque “botánica” suena, al parecer, poco científico y más como un remanente de la historia natural de hace siglos, algo quizá que no pega con palabros como filogenómica o jaizruputismo. No sé si lo sabéis, pero entre los botánicos angloparlantes se inició hace poco una reivindicación del término encabezada por Chris Martine (que por cierto, se doctoró en la UConn) y que ha sido todo un éxito en las redes, como podéis comprobar si echáis un ojo al hashtag #Iamabotanist. La verdad es que creo que esta reivindicación tiene mucho sentido si tenemos en cuenta cómo el conocimiento de los organismos cada vez se ningunea más en todo plan docente de biología en todas los grados, con nefastas consecuencias. Hace mucha falta que se recuerde que el nivel organismo sigue siendo tan fundamental para el avance de la ciencia como lo era antes, así que ¿Un héroe de blockbuster botánico? ¡Bienvenido sea! La proclamación de Mark Watney como icono por parte del gremio de botánicos ha sido inmediata anticipándose incluso al estreno: el propio Martine ya ha anunciado que nombrará a una nueva especie de planta Solanum watneyi. Tiene guasa que sea precisamente un Solanum, pero ese es un chiste privado botánico.

Solanum watneyi, que además crece en suelos rojizos

¿Qué detalles no me han convencido en The Martian? En primer lugar, no me queda nada claro que plantar patatas en suelo marciano sea tan sencillo como meterlo en un invernadero y abonarlo. Imagino que cada lugar de Marte tendrá una composición propia, pero los geólogos dicen palabros raros como “percloratos” cuando hablan del suelo marciano, palabros que suenan muy chungos para las raíces terráqueas. Además, un momento clave del éxito de Watney es cuando descubre que hay patatas en la base que puede plantar. No acabo de entender qué pinta un botánico en Marte si no llevaba ya como equipaje y parte de su trabajo semillas y plantas para experimentar sobre el crecimiento de plantas en este planeta. Si lo que querían era buscar vida, lógicamente hubiesen mandado a un microbiólogo.

Por último, las maniobras de acoplamiento, tanto la de reabastecimiento como el trepidante rescate final, no me convencen mucho. Se supone que la nave Ares, en los dos casos, lleva trayectoria hiperbólica, que no entra nunca en órbita. La autoridad que me da una dilatada trayectoria estrellando kerbals por el universo me dice que un rendevú en esas condiciones es bastante extremo y muy caro en términos de Δv como para que lo pueda hacer una nave pequeñita. Quizá en el libro esté mejor explicado, pero tal y como aparecía en la película, no sé yo…

THE MARTIANCorre, dale a F9, que la hemos vuelto a cagar

Estas cosas las digo por figurar y por honrar a desgana el género de la crítica sabionda (gazapos hay hasta en el tráiler): la película me ha gustado mucho. No tanto porque crea que sea una obra maestra, sino porque hacía tiempo que no salía de ver una película de ciencia-ficción sin un desagradable regustillo final a timo del tocomocho. Y sí, estoy pensando muy especialmente en InterEstellar, obra que curiosamente pasó a ser considerada como una maravilla por la “comunidad escéptica” pese a enunciar explícitamente (me da vergüenza ajena hasta recordarlo) cosas como que el amor humano es una fuerza física del cosmos poderosísima. Chúpate esa, Carl Sagan.

Así que sí: me parece que estamos ante una película predecible, pero muy correcta en su planteamiento, que no engaña, fiel a su género y a sus referencias, muy entretenida, sin abusar de la credulidad del espectador, divertida y que no convierte un agujero negro cgi en el mayor de sus méritos. Y si además añade a un botánico como referente heroico para una generación de chavales que aún no saben qué quieren hacer con su vida, pues mejor que mejor.

Hell-Yeah-Im-a-Botanist-3_Fotor-560x631(fuente)


Archivado en: Cine

2014: odisea dunar

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Por petición popular (toda una novedad, en concreto de dos lectores, Francisco y Asturfer), voy a contaros mi mayor hazaña con el Kerbal Space Program, el simpático juego de simulación de programas espaciales que ya comenté una vez. Este juego es una maravilla; sus posibilidades son interminables y se adapta a tu nivel y experiencia, la curva de aprendizaje es muy satisfactoria. Sin embargo, entiendo que no a todos los lectores os motive mucho el tema, así que si es así, disculpad el inciso en la programación. Aprovecho además para saludar a Jmongil (gran compañero en hazañas kerbaleras e inspiración), que posiblemente se acuerde de la brasa que le di.

Al grano: voy a contar con pelos y señales mi mayor hazaña con el KSP. Me llevó muchas semanas de planificación y de darle al F9 y me dejó con una satisfacción inmensa, pero a la vez puso el listón tan alto que, paradójicamente, me quitó las ganas de seguir jugando hasta la fecha, por pereza de empezar de cero una misión titánica de este estilo.

