Parte 1. Viernes 8 de febrero, 22:45
Una de las cosas que más temía de venirme a Connecticut era el invierno. Hasta ahora siempre había disfrutado de visitas otoñales, con todo el encanto cromático de los bosques de Nueva Inglaterra listos para disfrutar. El invierno quedaba en los mitos y leyendas que me contaba un doctorando panameño y buen amigo que sufría como pocos el aislamiento del “rincón tranquilo de Connectituc” combinado con el azote de los rigores invernales. Como uno se lo venía venir, me pertreché (o me pertrecharon) de buen abrigo, botas, calcetines, ropa interior térmica, guantes, la bufanda que Marple me regaló el año pasado (y que no usé en Madrid) y el gorrito tipo aviador (que tampoco pude usar en la meseta carpetovetónica durante el templado invierno pasado). Y de esta guisa vengo disfrazándome más o menos desde finales de noviembre. Poco importa que cierta fauna autóctona se pasee por el campus sospechosamente ligera de abrigo. Ande yo caliente…
La primera nevada cayó a finales de octubre, creo. El autobús se retrasó una hora. Alguna más ha caído y me dieron la oportunidad de experimentar sensaciones nuevas, como la de mancillar con mis pisadas la nieve absolutamente virgen con la que se me recompensaba por ser el más madrugador de mi calle. La nieve es bonita, da luminosidad al invierno y tal, pero una vez que deja de estar esponjosa y liviana y se vuelve sucia y resbaladiza ya sobra. Haber llegado a esta conclusión me hacía pensar que a estas alturas ya tenía despachado todo lo que la nieve podía ofrecerme, pero ¡no! Aún me faltaba conocer cómo era una nevasca. Desde hace unos días sabíamos que hoy viernes comenzaría una fuerte nevasca, tormenta de nieve, o ventisca de nieve (palabros que hasta hace un rato nunca había usado); lo que aquí llaman blizzard y que pese a tener nombre de quitamanchas es una nevada del copón, con fuertes vientos e incluso con aparato eléctrico. Le pusieron nombre y todo, como a los huracanes: Nemo.
Como aquí todo es superlativo y no hay lugar para las medias tintas, hasta cuando hablan del tiempo lo hacen sin medida, y en el fondo me gusta porque explican con bastante profundidad los porqués de la meteorología. ¡Los tíos frikis de Accuweather y Weather.com se tiran hablando largo y tendido sobre los distintos modelos predictivos, en qué son mejores unos respecto a otros y detalles por el estilo! De verdad que lo hacen bastante interesante; no se limitan a dar una previsión, te explican por qué y qué factores pueden influir en el desarrollo de un fenómeno atmosférico. Pero al grano: resulta que se ha juntado la convergencia de dos borrascas bastante profundas que vienen de los Grandes Lagos y de la costa atlántica respectivamente, con una masa de aire frío estacionada en Canadá. Esto provocaría lluvias intensas en la costa y nevadas prolongadas en el interior de Nueva Inglaterra y, a partir del mediodía, nevadas muy intensas y continuadas, fuertes vientos, etc, que se prolongarán durante toda la noche. Los distintos canales meteorológicos hacen incluso unos mapas estimando cuánta nieve va a caer en cada zona, y aquí en el noreste del estado estamos en todo el mogollón.
Hasta el momento en el que escribo esto, la previsión se ha cumplido al milímetro, igual que cuando el huracán Sandy. De entrada el sistema de mensajes de alerta por SMS de la universidad ya nos dijo ayer por la tarde que no nos molestáramos en intentar ir al campus el viernes. Yo, que soy muy obediente, y sobre todo, que dependo de una línea de autobús muy sensible al mal tiempo, me he desayunado mi bagel a la plancha con sirope de arce y una taza de café mirando cómo nevaba plácidamente por la ventana. Y tan a gusto. Así se ha tirado todo el día hasta que por la tarde, como quien no quiere la cosa, se ha puesto a nevar como si no hubiese un mañana. La gente, como loca, saliendo a despejar con la pala las aceras (se ve que no hay que en estos casos no hay que esperar mucho, no vaya a ser que se endurezca la nieve del fondo) y las quitanieves a pleno rendimiento.
