Quantcast
Channel: Diario de un copépodo
Viewing all articles
Browse latest Browse all 204

Año cuatro

$
0
0

O dicho sin abreviar: Estudio longitudinal de la rizogénesis inducida en copépodos calanoideos sometidos a alopatría transatlántica. Año 4

El bloj estaba hecho unos zorros, lleno de polvo y telarañas. La contraseña del WordPress chirrió como una llave oxidada al usarse por primera vez en muchos meses.

Hola, soy yo.

Durante esta ausencia han pasado muchas cosas, y hoy estoy aquí para poneros al día. Por resumir: renuncié a mi contrato postdoctoral, co-envié un co-proyecto de investigación como co-IP, me mudé a través de siete estados, fui al congreso americano de botánica sin haber empezado a preparar mi charla (estas tres últimas cosas durante la misma semana, una de las más horripilantes de mi existencia), aterricé en una ciudad a orillas del Misisipi y me estrené como profesor en Augustana College, un poco como quien se sube a un tren en marcha con una jaula llena de periquitos en una mano y un huevo de Fabergé en la otra. Ha sido una de las temporadas más frenéticas que he pasado, y este es uno de los motivos por los que no he encontrado en el mismo momento tiempo, ánimos y contenido para escribir sobre peripecias personales. Por otro lado, con todo lo que ha pasado, no me iba a marcar un post sobre el Civilization VI como si nada hubiese ocurrido, ¡menudo fallo de raccord imperdonable! Así que a regañadientes, me impuse el cuarto aniversario de mi emigración como fecha en la que ya, sí o sí, debía dejarme de tonterías y volver a escribir. Así que aquí estoy, cuatro años después.

Voy a empezar por lo peor, lo que me ha pillado totalmente por sorpresa: ha sido muy difícil despedirme de Connecticut. Estas son las ironías cabronas que te da la vida: cuatro años pensando que lo que añorabas era Madrid para, de repente, en cuestión de meses, ser consciente de golpe y porrazo de que en este tiempo sí que habías encontrado tu hueco. Las últimas semanas estuvieron llenas de esas despedidas que uno nunca quiere llegar a dar, diciendo adiós a lugares que fueron extraños y hasta hostiles al principio, pero en los que has vivido ya lo suficiente como para haberte dejado mucho de ti en ellos. Os va a parecer que soy un exagerado, pero diría que fue hasta peor que venirse desde Madrid. En parte porque en 2012 aún no sabía por cuánto tiempo me iba (probablemente sólo un año. Qué inocente, ¿verdad?), y en parte porque de España uno nunca se acaba de ir, pero de Connecticut me fui con la impresión de que era un rincón del mundo que dejaba atrás para siempre. Y ese pensamiento es algo que aún hoy sigo intentando asimilar. Fue doloroso echar una última mirada a la casa donde Alfredo y yo vivimos los últimos años. Fuimos felices allí. No fue fácil ni inmediato, pero lo fuimos. Echaremos mucho de menos a un buen puñado de personas extraordinarias, y nos consta que se nos va a echar de menos a nosotros también.

La mudanza en sí fue una peripecia que merece una breve reseña por su dimensión de rito iniciático en otro aspecto del folklore yanqui: el de llevar en camión todas tus pertenencias a través de moteles de carretera, autovías, peajes y áreas de servicio a lo largo de casi 1800 kilómetros. Interesante como experiencia, pero no especialmente bucólico ni recomendable. A destacar, como algo bueno, la visita a las cataratas del Niágara (algo que siempre había pillado demasiado lejos como para hacer una visita ad hoc, pero que resultó pillar de paso. Preguntadme otro día cuál es el truco para visitarlas con un camión). Como experiencia horripilante, la de pasar una noche en Erie, Pensilvania. No se os ocurra pisar ese agujero nunca.

