HINC SVNT SPOILERES (pero poquito)
El género de crítica cinematográfica con reseña científica sabionda incorporada es todo un clásico de los blojs de ciencia. Básicamente consiste en pillar por banda una película, generalmente de ciencia-ficción, y criticarla desde el punto de vista de lo rigurosa que resulta. Quizá por aquello de que “la perfección es enemiga de lo suficientemente bueno”, pocas películas se libran de un buen rapapolvo de parte de los blogueros más exigentes. Hasta “2001, Odisea en el espacio”, quintaesencia del perfeccionismo, tiene por ahí algunos gazapos. En mis años mozos, también me dediqué a sacar punta a películas como la del Ché o el Planeta de los simios, siempre intentando arrimar el ascua a la sardina botánica, pero en tiempos más recientes la verdad es que no me ha dado por ahí porque, puaf, qué asco de vida. Hoy voy a retomar esta sana costumbre, pero en plan vago.
Después de ver The Martian, una película que ya desde antes de su estreno se estaba convirtiendo en un filme de culto en una comunidad concreta (como demostraré enseguida), siento que algo hay que escribir en tan señalada ocasión. The Martian tiene tres elementos que la predestinaban a que me gustase: la colonización de Marte, la supervivencia basada en el conocimiento, y un protagonista botánico. Por su parte tenía otro elemento que me hacía orinarme de miedo: Ridley-Prometheus-Scott haciendo de las suyas. Por suerte este último ha quedado neutralizado.
Vamos por partes.
Lo de la colonización de Marte tengo que explicar que no es que me guste sólo por su relación con la astronomía y la exploración del Sistema Solar. Marte como destino me enamoró tras leer la trilogía de Kim Stanley Robinson (creo que fue originalmente una recomendación de Dark Sapiens). Una lectura algo árida (a la altura del planeta rojo) pero que quizá por eso me transportó como hacía mucho tiempo que ningún libro lo había hecho. Marte Rojo, en concreto, te describe los paisajes marcianos con una eficacia estremecedora. La geografía de Marte dejó de ser un conjunto de palabrejas en un mapa para convertirse en lugares reales capaces de evocar una diversidad de sensaciones. El lector desearía poder ver con sus propios ojos los inmensos volcanes de Tharsis o las vertiginosas caídas del Valle Marineris, pero también es consciente de las vastas y aburridas llanuras que los protagonistas exploran con el celo de verdaderos colonos. Quizá por mi sesgo biológico, nunca llegué a pensar que el escenario de un Marte estéril mereciese ningún tipo de emoción… hasta que leí ese libro. El viaje que supone esta lectura me hizo apreciar las fotos que enviaba el Curiosity de una forma insospechada (a la vez que según avanzaba en la trilogía, me iba poniendo de parte de “Los Rojos”, que querían limitar los efectos de la terraformación).
Lo de la supervivencia en un medio hostil gracias al ingenio y al uso aplicado de la ciencia me transporta a otro libro, quizá el que más veces leí durante mi infancia: La isla misteriosa, de Julio Verne. A mi juicio este es el mejor libro de Verne y siempre me sorprendía no encontrarlo entre los más conocidos, aunque luego he comprobado que a muchos nos pasó lo mismo. Para quienes no lo conozcáis, el libro cuenta la historia de unos náufragos que caen desde un globo a una isla desierta. El protagonista (Ciro Smith, un ingeniero muy versátil) consigue que la isla se acabe convirtiendo en un Mercadona perfectamente surtido, todo gracias a sus conocimientos y a las materias primas de la isla, bendecida con todos los recursos deseables, eso sí. Sospecho que hay mucho de esto en el relato original de The Martian, que de hecho (al igual que la novela de Verne) se publicó por fascículos, aunque en formato blog. Con lo de “original” no quiero decir que la idea en sí sea la repanocha, pero bueno: nada en absoluto tengo en contra de usar una fórmula que funciona, sobre todo si se hace bien. Si hacemos caso al autor (y a los lectores), uno de los puntos fuertes de la historia es que pretende ser ciencia ficción dura en la que cada decisión del protagonista y cada recurso está justificado científicamente y es factible (salvo una licencia muy concreta: la de la tormenta). Por supuesto, la novela del marciano ya está entre mis lecturas más inmediatas, pero de lo que hablaré aquí va a ser de la película.
