Hace casi exactamente ocho años que publicaba la entrada “Otro que se va“, en la que anunciaba el comienzo de mi aventura estadounidense. Ocho años, ¡Qué barbaridad! Cuando leo ahora ese post veo con bastante claridad que intentaba ocultar que estaba cagado de miedo y que mantenía cierto resentimiento por una situación que hubiese preferido que no hubiese llegado a darse. Si en aquel momento me hubiesen dicho que la cosa no iba a ser solo para uno o dos años, y que incluso consideraría muy seriamente quedarme para siempre en una ciudad de provincias a orillas del Misisipi… bueno, no sé cómo me lo hubiese tomado. No creo que hubiese cogido aquel avión. Y sin embargo hoy lo que me da vértigo y curiosidad es imaginar cómo sería mi vida en 2020 si hubiese decidido tomar en 2012 una decisión (posiblemente racional y sensata) de buscarme la vida fuera del mundo académico. Seguro que ni me reconocería a mí mismo si pudiese verme. Así que hablemos de identidades y de cambios.
Por poner un poco de continuidad narrativa en lo personal, supongo que tengo que anunciar que el título del post es cierto: desde hace poco más de un mes estoy trabajando en Madrid, y he conseguido que me sigan pagando aquí por hacer lo mismo por lo que me han pagado siempre: mirar plantas muy fijamente y luego contar cosas sobre ellas. No voy a prodigarme mucho en detalles (como comentaré luego, una de las razones por las que me bloquea escribir aquí es porque la barrera de la privacidad personal es muy difusa) pero la cuestión es que ha sido un cambio muy buscado y muy deseado. Esto no quita que mi experiencia de emigrante se haya convertido en algo esencial de mi vida y que tenga batallitas para rato, al igual que de la experiencia de regresar a tu ciudad ocho años más tarde.
En general, estas son movidas mías de nueva fase pero ¿y esto a vosotros en qué os afecta? Doy por hecho que si estás leyendo esto fuiste lector del bloj, así que vamos al grano.
Con este nuevo cambio me planteé también qué hacer con este bloj, quizá porque estoy revisitando cómo era mi vida en Madrid, y cómo adaptarme a mi nueva etapa. Llevo más de dos años sin escribir absolutamente y quizá hace tiempo que debiese haberle dado un final digno y no una agonía inmerecida, pero lo que realmente he hecho al respecto en los últimos meses es plantearme qué ha cambiado de mi relación con este medio blogueril a lo largo de los años y he llegado a varias conclusiones.
Este bloj tiene demasiada historia, y me pesa un poco. El Copépodo que empezó DDUC no soy yo. Aunque a veces leo lo que escribía ese chaval y me hace gracia, me sorprende o me entretiene, otras veces no me siento para nada identificado con él, e incluso me avergüenza. ¿Puedo o debo continuar la iniciativa de alguien con quien no me siento identificado y que abusaba de los adverbios como un hijoputa? DDUC fue durante unos años difíciles una válvula de escape que me trajo muchísimas satisfacciones, amistades duraderas, y una vía de entrada a un internet que estaba empezando a ser lo que es hoy. Hoy mis necesidades y mi forma de interactuar con la red ha cambiado, como nos ha pasado a todos. En concreto, creo que es mucho más fácil sentirse expuesto a una comunidad muy global donde a veces hay más ruido que diálogo. Quizá siempre fue así, pero a mis veintitantos no tenía esa sensación: los años primigenios de los blojs me parecían más amables que las comunidades virtuales actuales. Hoy me resulta asombrosa la ingenuidad con la que era capaz de escribir sobre un tema cualquiera con la osadía que solo se puede tener a esa edad al creerme que algo era nuevo solo porque yo no lo sabía ayer. En parte puede que fuesen cosas de la edad, y en parte porque internet parecía mucho más vacío, menos inabarcable.
Así que si se mezcla un poco todo lo de arriba, creo que eso explica que poco a poco dejara de sentirme motivado para escribir aquí, o más bien, que me sintiese bloqueado cada vez que lo intentara retomar.
Sin embargo, hay algo que es verdad: echo de menos mucho de todo aquello, y admito que lo que sí que me resulta indiscutiblemente admirable del Copépodo de hace 15 años era su capacidad de enfrentarse a una pantalla en blanco y dejar algo por escrito con regularidad. Sin remordimientos, sin perfeccionismos absurdos, sin vergüenzas. Quizá sí que haya algo de valor en escribir algo, por muy absurdo, ridículo o criticable que sea, quizá el valor esté en dejarlo dicho. Quizá no tenga que avergonzarme de no ser el mismo que hace 15 años. Quizá precisamente en ello esté el valor añadido de seguir adelante con un medio pasado de moda y escribiendo entradas sin grandes aspiraciones. Quizá lo único que tengo que hacer es escribir ahora un disclaimer diciendo que no soy el mismo que empezó todo esto ni respondo por él. Quizá el desorden tradicional de este bloj, su falta de etiquetas, la creciente tendencia a esconder los menús y las herramientas de búsqueda funcione a mi favor, y los posts antiguos queden enterrados como estratos de eras pasadas, solo accesibles a los más intrépidos y motivados paleontólogos. Me resulta mucho más fácil retomar esto si me imagino que acabo de empezar.
Así que, nada, vamos a ver qué pasa a partir de ahora.