La cosa es que ya estamos viviendo en Rock Island, Illinois, una de las Quad Cities (un “upgrade” considerable en cuanto a densidad de población comparado con la “esquina tranquila” de Connecticut). Aquí no tenemos bosque de Nueva Inglaterra, pero tenemos río, puente(s), museo de arte moderno, orquesta sinfónica, teatro, excursiones en barco, rutas ciclistas, mercadillo de granjeros locales los sábados… y aeropuerto (por si queréis venir a hacer una visita). También tiene todas las disfuncionalidades típicas de una ciudad estadounidense, ojo, aunque doy gracias a que tiene aceras y sistema de transporte público bastante sorprendente. Como ando todavía en periodo de adaptación, dejaré para más adelante un repaso a la ciudad, cuando se me pase la morriña connecticana. Snif.

qc

Ni el de Brooklyn, hoygan

Pero en definitiva, lo que me trajo aquí fue la universidad, así que me toca contaros que ahora trabajo aquí:

20161017_150157 20161021_095117

20161025_123600 20161021_095234

En general, estoy muy contento con el trabajo. Me siento cómodo, me lo paso bien y con la confianza que te da cuando las cosas se hacer con naturalidad, como si llevaras haciéndolas toda la vida.

Un “college” de este tipo es muy distinto a una universidad como la UConn: es mucho más pequeño tanto en cuanto a estudiantes como a profesores, lo que tiene también su lado bueno: es una comunidad más compacta en la que es más fácil integrarse. De entrada, la primera semana, todos los profesores nuevos (somos unos diez, un grupete  apañao, cosa que se agradece cuando llegamos todos novatos y con necesidad de conocer gente nueva en tierra extraña) tuvimos unas jornadas de orientación para ir conociendo el campus y cómo funcionan las cosas. Este es el típico detalle gringo que en el fondo hay que agradecer y que te ahorra todo tipo de momentos incómodos aprendiendo a manejarte por tu cuenta. A la hora de la verdad estás ya listo para ir tirando tú solo y te conoces a todo el mundo en el campus, que además de bonito, está a ocho minutos en bici desde casa.

El primero de los cambios de los que fui consciente es el de la bienvenida al nuevo “estatus”. De repente tengo mi propio despacho y mi propio laboratorio, los estudiantes me llaman “profesor” y no puedo evitar sentir un alivio muy raro que nunca había sentido y que entiendo como un privilegio en estos tiempos que corren: el de no tener que preocuparme por si me renuevan o no el año que viene. Aunque solo sea por un momento me vais a permitir que dé un suspiro de satisfacción y me felicite: después de muchos años de trabajo y de sacrificios y de una enorme dosis de suerte, me veo habiendo conseguido algo que a veces parecía imposible y es inevitable verlo como un triunfo de los que te quitan un complejo o dos.

20160922_163333(Ahora está más ordenado que en la foto)

Los primeros meses están siendo intensos, pero sarna con gusto no pica. Ya dije en su día que uno de los motivos por los que eché la solicitud a este sitio es porque me gusta la docencia (¡confesión prohibida para los científicos de pura cepa!). El primer día de clase estaba predeciblemente intimidado, pero el miedo escénico no duró mucho; enseguida empecé a estar más y más cómodo, a disfrutar de las clases, a intentar transmitir una versión propia de (en este caso) la botánica, dándole un toque personal, compartiendo fotos y experiencias de mis viajes, con buena acogida por parte de los estudiantes. Constantemente se me olvida lo poco que saben, es fácil sorprenderles con cualquier detalle, lo que compensa la desesperación que inevitablemente, también te toca gestionar como docente. Hasta ahora nunca había tenido la oportunidad de montarme una asignatura a mi manera, y esto me está descubriendo mi propia faceta de profesor que apenas conocía. Siendo más bien introvertido, me hace gracia verme a mí mismo con un aplomo totalmente fingido y con un entusiasmo estratégicamente dosificado. Es casi como actuar. He vuelto a disfrutar de la cara de asombro que se le queda al personal cuando entiende la estructura del capítulo de las asteráceas. Un par de veces he conseguido tener a la clase en vilo, cuarenta chavales de veinte años (la mayoría sin ningún interés previo por las plantas) conteniendo el aliento mientras les cuento alguna de las razones por las que las plantas son acojonantes. Es muy raro que esto ocurra, pero cuando pasa, siento que he nacido para esto.

Y luego está lo de estas fotos.