El desafío

No voy a decir que este tutorial es para un nivel avanzado, porque la gente hace diabluras por ahí fuera y yo no llego a tanto, pero digamos que la misión en sí no era nada ligera. Cuando me la propuse necesitaba un plato fuerte. A esas alturas ya dominaba lanzamientos variados, había explorado todos los entornos de Mun (la Luna) y Minmus (sin equivalente), me defendía bastante bien con acoplamientos en órbita y había construido, por piezas, mi primera estación espacial. El juego se estaba volviendo un poco repetitivo y los siguientes desafíos estaban en otros planetas. Ya había mandado sondas no tripuladas a Eve (Venus) y Duna (Marte) con buenos resultados. El siguiente paso lógico era una misión tripulada a otro planeta, a Duna, por más señas.

Había visto varios vídeos con misiones básicas de este tipo, y estaba de sobra preparado, pero si me animaba a hacerlo quería ir un poco más allá de lo básico, así que me planteé que tenía que cumplir los siguientes requisitos:

  • La misión debía estar tripulada por tres kerbals (nada de llevar una capsulita diminuta y ligera: había que ir con la gorda)
  • Los tres pisarían el planeta rojo
  • La misión incluiría un rover
  • El objetivo sería recopilar todos los puntos de ciencia que pudiese
  • Para hacerla más creíble, habría que llevar algún módulo que simulase ser habitable (no valía ir sólo con la cápsula, sin poder estirar las piernas), aunque no sería necesario hacerlo aterrizar.
  • La misión debería incluir una visita a la superficie de Ike (el satélite de Duna), aunque bastaría que un kerbal cumpliese con este requisito.
  • Los tres kerbals deberían volver sanos y salvos a la superficie de Kerbin (La Tierra).

Afortunadamente, guardé capturas de todo, así que allá vamos.

Diseño

Diseñar la nave de esta misión me llevó mucho tiempo y varias sesiones dedicadas exclusivamente a trastear en los talleres. Estaba claro que para cumplir el desafío iba a necesitar una nave monstruosa para mis estándares, con mucho combustible. Además, nunca había despegado desde Duna, pero se me antojaba que poner en órbita una cápsula de tres plazas desde el planeta rojo no sería barato. Por suerte contaba ya con mi estación espacial y con bastante experiencia con acoplamientos, así que decidí que la nave la montaría en órbita.

El problema con el KSP es que resulta dificilísimo salirse de diseños que no tengan simetría radial. Esto hace que las naves acaben siendo demasiado largas, y que haya tendencia a apilar módulos unos encima de otros obstruyendo su funcionamiento y su versatilidad. Yo necesitaba colocar cosas a los lados, pero eso dificulta mucho la maniobrabilidad al mover el centro de masas. Un dilema que mis ingenieros acabaron resolviendo de forma, si no totalmente elegante, sí más o menos eficaz.

Tras muchos dolores de cabeza, el cuerpo central me quedó así:

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A esta monstruosidad la llamé “Mojo A” en honor al mono mascota de Homer Simpson. Consta de un eje central (laboratorio orbital que además simulaba la zona habitable durante el viaje espacial) coronado por una cupulita, que siempre luce mucho. En el centro un nodo “enchufe” con múltiples puertos de atraque, y en la parte trasera la friolera de cinco tanques gigantes de combustible y cuatro motores nucleares (aparte de tambores de monopropelante a tutiplén). Focos, paneles solares, baterías,… lo típico, vaya. La clave aquí estaba en que esta sería la pieza más grande a subir de una vez, así que todos los componentes tenían que estar bien amarrados unos a otros y (importantísimo) los tanques de combustible tenían que subir vacíos para poder poner este cacharrazo en órbita y acoplarlo a la estación. La torreta apical con puerto era de uso temporal, para poder acoplarla a la estación.

Supongo que a jugadores más experimentados quizá le parezca que esta nave era muy ineficiente y demasiado pesada, pero no tenía ni idea de cuánto combustible iba a necesitar así que intenté pecar por exceso.

El lander dunar, por su parte, era tal que así.

a002Esta fue la parte que más tiempo me costó diseñar. El desafío era conseguir un cacharro con combustible suficiente como para poder aterrizar en Duna desde la órbita y poder volver a subir, orbitar el planeta y acoplarse de nuevo con la nave principal. Solventé el problema del rover (nunca sé dónde ponerlo) colocándolo debajo de la nave, y debajo del instrumental científico (ambos desechables para que pese menos a la subida). En total constaba de ocho tanques pequeños de combustible, conectados en dos etapas (de forma que cuatro pudiesen desprenderse durante el ascenso), amén de tutiplén de paracaídas para facilitar el aterrizaje en la tenue atmósfera dunar. Como digo, muy, muy satisfecho. Eso sí, la cantidad de combustible y esas cosas lo hice totalmente a ojo, no tenía ni idea de cuánto costaría.

