Me he propuesto ver completa la serie «El hombre y la Tierra«, del ínclito Félix Rodríguez de la Fuente, y aunque apenas llevo revisitada una pequeña parte (era mucho más extensa de lo que recordaba, y muchos episodios no los había visto nunca), ya me están surgiendo algunas cosillas que decir. La idea principal es que voy a hacer un breve comentario de cada episodio como si fuese una crítica rápida en Rotten Tomatoes o algo así, en plan bruto. Estas críticas las tendréis disponibles según vaya avanzando el visionado en este hilo de Twitter. El objetivo es bastante ambicioso porque la serie consta a su vez de tres bloques: Fauna venezolana, la primera en rodarse (1974) que consta de 18 episodios (9 horas); Fauna ibérica, la más extensa, que se rodó entre 1975 y 1979 y que incluye episodios televisados de forma póstuma (92 en total, 46 horas); y el bloque de Fauna canadiense (1979-1980) durante cuyo rodaje tuvo lugar el accidente en el que murió FRF y parte de su equipo y del que llegaron a producirse 14 episodios, con 7 horas de duración. Aunque el hilo de Twitter contenga las críticas, me ha parecido necesario extenderme un poco más sobre algunas apreciaciones a vuelapluma al comienzo de este proyecto (ya veremos si hay alguna conclusión final). La serie está disponible en la web de RTVE. En el hilo voy a poner los episodios algo desordenados y empezando por la fauna ibérica.
Comentarios generales:
Lo primero es lo gratificante que resulta comprobar que, como comunicador, FRF ha aguantado muy bien el casi medio siglo que ha pasado desde que lo petaba. Muchos han intentado imitarlo, pero el carisma no se compra en Amazon, y a él innegablemente le sobraba. No me cuesta trabajo imaginarle como un youtuber-divulgador de haber sido millenial, o de que su leyenda creciese durante décadas como la de Attenborough. Lo de youtuber no lo digo por decir: a Félix se le nota que le gustaba chupar cámara como si fuese toda una celebrity de alto copete, y no le cuesta saltar de un tono divulgador, científico y riguroso a otro poético y lleno de licencias al más puro estilo Sagan (es decir, haciendo el disclaimer necesario sobre la licencia hecha o por hacer). De trato difícil en persona, según las crónicas, delante de las cámaras era sin duda un comunicador que entendía a la perfección el medio en que que se movía.

A nivel audiovisual, en gran parte la serie ha aguantado estupendamente el paso del tiempo. Las grandes escenas no han perdido vigencia y resultan muy meritorias si se tiene en cuenta cuánto han avanzado los medios. Contemplar las espectaculares escenas de caza de los lobos o sentirse un voyeur por curiosear las íntimas escenas familiares de unos turones o unos abejarucos seguiría planteando dificultades hoy (¡quizá incluso más, si se quisieran obtener todos los permisos!) y se resolvieron maravillosamente; siguen siendo una delicia. Los mayores problemas desde una perspectiva de los años 20 (empachados de material audiovisual trepidante) vienen quizá de la falta de ritmo de muchos episodios en los que hay mucho metraje de relleno. Hay veces que las entregas no siguen el ritmo del tema central propuesto y eso se nota. Ojo, no estoy hablando de limitaciones típicas e inevitables del mundo documental en el que la fauna no incluye actores a los que puedes dirigir (fallos de raccord, planos y contraplanos totalmente inventados,…) esos son disculpables e inevitables, aunque hoy cantan mucho más.

No hay que olvidarse tampoco de que la figura de FRF también pasó (y quizá aún sufre) ciertas críticas sobre cómo se consiguieron tan espectaculares imágenes, que a menudo vienen del sector más peluchista y animalista de la sociedad. Una parte de esas críticas son totalmente infundadas: obviamente muchas de las secuencias de la serie son «manipuladas» en el sentido de que se consigue una narración uniforme a partir de metraje que no lo es (situaciones amañadas o forzadas). A poco que se indague sobre cómo funciona el documental de naturaleza se puede ver que esos recursos son casi imprescindibles. Sí que puede ser cierto que ciertos aspectos éticos del trato animal no serían posibles hoy, pero al igual que los demás aspectos de seguridad, ética y realización modernas. Lo verdaderamente alucinante de todo esto es que uno de los problemas principales es que FRF himself era un peluchista. Resulta muy chocante ver hoy en día de esta serie es lo sobón que era el cabrón y cómo le gustaba toquetear y acariciar a los animales. Esa parte creo que ha envejecido fatal y sin embargo nunca la he visto criticada por los salvacotorras.

Lo que más me está gustando de este ejercicio es comparar la situación de la biodiversidad de pelo y pluma en España y su conservación en los años 70 del siglo pasado con la situación actual. A veces el cambio es abismal (para bien y para mal) y a veces no tanto. Por ejemplo, es muy habitual que FRF hable de «los últimos» buitres negros, águilas imperiales, linces ibéricos, etc a los que retrata al borde de la extinción. El éxito en la recuperación de muchísimas de estas poblaciones es un éxito que hay que celebrar. El enfoque de las iniciativas conservacionistas, sin embargo, no siempre ha envejecido bien y hoy se ven transnochadas. FRF era muy condescenciente con la caza y recurre una y otra vez a conceptos como lo «beneficioso» de una especie para el hombre (p.ej., comiendo roedores o insectos) como argumento principal. Puede ser, por supuesto, que esos enfoques fuesen una concesión de los creadores de la serie para transmitir de una forma más digestiva unos mensajes que hubiesen sido demasiado vanguardistas para la España de 1975, pero también es posible que el propio marco de la conservación aún pensase esas cosas. Curiosamente, la afortunada recuperación de las poblaciones de algunos de los animales más emblemáticos de nuestra fauna (lobo, lince, oso…) vuelve a traer al debate público exactamente los mismos argumentos y contraargumentos de hace medio siglo.
También es ambivalente (aunque quiero pensar que positivo) comparar la situación de algunos lugares concretos del país y comprobar qué fue de las preocupaciones sobre su incierto futuro que se ven en la serie. La carretera que hubiese destrozado la playa de Doñana nunca vio la luz y el ansiado parque marítimo-terrestre del archipiélago de Cabrera hoy es un parque nacional. Creo que no es una exageración decir que muchos de esos éxitos se debieron también en parte al impulso de la conservación que catalizó El hombre y la Tierra. Por otra parte, ver hoy las imágenes espectaculares de las Tablas de Daimiel y el paraíso perdido en mitad de la Mancha debería también quedar como ejemplo de fracaso nefasto del que al parecer, poco se aprendió (vuelvo a pensar en Doñana y su acuífero ahora).
No os voy a decir que os deis un atracón de la serie entera (ya os dejaré las críticas en el mencionado hilo), pero sí que os puede sorprender ver algunos episodios, si no lo habéis hecho recientemente (o nunca) y disfrutar de esa doble perspectiva: la del documental en sí y la del «metadocumental» que nos cuenta cómo éramos nosotros hace 50 años. Eso sí que era fauna.