20161026_130345 20161026_130355

(Además también tengo acceso a un laboratorio molecular y a un invernadero)

Sí, está hecho un desastre porque estoy aún reorganizándolo todo, pero este es mi laboratorio, así, como suena. Aquí mando yo. Nunca había tenido ese grado de libertad en el que puedo investigar lo que se me ponga en las narices a mí, sin preguntar ni pedirle permiso a nadie. Este superpoder es tan nuevo que todavía atonta un poco, pero de todos los cambios de los últimos meses este es quizá el que más gustito da. La decisión de intentar trabajar en una institución así también se debía a que cada vez me sentía más desconectado de lo que originalmente me llevó a convertirme en biólogo:  el campo y el contacto con y con los organismos, y no tanta bioinformática, ni tanta presión por el impacto de tu investigación. Por supuesto que esto supone una renuncia a seguir usando determinadas técnicas de última generación, pero a cambio te da la libertad de poder dedicar el tiempo a preguntas nacidas de la simple curiosidad y de la observación por la observación. Y en mi caso particular, de eso, precisamente, es de lo que se trataba cuando empecé.

Tengo en mente varios proyectos; cuáles me toca emprender ahora dependerá de la inevitable circunstancia de la financiación (tengo algo de startup para ir tirando de todas formas), pero de entrada vuelvo a sentir que me toca aprender de nuevo un montón de plantas, y eso me gusta. Con más tiempo ya os iré soltando “la naturaleza del Midwest contada para europeos”, más allá de los clichés del campo de maíz, y entraré en más detalle con los proyectos que inicie. Como calentamiento, estoy empezando con un catálogo florístico de una reserva forestal cercana al campus a la que me he llevado ya un par de estudiantes que quieren hacer un proyecto conmigo. No sé cómo contarlo sin ponerme demasiado pesado, pero este momento fue bonito; me acordé de cuando estaba en esa misma situación y de lo que se me pasaba por la cabeza, y es emocionante verme al otro lado. Por otra parte, se cansaron en tres horas, no os vayáis a creer.

Como bonus track, hubo una muy agradable sorpresa. Una de mis intenciones era la de montar un herbario, una colección de referencia más o menos oficial para poder recibir pliegos en préstamo. Estuve hablando del tema con una colega del herbario de NY y últimamente los requisitos para conseguirlo estaba bastante relajados sobre todo porque se quiere ser lo más inclusivo posible con colecciones pequeñas para poder integrarlas en consorcios digitales, así que pensé que con un poco de esfuerzo, en uno o dos años podría organizar una colección y hacerla oficial. Mi sorpresa fue que ¡la colección ya existe! Medio olvidados en los armarios hay una modesta colección de unos pocos miles de pliegos, recolectados desde los años 80 hasta ahora, preparados en su mayoría por estudiantes, pero decentemente montados y etiquetados, bajo la supervisión de mi predecesor. Nadie había hecho mucho caso a esta colección, que básicamente estaba amontonada de cualquier manera en los armarios, sin ningún orden taxonómico y que incluso estaban considerando tirar. Los que me conocéis ya os podéis imaginar que al bibliotecario que llevo dentro se le hizo la boca agua. La idea de reclutar a un ejército de estudiantes para restaurar, ordenar, digitalizar y clasificar estos especímenes según la APG-IV me parece una golosina irresistible, así que esta idea también la he incluido en los proyectos pendientes.

La guinda del pastel la han puesto estos montones de pliegos que aún no voy a enseñaros. Fueron recolectados por un estudiante de la universidad durante el verano de 1893. Casi me dio un mareo cuando los descubrí. Milagrosamente han llegado en buen estado de conservación y están minuciosamente etiquetados, gracias a ello he descubierto que aquel verano este chaval fue el asistente de campo de uno de los primeros botánicos estadounidenses en herborizar las praderas norteamericanas. Así que mira por dónde, el herbario va a tener también su pequeña colección histórica.

Y así andan las cosas.

Ya sé que a alguno le puede parecer que el propósito de esta entrada es alardear, pero no. Hay toda una dimensión en esta transhumancia profesional transatlántica que es dura y de la que nunca te deshaces del todo. Que nos quedemos por aquí a largo plazo depende de una mezcla de circunstancias personales y profesionales que no necesariamente me apetece compartir aquí, pero que el tiempo dirá cuánto importan. A estas alturas uno también se da cuenta de que por muchos planes que hagas a veces acabas tomando rumbos insospechados, y es mejor disfrutar de lo que te vas encontrando (que luego te vas, y acabas echándolo de menos). Espero que a partir de ahora no vuelva a retrasarme demasiado en contar nuevas vivencias en el Midwest, pero si queréis un avance, repasad las primeras temporadas de Parks and Recreation, que por ahí van los tiros.


Archivado en: -General-

Viewing all articles
Browse latest Browse all 204