Pero claro, si voy a enganchar este trasto en el nodo central de la Mojo A, necesito equilibrarlo por el otro lado…

a003Y eso fue lo que hice. Este cacharro (al que llamaré “trimódulo”) tiene, oh sorpresa, tres módulos independientes. El del centro es un modulito monoplaza de aterrizaje en Ike, inspirado en un diseño, muy ligero y versátil, que había desarrollado para las misiones a Mun. Los otros dos tanques me servirían como reserva extra de combustible, pero tuve la precaución de ponerles un motor y un sistema de navegación para poder usarlos de forma remota. Una especie de salvavidas autónomo que podía dirigir a distancia para remolcar a alguno de los otros módulos si, por casualidad, me quedaba seco a mitad de una maniobra de acoplamiento (una decisión muy sabia, como veremos enseguida).

Por supuesto, lo que para mí supuso un portento de ingeniería fue asegurarme de que ambas estructurastenían EXACTAMENTE la misma masa durante el viaje de ida…

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Ahí está, clavado

… pero no sólo eso, sino que además deberían tener exactamente la misma masa también en el viaje de vuelta, cuando gran parte del lander ya estuviese desechada y la misión a Ike completada. Esto sí que me hizo sudar tinta china.

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Un aplauso, por favor

Una vez completado el diseño, tocaba montarlo a 100.000 m de altitud.

Ensamblaje

Esta parte de la misión también me llevó muchas sesiones y mucha paciencia. Poner en órbita la Mojo A sin combustible exigió un lanzamiento pesado e inestable, y acoplarlo a mi estación espacial casi me provoca túnel carpiano. Este mamotreto es muy poco maniobrable y sólo tras mucho sufrimiento conseguí engancharlo a la estación. Este ha sido sin duda el rendevú más complicado que he tenido que hacer… pero lo hice.

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Sólo conservo estas dos imágenes de aquello. A la izquierda, la estación espacial (bonita ¿eh?), y a la derecha, con la Mojo A ya acoplada. No sé cómo lo hice

Acoplar a ambos lados del nodo el lander dunar por un lado y el trimódulo por el otro fue relativamente más sencillo, porque eran más manejables.

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Llegado este punto, la nave estaba completamente montada, ahora había que llenarla de combustible. Para ello empleé tanto los tanques que ya tenía en la estación como una penosa serie de misiones destinadas exclusivamente a inyectar combustible en la misión dunar. Esto fue sencillo, pero necesitó de buenas dosis de paciencia. Finalmente, cuando todo estuvo listo, hice embarcar a la tripulación, integrada por mis kerbonautas más experimentados: Bill, Kenlan y sí, Jebediah.

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A la izquierda, una de las misiones de repostaje. A la derecha, la Mojo A momentos antes de del lanzamiento

Viaje a Duna

El desarrollo y ensamblaje de la misión tuvo lugar un poco antes de que se pusiera a tiro una buena ventana de lanzamiento, calculada gracias a esta web. Cuando llegó el momento óptimo, los tres intrépidos kerbal se despidieron de su planeta natal por una buena temporada.

09La Mojo A se separa de la estación e inicia su odisea

Por cierto, como las etapas eran muy complicadas y dependían de la fase de la misión, las fui programando manualmente en cada momento.

La ignición para salir de Kerbin fue un infierno. A pesar de que la nave estaba equilibrada, el lander y el trimódulo empezaron a oscilar y a bambolearse, por lo que la aceleración tenía que ser muy gradual y por lo tanto, muy, muy lenta (en esta versión aún no estaba el piloto automático así que me tocó estar dirigiendo el rumbo de forma manual, creo que durante 10 minutos o algo así).

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Pero bueno, pasada esa mala experiencia inicial me hice más o menos con los controles de la nave y desde entonces me tomé las maniobras con mucha calma para que no hubiese movimientos bruscos. Aparte de alguna corrección a mitad de camino, el viaje interplanetario fue sereno y la tripulación jugó a muchos wargames.

Varios meses después: Duna

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Entrar en órbita no supuso mucho problema. Hice un par de aerofrenados y luego intenté corregir la trayectoria para tener una altitud de unos 60.000 m, relativamente baja y ecuatorial para poder subir mejor en el ascenso.

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A estas alturas ya había gastado la mayor parte del combustible, pero esto era de esperar, y contaba con que el regreso sería mucho más ligero, pues me podría desprender de varios módulos y tanques. La primera parte había sido un éxito.

Superficie dunar

La tripulación al completo embarcó en el lander y se iniciaron las maniobras de descenso sin buscar ningún sitio en concreto. En general los descensos a Duna son complicados porque los paracaídas siempre se abren muy al final y es necesario asistirlo con los motorcillos, pero como tenía experiencia haciendo adunizar sondas, no fue demasiado traumático. Además conservé gran parte del combustible del lander.

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Lo primero que hice fue liberar el rover y moverlo un poco para que sea más fácil montarse luego. Además aproveché para hacer todas las mediciones con el laboratorio colgante, y después dejarlo caer al suelo. Llegados este punto es cuando tiene lugar el esperado momento.