Estas tormentas son relativamente frecuentes por aquí. Recuerdo a los que no lo sepan que no es que esté a una latitud muy alta (más o menos la de Barcelona), pero como aquí no nos llega la benéfica Corriente del Golfo y sus cálidas aguas, sino que más bien sufrimos los coletazos de la gélida corriente del Labrador, las temperaturas invernales suelen ser más frías. Es pronto para decir cómo de terrible está siendo la tormenta. Si tuviese que fiarme de lo que dicen en las noticias, va a ser histórica, pero aquí les pasa como en España, que son bastante dados a exagerar. La tormenta de referencia es la de 1978. Todos los que estaban vivos la recuerdan y los que no han oído hablar de ella; he hecho la prueba y os confirmo que es cierto. Ocurrió también por estas fechas y en unas condiciones similares a las de hoy (convergencia de dos borrascas con una masa de aire frío), y quizá por eso están todos un poco alterados. En aquella ocasión, sabían que iba a nevar, pero no esperaban tanta cantidad. Cuando se vio que la cosa se ponía difícil, las oficinas de Hartford dieron permiso a sus empleados para irse antes a casa… todos a la vez. Se formaron unos atascos monumentales y entonces se desató la tormenta. La gente tuvo que abandonar los coches y salvarse como pudo (hubo varios muertos). ¡Abandonar el coche! ¡En Estados Unidos! ¡Noooooooooo! ¡Qué espeluznancia! Los pueblos se quedaron desabastecidos durante días, y cuando llegaron las mercancías a los supermercados, ¡la gente iba andando porque aún no se podía circular! ¡Andando! ¡Al mercado! ¡Llevando las bolsas en la mano! Puede parecer que estoy de coña, pero no es así. Este tipo de detalles dramáticos los cuentan en un documental sobre esa nevada. No os lo enlazo porque es muy malo, pero pongo algunas fotos.
Imágenes de los coches abandonados tras la tormenta de 1978
En definitiva: que la oficina internacional de la universidad volvió a mandarnos un email informativo para que nos preparáramos, igual que en el caso del huracán: hacer acopio de agua y comida, conseguir una linterna, cargar la batería del kindle (esto es una adición mía) y prepararse para posibles cortes de suministro eléctrico.
Y de momento así ando. Son las 22:45 del viernes y ya han caído 40 centímetros de nieve.
Estas fotos son desde la puerta de casa. No me he atrevido a aventurarme más, de momento.
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Parte 2. Sábado 9 de febrero, 13:00
La nieve y el viento han seguido durante toda la noche. Al despertarme seguía cayendo con intensidad. De nuevo, desayuno como un señor y uso la escoba (ayer me bastó el paraguas) para comprobar que han caído más de 70 cm de nieve.
Vistas de la ventana de la cocina, cuando llegué en octubre y hoy, con un sofisticado sistema para medir la profundidad de la nieve
Vistas de la ventana del salón, en el idílico otoño y tras la nevada
¡La madre que le parió al Nemo! La gente no es que despeje las aceras, es que hace trincheras para poder ir de un sitio a otro. Tras más de 30 horas ininterrumpidas nevando, la cosa ha empezado a relajarse y no sin recelo me he decidido a abrigarme y a salir de casa. Se supone que en mi alquiler está incluido el servicio de quitanieves, pero no parece que tengan mucha prisa. Como buenamente he podido he salido de casa, tanteando inútilmente los escalones, con la nieve por la cintura.
Desaguisado para poder salir de casa. Casi me descalabro
Y como prometí ayer a propios y extraños, me he dado un paseo para hacer unas cuantas fotos. Pinchar para ampliar, y que nos sea leve.
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