Por último, ¿Qué decir sobre una película cuyo protagonista es un profesional de la botánica? No es que se vean muchas, y menos aún en las que dicho individuo se reconozca así mismo como botánico varias veces durante la película y que sea en calidad de ídem por lo que lo ficha la NASA.
Matt Damon Mark Watney, botánico, lo pone bien clarito
El uso de esta palabra no es un simple detalle, al menos en Estados Unidos. La palabra botany y sus derivados están siendo desplazados por alternativas como Plant Science y variantes por el estilo, quizá en parte porque “botánica” suena, al parecer, poco científico y más como un remanente de la historia natural de hace siglos, algo quizá que no pega con palabros como filogenómica o jaizruputismo. No sé si lo sabéis, pero entre los botánicos angloparlantes se inició hace poco una reivindicación del término encabezada por Chris Martine (que por cierto, se doctoró en la UConn) y que ha sido todo un éxito en las redes, como podéis comprobar si echáis un ojo al hashtag #Iamabotanist. La verdad es que creo que esta reivindicación tiene mucho sentido si tenemos en cuenta cómo el conocimiento de los organismos cada vez se ningunea más en todo plan docente de biología en todas los grados, con nefastas consecuencias. Hace mucha falta que se recuerde que el nivel organismo sigue siendo tan fundamental para el avance de la ciencia como lo era antes, así que ¿Un héroe de blockbuster botánico? ¡Bienvenido sea! La proclamación de Mark Watney como icono por parte del gremio de botánicos ha sido inmediata anticipándose incluso al estreno: el propio Martine ya ha anunciado que nombrará a una nueva especie de planta Solanum watneyi. Tiene guasa que sea precisamente un Solanum, pero ese es un chiste privado botánico.
Solanum watneyi, que además crece en suelos rojizos
¿Qué detalles no me han convencido en The Martian? En primer lugar, no me queda nada claro que plantar patatas en suelo marciano sea tan sencillo como meterlo en un invernadero y abonarlo. Imagino que cada lugar de Marte tendrá una composición propia, pero los geólogos dicen palabros raros como “percloratos” cuando hablan del suelo marciano, palabros que suenan muy chungos para las raíces terráqueas. Además, un momento clave del éxito de Watney es cuando descubre que hay patatas en la base que puede plantar. No acabo de entender qué pinta un botánico en Marte si no llevaba ya como equipaje y parte de su trabajo semillas y plantas para experimentar sobre el crecimiento de plantas en este planeta. Si lo que querían era buscar vida, lógicamente hubiesen mandado a un microbiólogo.
Por último, las maniobras de acoplamiento, tanto la de reabastecimiento como el trepidante rescate final, no me convencen mucho. Se supone que la nave Ares, en los dos casos, lleva trayectoria hiperbólica, que no entra nunca en órbita. La autoridad que me da una dilatada trayectoria estrellando kerbals por el universo me dice que un rendevú en esas condiciones es bastante extremo y muy caro en términos de Δv como para que lo pueda hacer una nave pequeñita. Quizá en el libro esté mejor explicado, pero tal y como aparecía en la película, no sé yo…
Corre, dale a F9, que la hemos vuelto a cagar
Estas cosas las digo por figurar y por honrar a desgana el género de la crítica sabionda (gazapos hay hasta en el tráiler): la película me ha gustado mucho. No tanto porque crea que sea una obra maestra, sino porque hacía tiempo que no salía de ver una película de ciencia-ficción sin un desagradable regustillo final a timo del tocomocho. Y sí, estoy pensando muy especialmente en InterEstellar, obra que curiosamente pasó a ser considerada como una maravilla por la “comunidad escéptica” pese a enunciar explícitamente (me da vergüenza ajena hasta recordarlo) cosas como que el amor humano es una fuerza física del cosmos poderosísima. Chúpate esa, Carl Sagan.
Así que sí: me parece que estamos ante una película predecible, pero muy correcta en su planteamiento, que no engaña, fiel a su género y a sus referencias, muy entretenida, sin abusar de la credulidad del espectador, divertida y que no convierte un agujero negro cgi en el mayor de sus méritos. Y si además añade a un botánico como referente heroico para una generación de chavales que aún no saben qué quieren hacer con su vida, pues mejor que mejor.
(fuente)
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