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Foto para la historia

Esta parte fue muy relajada: darse una vuelta por los alrededores en el rover y tomar los datos científicos de turno (sin olvidarse de recoger los del laboratorio desechable), etc. Relajada y aburrida. Los kerbals se acordaron de Kavafis y de su Ítaca y llegaron a la conclusión de que estar allí tampoco era para tanto.

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34Último amanecer sobre el planeta rojo

Así que pasados unos días, cuando la Mojo A seguía una trayectoria que le llevaría a pasar justo por el cénit del lugar de aterrizaje, la tripulación volvió a preparar los paracaídas (detalle importante para el regreso final) y embarcó.

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Ascenso del lander y perfecta separación de su única etapa (debí hacerlo antes, pero fueron momentos de mucha tensión)

Una de las intrigas del diseño era si el lander tendría suficiente combustible para ponerse en órbita y acoplarse con la Mojo A. La respuesta a la primera pregunta es afirmativa, pero no lo fue con la segunda. Los depósitos se quedaron secos cuando estaba cerca del encuentro, pero por suerte el monopropelante, que siempre llevo en exceso, me sirvió para terminar las maniobras y conseguir reengancharme a la nave principal. No hizo falta usar los remolcadores.

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Momentos de tensión con final feliz

Misión a Ike

A estas alturas de la película, la verdad es que el resto fue pan comido. Muy similar a la típica misión Kerbin-Mun, pero mucho más barata en cuestión de combustible dada la menor masa del sistema Duna-Ike. Todo lo hice con mi modulito de una plaza que os he enseñado antes.

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Aquí también había ciencia p’a aburrir

Pese a todo, el regreso fue algo accidentado al incluir un acoplamiento en órbita, así que en este caso sí que tuve que mandar un remolcador al rescate de Kenlan, una vez éste estuvo a medio camino del encuentro con la Mojo A. Gran idea la de los remolcadores, sí señor. De no ser por ellos, aún seguiría por ahí perdido.

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No sé si se ve muy bien, pero a la derecha el módulo pequeño, ya de vuelta, tiene pegado el remolcador atrás

Retorno

La misión estaba lista para iniciar su regreso. Esto implicaba redistribuir el combustible sobrante de forma que fuese lo más eficiente posible y colocar los restos del lander equilibrados con un único remolcador (para que el centro de masas siguiese quedando alineado con el eje de la nave, como mostré al principio).

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Una vez liberado el lastre (incluyendo dos de los tanques grandes de combustible, ya vacíos), la nave aún estaba a más de la mitad de su nueva capacidad de combustible. Cuando Kerbin se puso a tiro, de vuelta para casa.

53La Mojo A en configuración de regreso, dejando Duna atrás

Unos meses después, y con la pequeña corrección habitual a mitad de camino, la misión estaba de vuelta. Hizo falta una frenada bastante intensa (con ayuda atmosférica también), pero la verdad es que podía haber ahorrado combustible en el diseño: me sobró mucho. Durante el viaje aprovecharon para procesar todos los datos de ciencia en el laboratorio y almacenarlos en el lander.

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A la nave principal la dejé en órbita a modo de recuerdo (y de estación espacial accesoria). Llegaba el momento de decir adiós a la Mojo A. Los kerbal embarcaron en el lander. Ya que estaba, quise que volvieran a tierra con estilo, bajando con la nave completa (esto ya no está permitido en las versiones actuales del juego en los que sí influye en rozamiento con la atmósfera, pero sí que se podía hacer cuando hice esta misión).

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Pues nada, misión cumplida. En total fueron 2780 puntos de ciencia, si os picaba la curiosidad.

Y ahora, responderé encantado cualquier pregunta que haya quedado pendiente.


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¡Tengo trabajo estable! (en Estados Unidos)

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Llevo como dos meses que no aparezco por aquí y ha sido por causa justificada (véase el título). Como he llevado bastante discretamente este “proyecto”, va siendo hora de poner al personal al día, especialmente a los amigos, así que este post va a ser largo y personal, no necesariamente del interés de quienes no me conozcan. (Avisados quedáis, no hay nada que leer aquí para los no cotillas).

Al grano: he aceptado una oferta de trabajo como profesor en Augustana College (Rock Island, Illinois, USA).

Vamos, lo que en el sistema universitario gringo viene a ser una plaza estable (assistant professor), y, pasado el habitual periodo probatorio inicial (tenure track), fija. Haber llegado a este punto supone mi mayor satisfacción profesional hasta la fecha, resultado de muchos años de esfuerzos y sacrificios en general y de cinco meses en particular de trabajo en el proceso de selección (y notable buena fortuna y apoyo de mucha gente). Es difícil condensar todo lo que esto significa para mí, así que paso de condensarlo: lo cuento y ya está.

Las dudas existenciales

Como sabéis, hace tres años me vi obligado a irme de España para poder perseverar en la insensatez de mantener una carrera investigadora. No fue una decisión fácil ni agradable, pero en retrospectiva, no me arrepiento. Desde el punto de vista científico, en 2012 yo era muy diferente: en general bastante inseguro, sin tener ni puñetera idea de dónde venía o a dónde iba. En estos años (típicos problemas experimentales aparte, que la ciencia es muy perra) me han servido para crecer y conocerme mucho mejor. Me he sentido apreciado y valorado por mi jefe y mis compañeros de laboratorio y departamento; he podido poner en práctica mis propias iniciativas; he tenido la oportunidad de formar a un puñado de insensatos estudiantes y de coordinar el trabajo de varios doctorandos que han visitado el equipo; e incluso he podido participar en primera fila en el desarrollo de un proyecto investigador propuesto a la NSF (que por desgracia no nos dieron, pero que volveremos a intentar).

Pero también tuve la ocasión de cuestionarme a dónde quiero ir, preguntarme por qué hago lo que hago y qué es lo que pretendo conseguir con ello. Uno pensaría que estas son preguntas muy básicas que a estas alturas ya tenía que haber resuelto, pero lo cierto es que es tristemente habitual que si te gusta la ciencia y la investigación se te catapulte en una inercia (máster, doctorado, postdoc, postdoc, postdoc…) generalmente impuesta, o sin muchas alternativas, sin tener la sana costumbre de tener una reflexión estratégica de cuál es el objetivo. En Estados Unidos, sólo un 30% de los doctores en biología encuentran un trabajo en el mundo académico. Esto significa que técnicamente, aspirar a acabar en una universidad debería ser una carrera alternativa para la mayoría de los doctores. Resulta que al otro 70% les acaba yendo bastante bien, pero por desgracia apenas hay exposición a carreras post-académicas y a todo su potencial (y estoy hablando de Estados Unidos, no me quiero ni imaginar cuáles son estas cifras en España).

Investigar en una universidad “R1” en Estados Unidos (aquellas con una actividad investigadora intensiva de primera categoría) te hace conocer a algunos de los “popes” de distintas áreas científicas y el modo de vida que llevan. Además el nivel de exigencia respecto al tipo de publicaciones es muy alta, como es de esperar. Para mí esto significó que tuve que formarme en áreas nuevas (filogenómica y bioinformática) que tienen mucha presencia en las grandes revistas científicas del momento. Esto estaría muy bien de no ser porque descubrí algo: no me gustan, o mejor dicho, no me apasionan.

No me veo desarrollando una carrera científica en estos campos, no me interesan más que como simples herramientas. Me da igual que se puedan escribir artículos de altísimo impacto si te subes al tren. Veo a los científicos de mi generación y mi campo (biología evolutiva) con carreras más prometedoras y todos tienen en común que hacen cosas que a mí me resultan aburridas. Claro que soy capaz de aprender y de cumplir con mi trabajo filogenómico, y es gratificante cuando lo consigues, asombroso a lo que hemos llegado, etc, pero no es nada que me motive a ahondar más y más o a pensar en mis propios proyectos. Me paso los días delante de un ordenador anotando genomas o limpiando gigas y gigas de datos y me pregunto cómo narices pasé de querer ser biólogo porque me gustaban los animales y las plantas a esto.

Cada vez estaba menos en contacto con mi verdadera pasión, con aquello que me hizo tomar la decisión de estudiar biología en primer lugar: el contacto con los organismos, el trabajo de campo, de microscopio y de herbario. Hace muchos años que nadie me paga por ir al campo y no parecía que esto fuese a cambiar si seguía por el camino que, supuestamente, debía seguir. La inercia es inmensa, dirigida sobre todo por el impacto de unos artículos que, como he dicho,  me parecían aburridos de hacer. Es normal que en tu trabajo te toque hacer cosas que no te gustan pero, ¿no se supone que esta opción profesional tan funesta, perra y desagradecida tiene sentido en la medida en que cumples una vocación? ¿Qué sentido tiene seguir buscando la zanahoria de un puesto en una universidad cuando implica renunciar a la dimensión vocacional, la única que -discutiblemente- justifica toda la mierda que hay que tragar? ¿O debemos aplicar aquí lo del “cuando seas padre comerás huevos”? (o sea, una vez que consigas tu plaza fija, ya podrás dedicarte a lo que te gusta y enmarronarás a tus doctorandos con lo que tú no quieres hacer, -ejem- esto no pasa nunca, por supuesto).

Conocer a todo tipo de profesores universitarios “estables” me ha dado la oportunidad de tener muchos modelos en los que fijarme; mucha gente maravillosa que me ha inspirado y me ha enseñado a lo largo de estos años. Pero también he aprendido mucho de aquellos a quienes no me quiero parecer. Gente que debería estar encantada por haber conseguido lo que tantos ansían pero que no parecen especialmente felices ni satisfechos (y lo dejo aquí), y que no son capaces de ser verdaderos mentores. Gente que está bajo una constante espada de Damocles, sometidos a una presión terrible por publicar y conseguir más y más fondos para seguir publicando artículos (insisto, en temas que en el fondo, como he dicho, me aburren). Gente que ha conseguido la zanahoria pero a la que no envidio. No. Yo no quería nada de esto. Y no es agradable pensarlo cuando ya eres postdoc.

No es que sea ningún drama: a veces hay que racionalizar y repetirte que tus problemas son muy “del primer mundo”, y que si no te apasiona tu trabajo tampoco es que sea el fin del ídem, pero aún así iba sintiendo una certeza creciente de que mi trabajo ideal ya no existía. En este periodo de tiempo me presenté a plazas que salieron en dos jardines botánicos y un museo (todos ellos de primer nivel en grandes ciudades europeas) y la plaza fue siempre para personas con perfiles que yo no podía ni quería tener (ni borracho: uno de ellos autor de 300 publicaciones). Esta dosis de realidad me hizo explorar otro tipo de trabajos no estrictamente académicos (por ejemplo, en herbarios), donde quizá pudiese compaginar la investigación que quería hacer con, lo que viene a ser, tener una vida más allá del trabajo. Y también me planteé dejar la investigación de una vez por la falta de oportunidades atractivas y realistas. Y en esas estaba.

Dos “revelaciones”

A principios de este año ocurrieron un par de sucesos que terminaron siendo indispensables para lo que os estoy contando.

El primero es que, gracias a que mi jefe es un tío cojonudo, tuve la oportunidad (a pesar de que mi contrato actual es sólo de investigador) de diseñar y poner en práctica un breve seminario de un crédito para estudiantes de la universidad. Y resultó que disfruté como un niño pequeño. Fue una experiencia estupenda tanto para mí como para (según dijeron) los estudiantes, y me di cuenta de lo que estaba echando de menos la docencia y cuánto la disfruto.

Por cierto, y para los que estéis fuera del fregao, esta última frase, aunque parezca inocente o incluso lógica para alquien a quien le gustaría trabajar en una universidad, provocaría miradas de recelo entre muchos profesores universitarios: la docencia, segun el canon, es un mal menor del que hay que quejarse sistemáticamente, es el impuesto que hay que pagar, a regañadientes, por poder investigar. Suena a coña, ¿verdad? Pues no lo es. A veces pareciera que te tiene que avergonzar que te guste la docencia.

La cuestión es que una de las satisfacciones más grandes que he tenido en estos años ha sido la interacción con la gente que está empezando: enseñar lo que he aprendido, intentar ahorrarles mis errores y azuzar la fascinación que siento. Ha sido revelador, de verdad: yo no quería un perfil exclusivamente investigador.

El segundo feliz acontecimiento fue que, allá por marzo, me invitaron a dar una charla en un campus de la State University of New York. Era la primera vez que era ponente invitado en una universidad y, como es costumbre aquí, me hicieron un “tour” por el centro enseñándome las instalaciones, tuve reuniones con algunos profesores y (entrañable) con los estudiantes que conformaban el club de botánica. Además conocí a un profesor que trabaja también con briófitos y me enseñó sus proyectos en marcha. Resultó que me gustaron mucho, precisamente porque implicaban ir al campo, realizar observaciones de los organismos, hacerse preguntas e intentar responderlas. Una vuelta a los orígenes.

Esta visita me abrió los ojos a un tipo de institución que no conocía, entre otras cosas porque no hay nada parecido en España: un centro donde se es más exigente en el plano docente y menos en el índice de impacto de las revistas en las que publicas o el dinero que eres capaz de mover. Envidié a esta gente. Se les veía más contentos y relajados, llevándose a los estudiantes al campo (la universidad tenía una estación de campo en las montañas que me hacía salivar de pensarlo) y decidiendo qué querían investigar sin obsesionarse con lo que pensarían los editores de PNAS. Puede que esta gente no tenga acceso a ninguno de los secuenciadores genómicos de última generación que estoy usando, pero ¿y qué? Están mucho más cerca que yo de la ciencia que andaba buscando. Como me quedé a pasar la noche en casa de uno de los profesores, tuve oportunidad de discutir estos dilemas; él también venía de una universidad puntera de investigación tras su doctorado y entendía bastante bien mis dudas.

Así que al día siguiente, mientras conducía de vuelta a Connecticut, rumiando la experiencia, concebí por primera vez la posibilidad de buscar seriamente un trabajo estable en Estados Unidos.

El destino no existe, PERO

Si le preguntas a cualquier estadounidense sobre el mercado laboral académico en el país te dirán que la cosa está muy difícil y que es durísimo. Obviamente a esta gente le falta mucha perspectiva. Sí, es un mundo muy competitivo pero el país es inmenso y como la educación es un negocio muy lucrativo, está plagado de universidades de todo pelo.

Efectivamente, la competencia es grande. La buena noticia es que EXISTE un mercado laboral. Esto al principio me costó mucho entenderlo porque vengo de un país en la que no existe una carrera científica planificada, y que consigas una plaza depende bastante de estar congraciado con Virgen del Rocío. Aquí mi sorpresa fue, al asistir a un taller específico sobre el tema, descubrir que hay toda una serie de recursos en los que encontrar ofertas de trabajo académicas. Aquí llega el final del verano y empiezan a publicarse un goteo constante de plazas por todas partes. Me metí en una de ellas y escribí como palabra clave: “botany”.

Me quedé de piedra cuando vi VARIAS ofertas a las que podía presentarme, ¡podías ELEGIR! Pero me bastaron unos minutos para obsesionarme con justo la que estaba en primera posición, la que había salido ese mismo día: Augustana College. Profesor de botánica. Biología evolutiva. Énfasis en botánica a nivel de organismos. Liberal Arts. Involucrar a estudiantes en proyectos investigadores… Hasta las asignaturas que había que dar me gustaban.

El campus estaba en un área urbana conocida como las Quad Cities, a orillas del Mississippi, cerca de Chicago (la misma distancia que ahora me separa de Nueva York). La universidad era pequeña y del tipo que tanto me gustó en marzo. Con tres estaciones biológicas (!) y a tres horas en coche de la Driftless Area, una región en el valle del alto Mississippi cuyos briófitos nunca se han estudiado de forma sistemática y que me daba juego para un proyecto investigador a largo plazo.

Decidí presentarme. No tanto por estar convencidísimo, sino como una forma de ponerme a prueba: si no me presentaba a una oportunidad en la que básicamente describían mi curriculum y me ofrecían hacer exactamente lo que yo quería ¿a qué estaba esperando? Ya no es que le tuviese miedo al paro, a no encontrar mi sitio o a vagar permanentemente de postdoc en postdoc, es que además me sentía con ganas de convertirme en investigador independiente. Cada vez se me ocurrían más ideas y proyectos que me gustaría hacer pero no los podía poner en práctica porque tenía que centrarme en aquellos para los que me están pagando (lógicamente).

La preparación de esta solicitud me llevó varias semanas de trabajo, en parte porque era la primera que enviaba en Estados Unidos (estas solicitudes tienen sus propias “reglas”) y en parte porque estuve mucho tiempo investigando al centro en sí: cuáles eran sus necesidades, su “filosofía docente”, quiénes estaban en el departamento y qué tipo de cosas les interesaban. Muchas de estas claves las aprendí de algunos talleres específicos y de este libro que compré de segunda mano y que resultaron ser los ocho dólares mejor invertidos de mi vida. Visto lo visto creo que esta fue la estrategia adecuada.

Cuando ya estaba perdiendo las esperanzas me informaron de que era uno de los siete candidatos finales (de un total de cincuenta) a los que nos invitaban a una entrevista telefónica. La mía la acabé sin estar muy seguro de qué tal había estado. Unos días después, y de nuevo cuando ya estaba perdiendo las esperanzas, recibo otro correo: estoy invitado a la ínclita campus interview.

Da interviu

Las entrevistas en el campus son la parte ansiada y temida del típico proceso de selección de profesorado universitario en Estados Unidos. Básicamente te invitan a pasar un día allí y tienes una entrevista de trabajo de media hora con cada una de las personas del comité de selección, desde primera hora de la mañana hasta la hora de cenar. Todo ello coronado con una presentación de tu plan investigador (la famosa “job talk“, en la que tienes que echar el resto), una clase, una reunión con el departamento en pleno (encerrona) y otra serie de acontecimientos sociales en los que tienes que venderte como mandan los cánones.

Pues bien: de la entrevista sólo puedo decir que la disfruté minuto a minuto, la verdad. Me sentí muy cómodo y sabía que lo estaba haciendo bien. Y ahí fue donde el sitio empezó a gustarme de verdad. Un campus pequeño y bonito (aquí vídeo moñas para los que tengan curiosidad), en el que enseguida empecé a verme a mí mismo yendo a trabajar. La gente del departamento resultó ser encantadora (yo me esperaba una actitud “evaluadora” y algo hostil) y percibía que a la mayoría les gustaría tenerme como compañero (!). Me sentí recibido con interés y curiosidad (esto siempre gusta, sobre todo viniendo de unos desconocidos) y, aunque llevaba un modesto pero realista presupuesto investigador (en universidades pequeñas este dinero de startup es muy reducido), resultó que el departamento ya estaba casi totalmente equipado en lo que voy a necesitar. Además descubrí posibles colaboraciones e incluso se me abría la posibilidad de hacer trabajo de campo en Nicaragua. Así que así fue como lo que empezó siendo una “prueba”, me acabó seduciendo. Bien: tres días más tarde me estaba ofreciendo el trabajo (y tengo que decir que ya solamente eso fue un bálsamo estupendo para cualquier síndrome del impostor).

Valoraciones

Pues hombre, es cierto que mi nicho natural era la universidad pública española, por aquello de que el dinero público invertido en mi formación hubiese revertido en que yo pudiese contribuir en ese tipo de institución (en la que creo, pese a todos sus problemas): un sistema de mayor igualdad de oportunidades y con el que me siento más identificado; pero hay una cuestión de fondo: tengo que ganarme la vida.

En estos tres años no me he cruzado con ninguna oportunidad realista de volver a una universidad española como profesor. Sin embargo, en mi primera intentona buscando trabajo en EE.UU. (con grandes dosis de buena suerte, no lo vamos a negar), tengo a un “empleador” dispuesto a pagarme un sueldo muy digno exactamente por lo que yo estaba buscando: enseñar asignaturas de botánica (con una carga parecida a la que tendría en España) e investigar lo que yo quiera de forma independiente con más recursos de los que tenía durante la tesis. La zona urbana en sí no es que sea San Francisco ni Cambridge, pero ya es más ciudad que donde vivo ahora, estoy a tiro de piedra de Chicago, hay un aeropuerto a diez minutos, la vida es barata y me pagan la mudanza. No sé si tiene mucho sentido resistirse, la verdad.

Claro que es una pena seguir lejos de mi familia y mis amigos (además de separarme de todos a los que he conocido en Connecticut), pero, como es de esperar, eso resulta menos traumático ahora que hace tres años (e insisto: hay que ganarse la vida y no soy el primero ni el último que ha tenido que irse). Mi mayor fortuna es, además, estar inmejorablemente acompañado en toda esta aventura por quien no sólo ha aguantado paciente y generosamente todo este tiempo de incertidumbre, sino que también ha sabido ver ahora una oportunidad para él y me ha ayudado incondicionalmente a darlo todo en esta búsqueda (Gracias, Alfredo, va por ti).

Postdata

No creo que hiciese falta aclaralo, pero esto lo cuento para poner al día a aquellos a quienes les importe, sin embargo, no pretendo que esta puesta al día sea ninguna declaración de intenciones ni un ejemplo de nada: así es como me ha ido a mí con las decisiones que he tomado, pero en un contexto distinto, seguro que hubiese tomado otras. Así nos pasa a todos, a fin de cuentas.

Postdata final

Y pasando a temas menos importantes: hoy mismo, Diario de un copépodo cumple diez años de existencia.

 

 

 


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Diez años de “Diario de un copépodo”

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Pues aquí seguimos, diez años después. Quién iba a decírmelo. Los últimos doce meses siempre he tenido pendiente pensar en algo especial que decir o que hacer para el último post del año. Una extensa recopilación de mis entradas favoritas, un post invitado de Chiquito de la Calzada, una ópera-rock en tres actos… no sé, algo. Pero el resultado es que ya hace diez años que tuve aquella tarde tonta y me decidí a abrirme un bloj de esos sin saber muy bien qué iba a contar. Y no, no se me ha ocurrido nada para conmemorar tan, por otra parte irrelevante, fecha.

Llegado el momento del aniversario, aprovecho para hacer balance y, típicamente, quejarme de la decadencia en la que ha entrado el bloj. Pero esta vez ni eso. Al principio tenía sentido porque publicaba religiosamente varias entradas a la semana, pero ya son bastantes los años en los que ya no hay regularidad alguna y toca asumir que la irregularidad y escasez son ya parte esencial de esta santa casa. No valen falsos propósitos de enmienda: no voy a escribir más a menudo, y me da igual.

Reconozco que mantener el bloj se hace un poco pesado. No porque me quite mucho tiempo, sino por la sensación de tener siempre algo pendiente, de saber que debería darle vidilla de vez en cuando. No es por los lectores (lo siento), es por mí mismo. Ha sido tentador, sobre todo en este último año, pensar en cerrarlo con tan señalado aniversario para poder centrarme en otros proyectos. Muy tentador, de verdad. Pero a la vez sé que no puedo hacerlo porque me gusta tenerlo abierto.

Releo ahora entradas de hace años y me resultan interesantes ventanas al pasado. Algunas me avergüenzan, otras me sorprenden, otras ni siquiera recordaba haberlas escrito. Una década es un tiempo suficiente como para asumir que la decisión fortuita de empezar a escribir (sin ningún tipo de experiencia ni vocación previa) fue un suceso muy relevante en mi vida. Este bloj me ha cambiado, me ha dado mil oportunidades de conocerme mejor, de aprender, de forzarme a enfrentarme con mis contradicciones, de discutir con desconocidos, de sentirme incómodamente expuesto, de saber que he podido influir en otros y, sobre todo, de conocer a docenas de personas (virtualmente y en carne y hueso) que han aportado mucho a mi vida. No, no voy a privarme a mí mismo de algo así. Abrir el bloj fue una gran idea cuyas consecuencias no podía ni imaginarme. Es imposible pensar en lo que me ha pasado durante este periodo sin recordar que el bloj no sólo ha estado presente, sino que ha catalizado muchas experiencias imprescindibles.

Así que, sin más ceremonia, confirmo que estoy muy satisfecho de haber cumplido una década más o menos continuada y que me siento listo para seguir hasta que el cuerpo aguante. Gracias a todos por seguir ahí.

 


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